VII.
“Espero
que tengas buenas noticias para mí” Dijo Ignacio Ballesteros al entrar al
despacho del doctor Ernesto Villalobos, éste lo invitó a sentarse y le preguntó
cómo estaba, “No muy bien en verdad…” dijo Ignacio, con resignación y una
bocanada de aire, y agregó, “…no me esperaba que los tentáculos de mi tía
fueran tan largos y tan poderosos. Casi no me quedan amigos a quien recurrir”
“Pero aún te queda familia…” dijo Ernesto, abriendo un cajón de su escritorio y
poniendo sobre la mesa un paquete que obviamente contenía una buena cantidad de
dinero, Ignacio lo miró sin atreverse a tocarlo, “¿Elena?” preguntó, Villalobos
negó en silencio, “Técnicamente, es un adelanto de tu herencia. Oficialmente,
es un dinero destinado a la reparación de los techos de las fábricas. No te
preocupes, esos techos estarán bien por algunos años más” Ignacio lo miró
incrédulo, “Estás robando por mí…” Villalobos volvió a negar con la cabeza, “Yo
jamás haría eso. Regina me pidió que lo hiciera. De más está decirte que tu tía
Elba no debe enterarse de nada, Regina me pidió que te lo rogara en su nombre,
encarecidamente” “¿Regina…?” Eso era más difícil de creer, “Jamás imaginé que
Regina fuera capaz de hacer algo a espaldas de su madre…” luego mirando al
abogado, recapacitó, “Bueno, además de llevar en secreto una relación
sentimental con el abogado de la familia, ¿Cuántos años llevan, quince?”
Villalobos sonreía contenidamente, “Ya casi son veinte. Se lo dijo Ignacio, y a
la señora no le quedó más remedio que aceptarlo. La hubieses visto, no paraba
de hablar y yo sin poder entender ni media palabra. Nunca verás a una persona
más orgullosa de sí misma” “No sabes cuanta alegría me da…” le dijo Ignacio,
estrechándole la mano, “Ya casi somos primos” respondió Villalobos,
agradeciendo el gesto. Ignacio cogió el dinero, y cuando ya se iba, el abogado
lo detuvo, “Espera, tengo algo más para ti, pero no te va a gustar” Ya se temía
que todo estuviera saliendo demasiado bien ese día, “¿Todavía piensas en irte
de la ciudad?” preguntó Villalobos, Ignacio asintió, el abogado le estiró un
papel, “Es un trabajo fuera de la ciudad, para dentro de unos pocos meses”
Ignacio lo cogió encantado, “¿Bromeas? ¡Pero si esto es justo lo que estaba
buscando!” Ernesto no compartía su entusiasmo, “Hablé con unos amigos para que
esta solicitud no le llegue a nadie más hasta que tomes una decisión” Ignacio
ojeaba el papel con una sonrisa que poco a poco se fue desvaneciendo, “No puede
ser…” dijo, mirando a Villalobos como si éste se estuviera burlando de él, pero
el abogado no era hombre de jugarretas, “Así es…” le dijo, “…Es el trabajo que
dejó tu padre, en el mismo pueblo” Ignacio se sintió un poco imbécil por todas
las veces que pensó en su padre como un perdedor conformista por dejar la
ciudad y sus privilegios para irse a trabajar en un pueblucho miserable y anónimo.
