XXXIX.
“Amanecerá
pronto… para entonces, la lluvia habrá parado” dijo Prato, escudriñando el
cielo, luego señaló una dirección con el dedo, “…hacia allí está el Decapitado.
Sólo déjense llevar por el rio hasta que lo vean y entonces podrán acercarse a
pie” Cransi estaba sentado en un extremo del bote con un remo en la mano, para
poder orillar cuando fuera necesario, mientras los gemelos Éger y Egan estaban
acomodados en la otra punta. Garma se había quedado por decisión propia como
guerrero en la Rueda, era un trato justo por la liberación de la mayoría. No es
que hubiesen estado presos, pero de haber querido, Cegarra los hubiese podido
mantener retenidos a todos. La correntada y la lluvia eran fuertes hasta ese
momento, y el bote, como la mentira, costaba trabajo mantenerlo a flote, Éger
lo protegía con su pequeño escudo rimoriano, pero de tanto en tanto su hermano
debía lanzar agua afuera con las manos, mientras Cransi luchaba por no alejarse
demasiado de la orilla y acercarse a la parte más peligrosa del rio. Pronto
pudieron distinguir en la oscuridad la figura del otero de Cízarin, “El
Decapitado”, y se acercaron a la orilla para aferrarse a los matorrales lo
suficiente como para no seguir arrastrados por la corriente. Egan subió a
tierra para tirar de la cuerda del bote mientras los demás también bajaban, en
ese momento, y de forma absolutamente providencial, Cransi vio la figura de un
hombre aferrado a la orilla con un sólo brazo mientras la mitad de su cuerpo
aún permanecía en el agua, parecía muerto o tal vez sólo muy agotado. Debía ser
Cherman, era un inmortal, por supuesto que debía haber sobrevivido al gigante
de Jazzabar y a la caída en el río, pero al llegar junto a él, se dieron cuenta
rápidamente de que no era Cherman, ni siquiera era un rimoriano, era un soldado
de Cízarin con el brazo roto, probablemente había sido arrastrado por los
desagües de la ciudad y luego hasta allí por el rio de vuelta. De seguro había
logrado sujetarse de algo en todo ese trayecto, porque estaba vivo. Tal vez
otro lo hubiese matado sin pensárselo demasiado o simplemente lo hubiese dejado
a su suerte, pero no ellos, para ellos, un enemigo era el que blandía un arma
durante el combate, aquel no era más que un hombre como cualquiera, que había
tenido un mal día. Los muchachos lo ayudaron a salir del agua y Cransi se lo
subió sobre el hombro para acercarlo a la ciudad, encontraron un establo donde
algunos caballos se resguardaban de la lluvia, no había gente cerca, así que lo
dejaron allí y se fueron. No había mucho más que pudieran hacer por él. Ellos
nunca lo supieron, pero el hombre que acababan de encontrar, era Rianzo, el
hermano de Siandro, rey de Cízarin.
Nazli
corría y recorría incontables callejuelas y callejones pero no avanzaba ni
medio metro, tampoco podía encontrar a ninguno de sus camaradas, como si de
pronto la guerra se hubiese acabado o se hubiese trasladado a otra parte y ella
era la última en enterarse. Sólo el aguacero permanecía incesante, lo que había
sido de gran ayuda para una ciudad que con seguridad hubiese ardido hasta los
cimientos de no ser por la lluvia enviada por los dioses que aún amaban a
Cízarin. No podía evitar pensar en Gabos y en qué suerte había corrido, era
viejo, pero muy hábil, sin embargo le faltaba una mano y aunque era un
inmortal, si le cortaban la cabeza, no se le regeneraría, eso ya todos los
inmortales de Rimos lo habían comenzado a entender. Esperaba que estuviera
bien, aunque con mucha seguridad no sería así. En la gran mayoría de la ciudad,
la oscuridad era total y obligaba a la muchacha a girar y buscar otros caminos,
hasta que por fin dio con un lugar con la luz y la claridad de varios fuegos
encendidos y las voces de numerosas mujeres ajetreadas, un sonido familiar para
Nazli, que además de ser soldado, también era mujer: aquello era un sitio
improvisado para atender a los numerosos heridos que engendraba una batalla
como esta. En ese momento, una chica joven y bonita pasó corriendo junto a ella
empapada de pies a cabeza, parecía embarazada, “Vamos, no te quedes ahí, ¡Entra!”
