martes, 4 de agosto de 2020

Autopsia. Sexta parte.

XIII.

Elena se montó de inmediato en la carreta de Tata y partió en busca del doctor Cifuentes sin demora. Encontró a Úrsula barriendo hojas fuera de la casa, ésta la saludó con alegría, pero aquella, ni siquiera se bajó de la carreta, sino que a gritos le pidió que llamara a su marido, para no preocuparla innecesariamente le explicó que se trataba de Lina. El doctor no necesitó de mucho tiempo para saber que no había nada que él pudiera hacer, “Es senilidad, Elena, el paso del tiempo es ineluctable” le dijo con su voz grave y mirándola por encima de sus grandes gafas, Tata estaba cerca, sentado de lado en una silla junto a una taza que olía a té y cedrón, por su rostro se podía ver que no le sorprendían las palabras del doctor, “Su cuerpo está cansado, ya no fabrica la cantidad de energía suficiente, esa es la mala noticia…” agregó el médico, “…la buena es que no tiene ningún dolor, no sufre, y eso siempre es algo muy bueno” Elena cogió al médico de un brazo para alejarlo un par de metros, “¿Cuánto le queda, doctor?” tenía angustia en los ojos, aún llevaba el bonito vestido con el que había llegado desde la ciudad, el doctor negó con la cabeza mientras se abotonaba las mangas de la camisa, aquello era imposible de estimar, “¿Días, horas?  Incluso podrían ser algunos meses, sólo podemos acompañarle y esperar. Volveré dentro de algunos días para ver si hay cambios” Elena debía acompañar al médico de vuelta a su casa, Clarita estaba sentada fuera, “¿Lina se va a morir?” preguntó a quemarropa, Elena se agachó frente a ella para cogerle las manos, “Ella es muy mayor y está muy cansada…” intentó explicar, “Lo sé. Estará bien allá donde vaya” le respondió la niña con extraña confianza mientras miraba al cielo, Elena se quedó admirada, se veía una niña mucho más madura de la que conoció, “Así es…” le respondió, besándola en la frente.

La segunda vez, sí que Elena bajó de su carro para saludar correctamente a Úrsula que nuevamente salía a recibirles, esta vez, con el pequeño David anclado a una de sus caderas, ésta cogió de un brazo a su amiga para no dejarla ir fácilmente y llevarla dentro a beber algo y conversar. Elena cogió al niño sobre sus rodillas mientras Úrsula preparaba la merienda, y el doctor preparaba algunos de sus cosas para ir a ver a Cipriano Monte por asuntos que nada tenían que ver con su oficio. Las mujeres hablaron primero sobre la salud de Lina, luego sobre su viaje y la situación lamentable en los barrios más pobres de la ciudad, pensó mencionar lo de la herencia que había recibido, pero un olor bastante desagradable la hizo desviarse de su discurso arrugando la nariz y levantando al niño en el aire, pues era éste quien de pronto olía fatal. Su madre lo tomó para lavarlo, pero era inevitable que Elena le ayudara, “Eres su madrina, y debes saberlo…” le dijo Úrsula, misteriosa, “…David es un niño muy especial” agregó luego, mientras liberaba al niño del montón de ataduras que sujetaban su ropa, Elena ayudaba con una sonrisa de satisfacción, a pesar de la peste que imperaba en toda la habitación, hasta que lo vio y su sonrisa se desvaneció, casi se podía decir que se sintió caer al piso. Úrsula le intentó explicar que no pasaba nada malo, que su hijo había nacido así pero que no se lo decían a la gente para no generar habladurías, sólo a los más cercanos, como ella. Elena se sintió enferma, se llevó una mano al vientre y luego la otra a la boca; miraba al niño con desprecio o miedo en los ojos, Úrsula corrió a buscarle agua con limón para reanimarla, pensando que se trataba de algo físico, tal vez algo que había comido, pero Elena sólo quería salir de allí, su estómago se le había apretado en un puño y su corazón bombeaba sangre en su garganta, aun así decía que estaba bien y que debía irse. Úrsula finalmente se lo permitió, no estaba su marido para que la examinara, después de todo, pero se quedó muy preocupada pensando que se había enfermado de pronto, tal vez de pura angustia por la salud de Lina, la angustia era capaz de envenenar los alimentos estando ya dentro del estómago, todo el mundo sabía eso, o tal vez por haber estado trabajando tantas horas entre tanta gente enferma, mientras estuvo en la ciudad, lo que no se le hubiese ocurrido jamás pensar, era que esa hubiese sido una reacción por ver el torso sin ombligo de David, pues había cosas mucho peores como para escandalizarse de esa manera por algo así. Úrsula, apenas Elena se fue montada en su coche, partió corriendo con su hijo en brazos a buscar al padre Benigno, pues no sabía dónde encontrar a su marido exactamente, pero en su casa, Guillermina le dijo que el cura estaba en la iglesia. Alcanzó a dar sólo un par de pasos antes de volver para dejarle el niño encargado a Guillermina, pues el pequeño David no debía entrar al templo. Encontró al cura trabajando en su escritorio. Elena la había dejado realmente preocupada, se veía pálida y desorientada al momento de irse, “…estaba bien, pero se sintió mal repentinamente y se fue. Temo que se haya enfermado de algo” le dijo al sacerdote, éste la tranquilizó, y le prometió ir a verla.

Elena azotó su caballo de regreso a casa pero se detuvo junto al campo de olivos y se internó en él caminando, el llanto se le escapaba por los ojos y el estómago le dolía como si se hubiese tragado un cardo. No quería llegar así a su casa. Ese niño era su hijo, ya no había duda, tenía su marca, la ausencia de ombligo, la desconexión con la madre, aunque había salido del vientre de Úrsula, ella no lo había engendrado. Elena cayó de rodillas al suelo para vomitar jugos gástricos y saliva por un incontenible asco. Lo recordaba todo: cuando sedujo a su padre, mientras éste estaba medio borracho con coñac sentado hasta tarde en su escritorio, cuando metió la mano por un pequeño agujero en la pared que ella conocía para obtener su cajita donde escondía una vieja llave, y así meterse a la cama del doctor Cifuentes durante la noche de san Lorenzo, o cuando expulsó de su interior un recién nacido dentro de un agujero en la tierra que se abría y se cerraba como si fuese una boca, como si estuviese vivo, y también lo innegables que le sonaban ahora las palabras de Clodomiro cuando le decía que David era idéntico a Diana. En verdad lo es. Lloraba agobiada por recuerdos que no podía conectar, que no comprendía, que no sabía si eran reales o el principio de un estado de locura, desafortunadamente habitual en su familia. Se oscurecía, bajo los árboles siempre anochece antes y ella tuvo la sensación de no querer volver a salir nunca más de ese olivar.

Clarita aún estaba afuera cuando vio que el caballo de Tata regresaba solo, tirando por su propia cuenta de la carreta vacía de vuelta a casa. Sólo Gracia estaba junto a ella.


León Faras.

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