jueves, 31 de octubre de 2019

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.


XXVIII.

Primero fue legítima incredulidad, como si el tipo hubiese estado actuando y las ratas estaban hechas en realidad, de jengibre o chocolate, pero nada eso sonaba menos absurdo. Luego fue aceptar un poco de la realidad y finalmente debió tragarse la cruda, dura y espinosa verdad, como una rata viva. Vicente se restregó la cara largamente sin poder digerir lo que le decía su hermano sobre el Diego Perdiguero que había visto en el circo, era imposible que pudiera suceder algo así, “¿Y si fue drogado con alguna sustancia?... ya sabes, de esas que hacen los brujos en las selvas…” sugirió Damián, muy serio. Su hermano lo miró un poco raro, pero la verdad era que en ese momento, podía esperarse cualquier cosa, incluso que el propio Cornelio Morris fuese un brujo vudú o algo peor. Habían buscado un sitio donde pasar la noche, no había hoteles en Sotosierra, pero sí había buenas personas dispuestas a arrendarles un cuarto a un par de forasteros. El asunto de las fotografías había pasado a un segundo plano para ellos, ahora, lo que realmente importaba era averiguar qué estaba pasando y cómo era que su amigo Perdiguero había terminado convertido en un “Hombre de las Cavernas de no sé dónde…” y ojala poder ayudarlo, antes de que el circo desapareciera de nuevo o de ser descubierto por Cornelio Morris.

Un nuevo día con el circo estancado y Cornelio Morris comenzaba a desesperarse, la ilusión del circo se mantenía con movimiento, las energías debían renovarse, las criaturas que lo acompañaban y obraban en su favor, ya comenzaban a quejarse durante toda la noche, y los lamentos y alaridos parecían venir de una cámara de torturas instalada en el mismísimo infierno. Eso le ponía los nervios de punta a cualquiera. A primera hora pasó a ver a sus tres trabajadores desmejorados, “Mañana…” fue todo lo que Eusebio le respondió, su hermano necesitaba por lo menos un día más de descanso antes de sentarse ante el volante de un camión, “Yo puedo hacerlo. Eugenio y Eusebio me han estado enseñando y dicen que lo hago muy bien, ¿Verdad?” Sofía estaba en el otro extremo, junto a Horacio, quien estaba sentado en su cama. Eusebio sólo le sonrió a la niña, aprobando que ella había mejorado mucho en el manejo de camiones, pero luego se le quedó mirando muy serio a Cornelio Morris, sólo él y los mellizos sabían lo que era llevar a alguien con ellos cuando detenían el tiempo. Cornelio también hizo un esfuerzo por sonreírle a la niña, “Ya veremos mañana, ¿Sí?” Le echó un vistazo con desagrado a Román Ibáñez que aún dormía y luego le dijo a Von Hagen que quería verlo en su oficina. Horacio llegó hasta allá tan rápido como pudo, aunque eso significaba arrastrar los pies a cada paso, aún se sentía débil, soñoliento y a ratos mareado, pero no quería seguir cabreando a su jefe, sabía perfectamente que al darle de su sangre al Curandero, había cruzado una línea y ahora debía responder por eso. Horacio no se sentó en la silla que le ofreció Cornelio, más bien se dejó caer en ella, éste lo miraba analizando si tenía recuperada su autoridad sobre él o debía recuperarla de otra manera, finalmente decidió que el acto de rebeldía de Von Hagen, había sido sólo un impulso fruto de su estupidez, pero que debería ser corregido de todas formas. Cornelio abrió su cajón y extrajo de allí su precioso revólver Colt 45 y lo puso sobre la mesa. En el cuerpo de Horacio se percibió un escalofrío, “Tú eres de los más antiguos aquí, ¿verdad? Puedes decir a cuántos hombres he matado yo…” Cornelio aguardó algunos segundos pero no aguardó una respuesta, “…a ninguno, porque no puedo, mis empleados y yo tenemos un contrato y yo soy el primero en respetar ese contrato ¿Recuerdas al bueno de Charlie Conde? él era tu amigo, ¿no? Pues fue ese miserable de Román Ibáñez quien lo mató, no yo, por eso lo encerré con Mustafá todo ese tiempo, además de todas las veces que me desafiaba. Yo le di una salida a ese enano…” Cornelio elevó levemente su revólver y volvió a golpear la mesa con él, “…una bala. Si estaba tan cansado del circo y de todos, yo le ofrecí esa salida, podía haberla usado contra mí, aunque yo esperaba que la hubiese usado en él mismo, pero lo que hizo, fue dispararle en el pecho a Charlie Conde que sólo observaba la escena sin participar de ella, sin ninguna razón, sólo por fastidiarme. Mató a un hombre inocente, sólo por llevarme la contraria…” Horacio escuchaba en completo silencio, tratando de imaginar la escena de Román matando a Conde, pero no podía creerlo. Es jodido sentirse un idiota, pero más jodido es sentirse un ingenuo. Cornelio continuó, “Ahora te daré una salida a ti…” Horacio le echó un vistazo al arma e inmediatamente volvió la vista a los poderosos ojos de su jefe, “…si tienes valor para desobedecer una orden, tendrás valor para hacer esto también” Cornelio le dio unos segundos a Horacio para que sacara sus propias conclusiones, éste miró el arma y luego el interior de su mente, “¿Me darás una bala ahora a mí, para que me mate… por haber ayudado a Eugenio?” Cornelio sonrió divertido, “…tranquilo Horacio, tu muerte a mí no me vale para nada. Hay algo que tu quieres más que nada, más que tu vida, me atrevería a decir, y yo puedo dártelo…”, Cornelio metió la mano al mismo cajón donde estaba el arma y extrajo una hoja de papel, un contrato, el contrato de Lidia. “Deshazte del enano y yo liberaré a Lidia… puedo hacerlo, ya no es la atracción más valiosa del circo que solía ser” Casi impulsivamente Horacio preguntó si para ello, ella debía morir, Cornelio ahora sonreía maravillado, “Entonces, ¿Piensas hacerlo?” Horacio apretó los labios y procuró mirar a otra parte. No pensaba con claridad. “La liberaré sin ningún rasguño. Te lo prometo” Von Hagen negó con la cabeza, “No lo sé, no puedo…” Su jefe encendió un cigarro y se acomodó en su silla, “Sé que estás confundido, puedes pensártelo un par de días, mientras recuperas tus fuerzas, pero si hablas de esto con alguien, las condiciones de lo que hemos hablado ahora, cambiarán, ¿Lo has entendido?” Cornelio lo miró amenazante apuntándolo con la mano en la que tenía el cigarro. Horacio asintió sin devolverle la mirada. En ese momento le faltaba más sangre que nunca. Cuando Horacio se fue, entró Beatriz moviéndose como una serpiente por los rincones, “¿No se te ha ocurrido nadie mejor que Horacio para eso?” Cornelio guardaba su arma y el contrato en el cajón de su escritorio, “¿Prefieres hacerlo tú?” Ni siquiera la miró para responderle. Ella no dijo nada. Se sirvió un vaso de licor y le sirvió uno a él, “No creo que Horacio haga mucho, pero si lo hace ¿De verdad piensas liberar a Lidia…?” Insistió la mujer. A Cornelio le caía muy mal que cuestionaran sus decisiones, incluso si lo hacía Beatriz, sobre todo si lo hacía Beatriz, “¿Y eso a ti por qué te importa?” Beatriz se hizo la ofendida, se acomodó en el mismo asiento en el que antes estaba Horacio, con su vaso en la mano, “Es mi hermana, por supuesto que me importa” Besó su licor. “Te importa porque tú la pusiste ahí. Cuidado Beatriz, no hay arrepentimiento sin culpa y la culpa pone en duda las lealtades…” “Yo no me arrepiento de nada” Respondió la mujer, segura. Cornelio se sentó en una silla a su lado para ver de cerca sus ojos, para ella, como para cualquiera, era sumamente incómodo mantener su mirada “Tu convicción es frágil, en el fondo sabes que ella no te ha hecho nada malo, es más, ella siempre te admiró, que fueron sus padres quienes las separaron y que es por su culpa que la odias a ella, ¿Ves por qué no es bueno que te metas en mis asuntos?” se puso de pie, cogió su sombrero y su abrigo y agregó “Mejor preocúpate de Sofía, que para eso estás aquí, y de que tu querido Eugenio Monje se recupere pronto, porque necesitamos mover el circo de este lugar ¡Ya!” Luego se fue dejando su vaso de licor intacto.



León faras.

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