Nazli, quien ya no tenía armas ni armaduras, salvo por el cuchillo que le
habían dado, calada hasta los huesos y apenas cubierta por una manta, hace rato
que no tenía el aspecto de un soldado, ni siquiera el de alguien peligroso,
siguió a la chica embarazada. El lugar, era una gran casona de dos plantas con
parte de su estructura destruida por el fuego, aunque con el techo en buen
estado, todavía. Estaba lleno de hombres heridos, tanto soldados como civiles,
y de mujeres que trabajaban afanosamente en aliviarles con lo que podían y con
lo que tenían. La chica que llegaba, era Arlín, y no estaba embarazada, traía bajo
su ropa una bola de telas para usarlas como vendajes y amarres, presentó a
Nazli a Aida, la dueña del lugar y madre de Nila, quien recibía las telas en
ese momento, pronto se daría cuenta de que Nazli sabía muy bien cómo lidiar con
las heridas en batalla. La chica conocía las hierbas que se usaban para
emplastes, entablillar huesos rotos, coser heridas e incluso manejaba las
brutales cauterizaciones, pues siendo soldado, todo aquello lo había visto y
vivido desde siempre. Arlín se dedicó sólo a ayudarle, pues ésta no hacía más
que agobiarse ante la más pequeña de las heridas que ella veía como un
obstáculo insalvable. Ayudar al “enemigo” no era lo que Nazli tenía en mente,
pero no podía evitar sentir empatía, lo que no podía ignorar, era el hecho de
ser descubierta por sus camaradas, por lo que debería mantener la cabeza gacha
y largarse de allí lo antes posible, “Tú eres de Rimos, ¿Verdad?” Arlín
descubrió en ella, la única prenda que aún la delataba, su cinturón con el
clásico diseño de enredaderas y espinas, “Yo también… huí de ese triste y sucio
lugar cuando tenía catorce años… nunca regresé y no pienso hacerlo…” Pronto
apareció un hombre con un joven soldado al hombro, el muchacho se quejaba
aparatosamente, con seguridad era su primera herida de gravedad en batalla y
como todos los novatos, pensaba que se iba a morir irremediablemente, al verlo,
Nazli se llevó dos sorpresas: la primera era que la herida no era tan grave
como parecía, sólo traía una flecha clavada en el culo, algo mucho más común de
lo que se podía pensar, una flecha Cizariana, por cierto. La segunda fue que
conocía a aquel chico, era Váspoli, el auto-nombrado líder de “Los
Machacadores” El chico de los incisivos enormes al que había enfrentado para
liberar a Gabos, allí estaba, tendido bocabajo frente a ella gimoteando como si
trajera una pierna rota, aunque todo ese amago de llanto se apagó súbitamente
en cuanto reconoció a Nazli.
Aquella
era la última persona a la que Váspoli esperaba encontrar allí, y era el colmo
que de todas las chicas que había, justo le debía tocar Nazli. Ésta era una
chica atractiva, eso no se podía negar, pero ya lo había humillado dos veces
aquel día y eso le quitaba todo el atractivo para él. Además, había liberado a
un enemigo, “Si lo hubieses conocido un poco, como yo, tú también lo hubieses
hecho…” respondió la chica, conciliadora, “Yo jamás ayudaría a un enemigo… ¡Eh,
cuidado con eso!”Protestó el muchacho, alarmado, al ver a Nazli rasgándole la
ropa con un cuchillo afilado y enorme “No te muevas…” advirtió la muchacha, muy
seria, y agregó, “Los amigos y los enemigos los elige el tiempo, no uno. No
deberías tomártelo tan en serio…” El muchacho la miró hacia atrás enseñándole
aún más sus incisivos, en señal de no haber entendido mucho el comentario,
Nazli agarraba con una mano el astil de la flecha y con la otra le presionaba
la nalga al muchacho, “Un enemigo hoy, puede ser tu amigo mañana… Muerde algo…”
Le alcanzó a aconsejar antes de tirar de la flecha con fuerza y precisión hasta
retirarla, Váspoli no alcanzó a morder nada, apenas alcanzó a apretar los
dientes y tensar los músculos resistiéndose a gritar de la forma más estoica
que pudo, Arlín sólo observaba con cara de afligida y mordiéndose una uña,
“¿Tienes hierba del Soldado?” preguntó Nazli, y la chica asintiendo, sin
quitarse la uña de la boca, partió a buscar algunas hojas, luego Nazli se las
metió en la boca. Tanto Arlín, como Váspoli, la miraron como a una loca que no
tiene idea de lo que está haciendo. Nazli escupió una pasta ensalivada de hojas
molidas y se las puso al chico en el trasero, justo sobre la herida, la cubrió con
una hoja completa y cogiendo la mano del chico con rudeza, la puso sobre todo, “Presiona”
La cara de Váspoli y de Arlín, ahora eran de asco, “Eso te ayudará a cicatrizar.
Tuviste suerte, he visto hombres que con una sola flecha, como la tuya o una tonta caída, han dejado
de caminar para siempre” comentó Nazli poniéndose de pie para irse, Váspoli, con
su mano presionándose el trasero, protestó, “¡Oye, me vas a dejar así!” pero Nazli
ya se iba y Arlín a su lado, encantadora, no sabía más que sonreír y encogerse de
hombros, siempre con la uña entre los dientes.
Luego
de un rato, mientras Nazli atendía a otro hombre con un feo golpe en la cabeza,
Váspoli se acercó a ella cojeando un poco, con una mano sujetándose el pantalón
roto y la otra aún sobre su trasero. Tenía el aspecto de un perro arrepentido,
“Oye… el viejo ese, tu amigo, hasta donde yo pude ver, no habían podido con él…
no sé qué pasó después…” Nazli lo miró largamente, ya no le caía tan mal ese
chico, “Gracias…” le respondió, e iba a seguir con su trabajo, pero algo llamó su
atención, el chico llevaba al cinto un bonito puñal claramente rimoriano, y no sólo
eso, era un puñal que sin duda pertenecía al rey Nivardo. La chica le preguntó de
dónde lo había sacado y el chico respondió sin problemas que se lo había quitado
a un cuerpo al que le habían reventado la cabeza antes. Aquello significaba que
el rey de Rimos estaba muerto.
León Faras.
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