jueves, 18 de abril de 2024

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

LXXI.



Cegarra. no era un rey de verdad, él era un solo pescador hijo de otro pescador, que siendo muy joven y buen nadador, junto con su padre y dos hombres más, construyeron el primer muelle sobre el río Jazza que hasta ese momento no era más que ribera desnuda. Era el único hijo vivo de todos los que había parido su madre en su vida y eso la había dejado a ella un poco dañada, física y mentalmente. Ella a veces llamaba a sus hijos muertos, lloraba por ellos en las noches y conversaba con ellos durante el día mientras cocinaba o limpiaba su huerto, lo que era motivo de burlas para algunos que la llamaban “la descabezada,” lo que era motivo, a su vez, de constantes riñas para el joven Cego, como le llamaban en ese entonces, y esas riñas a la larga se convertirían en su forma de vida cuando descubrieran, él y quienes le conocían, lo bueno que podía ser peleando con sus puños y aguantando los puñetazos de los demás con su cuerpo. Se hizo de cierta fama y tanto Jazzabar como la Rueda nacieron de ella. La gente se reunía para ver las peleas y pronto esa gente se empezó a arraigar ahí, para qué irse si, de una manera u otra, todos se ganaban la vida gracias al río. Para cuando Jazzabar comenzó a tomar forma como tal, Cego ya tenía una musculatura prominente, el rostro ya medio machacado por tanto golpe, y una reputación prometedora en la Rueda, pero había alguien más en ese entonces, un luchador extranjero de gran tamaño y pocas palabras coherentes que se hacía llamar el Tigar, lo que significaba el primero o el único, con la habilidad de noquear a sus rivales con una enorme eficiencia y la resistencia para aguantar palizas formidables, sus adversarios podían huir de él manteniéndose en constante movimiento para evitar sus golpes demoledores, porque la agilidad no era uno de sus puntos fuertes, pero si esa estrategia se alargaba demasiado, la audiencia pronto perdía la paciencia y con ella, el respeto por el que estaba evitando la lucha. Cego fue listo en ese sentido, se negó a enfrentarlo hasta no hacerse una idea de qué hacer ante tamaño rival, pues había visto a tipos más grandes y tan duros como él desplomarse sin control de su cuerpo tras uno de sus golpes buenos a la mandíbula. La respuesta vino de un viejo pescador de aspecto triste y andar doloroso, que le aconsejó, sin reales intenciones de hacerlo, que debía cuidarse las rodillas porque sin ellas un hombre no valía nada, y esa fue su estrategia, destrozarle las rodillas al Tigar, una rodilla, restarle movilidad, sumarle dolor a sus movimientos, convertirlo en un viejo de aspecto triste y andar doloroso. Hasta ese momento, en las peleas en la Rueda, no se permitía ningún tipo de arma, ni cortante ni contundente, pero los golpes podían darse con cualquier parte del cuerpo y dirigirlos a cualquier parte del cuerpo y la audiencia siempre apreciaba la creatividad, pero debía ser rápido y certero con sus piernas para atacar y retroceder, y al mismo tiempo firme y resistente con sus brazos para protegerse la cabeza, o el Tigar desmoronaría su brillante estrategia de un solo golpe, pues solo uno le bastaba encajar para tomar la ventaja definitiva.



