X.
El
motivo principal de llevarse a Úrsula a su casa ese día, era mostrarle lo bien
que había quedado su habitación luego de la limpieza y reparación que se le
había hecho. Las paredes estaban limpias y pintadas de blanco y la mayoría de
sus muebles habían regresado a la vida, gracias a las habilidades carpinteras
de Ismael, quien, con algo de pegamento y algunos tarugos de madera, los había
dejado en condiciones de ser utilizados por un buen tiempo más. También la
puerta había debido ser reparada en las bisagras y los pestillos que habían
terminado reventados de sus asideros. Con respecto a la cruz de madera
empotrada en la pared, había sido cubierta con una capa de barro, luego
pintaron la pared con cal y pusieron allí una imagen de la virgen de Lourdes. No
se lo dijeron a Úrsula, pero aquel día, mientras ésta ya trabajaba en casa del
doctor, su hermano había removido la cruz de su empotramiento, rompiendo parte
de la pared en su entorno y la lanzó al fuego de la cocina, (donde cocinaba su
madre y ante los ojos de ésta) que permanecía encendido hasta ya bien entrada
la noche cuando todos se iban a la cama. A la mañana siguiente, Lucila se
presentó angustiada ante su marido y su hijo que esperaban el desayuno: entre
los pliegues de su delantal la mujer traía la cruz que había aparecido al
remover los rescoldos, estaba ennegrecida, y con los bordes redondeados por el
fuego, pero dentro de todo, intacta y aún consistente. El fuego la había
abrasado, incapaz de consumirla. En ese mismo momento, decidieron cerrar la
boca y ocultar la cruz para siempre, diciéndole a la muchacha que había sido
destruida por el fuego. No había un lugar seguro en el mundo para un objeto como
ese, sujeto a un poder que no podían entender. El lugar más idóneo para ello
fue por decisión unánime, devolverla a su sitio. El resultado había sido
maravilloso y a Úrsula le encantó, sin embargo, aquella noche la muchacha
prefirió dormir junto a su madre, aún no se sentía capaz de pasar una noche
sola en su habitación. A la mañana siguiente, muy temprano, fue llevada por su
hermano a casa del doctor, a trabajar, como había prometido, Cifuentes ya
estaba en pie, vestido y con un café servido, esperándola. Le pidió que se
sentara junto a él en la mesa y la muchacha accedió sorprendida, pero
encantadora. Se le notaba lo a gusto que estaba en compañía del doctor, ella
siempre era amable y todo lo hacía con una sonrisa y con la mejor disposición,
“Ya han pasado algunos días, te veo más repuesta y de muy buen ánimo… me
gustaría hacerte unas preguntas” estaban solos, sin embargo, Úrsula se
comportaba tal y como siempre, como la muchacha tranquila y cordial que parecía
dedicarle toda la atención del mundo cada vez que le hablaba y que a todo
respondía afirmativamente, como si se tratara de algún pecado decir que no
algunas veces. El médico, en cambio, estaba cada vez más desconcertado, “¿Qué
recuerdas de aquel día en el que llegaste inconsciente aquí? Lo pregunto porque
el maltrato físico que traías aquel día, era evidente y severo, y si alguien te
causó ese daño, no está bien que se salga con la suya y no reciba castigo” La
chica se estudiaba las uñas con exagerado interés, siempre recurría a ellas
cuando sentía agobio o presión, “Lo único que recuerdo de ese día, fue un humo
negro y espeso que de pronto llenó toda mi habitación y que se me metió en los
ojos y en la boca y… creo que perdí el sentido, porque recuerdo…” La chica
sonrió nerviosa, como quien sabe que está a punto de decir algo que sonará muy
tonto, “…recuerdo haber flotado en el aire durante algunos segundos… supongo
que eso lo soñé, o algo así…” Úrsula se perdió por un instante en sus
recuerdos, luego de pronto regresó, “…También recuerdo haber sentido frío,
mucho frío, aunque sólo fue durante un instante, creí que moría. Después de
eso, nada. No recuerdo cómo fui golpeada o por qué, sólo recuerdo haber sentido
dolor cuando desperté aquí… pero, un dolor viejo, ¿Me entiende? uno que ya se
apaciguaba…” La chica reafirmaba la misma historia rara contada por Ismael, y
extrañamente, a ella sí le creía, pero una cosa no encajaba, “¿Frío? tu papá
dice que había un calor sofocante, como si hubiesen estado en medio de un
incendio” Úrsula despertó de su ensimismamiento repentinamente entusiasmada,
“¡Es cierto!, mis papás me dijeron eso, que incluso el pomo de mi puerta estaba
tan caliente que no se podía tocar…” luego se ensombreció, como si estuviera en
medio de un problema muy complicado, “…pero yo no recuerdo haber sentido calor,
al contario, era un frío muy, muy grande” Aunque le creyera, nada de lo que
decía la muchacha le servía para algo al médico, sin embargo siguió con sus
preguntas, “Y el niño, dime, ¿Qué pasó con el niño que vimos en tu casa?”
Úrsula se vio afectada, Cifuentes le cogió la mano para darle confianza, ella
no la retiró. Aquello le pareció maravilloso, ese contacto le hacía ilusión, se
le notó en los ojos, “Sé que es difícil que alguien me crea, pero lo primero
que recuerdo fueron voces, muchas voces alrededor, luego el humo que empezó a
salir de no sé dónde y lo llenó todo, el niño empezó a llorar, yo estaba
aterrada, lo apreté contra mí, para protegerlo, creo… y luego ya no sé qué más…
después supe que el niño ya no estaba por ninguna parte” Úrsula se encogió de
hombros. “¿Voces? ¿Qué te decían esas voces?” La chica negó con la cabeza. No
había entendido una palabra de la extraña lengua en la que hablaban. El doctor,
aún no le soltaba la mano y a ella parecía no molestarle, sin embargo,
Cifuentes no se atrevía a preguntar por lo sucedido en la noche de San Lorenzo,
la Úrsula que tenía en frente no era la misma mujer que se había metido en su
cama, y a menos que todo hubiese sido una invención de su mente inconsciente,
podía ser que Úrsula tenía una bajísima tolerancia al alcohol y que una mínima
cantidad de éste era suficiente para cambiar su personalidad de esa manera, era
poco probable, pero podía ser y aquello era lo único que se le ocurría, “¿Has dormido
bien estas últimas noches? ¿No has tenido el sueño interrumpido por algo?” Aquella
era una pregunta tan capciosa, que si Úrsula había actuado con un mínimo de consciencia
en sus actos aquella noche, era imposible que sólo la ignorara, sin embargo, la
muchacha sólo sonrió, “He dormido como un tronco, doctor. Muchas gracias”
Luego
de eso, Úrsula volvió a sus quehaceres y el doctor se encerró en su despacho,
en su escritorio y con sus papeles, allí era donde se devanaba los sesos
tratando de entender qué estaba sucediendo en aquel lugar al que había llegado.
No lograba entender qué había pasado exactamente en su habitación la noche de San
Lorenzo, pero aquella era la menor de las cosas raras que sucedían en un lugar donde
un médico hablaba de niños engendrados en cadáveres, los muebles flotaban delante
de sus propias narices, los bebés desaparecían sin dejar rastros y encima de todo
aquello, el cadáver de un feto conservado en alcohol sin rastros de ombligo ni cordón
umbilical, impávido, como un insolente y mudo testimonio de que, mientras más creemos
saber, más claramente vemos nuestra propia ignorancia.
León Faras.
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