IX.
Benigno
decidió acompañar a Cifuentes a la prisión al enterarse de que el hombre que
estaba herido, era Horacio, sobre todo porque el guardia que lo fue a buscar
les aseguró que se trataba de un “Feo golpe en la cabeza” sin embargo, al verlo
quedaron horrorizados, parecía un hombre atacado por una fiera salvaje,
cubierto de sangre y semiinconsciente, “¡Por Jesucristo, qué le han hecho a
este hombre!” Benigno increpó a los guardias presentes, cosa que no le pareció
nada bien a Aurelio, que lo miró sin ocultar ni disimular su fastidio, “¿Se
puede saber qué está haciendo aquí usted, padre?” Benigno no suavizó ni un
ápice su expresión severa, “Acompañaba al doctor cuando se le pidió venir, por
eso estoy aquí, y porque me preocupa la salud de Horacio” Aurelio se le acercó,
no era ni de cerca tan alto como el cura, pero sí bastante robusto. Cifuentes
ya atendía al herido, pero observaba la escena nervioso. El jefe de guardias
continuó cruzándose de brazos, “Pues déjeme decirle una cosa padre, con todo
respeto. Si yo golpeara a un hombre así, le aseguro que sería porque se lo
merece, y no tendría empachos en decírselo a la cara a usted o a cualquiera que
fuera necesario, y eso corre tanto para mí, como para cualquiera de los
muchachos bajo mis órdenes, porque hay muchos que se espantan sin preguntar,
pero tampoco serían capaces de pasar una sola noche aquí. Nadie ha golpeado al
doctorcito, y ni falta que hizo, porque si usted hubiese visto lo que vimos
nosotros, ahora estaría pensando muy diferente” Benigno no quería dar un paso
atrás, “Lo siento Aurelio, pero este hombre parece haber sido brutalmente
apaleado, ¿no es así, doctor?” Cifuentes, que no tenía ánimos de meterse en
discusiones ajenas, no tuvo más remedio que hacerlo, y encima llevándole la
contraria al cura, “No padre, en mi experiencia, un apaleado registra golpes,
hematomas y fracturas en todo el cuerpo, o al menos en más de una zona. El
doctor Ballesteros, por lo que se puede apreciar, sólo presenta daño en la
cabeza, en la zona frontal del cráneo, como si hubiese sido golpeado allí muy
fuerte y repetidas veces por algo duro y además, a juzgar por el tenor de las
heridas, rugoso” Aurelio lo miraba ahora altivo y satisfecho, “¿Rugoso?, Yo
mismo no lo hubiese dicho mejor…” invitó al cura a moverse con un gesto de los
dedos, “…Acompáñeme padre” La sangre ya
no estaba tan fresca, pero aún parecía como si alguien hubiese sido ajusticiado
de un disparo en la cabeza en ese lugar. Aurelio se la enseñó de cerca al cura
y le explicó lo que había sucedido, “…Debe hablar con su familia, padre, seguro
que podrán buscarle un buen lugar, uno más adecuado para alguien en su estado, una…
una casa de orates.” Benigno miraba la mancha en la pared sin poder
relacionarla en su mente con el rostro destrozado de Horacio Ballesteros, “Eso
requiere tiempo, Aurelio, se necesita la evaluación de un médico especialista,
el permiso de un juez… no se puede sacar a un hombre de prisión así como así…”
El jefe de guardias hizo una mueca de risa falsa, desestimando el argumento del
cura, “Llevo en este negocio más de veinte años, padre, y si hay algo que se
puede aprender en ese tiempo es que con plata, uno puede hacer cantar y bailar hasta
a los chanchos. La familia del doctor tiene mucho dinero, ellos pueden pagar un
psiquiatra… y hasta un juez” Benigno negó con la cabeza con los labios
apretados, “Su familia lo ha repudiado, no quieren saber nada de él…” Aurelio nuevamente
forzó su risa falsa, “Eso no me extraña… bien, pues entonces tendremos que
nosotros tomar medidas…” advirtió, al tiempo que se iba de vuelta a ver al
doctor, Benigno lo detuvo, “¿De qué medidas habla?” Aurelio se quedó parado en
la puerta de la celda. Ponía un rostro amenazante cuando quería, “Habrá que
atarlo, es lo que se hace con los locos peligrosos con los que nadie quiere
cargar, ¿no? A menos que usted o el doctor quieran venirse a vivir a la celda
de al lado para mantenerlo vigilado, por mí no hay problema” Esto último lo
soltó mientras ya caminaba, hacía un rato que la conversación ya había acabado
par él.
El
estado del doctor Ballesteros era delicado, golpes así podían tener evoluciones
inesperadas y complicaciones severas, por lo que debería estar estrechamente
vigilado por el doctor Cifuentes, quien tendría que visitarlo al menos, una vez
al día hasta estar seguro de que volvía a la normalidad, “Por favor, intente
que se mueva lo menos posible” sugirió el doctor mientras guardaba sus cosas,
Aurelio le echó un vistazo al cura antes de responder, “No se preocupe doctor,
eso ya lo habíamos pensado…” y luego invitó a entrar a sus muchachos los que ya
tenían listos cuerdas y grilletes para inmovilizar a Horacio, el doctor Cifuentes
se escandalizó, ciertamente, no se refería a eso, pero Aurelio no estaba para
delicadezas ni melindres, “Escuche doctor, este hombre intentó reventarse la
cabeza contra la pared y nadie dice que en cualquier otro momento no lo vuelva
a intentar, porque aquí todos sabemos que Horacio no está nada bien de la sesera…”
Aurelio se apuntó la sien con el dedo índice, “…así que, si usted desea que lo
devuelva a su celda y lo recostemos en su cama como si nada, usted manda
doctor, nosotros lo haremos, pero será su responsabilidad si Horacio, dentro
de su chifladura, intenta dañar a alguien o dañarse él mismo otra vez o algo
peor…” El guardia mostraba las palmas de las manos en señal de inocencia,
“…porque aquí estamos acostumbrados a tratar con personas que se escandalizan
por cualquier cosa pero no tienen la necesidad ni de la intención de hacerse
responsables por nada” Cuando Aurelio terminó, lo único que se oía en la
habitación, eran las cadenas de los grilletes que se ajustaban a los pies de
Horacio. Cifuentes no agregó nada, ciertamente no tenía nada que agregar,
Benigno en cambio, estaba de acuerdo con la opinión de Aurelio, mas no con el
modo, “Muy bien Aurelio, el doctor y yo haremos todo lo que esté en nuestras
manos para que Horacio sea visitado por un especialista lo antes posible, está
claro que este no es el lugar más adecuado para alguien en su estado” Aurelio
asintió conforme, “En eso creo que todos estamos de acuerdo, como también creo
que todos podemos estar de acuerdo en que esto…” El guardia señaló los
grilletes, “…es lo más seguro para todos en este momento. Yo no disfruto
manteniendo gente encerrada y además engrillada, pero el trabajo es así y estás
dispuesto a hacerlo o te vas”
En
un bonito día de sol, Elena, luego de terminar sus quehaceres y antes del
almuerzo, le gustaba visitar las pozas de agua que bajaban de la montaña y
darse un baño ahí, el agua era muy fría, pero increíblemente reconfortante.
Clarita la acompañaba, aunque ella no se acercaba al agua, sólo disfrutaba del
sol, del aire fresco y del columpio que Tata le había instalado allí. Ese día, el agua fría era especialmente necesaria para Elena que aún se
sentía desganada. Clarita lanzó un piedra al agua, “Y… ¿aún no recuerdas nada
de anoche?” Elena se zambullía y volvía a salir, “Ay, Clarita, yo no sé por qué
Gracia dice eso, pero de verdad me fui a la cama temprano… no recuerdo nada
porque estaba dormida” Comenzaba a ser frustrante que la niña le creyera más a
su hermana imaginaria que a ella, y Clarita no lucía en absoluto convencida, “¿Qué?
¡Ah, sí!..." dijo la niña dirigiéndose a un punto del paisaje en el que no había
nadie, “…Gracia dice que cuándo fue la última vez que usaste vestido” Elena,
con el agua hasta el cuello, lo pensó un rato, “Últimamente sólo lo he usado
para ir al pueblo…” y aquello sólo había sido cuando debió hablar con el cura
por lo de la búsqueda que mantenía su hermano. Clarita asentía como si
estuviera escuchando una verdad del porte de una catedral, “Es cierto, estabas
con vestido esta mañana cuando te desperté, significa que anoche fuiste al
pueblo…” Eso perturbó a Elena, era verdad, aunque no le había dado importancia y
casi no le había prestado atención por la mañana, debido al agotamiento que sentía,
sí llevaba vestido al despertarse, lo podía recordar al vestirse con su ropa habitual
de hombre, pero estaba segura de no haber salido durante la noche, aquello no
estaba en sus recuerdos por más que se esforzara. Debía reconocer que a pesar de
todo, Gracia tenía la facultad de sembrarle la duda, “Pregúntale a Gracia si recuerda
algo más de anoche…” dijo Elena sin gran interés, sólo para ver qué salía. Clarita
se encogió de hombros, “Dice que volviste contenta… que sonreías…” Elena se volvió
a sumergir en el agua fría, definitivamente no podía con Gracia.
León Faras.
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