La pelea fue todo un acontecimiento, todo el trabajo en Jazzabar se detuvo ese día, la gente apareció a montones, al igual que los puestos con comida y de bebida que nacieron solo para ese día. Gorman estuvo allí, vendiendo sus fritangas de camarón, pescado o cualquier cosa que saliera del río, embadurnada en su salsa especial de aspecto a lo menos dudoso, pero que podía dejar casi cualquier cosa sabrosa y crujiente. Grisélida, como fiel y orgullosa ciudadana de Jazzabar desde sus inicios, también estaba allí, aún no tenía su negocio pero ya tenía su clientela, a los que les servía sus bebidas favoritas que cargaba en una carreta tirada por un burdégano casi ciego luego de dos años trabajando en la oscuridad de las minas de Rimos. Las apuestas, tímidas de común, ese día se desataron pues lo de ese día sería un acontecimiento nunca antes visto, una pelea única, Prato, el organizador de éstas, y quién había nacido para seguir y servir a un líder con toda la lealtad que tenía para dar, ya había decidido desde hace tiempo quién debía ser éste y esperaba con ilusión que el resultado de esa pelea se lo confirmara. La Rueda se llenó como nunca, la gente de más atrás tuvo que buscar en qué encaramarse para poder ver el espectáculo y hubo quienes se beneficiaron de eso cobrando por el uso de un simple taburete o de una carreta desvencijada, pero todo valió la pena. El Tigar comprendió bien desde un principio que ante ese marco de público y ante un rival tan esperado por todos, se debía dar un buen espectáculo y no salir a acabarlo lo antes posible como lo hacía con los demás, la gente debía gozarlo, solo así vaciarían sus bolsillos con gusto y él ganaba más. Al principio el campeón se mostró tímido, lanzando golpes sin mayor intención y dejándose recibir algunos buenos bofetones que celebraba con el público alardeando de que no le hacían ningún daño, pero cuando quiso abusar de su fanfarronería animando a la gente a que le alabara e ignorando a su oponente, Cego le metió una patada directa a la rodilla izquierda que hizo tambalear al Tigar y que cambió el curso de la pelea, porque ese golpe sí lo sintió de verdad y comprendió que el espectáculo había terminado y que debía imponer su superioridad o podía llevarse, él y los que apostaron por él, una muy desagradable sorpresa. El campeón no se esperaba un golpe así y le pareció hasta una jugada sucia, porque lo honesto eran los golpes de frente y de la cintura para arriba, él, al menos, así lo hacía, pero nadie allí estaba dispuesto a escuchar quejas ni a discutir sobre honorabilidad en el combate, por lo que solo se centró de ahí en adelante en arrojar al suelo al arrogante insolente que pretendía quitarle su puesto y no le faltó demasiado cuando conectó un zurdazo ascendente que sacudió toda la cabeza de Cego y lo dejó a un solo golpe de caer, golpe que logró evitar a duras penas y trastabillando pero lo suficiente para mantenerse en pie y recuperarse para continuar. Más adelante Cego lograría esquivar un nuevo golpe de su rival y aprovecharlo para meter otra patada en el mismo sitio de antes. Esa era la mejor forma de entrarle, sino la única, pero también la más arriesgada. Luego de algunos minutos, había logrado que el Tigar cojeara a cada paso y que estuviera más furioso también, pero fuera de eso, al campeón se le veía perfectamente, él, en cambio, había recibido varios golpes y los afilados nudillos del Tigar le habían partido la cara en distintas partes, estaba bañado en sangre y sudor, sentía hinchado su ojo izquierdo, y los brazos le pesaban como nunca antes le habían pesado, solo le faltaba recibir el golpe definitivo y no podía evitarlo para siempre, entonces llegó, dejó que llegara y aunque lo contuvo como pudo cubriéndose con sus brazos, el puñetazo en el pómulo izquierdo lo hizo caer al suelo, exhausto, sin fuerzas para seguir peleando, pero aún no estaba fuera de combate, y no podía darse como ganador al Tigar si su rival estaba consciente y despierto, por lo que éste se le acercó victorioso, lo cogió por el pelo y lo hizo ponerse de rodillas para darle el golpe de gracia mientras el público celebraba completamente satisfecho con el espectáculo recibido y esperando el mejor final. Estando sobre sus rodillas y viendo el puño en alto de su rival, y como éste se hacía vitorear por sus seguidores, Cego empuñó su mano como un hombre libre y un peleador orgulloso que era y descargó su golpe de gracia también, con todas las fuerzas que le quedaban y directo a la rodilla del Tigar, la derecha esta vez, la que estaba más próxima y la que hizo que el Tigar diera un grito y le soltara el pelo en el acto; que los vítores se acabaran y que su rival lo mirara como si le hubiese traicionado, como si hubiese develado el más profundo de sus secretos, su debilidad, como si hubiese despertado en él el dolor de una antigua lesión ya olvidada pero no desaparecida y ahora lo usaba en su contra. Cego se puso de pie penosamente, mientras el Tigar apenas podía mantenerse así sin sentir dolor, a su alrededor, la mitad de la gente estaba atónita al ver cómo la situación se había invertido en un segundo y la otra mitad gritaba de felicidad por la misma razón. Cego levantó los puños otra vez, dispuesto a continuar, el otro quería destrozarlo, pero el dolor era tan intenso como cuando el tronco de un árbol le aplastó las piernas y lo tuvo sin poder caminar por meses, solo se recuperó gracias a su volumen y extraordinaria fuerza física, pero su rodilla aún le recordaba ese día de vez en cuando, y ahora más que nunca. El Tigar lo intentó pero no pudo y apoyando su rodilla lesionada en el suelo, le cedió la victoria a su rival por esa vez, prometiendo que tendría su revancha dentro de un año, pero nunca la tendría, porque luego de tres meses, un enorme Crestadorada de casi un metro de largo, probablemente el único de ese tamaño en todo el río Jazza, en uno de esos días en lo que todo sale mal y en una desafortunada maniobra de pesca, le rajara la cara a Cego con la uña de su aleta pectoral, llevándose su ojo derecho por delante, y luego huyera para nunca más ser visto. Ese día su carrera deportiva profesional terminó, un tuerto en la arena de la Rueda no era rival para cualquier luchador medianamente experimentado, el título volvió a su antiguo dueño cuando éste se recuperó y Cego comenzó, sin casi darse cuenta, una carrera política que lo llevaría a convertirse en rey, un rey sin trono ni corona, ni ninguna de esas tonterías pretenciosas, solo un hombre al mando de un pueblo que lo seguiría a donde fuera.


León Faras.

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