martes, 26 de noviembre de 2019

Autopsia. Tercera parte.


XI.

-Ave María purísima.
-Sin pecado concebida. Bendígame Padre, porque he pecado.

Para Benigno, por lo general, recibir las confesiones era un acto que le consumía una gran cantidad de energía, era una penitencia en sí misma para él, pues sus feligreses eran como animales que no hacían más que recurrir a la debilidad de la carne para justificarse; a culpar a los demás, al clima, a la pobreza o incluso a Dios por sus pecados; a proclamar su falta de voluntad inherente al espíritu humano como atenuante, o a argumentar que no eran santos tocados por la grandeza de Dios y que por lo tanto, estaban tristemente condenados a tropezar una y otra vez con la misma piedra. Salvar el alma de toda esa gente era una tarea tan penosa y sin fin como el castigo impuesto a Sísifo.

El cura preguntó que cuánto tiempo había pasado desde su última confesión y la mujer respondió que había pasado un buen tiempo ya. Por lo general eran siempre los mismos con los mismos pecados, pero esta vez no consiguió reconocer a la dueña de aquella voz al instante. La invitó a confesarse, “He apuñalado a un sacerdote, padre, cometí un aborto y además, en el momento más difícil de mi vida, renegué del amor de Dios haciéndolo responsable de todo lo que me sucedía…” Benigno miró a través de la celosía, la mujer tenía el rostro velado, pero ya no le cabía duda de quién era, “Elena… Me alegra oírte. Tu recapacitación te aseguro que es agradable a los ojos de Dios, quien está siempre dispuesto a perdonar y recibir a todos sus hijos de vuelta en su seno” “Tengo miedo, padre” confesó la muchacha con los dedos entrelazados frente a los labios. El cura intentaba ser acogedor, “No te aflijas, niña, la atrición no le quita valor al santo sacramento de la confesión cuando ésta es sincera” Elena, por primera vez levantó los ojos, “No padre, no es atrición. Tengo miedo a volver a confiar en Dios, a entregarme a su santa voluntad y que todo se venga abajo nuevamente y de la peor forma padre, como lo hizo antes…” Benigno negó con la cabeza con gesto testarudo, pero Elena continuó, “…creí que podía alejarme de Él cuando me sentí abandonada, una expósita de Dios, pero lo he vuelto a encontrar, y ahora tengo miedo, padre” El sacerdote sabía que antes no había actuado de la mejor manera con ella y ahora quería resarcirlo, “Hija, el amor de Dios no deja a nadie fuera, te aseguro que Él te ama y que de ninguna manera quiere que sufras si no es por una buena razón. Recuerda la historia de Job. El amor es fácil cuando estamos cómodos y satisfechos, pero cómo saber si ese es amor a Dios o sólo a los beneficios y comodidades que tenemos, ¿Qué pasa si éstas se terminan de pronto? ¿También se termina el amor?...” Elena conocía muy bien la historia de Job, como la de muchos otros personajes bíblicos, “Lo sé, padre, por eso estoy aquí. Pero eso no me quita el miedo a confiar. No quiero sentir miedo” No se le podía ver el rostro a través de la celosía, pero Benigno tenía una expresión muy poco habitual en él, la sutil sonrisa paternal de quien se alegra o enorgullece por alguien más, “Nuestro señor Jesucristo dijo, “Yo soy la luz del mundo” y al igual que una pequeña lumbre es capaz de vencer la oscuridad más negra, el amor es capaz de derrotar sin esfuerzo al miedo más terrible. Nada tiene que temer el que ama ¿Dónde estás hija, con quién?” Elena se apresuró a decirle que no quería que su hermano la fuera a buscar, “…Sabes bien que el Sigilo Sacramental me prohíbe revelar cualquier cosa de lo dicho en confesión” respondió el cura con calma y paciencia, entonces la muchacha se lo contó, incluyendo que, en parte, la responsable de que ella estuviera allí, era la vieja Lina, que se lo había sugerido varias veces “Buenas personas…” respondió Benigno, “…seguro que les ha hecho mucho bien tenerte con ellos…” Hasta Elena podía notar lo extrañamente conciliador que sonaba el cura ahora, muy diferente del sacerdote de antes que le inspiraba un respeto parecido al temor “No tanto como el bien que me han hecho a mí al acogerme, padre” “Me da mucho gusto oír eso…” respondió el cura, y luego agregó, “…Te exijo como penitencia, que visites a tu padre y que le brindes tu perdón” Elena buscó los ojos del cura a través de la celosía, pero en cuanto los encontró, ocultó la vista bajo el velo, “Yo ya he perdonado a mi padre, no le deseo mal alguno, pero eso no significa que pueda hacer como si nada hubiese pasado. No creo poder hacer lo que usted me pide, padre, debe darme otra penitencia” Benigno por primera vez puso su conocida expresión severa, “Si lo has perdonado, puedes hacerlo, si no lo has hecho, debes hacerlo. Es por ti, no por él que debes hacerlo, por tu propia libertad y tranquilidad espiritual, hija y por el ánimo de enmendar tus propios pecados. Además, podrás ver que ya no es el mismo, su salud se deteriora rápidamente Elena, física y mental” La muchacha guardó silencio largos segundos hasta que al final accedió, “Esta bien padre, sé que tiene razón, lo haré, pero no me pida que lo haga ahora, necesitaré algunos días…” El cura asintió y la bendijo con la señal de la cruz, “Ego te absolvo in nomine patris et filii et spiritus sancti” “Amén… Gracias padre” Respondió Elena al tiempo que se persignaba. “Recuerda que mientras no cumplas con la penitencia, la absolución no estará completa. Confía en el Señor, hija, déjale entrar en tu corazón.” concluyó el cura.

Elena caminó hasta la casucha derruida en medio del campo de olivos, donde pasó su primera noche luego de su huida, junto a Clarita, el día que la conoció, donde había dejado su ropa habitual de hombre. Hizo un pequeño hato con su vestido y se lo colgó a la espalda y luego partió de vuelta a casa de Lina y del viejo Tata caminando sin apuro, descalza y con los pantalones remangados, meditando sobre lo que había hablado con el cura y sobre todo en cómo afrontar la penitencia que le había dado. Mucho antes de llegar, Nube salió a recibirla atropellándose mutuamente con Satanás, pero sin tiempo para nada antes de iniciar nuevamente una carrera desenfrenada de vuelta a ninguna parte, y desde allí, a otro punto cualquiera del paisaje. Esos dos no podían permitir que ninguno sacara ventaja del otro. Elena no tardó en notar que los perros no estaban solos, Clarita apareció a la carrera desde la sombra de un árbol en la parte más alta de la loma, Elena se puso contenta de verla y hasta le abrió los brazos con una amplia sonrisa para recibirla pero la niña se frenó justo antes, “Has ido a la iglesia a hablar con el padre en esas casitas que tienen dentro los curas” Elena perdió toda la sonrisa del rostro, si la había estado espiando, ella no se había dado cuenta, la niña alegó que ella no se había ni movido de allí, pero que Gracia había decidido seguirla esta vez, por si volvía a perder la memoria luego de ir al pueblo. Elena abrazó a la niña finalmente y así caminaron hasta la casa. Sin tomárselo demasiado en serio, le confesó que Gracia esta vez sí tenía razón y que no se preocupara porque ella no andaba perdiendo la memoria, pues incluso todavía se encontraba en condiciones de insistir en que tampoco la había perdido en la noche de San Lorenzo, Clarita rió, al parecer, por algún comentario hecho por Gracia. Elena prefirió no preguntar.



León Faras.

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