II.
Era
raro ver a Aurelio Blanco fuera de la prisión en la que vivía desde hacía años,
pero esta vez su propio cuerpo lo había obligado, había vomitado una masa
sanguinolenta que tenía bastante mal aspecto, sólo a Pedro Canelo se lo dijo y
éste lo convenció de visitar al doctor Cifuentes. Apenas lo recibió Úrsula en
su casa, David lo miró hacia las alturas con emoción, “¡El Diablo!” dijo,
“David, por Dios ¡Deja de decir sandeces!” lo reprendió su madre, alarmada por
las ocurrencias de su hijo, pero Aurelio rió, se le salía la mandíbula hacia
afuera cada vez que lo hacía, debido a un golpe muy fuerte que recibió siendo
bastante más joven, “¿Cómo sabes eso, niño?” Úrsula no podía creer la respuesta
del hombre, Aurelio se explicó, “El Diablo, fue un apodo que me gané entre mis
compañeros durante la guerra, el Diablo Blanco, me llamaban… por mi apellido”
La mujer estaba confundida, ya no sabía si debía reprender a su hijo o no, el
hombre agregó, “No es algo de lo que me jacte, pero la verdad, buena o mala,
sigue siendo la verdad ¿Está el doctor?” Cifuentes estaba en su despacho,
también para él fue una sorpresa ver a Aurelio fuera de la prisión, “Debe de
ser algo muy importante para que usted esté aquí” le dijo con buen humor, humor
que se desvaneció cuando el guardia le explicó la causa. El doctor hizo algunas
preguntas de rutina y un par de simples exámenes visuales y de palpación, no
era necesario mucho más, “Aurelio, usted debe dejar de beber. Es demasiada
aguardiente la que usted está tomando” Aurelio sonrió con su mandíbula
maltrecha, como si hubiese oído una broma, una no muy buena, pero el doctor no
le devolvió el gesto, “Pero doctor, si usted estuviera en mi lugar, le aseguro
que lo entendería” Cifuentes lo entendía y hasta lo compartía, “…pero aun así,
Aurelio, una cosa, no quita la otra” Aurelio pareció decepcionado, “¿Y no
podría usted darme alguno de sus mejunjes, doctor?” El doctor podía darle
algunas de las medicinas que conocía, pero ninguna serviría de nada si seguía
con el aguardiente, “Déjelo, doctor, si yo ya me lo olía, después de todo, no
me esperaba vivir tanto…” lo dijo sin pena “No diga eso, hombre por Dios” le
replicó Cifuentes, el guardia agregó, “¿Cómo dice la biblia? ¿El que a hierro
mata a hierro muere? Yo ya he vivido más de lo que debía, doctor” “¿Lee usted
la biblia, Aurelio?” preguntó el médico, francamente extrañado, el guardia lo pensó unos
segundos, “La verdad es que no mucho, doctor, pero a mí me enseñó a leer a los
once años un cura, con una biblia y una vara de madera. No me he podido olvidar
de ninguna de las dos cosas” Eso no era nada raro, era un método usado por
todos, en todas partes las letras, como la disciplina, se enseñaban con sangre
y dolor, pero el doctor no estaba de acuerdo con él “¿Cómo es posible que
enseñen así a los niños?” Aurelio lo miró como decidiendo si hablar o callar,
al final habló, “Era un maldito al que odiábamos y temíamos por igual, pero
cada cual hace lo que puede con lo que tiene, y nosotros tampoco éramos unos
santos…” hizo una pausa, luego continuó, “Yo ya no estaba allí, pero el día en
que llegaron los rebeldes a buscar a sus niños para reclutarlos, él se plantó
en la puerta de su iglesia y no se movió hasta que lo reventaron a bayonetazos.
La mayoría de sus niños logró huir. Los que lo vieron, dicen que en la puerta
de la iglesia había más sangre de la que puede caber en un solo hombre…”
Concluyó Aurelio, mientras se ponía de pie para irse.
