94.
Pronto se dieron cuenta de que los Tronadores apilados en Bosgos, no contaban con ningún tipo de vigilancia, más allá de los propios transeúntes que pasaban por allí. “No tienen ningún temor porque se los roben…” Comentó Yan. “Supongo que es porque son tan grandes que piensan que es imposible que alguien se los lleve sin que nadie lo note.” Argumentó su hermano. “Sí que son grandes.” Corroboró Yan. “Pero por la noche, no importa el tamaño del Cizal, Chucho, sino lo silencioso que sea.” Concluyó. Bacho asentía estirando la trompa en señal de apruebo, cuando la imagen de una chica moviéndose al paso de su caballo se le cruzó por delante, no estaba seguro de quién era ni de por qué la conocía, pero sentía que esa muchacha le debía algo, e iba a empezar a seguirla mientras recordaba qué asunto tenían pendiente, cuando Yan lo detuvo cruzándole un brazo por delante. “No lo hagas, hermano, si alguna vez has confiado en mí, no lo hagas.” Bacho lo miró como al loco que era. ¡Qué carajos quería decir con eso! Por qué alguien confiaría en un chiflado como él. “¿Quieres hacerme enojar! ¿Quieres volverme loco como tú! ¡Eso quieres? ¿De qué carajos estás hablando ahora!” Le gritó en la cara, abriendo las alas como un pájaro furioso, pero el gesto de Yan era grave. “No lo sé, Chucho, solo creí que debía advertirte.” Bacho lo miraba con la boca abierta y el ceño apretado, como si estuviera tratando de comprender algo extremadamente complicado. “¿Son las voces? Esas voces que decías que te hablaban cuando eramos niños. Creí que…” “¡No son voces!” Le interrumpió Yan, molesto, y agregó. “Son emociones, corazonadas muy fuertes y claras que me llegan como flechas clavadas hasta el fondo del pecho, pero que luego simplemente se desvanecen.” Bacho seguía mirándolo con idéntico gesto, como si todo aquello le sonara increíblemente absurdo. Resopló por la boca como un caballo mirando al cielo. “Carajo, Yambo, vas a hacer que todos nos volvamos locos por tu culpa, ¿cierto?…” Exclamó, indignado. Para entonces, Falena, la chica del caballo, ya se había alejado y perdido en la ciudad y sus recovecos.
Falena había decidido regresar, su supuesto encuentro con la bruja Circe la tranquilizaba un poco con respecto a la situación del pobre de Yurba, porque ella estaba segura de lo que había visto y oído, y así era la naturaleza de algunas criaturas sobrenaturales; de ocultarse a plena vista de los mortales y mostrarse sólo cuando y donde lo consideran pertinente, o algo así fue lo que dijo Brelio, al menos, porque para ella, lo más sobrenatural que conocía, era la capacidad de su madre para angustiarse, ahora mismo debía estar echa un mar de lágrimas, balanceándose adelante y atrás en una silla, torturando su delantal con sus puños y siendo consolada por su hermana Rubi, la que por dentro, debía estar planeando cuidadosamente y palabra por palabra, el discurso que le daría apenas llegara, eso lo sabía, lo que no sabía era cómo estaba el pobre de Yurba.
El viejo Migas, respiraba hondo sentado en su silla con los ojos cerrados, mientras Nimir, totalmente emocionado, como un actor en el papel más importante de su vida, le masajeaba las sienes susurrándole frases al oído del tipo: “Evoque el momento, vaya hasta allá con su memoria, recupere el olor del ambiente, la textura del piso… la orientación de la luz.” Migas se sentía tonto con el ejercicio, y más con tener a su padre mirándolo desde un rincón, pero lo toleraba… hasta cierto punto. “¿Y eso en qué pinga me va a ayudar para recordar el nombre de esa chica?” Se quejó el viejo, y el otro le sobó las sienes con más intensidad. “Un recuerdo es como un plato roto, mientras más piezas pueda juntar, con más claridad verá la forma del plato.” El viejo apretó el ceño y por un instante abrió los ojos para certificar quién le hablaba, porque eso no sonaba a Nimir. “Ahora vaya hacia el rincón de la chica esa, la pared, el suelo, sienta el tacto de las cosas como si las tocara… el olor.” Recomendó Nimir, levantando las cejas, sugerente, y agregó luego. “Hay algo escrito ahí, ¿lo puede ver?” El viejo se arrugó como si estuviera soportando una gran presión. “Está borroso.” Se excusó. Nimir sonó condescendiente. “Está bien, no se esfuerce, estas cosas no se fuerzan, lo que busca, está ahí, solo necesita más detalles… ¿Qué más hay? Cualquier cosa.” Migas hacía todo tipo de muecas en su afán. “Una cadena, grilletes… paja, un sucio balde…” Entonces se quedó pegado, como si estuviera a punto de presenciar un suceso único. “Era con i…” Dijo, muy bajito, como si temiera espantar algo. Y agregó. “Min… Mir, mina… mirna, ¡Mirna! ¡Ese era, Mirna!” Gritó el viejo, tan feliz como si hubiese ganado un premio o algo así, y tomando a Nimir por los hombros, le dijo: “Hijo, nunca creí que lo lograrías.” Y lo abrazó, de una forma breve y formal pero merecida, luego se lanzó de lleno sobre sus documentos para descifrarlos a partir de esas tres consonantes y esas dos vocales, no era mucho, pero nada que valiera la pena en esta vida se conseguía sin algo de esfuerzo e imaginación, solo se necesitaba un punto de partida.
León Faras.