miércoles, 6 de noviembre de 2019

Autopsia. Tercera parte.


VII.

La fiesta de San Lorenzo mártir, era todo un acontecimiento en el pueblo y sus alrededores, pues éste era el santo patrono de su parroquia. Se hacía una procesión con rezos, plegarias y cantos que el padre Benigno encabezaba siempre y sin excepción, rogando al santo que ayudara a su pueblo en la rectitud de su espíritu y la salvación de sus almas, aunque también se discutían en estos sucesos, asuntos más mundanos, como la prosperidad en los campos o las lluvias en años particularmente secos. Todo el pueblo participaba de la marcha, salvo aquellos a quienes les tocaba la preparación del festín que se hacía en honor al santo, sin embargo, no se encendía ni un solo leño para asar la carne, hasta que San Lorenzo volvía a su lugar dentro de la iglesia, pues la mayoría era gente muy creyente, pero supersticiosa y desde que se habían enterado del terrible martirio que el santo había soportado antes de morir, siendo quemado vivo, concretamente, sobre una parrilla, temían ofenderlo de tal manera, que éste les enviara algún tipo de calamidad, de las que suelen enviar los santos cuando se ofenden. El padre Benigno, a pesar de la puñalada en su costado, encabezó la procesión como siempre, cargando en alto la cruz de madera tras el santo, que era llevado sobre los hombros en actitud de estar viendo algo importante en el cielo. La herida del sacerdote ya había dejado de ser noticia en el pueblo, y aunque en un principio le había parecido una pésima idea, finalmente aceptó la sugerencia de Guillermina de difundir el rumor de que todo no había sido más que un accidente, producido por una tonta caída y de esa manera acabar con la creencia de que el cura era un santo que recibía los estigmas de Cristo, como más de alguno ya andaba pregonando por ahí, para su sorpresa, la mujer lo había hecho bastante bien, llegando incluso a tratar de “Tontas” a varias de sus amigas y otras no tanto, por andar creyendo en “supersticiones que no son verdad.” Llegado el momento de la comida, el padre Benigno se plantaba allí, con las manos atrás, recto como un alerce, rechazando todo lo que le ofrecían, pues era un conocido enemigo de los excesos y ver tantas palanganas con carne, papas cocidas y garrafas de vino, le hacía un nudo en las tripas que le era imposible de aflojar, como un empacho por los ojos, además de que obligaba a sus feligreses a moderarse y controlar sus ansias ante tanta tentación culinaria. Guillermina lo imitaba, parada también, de brazos cruzados, mirando casi con desprecio como se atiborraban los mesones con comida, cosa que a ella le encantaba, la multitud reunida en tormo a una buena mesa y un ambiente festivo, pero frente al sacerdote era capaz de disimularlo o hasta negarlo descaradamente. Todo el mundo se reunía allí, empleados y patrones; letrados y analfabetos, todos reunidos allí para compartir una apetecible comilona y la fe en Cristo. Allí estaba el doctor Cifuentes, parado junto a Guillermina, quien observaba todo con recelo, como buscando puntos débiles en las personas de los que aprovecharse después, llegado el momento. También estaba muy cerca Úrsula acompañada de sus padres e incluso Lina y el viejo Tata habían dejado sus ovejas y sus perros para asistir a lo que era, uno de los eventos más importantes del año en la comunidad, Clarita los acompañaba, pero no Gracia, para ella, al parecer todo aquello se le hacía molesto y desagradable. Una vez que ya estaba todo listo, el cura daba su pequeño discurso, para recordarle a todo el mundo el porqué estaban reunidos allí, que a Dios y los santos por supuesto que les gustaban las comidas, las reuniones y los ambientes festivos, mientras se mantuvieran con comedimiento y sobriedad, y no desembocara todo en una bacanal de los que acabaron por condenar a Sodoma y Gomorra. Dos o tres mujeres se santiguaron en ese momento, que Guillermina las captó de reojo. Luego el padre Benigno procedía a bendecir la comida y el vino, dar las gracias a Dios y a San Lorenzo por todo ello y con un vaso de vino que le alcanzaban, un vaso que el cura era capaz de mantener intacto en su mano durante horas, hacía el primer brindis y la fiesta comenzaba.


Lo que sucedió aquella noche, nadie lo comprendió muy bien, salvo quizá por un viejo médico que se encontraba en prisión en ese momento. Úrsula se sintió un poco mal, nada grave, sólo un mareo producto tal vez del vaso de vino dulce que había tomado, era una chica sin la costumbre de beber alcohol y que venía saliendo de un periodo de grave estrés físico y emocional del que quizá su cuerpo no se había recuperado del todo. El doctor Cifuentes la examinó en su casa y luego regresó al festejo para decirle a Ismael que Úrsula, acompañada de su madre, pasarían la noche en su casa, pues le había dado un relajante a la muchacha para que descansara, pero que a su juicio, no había nada de qué preocuparse. Todos sabían que el doctor Cifuentes no era un gran bebedor, y que además, debido a su obligación como médico, no podía darse la licencia de no estar en condiciones de atender a cualquiera que lo requiriera. Por lo tanto aquella noche se fue a la cama en perfecto estado, habiéndose bebido no más que un par de vasos de vino junto con la comida. Sin embargo, una vez en la cama, lo invadió un aturdimiento que luego calificaría de anormal, aunque lo podía explicar con las escasas horas de sueño que últimamente se había dado. Se durmió profundamente, pero luego fue despertado, en completa oscuridad, apenas interrumpida por la claridad de la luna a través de las cortinas, y sin sus gafas puestas, por unas manos suaves que le acariciaban el pecho y unos labios húmedos y tibios que hurgueteaban en su cuello, sumado a un cabello sedoso que olía a aceite de romero y flores; un cuerpo femenino tan suave como firme y caliente, al que llamó Úrsula varias veces y que le hizo el amor en la oscuridad sin decir palabra y de la forma más pecaminosa que el doctor se podía imaginar, para la concepción del sexo que le había sido inculcada tanto por su familia y sus valores, como en su formación profesional, pero indescriptiblemente placentera hasta extasiarlo y extenuarlo, de tal manera, que volvió a dormirse profundamente sin siquiera intentar evitarlo. Aún era de noche cuando volvió a despertar, esta vez sin que nada ni nadie hubiese interrumpido su sueño, el cuarto aún olía a flores y romero, encendió la vela, estaba completamente solo, sudado y con el pecho desnudo, pero también, terriblemente desconcertado. Tenía la garganta seca como un corcho y debió levantarse por agua a la cocina, ya no estaba seguro si toda la casa olía a flores y romero o sólo él. Se atrevió a espiar en el cuarto de Úrsula, ella y su madre dormían, no sabía qué pensar, aquello no podía haber sido un sueño, pero de ser real, había sido la experiencia más confusa que le había tocado vivir. A la mañana siguiente, cuando despertó, Úrsula se veía completamente repuesta de su leve malestar anterior, ella junto a su madre le habían preparado el desayuno, tenían la intención de pasar aquel día juntas y volver al trabajo al día siguiente y el doctor no se negó. Todo estaba como si nada, la chica se veía igual que siempre, o tal vez disimulaba muy bien delante de su madre. Realmente no sabía qué pensar. Era difícil de creer, pero tal vez había sido un extraño sueño después de todo. 


León Faras.,

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