Elena
hacía vestidos por encargo cada tanto tiempo, no se había ido de la casa de
Tata, a pesar de que contaba con dinero para hacerlo, gracias a la herencia de
Clodomiro, porque no iba a dejar a Clarita, ella era su mejor amiga, en algunas
ocasiones casi una hermana pequeña y en otras, en la mayoría, como una hija,
eran familia. Sabía que el negocio no prosperaría nunca en ese pueblo, donde la
ropa nueva era un lujo y los vestidos finos, un privilegio que pocos se
permitirían, pero había que tener prioridades en la vida, y para ella, primero estaba
Clarita. Lo había conversado con Úrsula en más de alguna ocasión y al final
llegaban siempre a la misma conclusión. Úrsula llegó conduciendo ella misma el
coche de su marido, en la parte de atrás venía su hijo, totalmente ausente, concentrado
en algo que traía en sus manos, ese niño podía perderse por horas en una sola
cosa sin que nada lo distrajera, “¡Hola mamá!” Gritó el pequeño abrazándose a
las piernas de Elena, ésta se incomodaba cada vez que el niño la llamaba así y
cada vez le repetía que ella no era su mamá, que su mamá era Úrsula, pero David
sólo respondía “Mamá y mamá” señalando a una y a otra, como si de alguna manera
conociera los misterios de su origen. A Elena le quedaba una sensación
desagradable en el estómago que Úrsula le quitaba con un abrazo y una sonrisa
de que estaba acostumbrada a las raras ocurrencias de su hijo, “No te preocupes
mujer, ya sabes cómo es…” Clarita también estaba allí, pero ella estaba siempre
atareada, aunque su buen humor nunca lo perdía, como cuando vivía en la casucha
destartalada a la que no paraba de limpiar y ordenar, “Mira mamá” Le dijo de
pronto David a Elena, ésta estuvo a punto de protestar nuevamente, pero se
quedó callada por la impresión, el niño tenía la piedra que ella le había regalado,
y de alguna manera había logrado adherirle piedritas pequeñas hasta lograr algo
parecido a una sencilla tortuga, Elena estaba encantada, a ella jamás se le
ocurrió algo tan avanzado de niña, “Mira, puede caminar…” Le dijo el niño,
quitándosela de la mano y poniéndola en el suelo, mientras él se recostaba al
lado, con la vista fija en la tortuga de rocas. Elena le echó un vistazo y
luego otro, pero como era de esperarse, ella no vio ningún movimiento, “Es
lenta…” explicó el pequeño, sin quitarle la vista de encima a su creación. De
eso no había duda. Ya estaba decidido, Úrsula y su familia se irían a la ciudad
y venía a contárselo, pero no sólo eso, “…Estaba pensando que tal vez podrías
hacer algunos vestidos para mí, enviármelos a la ciudad y yo me encargo de
ofrecerlos a las damas de allá, ¿Qué te parece?” Elena no pareció muy
convencida, no quería comprometer a su amiga o que ésta se sintiera obligada a
hacerlo, pero Úrsula no pensaba lo mismo, “Vamos mujer, probemos, será
divertido, cómo sabes si al final terminamos montando una tienda juntas” Elena
al final aceptó.
Cuando
ya Úrsula estaba lista para irse, descubrieron que su hijo no estaba con ellas,
lo encontraron afuera, convenciendo a Clarita de mirar a través de sus piedras,
ésta tenía el ámbar y la esmeralda puesta en los ojos y oteaba el cielo con
ellas, cuando las mujeres llegaron, la muchacha se las devolvió, parecía impresionada
con la experiencia. Luego estando ya a solas con Elena, la muchacha le dijo que
el niño le había preguntado por su mamá, y al decirle ella que estaba muerta, le
ofreció las piedras para verla, “¿Y la viste?” preguntó Elena incrédula, “Pues vi
algo, algo así como una silueta, sin rostro ni nada, pero aun así fue increíble”
León Faras.
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