martes, 12 de diciembre de 2023

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

LXIV.



Todos dieron un respingo tras entrar en la cabaña y encontrarse con la silueta del viejo Buba en un rincón, era arduo no impresionarse con su rígido y reseco aspecto, tan poco saludable, pero Barís los alentó a no prestarle demasiada atención. Es un gran tipo, pero, no es muy conversador que digamos…” Les dijo. Tenía una sonrisa natural y seductora, de esas que dan gusto de ver; como buen asesino, debía ser seductor también, porque él no era de los que corren tras sus víctimas, sino de los que las atraen. Los hombres comenzaron de inmediato a pelearse el vino de nísperos, no pudo evitarlo, el barril estaba sobre la mesa y aunque la luz no era buena, él no notó ninguna marca. Migas le había enseñado hace años que cuando envenenaba los licores les dejaba una marca en el envase, generalmente una mella; una era aturdimiento, que era el que más solían usar, dos significaba daño temporal, como sentirse muy enfermo por un par de días, y tres marcas era la muerte, rápida o lenta, pero inevitable como el amanecer. Al principio, le pareció que todo sugería que el licor estaba limpio, que solo embriagaba como cualquier otro, pero poniendo más atención bajo la luz y la perspectiva correcta, vio una pequeña marca disimulada en la parte baja del barril que parecía más el rasguño de un gato salvaje, pero esas eran cuatro mellas y Barís no tenía idea de qué podía ser peor que la muerte. Tuvo un mal presentimiento, pero entonces el tonto de Costia, siempre queriendo estar un paso por delante de los demás, se llenó un vaso y lo apuró hasta el fondo de un trago, con la indigerible excusa de querer probarlo para saber su estado. Barís se apresuró a apropiarse del barril para que no se lo acabaran antes de comer, aunque la verdad era que necesitaba saber los efectos del brebaje antes de que todos cayeran muertos ante sus impotentes ojos. Él era un asesino serial, sí, pero el envenenamiento era tan insípido como los camarones hervidos con avena de su tía Gazú, no había ningún gozo en ver caer a alguien muerto sin haberle puesto ni siquiera un dedo encima, eso era como estar hambriento y solo poder mirar la comida. A los otros hombres no les pareció justo que no les permitieran beber un trago también, si estaban igual de sedientos, y protestaron, pero estuvieron de acuerdo cuando Costia, que se veía divertido con la situación, se le acabó la risa como si se le hubiese agotado de repente, el color de la cara se le fue a las nubes, la fuerza de sus músculos se esfumó como un pedo en el aire y Costia se desplomó igual que un caballo reventado. Los hombres, asustados por el veneno después de lo que habían visto en la ciudad, acusaron al pobre Barís de asesinato, ¡a él! que había sido un prolífico pero discreto asesino desde que mató a su tía Dora mientras dormía a los trece años de edad y nunca había sido inculpado ni señalado con el dedo, ahora estaba siendo acusado por una panda de tontos, por culpa de ese estúpido vino de nísperos que ni siquiera era suyo, y que tampoco había forzado a nadie a beber. Se defendió, pero las cosas se estaban poniendo feas, sobre todo con ese muchachote cara de niño, que se sentía muy valiente profiriendo insultos y amenazas sosteniendo la empuñadura de su inmaculada espada como si pretendiera usarla, eso hasta que un gruñido, que no era el de un cerdo, los paralizó a todos, y a sus lenguas. “Tal vez, solo fue un gas…” Sugirió el gordo, estirándose para ver el cuerpo de Costia sin perder su puesto, el viejo del pelo largo y apelotonado, en cambio, sí se acercó a examinarlo de cerca, y ante la duda, decidió descargarle un puntapié en el muslo. Se veía tan muerto como cualquiera, pero cuando iba a golpearlo por segunda vez, solo para asegurarse, Costía empezó a sacudirse suavemente con espasmos que subían por su cuerpo hasta desembocar en un largo y sonoro eructo. El viejo no pudo evitar dar un respingo, pero tuvo que reírse luego de su propia reacción junto con los demás, entonces, el supuesto muerto abrió los ojos y ya no eran los de Costia, algo más estaba allí dentro. El viejo del pelo rasta ya no reía, ya nadie reía. Mientras Costia se ponía de pie, Barís vio en su cara, en sus ojos, aquello que se preguntaba hace un rato sobre qué podía ser peor que la muerte, pues eso era convertirse en un muerto no muerto, la pregunta ahora era: qué diablos es eso. Al principio, no parecía peligroso, solo estúpido, incapaz de entender o de hacerse entender, pero entonces abrió su boca a toda su capacidad, como si se tratara de un formidable bostezo que en realidad era el grito mudo de alguien a quien las cuerdas vocales se le han agarrotado por completo, y en ese mismo momento atacó al viejo del pelo rasta, directo al cuello, arrancándole un trozo chorreante y jugoso como un emparedado de criadillas, el muchachote quiso intervenir para ayudar al viejo, pero recibió un manotazo de Costia que por poco le desencaja la mandíbula, arrebatándole de un plumazo todas sus buenas intenciones. Mientras Barís, abrazado al barril de vino, se mantenía a distancia tras la mesa, el gordo planeaba la mejor estrategia de escape, mirando con horror cómo el viejo Costia arrancaba bocados de carne como un buitre devorando los restos de un perro muerto, a un hombre que ya no luchaba porque había perdido casi la mitad de su sangre. El muchachote, creyéndose el más propicio para ser el héroe, volvió al ataque golpeando a Costia con un banquillo en la cabeza. En condiciones normales, un golpe como ese hubiese sido de mucha ayuda, pero en tales condiciones, solo empeoró las cosas, de hecho, Barís intentó evitarlo. “Si la bestia está comiendo, y no eres tú la comida, entonces aléjate y no la molestes…” Le decía su tío Bedo, con ese acento ondulante y ese aire de sabiduría ficticia que hacía sentir como imbécil a los demás, pero en ese momento, era justo lo que estaba pensando, y el gordo también, pero no, el estúpido muchacho tenía que llamar la atención del monstruo y ahora debían salvarle el pellejo sujetando entre ambos al corpulento Costia por los hombros, pero sin poder evitar que este le arrancara una oreja al cara de niño de una mordida. El pobre viejo de los rastas se arrastraba hacia afuera con la fuerza de su último aliento en un vano intento por salir de ese lugar, cuando el gordo le pasó por encima mientras huía del monstruo que había decidido perseguirlo a él, gritando por auxilio a Barís, cuyos planes no estaban saliendo como él esperaba. Barís se armó con un garrote y los persiguió, pero al llegar, guiado por los gritos del pobre gordo, no pudo hacer nada más que mirar, no sin algo de embeleso en los ojos, al pobre tipo le faltaba la mitad de la cara e intentar salvarle la vida así era inútil, en cambio, recordó las sabias palabras de su tío Bedo y volvió a la cabaña. Pensó en ocultarse en el sótano junto con Nimir hasta que todo pasara, pero entonces vio al muchachote sentado en el suelo bajo una ventana, tan ausente como un muerto pero respirando, porque no reaccionó a ninguno de los gestos, ademanes ni susurros desesperados que Barís hizo para llamar su atención, tampoco hizo nada cuando Costia apareció tras él, tras Barís, jadeando, con un tufo a sangre y a vino imposible de olvidar o de describir. Se defendió, pero Costia era mucho más corpulento que él, ambos cayeron rodando escaleras abajo hasta donde Nimir se ocultaba, tal vez si este lo hubiese ayudado se hubiese salvado, pero el chico estaba congelado de miedo y Barís fue devorado frente a sus ojos sin que él intentara siquiera gritar, o huir. Así fue como Nimir se salvó y el muchachote, y cómo el viejo Buba resultó ileso, porque el monstruo no le prestaba interés a los muertos, ni a los que parecían muertos, no atacaba a los que se quedaban quietos e inertes frente a él, aunque tal vez, también sea que lo ayudó un poco el olor a caca que lo envolvía.


León Faras.

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