viernes, 25 de octubre de 2019

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.


XXXIX.

“Amanecerá pronto… para entonces, la lluvia habrá parado” dijo Prato, escudriñando el cielo, luego señaló una dirección con el dedo, “…hacia allí está el Decapitado. Sólo déjense llevar por el rio hasta que lo vean y entonces podrán acercarse a pie” Cransi estaba sentado en un extremo del bote con un remo en la mano, para poder orillar cuando fuera necesario, mientras los gemelos Éger y Egan estaban acomodados en la otra punta. Garma se había quedado por decisión propia como guerrero en la Rueda, era un trato justo por la liberación de la mayoría. No es que hubiesen estado presos, pero de haber querido, Cegarra los hubiese podido mantener retenidos a todos. La correntada y la lluvia eran fuertes hasta ese momento, y el bote, como la mentira, costaba trabajo mantenerlo a flote, Éger lo protegía con su pequeño escudo rimoriano, pero de tanto en tanto su hermano debía lanzar agua afuera con las manos, mientras Cransi luchaba por no alejarse demasiado de la orilla y acercarse a la parte más peligrosa del rio. Pronto pudieron distinguir en la oscuridad la figura del otero de Cízarin, “El Decapitado”, y se acercaron a la orilla para aferrarse a los matorrales lo suficiente como para no seguir arrastrados por la corriente. Egan subió a tierra para tirar de la cuerda del bote mientras los demás también bajaban, en ese momento, y de forma absolutamente providencial, Cransi vio la figura de un hombre aferrado a la orilla con un sólo brazo mientras la mitad de su cuerpo aún permanecía en el agua, parecía muerto o tal vez sólo muy agotado. Debía ser Cherman, era un inmortal, por supuesto que debía haber sobrevivido al gigante de Jazzabar y a la caída en el río, pero al llegar junto a él, se dieron cuenta rápidamente de que no era Cherman, ni siquiera era un rimoriano, era un soldado de Cízarin con el brazo roto, probablemente había sido arrastrado por los desagües de la ciudad y luego hasta allí por el rio de vuelta. De seguro había logrado sujetarse de algo en todo ese trayecto, porque estaba vivo. Tal vez otro lo hubiese matado sin pensárselo demasiado o simplemente lo hubiese dejado a su suerte, pero no ellos, para ellos, un enemigo era el que blandía un arma durante el combate, aquel no era más que un hombre como cualquiera, que había tenido un mal día. Los muchachos lo ayudaron a salir del agua y Cransi se lo subió sobre el hombro para acercarlo a la ciudad, encontraron un establo donde algunos caballos se resguardaban de la lluvia, no había gente cerca, así que lo dejaron allí y se fueron. No había mucho más que pudieran hacer por él. Ellos nunca lo supieron, pero el hombre que acababan de encontrar, era Rianzo, el hermano de Siandro, rey de Cízarin.

Nazli corría y recorría incontables callejuelas y callejones pero no avanzaba ni medio metro, tampoco podía encontrar a ninguno de sus camaradas, como si de pronto la guerra se hubiese acabado o se hubiese trasladado a otra parte y ella era la última en enterarse. Sólo el aguacero permanecía incesante, lo que había sido de gran ayuda para una ciudad que con seguridad hubiese ardido hasta los cimientos de no ser por la lluvia enviada por los dioses que aún amaban a Cízarin. No podía evitar pensar en Gabos y en qué suerte había corrido, era viejo, pero muy hábil, sin embargo le faltaba una mano y aunque era un inmortal, si le cortaban la cabeza, no se le regeneraría, eso ya todos los inmortales de Rimos lo habían comenzado a entender. Esperaba que estuviera bien, aunque con mucha seguridad no sería así. En la gran mayoría de la ciudad, la oscuridad era total y obligaba a la muchacha a girar y buscar otros caminos, hasta que por fin dio con un lugar con la luz y la claridad de varios fuegos encendidos y las voces de numerosas mujeres ajetreadas, un sonido familiar para Nazli, que además de ser soldado, también era mujer: aquello era un sitio improvisado para atender a los numerosos heridos que engendraba una batalla como esta. En ese momento, una chica joven y bonita pasó corriendo junto a ella empapada de pies a cabeza, parecía embarazada, “Vamos, no te quedes ahí, ¡Entra!” Nazli, quien ya no tenía armas ni armaduras, salvo por el cuchillo que le habían dado, calada hasta los huesos y apenas cubierta por una manta, hace rato que no tenía el aspecto de un soldado, ni siquiera el de alguien peligroso, siguió a la chica embarazada. El lugar, era una gran casona de dos plantas con parte de su estructura destruida por el fuego, aunque con el techo en buen estado, todavía. Estaba lleno de hombres heridos, tanto soldados como civiles, y de mujeres que trabajaban afanosamente en aliviarles con lo que podían y con lo que tenían. La chica que llegaba, era Arlín, y no estaba embarazada, traía bajo su ropa una bola de telas para usarlas como vendajes y amarres, presentó a Nazli a Aida, la dueña del lugar y madre de Nila, quien recibía las telas en ese momento, pronto se daría cuenta de que Nazli sabía muy bien cómo lidiar con las heridas en batalla. La chica conocía las hierbas que se usaban para emplastes, entablillar huesos rotos, coser heridas e incluso manejaba las brutales cauterizaciones, pues siendo soldado, todo aquello lo había visto y vivido desde siempre. Arlín se dedicó sólo a ayudarle, pues ésta no hacía más que agobiarse ante la más pequeña de las heridas que ella veía como un obstáculo insalvable. Ayudar al “enemigo” no era lo que Nazli tenía en mente, pero no podía evitar sentir empatía, lo que no podía ignorar, era el hecho de ser descubierta por sus camaradas, por lo que debería mantener la cabeza gacha y largarse de allí lo antes posible, “Tú eres de Rimos, ¿Verdad?” Arlín descubrió en ella, la única prenda que aún la delataba, su cinturón con el clásico diseño de enredaderas y espinas, “Yo también… huí de ese triste y sucio lugar cuando tenía catorce años… nunca regresé y no pienso hacerlo…” Pronto apareció un hombre con un joven soldado al hombro, el muchacho se quejaba aparatosamente, con seguridad era su primera herida de gravedad en batalla y como todos los novatos, pensaba que se iba a morir irremediablemente, al verlo, Nazli se llevó dos sorpresas: la primera era que la herida no era tan grave como parecía, sólo traía una flecha clavada en el culo, algo mucho más común de lo que se podía pensar, una flecha Cizariana, por cierto. La segunda fue que conocía a aquel chico, era Váspoli, el auto-nombrado líder de “Los Machacadores” El chico de los incisivos enormes al que había enfrentado para liberar a Gabos, allí estaba, tendido bocabajo frente a ella gimoteando como si trajera una pierna rota, aunque todo ese amago de llanto se apagó súbitamente en cuanto reconoció a Nazli.


