85.
“El gran Tigar, ¿eh? Así que fuiste tú el que luchó contra el gigante de Tribalia y venció…” Comentó Sagistán, haciéndose el sorprendido. “Yo no diría que vencí… ¿Acaso tú también estabas ahí?” Sagistán rio. “¡Oh, no, claro que no! El ambiente es un poco pesado para mí en la Rueda… “ Su sobrino lo miró como a un idiota que de pronto dice algo inteligente. “¿Es que ahora te molesta ver un poco de sangre?” Le reprochó. El viejo se mostró ofendido. “No es solo un poco de sangre. Y no, lo que me molesta es la falta de respeto con los pobres desgraciados que luchan y mueren ahí. ¡Los tratan peor que animales!” Cherman aceptó eso, sólo había estado una noche en la Rueda y podía asegurar que su público era un asco. Sagistán continuó más calmado. “Muchos visitaban la Rueda sólo para admirar a ese hombre extraordinariamente grande como si fuera una criatura exótica… cuando cayó, la noticia corrió no sólo en Jazzabar, sino también por todo Cízarin.” “¿De dónde pudo haber salido semejante hombre? ¡Si hasta tiene su propio idioma!” Comentó Cherman, mientras guiaba el andar de su caballo por el estrecho pasillo que le dejaban las numerosas gentes y sus bártulos; Sagistán lo miró como si le estuviera tomando el pelo. “¿Esos gruñidos eran un idioma? ¿Cómo lo sabes?” Y su sobrino le explicó que el gigante estaba vivo, que ambos habían sobrevivido y huido de Jazzabar juntos, y que si pasabas suficiente tiempo con él, podías llegar a descifrar un lenguaje entre todos sus refunfuños raros. “Es como un perro listo, que entiende lo que le dices pero no puede pronunciar ni una sola palabra.” Explicó Cherman con una sonrisa, su comparación le hacía gracia, pero era apropiada porque el viejo era seguido a todas partes por dos perros bastante listos. “Su propio idioma…” Comentó el viejo, y luego agregó como para sí. “¿Para hablarlo con quién? ¿y de quién lo aprendería?” No tenía sentido, un perro puede ser muy listo, pero solo sabe ladrar y eso no es ningún idioma. “Se dice que los gigantes de Tribalia eran como árboles…” Comentó el viejo sin que se lo preguntaran. “No tan altos, pero sí que vivían muchos años porque se tardaban mucho en crecer, aunque también se sabe que llevan extintos demasiado tiempo como para que haya uno con vida… tal vez tu amigo solo sea una anomalía.” “Mi amigo…” Repitió Cherman, recordando que el hombre extraño de antes había mencionado algo sobre un amigo, aunque no podía imaginar a quién se refería. Como leyéndole la mente, el viejo dio la vuelta en una esquina dejando la transitada avenida atrás, y guiando sus monturas hacia Jazzabar.
Mientras Nimir consumía parte de su vida retirando infinitas cantidades de estiércol de cabra de la propiedad de Migas, éste se enfrascaba en los manuscritos del viejo Larzo con la firme intensión de descifrarlos, y no contaba con mucho para ello, pero ese era el desafío de la investigación y el estudio: encontrar la hebra que desenredará la madeja, y para empezar, el manuscrito tenía repetida en varias partes lo que parecía ser la firma del viejo pretencioso ese, escrita con su propia grafía, es decir, que si podía deducir que esos símbolos significaban “Larzo” entonces ya tenía algo con que empezar a trabajar.
Fagnar no estaba nada contento con el mensaje recibido, él era un militar, y no estaba acostumbrado a rebeliones ni motines en su guardia; ahora debería cumplir su palabra o solo sería un fanfarrón ante los ojos de esos malnacidos y para su propia gente también, que no veían con buenos ojos las amenazas en vano. Tenía la obligación de hacer correr sangre, porque si quemaba el puerto, esa gente no se quedaría de brazos cruzados mirando el espectáculo, habría una revuelta. Aquellos podían ser tan brutos como un burro ciego, pero no se intimidaban fácilmente y desde luego que no les faltaba determinación para actuar, de hecho, serían excelentes soldados si tan solo fueran capaces de obedecerle a alguien. Fagnar se afinó el bigote con los dedos pensando en lo que estaba dispuesto a arriesgar, para al final no ganar nada, o perder aún más. Parecía como si la amenaza y la demostración de poder fueran las únicas herramientas que el rey Siandro conocía para conseguir sus fines, y aunque creía firmemente que esa era la mejor estrategia para apropiarse de Bosgos sin derramar sangre de más, y aunque aún no se explicaba cómo carajos es que habían fracasado tan estrepitosamente allí, siempre pensó que lo mejor para usar con los Jazzabarianos era la negociación, pero ahora ya era tarde para eso, estaba atrapado entre causar un desastre inútil o no hacer nada y quedar como un vulgar bravucón. O tal vez, no. Necesitaba ir a ver a alguien y debía ir solo y ahora mismo.
Cegarra lo recibió en una diminuta mesa con dos diminutos taburetes a cada lado, parecían hechas para un niño, pero una vez que el cuerpo se acostumbraba, podían ser muy cómodos. “Veo que esta vez viene solo…” El viejo Prato estaba parado tras él, como un gigante y lampiño lugarteniente, con el desprecio dibujado en su rostro quemado por el sol de toda una vida; Yan Vanyán también estaba ahí, con ese aire de vana superioridad que lo hacía tan especial. “Él vino aquí y mató a un hombre delante de nuestras narices. Yo digo que hagamos lo mismo con él.” Propuso, exagerando el gesto de maldad en su rostro hasta lo ridículo y amenazándolo con algún tipo de poder imaginario, pero Cegarra lo hizo callar con la mirada de su único ojo. “¿Acaso sabías su nombre siquiera? Tuvo buen ojo en matar al extranjero y no a cualquiera de nosotros…” “Pido disculpas. Antes vine en nombre del rey y con sus palabras…” Dijo el general, y agregó. “Ahora vengo solo como yo, Fagnar Banzán.” Cegarra no pudo evitar sonreír divertido, y echarle un vistazo a Yan. “¿Oíste eso? Tiene dos nombres… como tú.” Luego agregó mirando al general. “Y, ¿qué nos viene a proponer, Fagnar Banzán?” “Un trato.” Respondió el otro.
León Faras.