martes, 29 de septiembre de 2020

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

XXXII.

 

Damián Corona, que era el más serio y profesional de los dos, de haber podido, hubiera mandado al diablo a todos, incluso a Bolaños y a Perdiguero, y regresar a su estudio y a su tienda a terminar sus días haciendo retratos familiares, pero Vicente que era más de aceptar desafíos y correr riesgos, finalmente lo convenció de que al menos, debían averiguar qué carajos le habían hecho al pobre de Diego Perdiguero y de ser posible, sacarlo de allí, “Vamos a terminar comiendo putas ratas vivas encerrados en una jaula, en un circo de mierda que desaparece como por arte de magia, ya lo verás, ¡Nuestra madre estaría orgullosa!” Alegaba Damián mientras conducía, y luego, soltaba una retahíla de insultos y groserías acompañados de golpes al volante, que evidenciaba lo bien provisto que estaba de una gran variedad de ellos, mientras su hermano ponía toda su atención en el camino y en el rastro de pintura blanca que cada vez aparecía más disperso, “Siempre quise pertenecer a un circo de fenómenos, ¿Sabes? ¡Este era el sueño de mi vida!” Damián seguía con su monólogo, que ya había dejado de lado por un momento los insultos, para seguir con el sarcasmo, “¡Para aquí!” Gritó Vicente, señalando un cruce, “O tal vez, como ya tiene un mono, un pájaro y un pescado, nosotros terminemos convertidos en lagartos, “Los Hermanos Lagarto” ¿Qué te parece?” Continuaba Damián. Vicente escudriñaba el piso en todas direcciones buscando una mísera gota de pintura blanca que les indicara la dirección correcta, cuando de pronto tuvo una inspiración, “Espera, ¿Qué dijiste?” “¿De Qué?” respondió su hermano, que sólo estaba vaciando su mente en modo directo, sin pensarse demasiado lo que decía, “Convertidos en lagartos, ¿Crees que ese tipo transforma a las personas en bichos raros de feria?” Damián se lo pensó uno o dos segundos, “Si me lo hubieses dicho antes, te hubiese dicho que era una imbecilidad, pero acabamos de ver dos camiones desaparecer frente a nuestras propias narices, ¿Fue un truco? ¡Diablos, el mejor que yo haya visto! Y además convenció a Perdiguero de meterse en una jaula y comer ratas vivas, ratas capaces de correr y chillar, ¡Se las comía! ¡Vivas! Ese que ni siquiera le gustan los mariscos ¡Si yo lo vi!” Vicente trataba de recordar algo, “¿Cómo dijo el hombre mono? Que había firmado un contrato…” Damián fingió un amago de llanto, “Si alguien viene ahora y me dice que ese tal Cornelio es el puto Diablo, el Príncipe de las Tinieblas en persona, ¡Te juro que me lo creo!” Luego de eso, y con más dudas de las que tenía antes, Vicente siguió escudriñando los caminos hasta dar con una gota más de pintura que indicara por donde debían ir. Una gotita que cada vez se hacía más escasa y difícil de hallar.

 

“Mamá, ¿Quién era mi papá?” Preguntó de pronto Sofía mientras merendaba unos muy ricos pastelitos con leche, porque había que reconocer que Beatriz tenía una mano exquisita para la bollería y los postres. La niña agregó, acomodando a un lado la bola de masa molida y jugosa que tenía en la boca “…porque sé que Cornelio no es mi papá” Beatriz doblaba ropa de rodillas en el piso, detuvo su labor con esa cara de mala espina, como cuando uno se huele que un comentario es tendencioso, “Cornelio se ocupó de nosotras y siempre se ha preocupado por ti, él es como si fuera tu padre” Beatriz tenía esa molesta costumbre de ponerse a la defensiva a la mínima, lo que la delataba cuando un tema en particular no le resultaba cómodo, su hija lo sabía mejor que nadie, “Lo sé…” le dijo ésta, secando de un trago su vaso de leche, “…pero yo sólo quiero saber quién era mi verdadero papá, qué hacía, ¿Tenía algún nombre?” Beatriz seguía doblando ropa pero ahora lo hacía con cierta rudeza, “¡Por supuesto que tenía un nombre, Sofía! ¿Pero eso qué importa ahora? ¡Fue hace tanto tiempo!” Beatriz no lo notó, pero la niña sí, “¿Hace cuánto? ¿Cuántos años, mamá?” La mujer no supo qué responder, “Bueno, desde que tú naciste, ¿no?” Balbuceó la mujer tratando de conservar algo de su autoridad, pero la niña sabía que su madre en ese momento navegaba en un bote que hacía aguas por todas partes, “¿Cuántos años mamá, catorce, quince?” “No es mi culpa que no hayas crecido…” admitió la mujer al fin, consciente de que la niña había perdido la ilusión y había visto la verdad al viajar con los hermanos Monje, “Nadie te está culpando mamá, yo sólo quería saber algo más sobre mi papá” De pronto la niña se había vuelto muy madura, aunque su rostro y su cuerpo de niña, hace rato que habían vuelto, Beatriz parecía incapaz de recordar nada sobre el padre de Sofía, y tampoco de inventárselo, la niña se le acercó mirándola muy seria, “¿Cuál era su nombre?” “¿No lo recuerdas?” insistió la pequeña, Beatriz necesitaba decir cualquier cosa en ese momento, pero nada salía de sus labios, “Tuviste una hija con un hombre, y ni siquiera recuerdas su nombre” inquirió la niña, que de niña ya sólo tenía el aspecto, “Mamá…” dijo por último, justo antes de irse sin esperar una respuesta “¿Eres tú mi verdadera mamá?”

