jueves, 20 de agosto de 2020

Autopsia. Sexta parte.


XVII.

“¡Pero miren, si ya hasta camina!” Exclamó Guillermina al ver los primeros pasos lerdos de David que avanzaba con las piernas tiesas y golpeando el suelo con la planta de los pies como un gigante, mientras su madre lo animaba a llegar a sus brazos desde el otro lado. En ese momento llegó el padre Benigno, venía ensombrecido, en contraste con el buen humor que tenían las mujeres en casa, quiso acariciarle la cabeza al pequeño a modo de saludo, pero se arrepintió y luego se arrepintió de haberse arrepentido y el gesto le quedó torpe e incómodo, aunque se excusó con la noticia que traía, “Lina ha fallecido. Fue una muerte dulce, durante el sueño, por la mañana ya se había ido. El doctor viene conmigo, lo acaba de confirmar” “Oh por Dios” soltó Úrsula llevándose una mano a la boca, lamentándose, Guillermina, en cambio, fue más práctica, “Bueno, parto para allá ahora mismo, seguramente habrá un montón de cosas que hacer y pocas manos dispuestas. Voy a llevar algunas verduras para un consomé, eso siempre es bueno para atender a la gente” Dijo, poniéndose de pie con determinación, con ese poder que tiene la muerte para postergar cualquier otra obligación, “Yo te acompaño…” replicó Úrsula al instante, y agregó, “…no puedo dejar a Elena sola” “Rupano las puede llevar, pero que no se entretenga demasiado con el vino caliente, que luego debe volver por mí” Advirtió el cura, amenazante, “No se preocupe, padre…” Intervino Cifuentes, “Yo también tengo algunas cosas que hacer, asearme un poco y cambiarme el traje, luego se puede ir conmigo”

Lo cierto era que el doctor Cifuentes tenía sólo una cosa en mente, aprovecharse de que todo el mundo estaría preocupado por la muerte de Lina, sobre todo Úrsula y David, para sacar los frascos enterrados en su patio donde el niño solía jugar, aún no sabía qué haría con ellos, pero estaba claro que ese no había sido el mejor sitio. Cogió la pala y empezó a cavar con cuidado, pues romper uno de los frascos sería un desastre que prefería evitarse, esta vez, escudriñaba su rededor a cada dos minutos, como si estuviera haciendo algo indebido, no tardaron en aparecer las tapas metálicas, los cogió, los metió en un saco sin siquiera limpiarlos y volvió a cubrir el agujero. Le fue imposible no quedarse con la sensación de que cualquiera que mirara allí, notaría en el acto su intervención. Pensó en esconder los fetos en el entretecho, si alguien preguntaba, diría que siempre habían estado allí. Una vez dentro de su casa, sacó los frascos y los limpió con un trapo para que no fuera tan claro que habían estado enterrados. Al principio no notó nada raro, pero luego se hizo evidente que a uno de los fetos le había crecido cabello, un poco, pero que antes no tenía y aunque podía ser un efecto del cristal o una mala interpretación de sus ojos, juraría que había crecido, que se veía más ajustado dentro de su encierro de vidrio, cogió el otro y estuvo a punto de soltarlo al suelo de la impresión, con éste no cabía duda, se notaba más pequeño y su piel, que debería estar completamente quemada, se había regenerado en una buena parte, se sintió repentinamente incómodo, como quien está en un mal momento y en un mal lugar, para colmo, le golpearon la puerta, era el padre Benigno, que ya estaba listo para partir nuevamente, Cifuentes había cubierto los frascos con un paño de la cocina antes de abrir, “¿Qué le sucede, doctor, algo le ha sentado mal?” preguntó el cura. No sólo era su cara de haber recibido un puñetazo en el estómago, sino que, en vez de haberse aseado se veía peor que antes, sucio y sudoroso, “Tiene que ver esto, padre” respondió el doctor, sin cambiar esa cara de malestar estomacal. El doctor retiró el paño como si de un acto de magia se tratara, sólo que Benigno no pareció impresionado, Cifuentes lo animó a verlos más de cerca, y entonces sí causó el efecto esperado, “¿Cómo es esto posible?” Ahora el cura tenía el aspecto de haber recibido una buena bofetada sin aviso, “No lo es…” respondió el doctor.

Tata picaba leña con gravedad religiosa para mantener el fuego encendido con el que se cocinaba la enorme olla de consomé, del que salía un muy apetitoso aroma que Guillermina vigilaba con compromiso militar, probando pizcas a cada dos vueltas de la cuchara para comprobar los aliños, y no conforme con ello, cada tanto llamaba a Mateo y Clarita para darles de probar y que estos confirmaran sus sospechas de que tenía mucho de esto o le faltaba un poco de aquello, Clarita sólo asentía sin oponer resistencia y Mateo la imitaba, con eso la vieja se quedaba conforme. Dentro, Elena y Úrsula habían preparado a la difunta mientras el niño jugaba en un rincón, ajeno a toda la gravedad del momento, hasta que decidió ponerse de pie y acercarse a la cama de Lina con intenciones de tocar a ésta, su madre se acuclilló junto a él, un minuto después, la mujer se ponía de pie de un salto, con el niño aferrado como protegiéndolo de algo y golpeando una silla en el acto, que pacíficamente reposaba tras ella, Elena dio un respingo de susto, Úrsula estaba pálida y con genuina cara de espanto, “¡Dios mío, creo que está viva! ¿Lina? ¡Lina!” Úrsula sacudía el brazo de la difunta con repelús en la cara y en el gesto, Elena se le acercó para detenerla, pero Úrsula hablaba completamente en serio, “¡Abrió los ojos, te lo juro por Dios! Por un segundo abrió los ojos ¡Lina!” y volvía a darle palmaditas suaves en el hombro pero Lina no despertó de su sueño y Úrsula debió resignarse, aunque aún sentía el corazón golpeándole el pecho alterado como ella por la impresión, luego de ver lo que estaba segura que había visto. Cuando llegó su marido, éste confirmó por segunda vez el deceso de Lina, por petición de su mujer, para que ella se quedara más tranquila, pero ante la historia de ésta, el médico le explicó que los muertos podían hacer cosas como esas, y a veces más impresionantes, debido a espasmos musculares que se producen por el estrés de la muerte y se liberan luego de ésta, “Hace varios años, nos sucedió que un señor, muerto ya hace más de dos horas, dio un brinco estando tendido sobre la mesa de trabajo, que cayó al suelo, yo solté una bandeja llena de suministros médicos por el susto, el otro doctor, mayor que yo y mucho más experimentado se rió de mí desvergonzadamente, aunque admitió que ese había sido de lejos el espasmo post mortem más fuerte que jamás había visto” Guillermina asentía pedante, como si aquello fuese algo que a ella le había sucedido cientos de veces antes. Úrsula se quedó mucho más tranquila luego de oír que los muertos podían incluso saltar de la cama, lo cierto era, que Lina sí había abierto los ojos, y no había sido ningún espasmo, sólo el toque de David, aunque era difícil que éste comprendiera lo que acababa de hacer.

El viaje de regreso a casa de Lina del doctor y el cura fue incluso más incómodo y silencioso que su primer viaje, el día que Cifuentes llegó al pueblo, ambos pensaban en David y en esa extraña condición que compartía con los fetos sumergidos en formol, pero ninguno podía decir palabra, el doctor por su promesa, y el sacerdote por su obligación de callar todo lo oído en confesión.


Fin de la sexta parte.



León Faras.

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