sábado, 1 de agosto de 2020

Autopsia. Sexta parte.

XII.

 

“Cuando te llevé con Elena, lo hice por eso, necesitabas una familia” Gracia hablaba con rudeza, a veces, demasiada para su hermana, “Pero tú eres mi familia, siempre hemos estado juntas, ¿por qué no puedes quedarte?” Le respondió Clarita, preparando la tierra de una jardinera para sembrar algunas semillas de hortalizas, “Porque yo no puedo seguir aquí para siempre, debo irme, y tú debes entenderlo” Su hermana estaba sentada sobre una piedra a su lado, para Clarita, todas estas nuevas ideas de su hermana le parecían una porquería, “Entonces nos vamos juntas. Si tú te vas, yo también me voy” Afirmó decidida y fuerte, tanto que llamó la atención de Bruno, echado varios metros más allá, “¡Clara!” la regañó su hermana. Sólo ella la llamaba así, “Ya has crecido, tienes gente que se preocupa por ti y gente por quien preocuparte. Tienes que vivir tu vida” Clarita tiró con rabia su puñado de semillas, enfadada, Gracia suavizó el tono, “Así esas semillas no van a surgir” “Qué más da…” Replico la niña enfurruñada, ocultando el rostro, “Además, Elena se fue con su familia y seguro no va a querer regresar aquí. Porque ella sí tiene familia y yo sólo te tengo a ti” “Claro que va a regresar. Ella te quiere mucho también” “¿Y cuando ella regrese, tú te irás?” preguntó Clarita, limpiándose sus entierradas manos en el vestido, su hermana negó con la cabeza, “No, no lo haré todavía, pero cuando lo haga, tú deberás entenderlo” La niña volvió a coger sus semillas y esta vez las puso en orden y con suavidad sobre la tierra, “¿Estás muerta, verdad?” preguntó sin levantar la cabeza, pero mirando de reojo, su hermana asintió, “…aunque yo no me siento tan muerta” agregó, “¿Te irás con mamá?” preguntó Clarita en un tono un tanto acusador, Gracia le explicó que era allí donde debía estar, “¿La conoces…?” volvió a preguntar la niña, esta vez mirándola ansiosa, su hermana respondió que no, y Clarita le replicó de inmediato que cómo iba a saber entonces que era ella, “¡Lo sabré, y tú también! cuando llegue el momento” “A mí todo esto me parece una porquería” concluyó la niña cubriendo sus semillas una por una con el dedo y los labios anudados en una trompa de enfado. Su hermana le ofreció la mano para ponerse de pie y llevarla a un sitio.

 

Se alejaron de la casa de Tata pero no en dirección al pueblo, sino a los terrenos baldíos, donde las vacas vagaban solas en busca de hierbajos que arrancarle a la tierra, era monte, duro y arcilloso, donde muy pocas especies vegetales tenían las agallas suficientes para crecer durante los meses secos. Más allá estaba la casucha usada antiguamente por el cuidador de las vías del tren, quien ahora habitaba en una bonita casa junto a la estación. La casucha había cedido, víctima de la humedad y la pudrición de la madera, y se había acomodado de costilla contra la pared del cerro que ahora la sujetaba sin apenas inmutarse. Al descuadrarse todo, la puerta quedó atascada y algunos vidrios de las ventanas estallaron en pedazos. Se parecía a la que las niñas usaban en el campo de olivos, sólo que aquella no pasaba de ser un cuartucho grande para guardar herramientas y esta alguna vez había sido una casa cómoda y habitable. Las ventanas estaban tapiadas con tablas, pero Gracia sabía exactamente dónde estaba el hueco para entrar, oculto tras un trozo de madera que removió sin apenas esfuerzo antes de colarse dentro. Tenía fuerza para ser una muerta, pensó Clarita. “¡No, ¿qué haces? nos van a pillar!” protestó la niña, sinceramente alarmada, con un miedo genuino a ser castigada por alguien, humano o divino, su hermana la animó con la convicción propia de quien juega con ventaja, Clarita no pudo negarse, confiaba en su hermana más que en cualquier otra persona, por muy absurdas que a veces fueran sus ocurrencias. Miró en todas direcciones antes de agacharse y arrastrarse por el agujero. El sitio estaba cubierto de polvo y con los muebles rotos, pero sin duda era habitado por alguien, había dibujos por todas partes, algunos sobre papel, cualquier papel, pero la mayoría estaban hechos directamente sobre las paredes, como las pinturas rupestres de una cueva cavernícola, hechos con tintes, polvos de colores, tizas o sólo carbón de madera: caballos, conejos, árboles, bandadas de pájaros e incluso, mariposas; perros y vacas. Eran muy buenos dibujos, considerando la precariedad de los materiales, la mayoría aplicados con los dedos y otros hechos con duros trazos de roca, además, había que considerar que el artista trabajaba de memoria, guardando el modelo en sus ojos para luego traspasarlo sin dejo de duda a la pared. Aquello revelaba talento, “¿Tú has hecho todo esto?” preguntó Clarita con la boca abierta, “Sí…” le dijo su hermana con una sonrisilla cargada de sorna, para luego soltarle, como si fuese una obviedad del tamaño de una catedral, que por supuesto que no había sido ella la autora de todos esos dibujos, sino que había sido alguien más, “¿Quién…?” pregunto la niña en cuclillas y con el cuello torcido, mirando un gato que se lamía una pata, cuyo pelaje estaba hecho con carbón aguado esparcido con el dedo en trazos cortos y rápidos y con mucha habilidad. Su pregunta no obtuvo respuesta, porque pronto su hermana la guió a una pared especialmente interesante que la haría olvidarse de su pregunta y de cualquier otra, porque allí estaba ella. No era un retrato finamente ejecutado o rico en detalles pero, la esencia estaba perfectamente capturada, las proporciones eran correctas y la silueta, en todo su conjunto, era la de ella sin duda, hasta podía identificarse el vestido que llevaba. La niña estaba embobada, apenas prestó atención a su hermana cuando le dijo, “Lo siento, me hice pasar por ti.” En ese momento se oyó que alguien más llegaba, Clarita entró en pánico infantil, pero cuando quiso recurrir a su hermana en busca de alivio o protección, ésta había desaparecido. La niña no supo qué hacer, algo así nunca antes había sucedido, que su hermana la abandonara ante el peligro, los pasos se acercaban y ella no tenía escapatoria. Se apretujó contra la pared en un rincón que no ofrecía ninguna protección conteniendo el llanto para no hacer ruido cuando una mano suave y amable se posó sobre su hombro, una mano confiable, era la mano de un artista: Mateo. El muchacho parecía conocerla de antes, aunque en realidad, a quien conocía era a Gracia, quien imitaba a su hermana bastante bien cuando quería. Ella ya había estado allí antes y en una visita, él le prometió sin palabras aquel retrato, ella prometió que volvería para verlo y allí estaba. Clarita no sabía qué hacer, el chico era todo amabilidad, había traído pan dulce con nueces hecho por Guillermina, que ya lo consentía todo lo que podía, pero sólo le hablaba con señas que ella no podía descifrar, sin embargo, en ese momento ella estaba dispuesta a intentarlo. Cuando comieron, el chico le enseñó a pintar pájaros de carbón mientras ella armaba un sol con pétalos de florecillas.



León Faras.

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