Aquella era la última persona a la que Váspoli esperaba encontrar allí, y era el colmo que de todas las chicas que había, justo le debía tocar Nazli. Ésta era una chica atractiva, eso no se podía negar, pero ya lo había humillado dos veces aquel día y eso le quitaba todo el atractivo para él. Además, había liberado a un enemigo, “Si lo hubieses conocido un poco, como yo, tú también lo hubieses hecho…” respondió la chica, conciliadora, “Yo jamás ayudaría a un enemigo… ¡Eh, cuidado con eso!”Protestó el muchacho, alarmado, al ver a Nazli rasgándole la ropa con un cuchillo afilado y enorme “No te muevas…” advirtió la muchacha, muy seria, y agregó, “Los amigos y los enemigos los elige el tiempo, no uno. No deberías tomártelo tan en serio…” El muchacho la miró hacia atrás enseñándole aún más sus incisivos, en señal de no haber entendido mucho el comentario, Nazli agarraba con una mano el astil de la flecha y con la otra le presionaba la nalga al muchacho, “Un enemigo hoy, puede ser tu amigo mañana… Muerde algo…” Le alcanzó a aconsejar antes de tirar de la flecha con fuerza y precisión hasta retirarla, Váspoli no alcanzó a morder nada, apenas alcanzó a apretar los dientes y tensar los músculos resistiéndose a gritar de la forma más estoica que pudo, Arlín sólo observaba con cara de afligida y mordiéndose una uña, “¿Tienes hierba del Soldado?” preguntó Nazli, y la chica asintiendo, sin quitarse la uña de la boca, partió a buscar algunas hojas, luego Nazli se las metió en la boca. Tanto Arlín, como Váspoli, la miraron como a una loca que no tiene idea de lo que está haciendo. Nazli escupió una pasta ensalivada de hojas molidas y se las puso al chico en el trasero, justo sobre la herida, la cubrió con una hoja completa y cogiendo la mano del chico con rudeza, la puso sobre todo, “Presiona” La cara de Váspoli y de Arlín, ahora eran de asco, “Eso te ayudará a cicatrizar. Tuviste suerte, he visto hombres que con una sola flecha, como la tuya o una tonta caída, han dejado de caminar para siempre” comentó Nazli poniéndose de pie para irse, Váspoli, con su mano presionándose el trasero, protestó, “¡Oye, me vas a dejar así!” pero Nazli ya se iba y Arlín a su lado, encantadora, no sabía más que sonreír y encogerse de hombros, siempre con la uña entre los dientes.


Luego de un rato, mientras Nazli atendía a otro hombre con un feo golpe en la cabeza, Váspoli se acercó a ella cojeando un poco, con una mano sujetándose el pantalón roto y la otra aún sobre su trasero. Tenía el aspecto de un perro arrepentido, “Oye… el viejo ese, tu amigo, hasta donde yo pude ver, no habían podido con él… no sé qué pasó después…” Nazli lo miró largamente, ya no le caía tan mal ese chico, “Gracias…” le respondió, e iba a seguir con su trabajo, pero algo llamó su atención, el chico llevaba al cinto un bonito puñal claramente rimoriano, y no sólo eso, era un puñal que sin duda pertenecía al rey Nivardo. La chica le preguntó de dónde lo había sacado y el chico respondió sin problemas que se lo había quitado a un cuerpo al que le habían reventado la cabeza antes. Aquello significaba que el rey de Rimos estaba muerto.


León Faras.

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