No sabía qué responder, Villalobos adivinó eso, “Tómate unos días, piénsatelo y
después me avisas” Luego se le quedó mirando como si le dolieran los ojos de
verlo. No habían acabado las noticias, “Ahmm… Tu tía me pidió… me ordenó, que
detuviera todos los trabajos en el caso de la muerte de Almeida” Ignacio de
pronto se sintió miope, “Pero si ya han pasado cinco años de eso. Creí que ese
asunto ya estaba zanjado” A Ernesto eso le pasaba a menudo, la gente siempre
creía cosas, “Yo no puedo hacer desaparecer un asesinato, Ignacio, lo que hago
es estirar los procesos y enrevesarlos de todas las maneras posibles hasta
encontrar el resquicio que los anule o su caducidad. No permitas que mi sobrino
vaya a la cárcel. Fueron las palabras de tu tía, y es lo que he hecho, pero
ahora sin su apoyo, ni consentimiento, es una tarea imposible, y Regina no
tiene ninguna facultad en esto para ayudarte” Ignacio se sintió como si de
pronto, todos los pájaros del mundo se hubiesen puesto de acuerdo para
cagársele encima, “¿Y qué es lo que me recomiendas?” preguntó con la humildad
del ignorante, “Que tomes el trabajo y te vayas. Debes reconocer que ese es el
último lugar en el que alguien pensaría buscarte, y ese alguien es tu tía”
respondió el abogado sin dudarlo, y luego agregó “Piénsatelo bien, he alargado
este proceso por cinco años, puedo hacerlo por un par de meses más”
Qué
posibilidades hay de que una persona regrese a esta vida recordando pasajes de
una vida ya vivida tiempo ha, sin duda, muy pocas, pero, y que además regrese
al mismo lugar, al mismo pueblo, ahí ya había voluntad de por medio. Diana
recordaba el viejo pimiento donde se colgaba a los condenados por la justicia
de Niceto Aspe, y del que él mismo terminó pendiendo. Un árbol con muchas muertes
encima de sus ramas, algunas, las más pesadas, muertes enteramente injustas. Un
árbol que ya hace mucho tiempo que no existía, porque fue retirado el día en que
alguien pensó que ese era el lugar idóneo para construir una cárcel, lo cierto
es que era un sitio tan bueno como cualquier otro, pero no hay que subestimar
el poder silencioso de las energías residuales. Las mismas que hicieron
construir una iglesia en el sitio exacto donde se armó la pira que acabó con la
vida de Oriana y que Diana recordaba tan vívidamente, allí, donde ahora se
erguía la cruz con un Cristo de rostro doliente clavado a ella, “Está oscuro”
dijo el niño mientras era cogido en brazos por Oriana, “Pronto dejará de
estarlo…” contestó ella mientras caminaba lento por el pasillo central. A pesar
de la oscuridad, se podía adivinar la silueta del Cristo colgado de la pared
sobre el altar, clavado a una cruz en lenta y dolorosa agonía, tal como ella
fue atada a un poste con una hoguera bajo sus pies, e igual que ella, condenado
a muerte por su propio pueblo sin siquiera tener una justa razón. Diana jamás
hubiese tenido la osadía de compararse con el Señor Jesucristo, pero ahora que
lo pensaba, se sentía con más derechos ante él, que el resto de los mortales
que no tenían ni idea de lo que significaba ser condenado a una dolorosa muerte
por fanáticos ignorantes, amantes del sacrificio y el espectáculo. La cruz
hecha por el Escultor, del poste en el que fue sacrificada, también estaba allí,
quien por cierto, había acabado viviendo mucho más de lo que jamás hubiese
imaginado o deseado, vagando por el mundo, desnudo y hambriento, vendiendo
cruces de madera a cambio de limosnas. Aunque no se podía ver, pronto el piso y
la pared bajo el Cristo comenzó a ennegrecerse en un círculo humeante que no
tardó en encenderse en bonitas llamas blancas y rojas que iluminaron de forma
espectral el rostro sufriente esculpido en madera de Jesús, acentuando sus ya marcadas
expresiones, como si el fuego pudiera causarle más dolor. “No te preocupes, hijo,
este fuego ya no puede dañarnos” dijo Oriana, cuando sintió que el niño se aferraba
a su cuello al ver las llamas como crecían y se esparcían con avidez. La mujer acarició
las lenguas de fuego mientras caminaba, como si se tratara de hierba alta de un
prado, sintiendo apenas el calor de un aliento tibio. Ese fuego, ese mismo fuego,
ya la había consumido una vez, y ya no podía consumirla de nuevo, pero sí podía
arrasar con todo y todos los demás. La mujer recostó al niño sobre el altar, de
entre sus ropas extrajo un simple trozo de hierro aguzado en la punta, uno de los
muchos utensilios que Tata mantenía en su taller, “Cierra los ojos…” le dijo al
niño con ternura, “…te aseguro que no sentirás nada, y cuando los abras, todo será
distinto”
León Faras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario