sábado, 23 de noviembre de 2019

Autopsia. Tercera parte.


X.

El motivo principal de llevarse a Úrsula a su casa ese día, era mostrarle lo bien que había quedado su habitación luego de la limpieza y reparación que se le había hecho. Las paredes estaban limpias y pintadas de blanco y la mayoría de sus muebles habían regresado a la vida, gracias a las habilidades carpinteras de Ismael, quien, con algo de pegamento y algunos tarugos de madera, los había dejado en condiciones de ser utilizados por un buen tiempo más. También la puerta había debido ser reparada en las bisagras y los pestillos que habían terminado reventados de sus asideros. Con respecto a la cruz de madera empotrada en la pared, había sido cubierta con una capa de barro, luego pintaron la pared con cal y pusieron allí una imagen de la virgen de Lourdes. No se lo dijeron a Úrsula, pero aquel día, mientras ésta ya trabajaba en casa del doctor, su hermano había removido la cruz de su empotramiento, rompiendo parte de la pared en su entorno y la lanzó al fuego de la cocina, (donde cocinaba su madre y ante los ojos de ésta) que permanecía encendido hasta ya bien entrada la noche cuando todos se iban a la cama. A la mañana siguiente, Lucila se presentó angustiada ante su marido y su hijo que esperaban el desayuno: entre los pliegues de su delantal la mujer traía la cruz que había aparecido al remover los rescoldos, estaba ennegrecida, y con los bordes redondeados por el fuego, pero dentro de todo, intacta y aún consistente. El fuego la había abrasado, incapaz de consumirla. En ese mismo momento, decidieron cerrar la boca y ocultar la cruz para siempre, diciéndole a la muchacha que había sido destruida por el fuego. No había un lugar seguro en el mundo para un objeto como ese, sujeto a un poder que no podían entender. El lugar más idóneo para ello fue por decisión unánime, devolverla a su sitio. El resultado había sido maravilloso y a Úrsula le encantó, sin embargo, aquella noche la muchacha prefirió dormir junto a su madre, aún no se sentía capaz de pasar una noche sola en su habitación. A la mañana siguiente, muy temprano, fue llevada por su hermano a casa del doctor, a trabajar, como había prometido, Cifuentes ya estaba en pie, vestido y con un café servido, esperándola. Le pidió que se sentara junto a él en la mesa y la muchacha accedió sorprendida, pero encantadora. Se le notaba lo a gusto que estaba en compañía del doctor, ella siempre era amable y todo lo hacía con una sonrisa y con la mejor disposición, “Ya han pasado algunos días, te veo más repuesta y de muy buen ánimo… me gustaría hacerte unas preguntas” estaban solos, sin embargo, Úrsula se comportaba tal y como siempre, como la muchacha tranquila y cordial que parecía dedicarle toda la atención del mundo cada vez que le hablaba y que a todo respondía afirmativamente, como si se tratara de algún pecado decir que no algunas veces. El médico, en cambio, estaba cada vez más desconcertado, “¿Qué recuerdas de aquel día en el que llegaste inconsciente aquí? Lo pregunto porque el maltrato físico que traías aquel día, era evidente y severo, y si alguien te causó ese daño, no está bien que se salga con la suya y no reciba castigo” La chica se estudiaba las uñas con exagerado interés, siempre recurría a ellas cuando sentía agobio o presión, “Lo único que recuerdo de ese día, fue un humo negro y espeso que de pronto llenó toda mi habitación y que se me metió en los ojos y en la boca y… creo que perdí el sentido, porque recuerdo…” La chica sonrió nerviosa, como quien sabe que está a punto de decir algo que sonará muy tonto, “…recuerdo haber flotado en el aire durante algunos segundos… supongo que eso lo soñé, o algo así…” Úrsula se perdió por un instante en sus recuerdos, luego de pronto regresó, “…También recuerdo haber sentido frío, mucho frío, aunque sólo fue durante un instante, creí que moría. Después de eso, nada. No recuerdo cómo fui golpeada o por qué, sólo recuerdo haber sentido dolor cuando desperté aquí… pero, un dolor viejo, ¿Me entiende? uno que ya se apaciguaba…” La chica reafirmaba la misma historia rara contada por Ismael, y extrañamente, a ella sí le creía, pero una cosa no encajaba, “¿Frío? tu papá dice que había un calor sofocante, como si hubiesen estado en medio de un incendio” Úrsula despertó de su ensimismamiento repentinamente entusiasmada, “¡Es cierto!, mis papás me dijeron eso, que incluso el pomo de mi puerta estaba tan caliente que no se podía tocar…” luego se ensombreció, como si estuviera en medio de un problema muy complicado, “…pero yo no recuerdo haber sentido calor, al contario, era un frío muy, muy grande” Aunque le creyera, nada de lo que decía la muchacha le servía para algo al médico, sin embargo siguió con sus preguntas, “Y el niño, dime, ¿Qué pasó con el niño que vimos en tu casa?” Úrsula se vio afectada, Cifuentes le cogió la mano para darle confianza, ella no la retiró. Aquello le pareció maravilloso, ese contacto le hacía ilusión, se le notó en los ojos, “Sé que es difícil que alguien me crea, pero lo primero que recuerdo fueron voces, muchas voces alrededor, luego el humo que empezó a salir de no sé dónde y lo llenó todo, el niño empezó a llorar, yo estaba aterrada, lo apreté contra mí, para protegerlo, creo… y luego ya no sé qué más… después supe que el niño ya no estaba por ninguna parte” Úrsula se encogió de hombros. “¿Voces? ¿Qué te decían esas voces?” La chica negó con la cabeza. No había entendido una palabra de la extraña lengua en la que hablaban. El doctor, aún no le soltaba la mano y a ella parecía no molestarle, sin embargo, Cifuentes no se atrevía a preguntar por lo sucedido en la noche de San Lorenzo, la Úrsula que tenía en frente no era la misma mujer que se había metido en su cama, y a menos que todo hubiese sido una invención de su mente inconsciente, podía ser que Úrsula tenía una bajísima tolerancia al alcohol y que una mínima cantidad de éste era suficiente para cambiar su personalidad de esa manera, era poco probable, pero podía ser y aquello era lo único que se le ocurría, “¿Has dormido bien estas últimas noches? ¿No has tenido el sueño interrumpido por algo?” Aquella era una pregunta tan capciosa, que si Úrsula había actuado con un mínimo de consciencia en sus actos aquella noche, era imposible que sólo la ignorara, sin embargo, la muchacha sólo sonrió, “He dormido como un tronco, doctor. Muchas gracias”

Luego de eso, Úrsula volvió a sus quehaceres y el doctor se encerró en su despacho, en su escritorio y con sus papeles, allí era donde se devanaba los sesos tratando de entender qué estaba sucediendo en aquel lugar al que había llegado. No lograba entender qué había pasado exactamente en su habitación la noche de San Lorenzo, pero aquella era la menor de las cosas raras que sucedían en un lugar donde un médico hablaba de niños engendrados en cadáveres, los muebles flotaban delante de sus propias narices, los bebés desaparecían sin dejar rastros y encima de todo aquello, el cadáver de un feto conservado en alcohol sin rastros de ombligo ni cordón umbilical, impávido, como un insolente y mudo testimonio de que, mientras más creemos saber, más claramente vemos nuestra propia ignorancia.




León Faras.

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