lunes, 18 de abril de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 II.



¿Listo? Una…” ¡Pum! Con una presión fuerte, certera y sobre todo inesperada, el húmero se encajó en su articulación con un sonido como de piedras que chocan bajo el agua, tensando los tendones al máximo de nuevo y arrastrando el pesado hueso de vuelta a su sitio por encima de los demás. El sonido que provocó era suficiente para imaginarse el dolor, pero Emmer ya tenía algo de experiencia y no se impresionaba con facilidad ante un hueso descoyuntado, pero con las fracturas sí, eso ya era una cosa más seria. El hombre, maldijo, pateó el suelo como si tratara de matar una víbora y se dio un buen golpe con la frente contra un árbol, pero el intenso dolor fue amainando hasta que el movimiento retornó a la articulación y la tortura con la que llevaba varias horas tratando, terminó, “Me dirijo a Bosgos…” Señaló Emmer, amistoso, luego preguntó, “¿y tú?” El hombre lo miró como cuando un completo idiota dice algo sumamente inteligente. Era muy poco más adonde se podía llegar por ese camino triste y desolado, que no fuera a la ciudad independiente de Bosgos. El hombre asintió con poco entusiasmo y lo invitó a compartir su caballo, era lo menos que podía hacer, hace unos minutos se sentía morir de dolor y ahora ya se sentía con fuerza para avanzar, aunque esa fuerza no duraría por mucho tiempo, porque por lo visto, ninguno de los dos llevaba provisiones, ni tan solo un poco de agua, y viajando juntos, ambos sabían que no podían forzar demasiado su caballo o lo reventarían, por lo que deberían conformarse con un trote ligero y hacer un alto en el camino para buscar algo de comer y pasar la noche, “¿Cuál es tu nombre?” Preguntó Emmer, sentado en la grupa del caballo, el hombre guardó silencio unos segundos antes de responder, como si no le hubiese agradado la pregunta, “Me llaman Janzo…” respondió al fin



En el puerto fluvial de Jazzabar, poco había repercutido el fallido ataque de Rimos sobre Cízarin, en verdad aquel lugar de terreno artificial era casi como un reino independiente. A buena altura sobre el río, encaramada sobre una multitud de largos pilotes que a su vez estaban apoyados en plataformas que descasaban sobre pilotes más viejos aún, plataformas donde las personas habían construido sus casas, calles y negocios, ahí encima de todo estaba “la Descorazonada” la taberna de Grisélida, un local bien ubicado cerca de la Rueda, donde los asistentes al espectáculo podían pasar a descargar sus impresiones y llenar los buches con cerveza y masas cargadas con fritanga. Junto a la mujer, cuyos años ya contaban más de cincuenta, trabajaba Gorman, un ebrio de similar edad que había demostrado ser un cocinero eficiente, “Está cerrado” exclamó la mujer mientras barría su local. Su voz era aguda y ligeramente gangosa. Nazli acababa de entrar y ya se sentía insegura, caminando sobre tablas que se curvaban y rechinaban a gran altura bajo el peso de su menuda figura, “Busco trabajo…” Anunció la chica, la que aún llevaba la ropa corta que le había quedado luego de su encuentro con el viejo caníbal y la pequeña cicatrización en su frente cubierta con un coqueto e improvisado cintillo, a Grisélida le pareció que otra vez habían confundido su negocio con un prostíbulo. Se lo había planteado muchas veces pero definitivamente no tenía el espacio suficiente para lanzar ese tipo de negocio ahí, le indicó brevemente dónde podía hallar trabajo y siguió meneando su escoba. Nazli se quedó parada contemplándose a sí misma, definitivamente necesitaba ropa más acorde a la situación. Grisélida le echó otro vistazo, como tratando de decidir si había aparecido otra chica similar en su negocio o era la misma de antes que aún no se iba, “¿Todavía estás ahí?” “Puedo barrer, ordenar o atender las mesas…” Insiste la muchacha, aunque en realidad jamás a trabajado de camarera en su vida, Gorman, con su larga cabellera crespa y encanecida, se asoma desde la cocina. El hombre tiene la boca más grande que Nazli haya visto nunca, “Puede ayudarme con los trastes aquí que no paran de amontonarse” Sugiere con aire inocente, “Si tú quieres darle parte de tu paga, puedes quedártela” Le espeta la mujer y el hombre recula sin insistir. Luego Grisélida se dirige a la muchacha, “Escucha, chica, no voy a negar que estamos hasta el cuello de trabajo y que por los dioses que nos vendría bien algo de ayuda, pero con todo lo que hay que pagar, apenas nos queda para vivir… ¿lo entiendes?” Pero Nazli solo está interesada en pasar unos días desapercibida y sobreviviendo sin robar, hasta que las cosas se calmen y vuelvan a la normalidad, y para eso, Jazzabar era el lugar ideal, “Escuche, solo me conformaría con la comida, y un lugar donde dormir… afuera la ciudad es un desastre, está llena de muertos y de casas a medio quemar y yo no tengo a donde ir” Grisélida mira a Gorman y este le hace un gesto levantando las cejas y tirando hacia abajo las comisuras de su enorme boca, “Está bien…” acepta la mujer, y agrega, “Pero te advierto que nuestra clientela no es la más educada ni tiene los mejores modales, así que tendrás que ganarte su respeto rápidamente o la pasarás realmente mal con esos chicos… si sabes a lo que me refiero” Nazli lo comprende, a pasado toda su vida entre hombres, comiendo, bebiendo y peleando entre ellos y muchos de ellos eran unos completos palurdos que se merecían por lo menos una nariz rota al momento de conocerlos, pero que luego se convirtieron en sus camaradas, “Estaré bien…” Responde la chica al tiempo que recibe la escoba, entonces se empieza a oír un griterío no muy lejos, no sabe si se trata de una bulliciosa celebración o de una violenta revuelta, pero no es ni una ni la otra, es solo que la Rueda ha vuelto a funcionar.



