jueves, 28 de abril de 2022

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 III.



Teté entró a Cízarin donde todo el ambiente olía a humo y ceniza y a algo más, algo que Teté no podía identificar porque era algo complementaba nuevo, se trataba del olor de cientos de inmortales calcinados, cuyo desagradable aroma se quedaría impregnado en la memoria de todos por mucho tiempo. Zaida de inmediato envió a un par de sus soldados en busca de nodrizas para la princesa que acababa de nacer, “Encargate de la muchacha y la niña… después de todo, fue idea tuya” Anunció Siandro a su abuela, mientras él tomaba otro camino seguido de su guardia. Tenía un asunto pendiente que atender y que le preocupaba, había encargado a medio Cízarin la búsqueda de su hermano, aunque las posibilidades de encontrarlo eran bajas, el río Jazza no era famoso por devolver con vida los cuerpos que engullía, especialmente en época lluviosa, pero al menos deberían hallar sus restos. “Yo sabía que la princesa iba a morir… lo supe en cuanto la vi” Comentó de pronto Teté sin venir a cuento, como cuando algo te pesa en la mente y lo sueltas solo porque ya no lo aguantas más, los únicos que la acompañaban era la vieja Zaida y el general Fagnar y ambos se miraron extrañados, “¿Cómo lo sabías? ¿Estaba muy mal su salud?” Preguntó la mujer, Teté la miró arrepentida de haber hablado sin que se lo pidieran, pero ya era tarde, “Es que yo puedo ver cuando la vida se agota en una persona…” Anunció la muchacha con timidez, “Curioso don” Comentó el general, “¿Cómo es posible?” Agregó. Teté solo miraba a la princesa que dormía en sus brazos, como si le hablara a ella, “No lo sé, no puedo explicarlo, es como si una luz los iluminara y los hiciese ver diferentes del resto, muy diferentes. No sé por qué los demás no lo notan si es tan claro” “¿Ves esa luz en mí?” Preguntó la vieja, Teté le echó una ojeada y negó con la cabeza, “Hazme un favor, avísame si la ves, quisiera estar sobre aviso para dejar solucionados algunos asuntos antes de irme” Concluyó la mujer, como si el don de la muchacha fuese algo de lo más corriente. Luego de avanzar algunos metros en silencio, la chiquilla volvió a hablar sin venir a cuento de nada, “Falena” Dijo, apenas audible, Zaida debió pedirle que se lo repitiera. Telina volvió a mirarla asustada, como si estuviera abusando de la paciencia de alguien superior, “Falena, ese nombre me gusta…” Concluyó.