 

Con el ocaso, los maravillados visitantes del circo comenzaron a ser evacuados, pero cordialmente invitados para regresar con sus familiares y amigos al día siguiente. Aún quedaban algunos rezagados cuando la niña encontró a Von Hagen todavía metido en su jaula, y ésta además, cerrada con un enorme candado, aquello era muy raro, Horacio, luego de su presentación, era libre de vagar por ahí, el hombre le explicó que Cornelio le había pedido algo que él no había sido capaz de hacer y por eso lo habían castigado con algunos días de encierro, pero que no estaba tan mal y que seguro sería por poco tiempo, la pequeña se sentó junto a la jaula, estaba en un sitio apartado de donde se concentraba el movimiento en ese momento, “Horacio, ¿Desde hace cuánto tiempo estás en el circo?” Horacio lo pensó por unos segundos, debía ser por lo menos desde hace una década, aunque ahora que lo pensaba, no había visto un calendario en años, y hace tiempo que no tenía la certeza de qué fecha era. No estaba seguro de nada, pero aventuró unos diez años más o menos. La niña continuó “¿Por qué llegaste aquí?” Bueno, eso sí lo recordaba bien, “…El frío, el frío me trajo aquí, había pasado en la calle una de las noches más heladas que yo haya tenido nunca y se me venía otra igual o peor encima, que sabía que, ese frío, sin un fuego, un techo o una manta que te separe del hielo del piso, no lo iba a poder aguantar. Ese día me levanté dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de no volver a dormir en la calle” Sofía escuchaba y reflexionaba, “Pero… tú ya eras así, ¿no? cubierto de pelos antes de entrar al circo” Horacio lo negó con pasiva convicción, “No, yo era un tipo normal, ¿Viste cómo llegó Eloísa? Una chiquilla normal, hambrienta y necesitada, así llegamos todos, también el pobre de Braulio” Inmediatamente, Horacio escudriñó todo su alrededor, temiendo que alguien más pudiese oír sus palabras y decírselas a su jefe. La niña parecía estar viendo u oyendo cosas muy interesantes en su mente, “¿Y Lidia?” finalmente preguntó, le tenía un cariño especial, mezclado con algo de lástima, a la sirena, a pesar de que nadie le había dicho que aquella era su tía. Horacio se rascó la barba y volvió a comprobar que no hubiera nadie cerca, “Ella ya era la estrella de este circo cuando yo llegué. No sé cuánto tiempo lleve encerrada allí, pero sé que ella también es una persona normal, como todos…” La niña lo miró con cierto dejo de duda, “Dicen que fue capturada en el mar y después comprada por Cornelio” Horacio negó enérgico, “No es cierto… ella llegó caminando aquí, igual que todos” Sofía miró ahora en rededor, “¿Estás seguro?” dijo, acercándose a la jaula. Horacio en ese momento sólo se atrevió, aunque luego se arrepentiría, como siempre le ocurría, “¿Puedes guardar un secreto? Pero de esos que nadie lo puede saber… Nadie” recalcó, la niña asintió, entonces el hombre metió la mano en su bolsillo y sacó la foto de Lidia, donde aparecía con forma humana y encerrada en una jaula precaria como un gallinero, “Unos hombres se colaron en el circo para fotografiarla y esto fue lo que apareció” le explicó Horacio, Sofía no podía creer lo que veía, Von Hagen sacó su peludo brazo por entre los barrotes, “¿Y ves a ese tipo paliducho que observa de manos en los bolsillos? ¿Sabes quién es?” La niña negó con la cabeza pero luego tuvo una inspiración, “¿Tú…?” El hombre mono asintió con cierto orgullo infundado en el rostro, como si en aquella foto apareciera exhibiendo algún triunfo. En ese momento aparecía la pareja más dispareja que uno se podía imaginar, Ángel Pardo le traía una manta, Román Ibáñez, una botella de licor para compartir. Horacio se espantó, pero la niña ya había escondido la foto en su pequeño bolso. Se despidió de Von Hagen y de los que recién llegaban con una sonrisa y una mano en alto y le prometió a Horacio que volvería a verle. Román se le quedó mirando mientras la niña se alejaba, no podía explicarlo, pero su andar era diferente, no era el típico movimiento infantil de los niños que pretenden andar con trotes y saltitos para todas partes, Sofía de pronto caminaba como una señorita, el enano no le dio mayor importancia pero sí que llamó su atención.


León Faras.

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