La gente no podía creer lo que veía, el nuevo Tigar en la Rueda era un viejo, uno completamente calvo que se dejaba crecer un par de ridículas trenzas en el mentón. Su espalda y sus brazos eran como los de un leñador, eso sí, ¡pero era un viejo! Que además solo cargaba con un par de hachas irrisoriamente pequeñas, como las que uno le daría a su hijo para picar leña fina en el monte, y como si todo eso fuera poco, el viejo tenía un aspecto tan calmado y afable que no inspiraba ningún temor ni respeto, a diferencia del anterior, el gran Tigar, que de solo verlo te cagabas encima. Todo el mundo se preguntaba de dónde carajos había salido y por qué Cegarra lo había nombrado el nuevo Tigar, tendrían que esperar a verlo para saberlo, pero en la Rueda nadie estaba dispuesto a esperar con paciencia y educación y los luchadores aficionados a ganar dinero con las apuestas hacían fila para pelear en la Rueda, ahora que el gran Tigar ya no estaba más y que el nuevo, era un viejo con pinta de monje. Uno de los más populares era Pasco, un pescador propietario de su propio barco, amante de las trifulcas pero que sin embargo, había sabido mantenerse lejos de la Rueda mientras el gigante de Tribalia fuese el campeón, ganando muchas otras peleas menores. Usaba una espada mediana en la mano izquierda y un pesado machete en la derecha, el mismo con el que decapitaba sus pescados. Tenía el pelo negro, largo y pringoso que le colgaba a mechones y una permanente y forzada expresión de enojo en la cara, Garma, en cambio, estaba tranquilo, a pesar de la lluvia de insultos y desechos que le caía encima, sentado bajo un pequeño alero, instalado precisamente para proteger a los luchadores mientras esperaban, del descontento del público, una precaución instaurada después de que, en una ocasión, a uno lo dejaran inconsciente de una pedrada antes incluso de luchar. El alero es retirado y el viejo Garma se pone de pie. Recorre el agujero con expresión amable, Pasco está ansioso, tiene al público de su parte, es su momento de convertirse en el Tigar y va por él, pero al primer intento, el hacha del viejo entra recta como una estocada y le golpea en la nariz con la punta del mango. Sin esfuerzo, solo con precisión. Ahora la cara de Garma es mucho más severa y sus movimientos más enérgicos. Se acabó el viejo amable. Pasco sangra copiosamente, sorbe fuerte por la nariz y escupe una bola sanguinolenta por la boca, fue sorprendido, pero no le volverá a suceder. Intenta un nuevo ataque, pero el hacha de Garma vuelve a entrarle, rápida y violenta, esta vez ascendiendo directo al mentón y sacudiéndole toda la cabeza con fuerza, mientras la otra hacha es ensartaba en su rodilla y arrancada de esta junto con el tendón y un dolor infernal. Una patada en el pecho lo arroja de espaldas al suelo sin posibilidades de defenderse y sin decir ni una palabra ni darle tiempo de decir nada a su enemigo, Garma le parte en dos el corazón de un hachazo y vuelve a su lugar a sentarse. La gente ya no apoya a Pasco.


León Faras.

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