La carreta estaba en un estado lamentable, y el viejo maldecía cada bache del camino que hacía crujir las viejas y resecas articulaciones de su vehículo, que en cada metro que avanzaba parecía siempre estar dando su último esfuerzo. Los caballos tampoco se veían mejor, estaban flacos y desganados, como muertos por dentro. Uno de ellos tenía un ojo completamente nublado por el que no veía ni un pijo. De pronto le pareció sentir algo entre los arbustos que flanqueaban el camino, el ruido de un animal que se escondía entre ellos, uno grande, pero no alcanzó a ver nada porque entonces una de sus ruedas se empinó, como si pasara por encima de una piedra y se dejó caer haciendo crujir dolorosamente el eje trasero y dejando la carreta a punto de desbaratarse. Por suerte que iba casi vacía o el vehículo entero se hubiese partido en dos. Un hombre salió de entre los arbustos celebrando, burlándose del innecesario sufrimiento de su carreta y otro desde el otro lado, se acercaba riendo a plena mandíbula. El viejo pensó que serían bandidos, pero para serlo parecían idiotas como festejaban, además, qué podrían quitarle a alguien como él, aparte de ese cuarto de oro que tenía enterrado en su casa hace incontables años y con el que podría haber comprado otra carreta nueva, pero que no se atrevía a desenterrar por miedo a quedarse sin nada, aunque era imposible que esos bandidos lo supieran. Los hombres se reunieron detrás de su carreta y entre risas y festejos recogieron del suelo una enorme liebre a la que habían estado persiguiendo por una hora al menos, y la que finalmente había acabado, cansada y con mala suerte, aplastada por la rueda de aquel vetusto vehículo de andar patético que le rompió algo importante. El viejo macilento hubiera pensado que tal vez aquellos no eran más que unos pobres enajenados de los que las ciudades desechan hacia los campos para que no molesten, si no fuera porque el rostro de uno de ellos, a pesar de lo descuidados que se veían, le resultó familiar, “Eh, señores, no buscamos problemas, no somos más que pobres comerciantes huyendo de la guerra” Dijo con gravedad, como si se tratara de alguien importante, hablándole cosas importantes a gente importante. Janzo, que en ese momento sostenía la liebre por las patas traseras, lo miraba incrédulo y amenazante luego de haber dejado parte de su orgullo persiguiendo a ese animal como un perro hambriento por más de una hora, Emmer, a su lado, le dio un toque con el codo y le señaló la parte trasera de la carreta: cubierto por una sucia manta, llevaba un cuerpo humano que, por lo poco que podían ver, (solo los pies y una mano,) parecía estar momificado, como esos pobres desgraciados que mueren de sed en el desierto y que son encontrados casi enteros años después. Los hombres se miraron, aquel viejo acababa de hablar en plural, “Ese es mi padre…” señaló el viejo, pestañeando con fuerza y apuntando el cadáver que cargaba atrás, “Tenemos una pequeña casa no lejos de aquí. Cízarin se ha vuelto peligroso, pero eso ustedes seguramente lo saben bien” Emmer le dejó en claro que no querían hacerle daño, que solo buscaban algo de comer, y al viejo le pareció aquello maravilloso, “Oh, ¿Están hambrientos? ¿Tal vez sea que carguen con algo de valor los señores?” Preguntó interesado, empinando las cejas. El viejo sabía muy bien cómo tratar a potenciales clientes. Janzo cargaba con algunas moneda Cizarianas, porque a Emmer lo habían dejado sin nada luego de ser capturado, ejecutado y liberado, pero el asunto era que, aparte de la momia que llevaba atrás, no se le veía absolutamente nada que pudiera ofrecer, “Yo y mi padre, somos los mejores curadores de carne de toda la región” Señaló el viejo, así, en tiempo presente e incluyendo a la momia, mientras se ponía de pie sobre su carreta y abría el cajón sobre el que iba sentado, del cual sacó un hermoso y gordo trozo de carne curada con sal, de la que el viejo parecía estar muy orgulloso. La pieza, de verdad se veía y olía grandiosa, “¿Qué carne es?” Preguntó Janzo, “Cerdo.” Aseguró el viejo de inmediato, y agregó, “…del mejor cerdo de Cízarin. Esa liebre deberán comerla pronto, pero esta maravillosa pieza de carne puede conservarse perfectamente durante días” Concluyó, con un pestañeo incómodo y obsesivo. A Janzo le pareció un trato justo. Antes de que el viejo se fuera, le preguntaron dónde podían conseguir agua bebestible, porque a pesar de la copiosa lluvia, no habían encontrado más que barro en ese camino miserable. El viejo, cuyo nombre jamás preguntaron, les señaló una vertiente que brotaba de debajo de la tierra con agua fresca de entre un cúmulo de rocas, pero les advirtió que deberían alejarse bastante del camino para encontrarla.



Luego de una hora de pacífico y quejumbroso andar, el viejo se encontró con otro viajero que venía en sentido contrario, cuya carreta rivalizaba con la suya en cuestiones de antigüedad y mantención permisiva. Ambos se reconocían como habitantes de Cízarin, aunque lo suyo estaba muy lejos de considerarse una amistad en su más pálida expresión, aun así el viejo sintió la obligación moral de advertirle al otro las condiciones en las que estaba el lugar al que se dirigía, aunque de mala gana, como refunfuñando, Qrima, que conducía la otra carreta hacia Cízarin, respondió también con un gruñido, como si lo hubiesen tratado de imbécil indirectamente, “Ya lo sé, pero tengo asuntos pendientes allí…” El viejo respondió algo entre dientes que no se entendió y ambos siguieron su camino.


León Faras.

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