viernes, 15 de julio de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera Parte.

 

XI.



Cuando entramos en combate…” Comenzó Janzo, mientras ambos caminaban junto al caballo, “…encontramos a un solo enemigo en nuestro camino…” Emmer le escuchaba en silencio. “Era un soldado, pero estaba más que borracho, estaba completamente idiotizado, como si le hubiesen dado uno de esos hongos bosgoneses que no te matan pero te sacan del cuerpo…” Emmer recordaba haber visto a un solo hombre enfrentarse a un escuadrón mientras buscaba a Nila y gracias a él pudo escabullirse, pero estaba muy lejos y oscuro y no lo reconoció, lo que sí recordaba, era que aquel hombre se movía como si estuviera completamente ebrio. Janzo continuó, “Tenía unas grotescas marcas en la cara y el cuerpo que nunca había visto antes, cicatrices como la que tú llevas en el pecho…” Lo dijo sin siquiera mirarlo, como quien comenta algo casual y de poca importancia. Emmer había intentado ocultar su cicatriz lo mejor posible, pero no mientras dormía. Ahora escuchaba a su compañero con especial atención, “…después de decapitarlo, sin que ese pobre infeliz se inmutara siquiera ante la hora de su muerte, pudimos ver que su cabeza, aun separada de su cuerpo, seguía moviendo los ojos e intentando hablar…” Emmer, mientras estuvo en la batalla, nunca vio un rimoriano decapitado, pero aquello de la cabeza parlante sonaba definitivamente a un inmortal de Rimos. Lo que sí recordaba perfectamente, era la imagen de sus compañeros ardiendo como antorchas, abrasados por un fuego que él no se explicaba qué era y contra el que no les había valido de nada su inmortalidad, “Poco después…” Continuó su compañero, “…enfrentamos enemigos que caían con heridas mortales y volvían a ponerse de pie y seguir peleando como poseídos… dime ¿qué clase de droga usaron y qué marcas son esas?” Emmer lo consideró unos segundos pero luego decidió hablar con la verdad y contarle, después de todo, la batalla había quedado muy atrás para ambos y ninguno de los dos pensaba regresar a ella. Le habló sobre la fuente de Mermes, la inmortalidad y las asquerosas cicatrices con las que su cuerpo se sanaba milagrosamente, “Esta me la hizo un capitán cizariano mientras intentaba huir de la ciudad para poner a salvo a mi prometida… y esta otra me la hizo un oficial rimoriano cuando me atraparon desertando de la batalla… oficialmente fui ejecutado por deserción” Concluyó Emmer, levantándose la ropa y enseñando sus horrorosas marcas. Janzo lo miró desconcertado, había oído de la diosa Mermes y sus prodigiosas lágrimas, pero creía que solo eran historias de los viejos, el rimoriano estaba de acuerdo, “Todos creíamos eso, hasta que la fuente apareció y nos dieron de beber de ella” Janzo asintió, meditando todo aquello por unos segundos, para luego añadir con marcado desagrado, “Hueles horrible” Emmer lo admitió con gesto resignado.



Mientras Qrima cruzaba los pilares de la entrada a Rimos, la niña pequeña avanzaba con paso firme y la vista al frente por la vera del camino, con una marcialidad envidiable que no se veía alterada ni por los guijarros que la hacían tropezar de vez en cuando, y que llamaba la atención de varios de los soldados cizarianos que marchaban en sentido contrario. Estos llegaron a creer que la pobre debía de ser sorda, porque aunque algunos la hablaron para saludarla o por simple curiosidad, la niña no les hizo ningún caso, solo un mulero que venía al final la cogió por el brazo y la detuvo con algo de brusquedad, para saber qué diablos le sucedía y por qué ignoraba a todo el mundo, pero el perro pequeño que la seguía reaccionó con tal grado de agresividad, que el mulero retrocedió de un salto. La niña miró al perro como culpándolo de arruinar su poder de “inadvertencia” y sin una sola palabra reanudó su camino, seguida de su incondicional compañero canino. Otro mulero que iba cerca le comentó a su colega con todo lastimero, “Seguro que la pobre nació idiota.” Seguramente quería decir sordomuda, pero idiota era cualquiera que no tuviera la capacidad o facilidad de entendimiento, incluyendo a los sordos de nacimiento.



Rimos era una ciudad muerta donde nadie hacía guardia ni controlaba quien entraba o quien salía, como un pollo sin cabeza cuyo cuerpo corre sin ir a ninguna parte hasta caer. Había soldados borrachos riendo junto a otros que lloraban desconsoladamente, y un cuerpo al que nadie le prestaba la menor atención, que ardía en una pira cerca de allí, aquel era Serna, el clérigo, aunque eso Qrima no lo sabía y por un segundo se imaginó que podían estar incinerando el cuerpo del desertor, iba a acercarse a preguntar, pero en cuanto reconoció al capitán Dagar entre los que estaban allí, prefirió acomodarse la capucha y seguir su camino sin desviarse. Le parecía un buen soldado, pero quisquilloso como pocos y de carácter algo caprichoso también, capaz de fastidiarlo si le reconocía y Qrima, a su edad, era un hombre que buscaba alejarse de las complicaciones. Se dirigió al Tres Cuernos como Gan le aconsejó, un sitio tosco y no muy limpio, pero acogedor y bien abastecido para ser una taberna de Rimos, donde pidió una cerveza para quitarse el polvo del camino atascado en su garganta, el lugar estaba poco menos que vacío, solo estaban los soldados más jóvenes y novatos, aquellos cuyo patriotismo no estaba del todo desarrollado, o era casi inexistente y les daba lo mismo un rey que otro. Uno de los jóvenes, tenía una pequeña audiencia cautivada con la historia de un hombre al que habían atravesado con un puñal en frente de sus ojos, y el tipo seguía vivo como si nada. A Qrima le parecía haber visto a ese muchacho la noche de la huida, pero no estaba muy seguro, todo suele ser muy diferente debajo de un aguacero como el de esa noche, aun así se aprovechó del tedio del cantinero, un hombre tan mayor como él pero el doble de obeso y con toda su cabellera aún intacta, para que le pusiera al corriente, “Aquel es Cuci, dice que atraparon a un soldado de Rimos desertando y que fue ajusticiado con un puñal en el corazón pero no murió, que la fuente los hizo inmortales o algo así. Yo no me fiaría de él ni un poco, señor, es un soñador que vive con la cabeza en las nubes y cualquier día la pierde por eso, se lo aseguro, además, si eran tan inmortales, ¿por qué perdieron la batalla? ¡eh? Las personas como él creen en todo lo que oyen…” Iba a seguir con alguna de sus muchas historias, cuando un oficial de más alto rango entró y se acercó a ellos. Cuci se quedó mudo al instante. “Sabía que eras tú” Dijo Dagar, mirando al viejo a la cara, “¿Que pasó con el coche lujoso que conducías, abuelo?” Qrima respiró hondo, era justamente eso lo que deseaba evitar.


León Faras.

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