sábado, 5 de septiembre de 2020

Autopsia. Última parte.


V.

Lo habían intentado, muchas otras veces, pero no había funcionado de ninguna manera: Úrsula no volvía a quedarse embarazada, lo que era frustrante para Cifuentes que en el fondo de su corazón, en ese sitio que casi nunca ve la luz, él deseaba tener un hijo propio, uno con el que no tuviera que mentir cada vez para justificar la total disparidad de faz. No le decía nada a Úrsula, pero ésta también sentía ese peso, el peso de que su hijo tuviera ya cinco años y que todavía fuera el único, para el resto de la gente, con seguridad algo no estaba funcionando bien en esa pareja, y en secreto le auguraban un pronto final. El niño se entretenía pelando arvejas, encaramado sobre la mesa de la cocina, mientras su madre revolvía la olla con la cena, de pronto David se cansó de su labor, “Mamá, cierra los ojos y yo me escondo…” Úrsula le respondió que estaba muy ocupada para jugar, pero el niño insistió y la mujer accedió cerrando los ojos por unos segundos con una sonrisa de suficiencia, sólo para darle en el gusto a su hijo. El niño se dirigió a la puerta de la calle, la abrió, tomó la mano de Oriana, que estaba parada allí usando el cuerpo de Elena, y se fue con ella. Varios minutos después apareció Úrsula, llamando a su hijo y echando vistazos bajo los muebles, para que éste saliera de su escondite para cenar, el ver la puerta abierta le dio una mala espina muy desagradable, pero antes de buscarle afuera o de cerrarla, siguió llamando a su hijo hasta el despacho donde trabajaba su marido. Úrsula lo buscó y lo llamó allí, ante la mirada de incredulidad de su esposo, “Te digo que no lo he visto…” respondió éste con inocencia, “¡Ay Dios mío!” dijo la mujer con angustia, y lo volvió a gritar, pero esta vez, ya no como un juego.

Alguien golpeaba la puerta con insolencia, Guillermina salió a abrir envuelta en un chal y quejándose de las personas que venían a horas inadecuadas y encima con apuros, como si trajeran mucho dinero. Clarita estaba allí, angustiada, asustada y sin aliento, Guillermina tuvo que pedirle que tomara aire para poder entender lo que decía, “Es Elena, el padre… el padre tiene que ir por ella” Benigno venía secándose las manos, dispuesto para cenar, cuando oyó los ruegos desesperados de la chiquilla en la puerta, “¿Qué le ocurre a Elena?” preguntó éste, Guillermina mantenía abrazada a Clarita, como queriendo calmarla, o protegerla “Venía para acá, pero no era ella, padre, no era ella… era otra persona” Guillermina no entendía nada, Mateo estaba también allí, pero se enteraba menos de lo que sucedía, quien sí comprendió, fue el padre Benigno, “David…” dijo, casi para sí, y partió dando zancadas rumbo a la casa del doctor Cifuentes, Mateo, como buen sacristán, partió detrás del cura, tanto Clarita como Guillermina, todavía abrazadas, le gritaron para detenerlo, pero éste no escuchó, si al fin era sordo.

Úrsula y Cifuentes ya habían dado la vuelta a la casa de arriba abajo, sin hallar ni rastro del muchacho, la puerta de calle estaba abierta, pero no podían creer que el niño se hubiese ido de la casa, David no hacía ese tipo de cosas. Estaban listos para salir a buscarlo a donde fuera, cuando Benigno llegó agitado y alterado preguntando por Elena; ni Úrsula ni Cifuentes sabían nada de Elena, y tampoco entendían por qué debían saber algo de ella, “¿Y David…?” preguntó el cura, como si supiera algo que los otros no. La mujer le dijo que no lo podían encontrar por ningún lado, el cura se masajeó la frente, consternado, “Me temo que Elena se lo ha llevado…” dijo, aunque para Úrsula eso no tenía sentido, de haberlo hecho, le habría avisado, “Puede que no sepa lo que está haciendo…” sugirió el cura con cautela, el doctor Cifuentes lo miró leyendo perfectamente la cautela del cura, como un detective descifra cuando un acusado miente o dice la verdad, se dirigió a su esposa que no comprendía nada de lo que estaban hablando, “Cuando el doctor Werner le hizo las sesiones de sueño a Elena, ésta acusó episodios de su vida en los que actuó dominada por otra personalidad y de los que luego no podía recordar nada” Úrsula lo miró como si le estuviera tomando el pelo con el más absurdo de los cuentos, pero la expresión del padre Benigno le daba credibilidad, “¿Otra personalidad?” repitió la mujer, “Como una especie de enfermedad de la mente” aclaró Cifuentes sin profundizar demasiado, su mujer, lejos de tranquilizarse, estaba empezando a hiperventilarse, “¿Me están diciendo que Elena está loca?” Cifuentes respondió con su silencio, el sacerdote no supo qué responder, Úrsula se cogió las mejillas, angustiada, “Oh, por Dios, tengo que encontrar a mi hijo…” Entonces se escucharon los gritos de Mateo desde la calle, unos gritos salidos de la garganta por instinto, señalaba un punto con urgencia: “Humo” dijo Cifuentes, “La iglesia” apuntó Benigno, “David…” pronunció Úrsula con horror, y partió corriendo, antes de que nadie pudiera detenerla.

“¿Por qué estás en el cuerpo de mamá?” preguntó David, caminando tomado de la mano de Oriana, a la cual había visto muchas veces antes, de hecho, ella le pidió que envenenara al cura con el líquido regalado por Raquel, la gitana, pero nunca antes la había visto usando el cuerpo de otro, “Ella nació para esto, yo no estaría aquí de no ser por ella… y tú tampoco” “¿Y dónde está ella entonces…?” preguntó el niño apretando las cejas, Oriana sonrió suavemente, “Duerme…” le dijo, “…no te preocupes, ella sólo duerme” Caminaron sin prisa hasta la iglesia, se pararon en la puerta, Oriana cerró los ojos y respiró hondo, “¿La sientes latiendo bajo tierra? ¿Sientes cómo nos llama?” El niño la sentía, “Mamá dice que no debo entrar aquí” “Mamá no te ha dicho por qué” respondió ella, abriendo la puerta de la iglesia con una suave presión de sus dedos. Apenas entraron, toda la estructura pareció sufrir un pequeño escalofrío que se acentuó con el sonido de los cristales. La iglesia de noche, era un sitio frío y oscuro que aparentaba ser más grande de lo que realmente era.



León Faras.

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