82.
¡Un desastre! Todo no era más que un condenado desastre. Toda su propiedad, incluyendo el interior de su cabaña y su porqueriza, estaba infestada de cabras y sus mierdas. El olor que había no se iba a quitar ni con un año de aguaceros y encima, esos bichos le mordisquearon todas las paredes y los muebles. Mientras el perro ya había empezado a expulsar a las cabras del lugar a punta de ladridos y correteos, Nimir encontró un hermoso caballo blanco, como de ensueño, con las riendas enredadas en un arbusto. Migas lo miró con saña. “Oh, padre, si no lo haces tú, te juro que lo haré yo…” Y luego dirigiéndose a Nimir, gritó: “¡Todo esto es culpa tuya! ¡Así que empieza a moverte y saca todos estos animales de mi propiedad!” “¿Puedo quedármelo?” Replicó el otro, con una cara que Migas prefirió ignorar para no darle con una pala, después de todo, un caballo blanco no era nada bueno, ni bueno para nada, pero Nimir qué podía entender de esas cosas. Sin embargo, lo peor estaba dentro de su casa. Migas entró con el Tronador y los documentos del difunto Larzo bajo el brazo, pero simplemente se le cayeron al suelo cuando se le aflojaron los músculos del cuerpo al ver lo que vio. Tres de sus lechones estaban allí, habían sobrevivido en un rincón de su casa… pero amamantándose directamente de las tetas de una cabra. Migas estaba horrorizado y desilusionado, se cubría la boca totalmente incrédulo de lo que veía, ahora no sabía qué era peor, si que sus lechones estuvieran muertos o la abominación que estaba presenciando, además el animal que los alimentaba era el más horrible que hubiese visto, con una panza grotesca, la piel cubierta de manchas sin sentido, esos ojos desquiciados que no miran a ninguna parte y esa maldita mandíbula rumiando sin parar, todo el tiempo y sin vergüenza por nadie. Era desagradable solo de ver, pero tal vez el daño no fuera tan profundo aún, quizá todavía podían salvarse. Migas tenía sus esperanzas en ello. Comenzó a llamar a Nimir para que le ayudara, mientras recogía un canasto para meter sus lechones dentro, pero Nimir estaba embobado afuera dando vueltas por el patio en su nuevo caballo blanco, a pesar de que éste no tenía montura y de que no lograba coordinar el vaivén de su cuerpo con el del animal, por lo que los golpes que se daba en el trasero no podían ser nada gratos. Migas quiso torcerle el cuello como a una gallina por su falta de empatía con las verdaderas prioridades del momento, pero sus lechones estaban primero, así que fue por ellos, los desprendió de las tetas de ese bicho feo y los metió en la canasta para sacarlos de allí lo antes posible y llevarlos a que bebieran la verdadera leche de su madre antes de que le comenzaran a salir cuernos o se le enchuecaran los ojos. El perro, aunque incansable como todos los perros, no terminaría nunca con su tarea si no recibía algo de ayuda y Nimir… bueno, Nimir se paraba del suelo en ese momento con un dolor insoportable en la entrepierna y la cara llena de tierra, luego de salir lanzado del animal por tanto tumbo sin sentido que daba encima. El caballo por fin se había deshecho de él y el chico ya no estaba tan entusiasmado por quedárselo. Con andar adolorido y esa mirada rencorosa de rapaz azotado por haber sido sorprendido robando, Nimir tomó una vara y comenzó a arrear las cabras fuera de la propiedad bajo la mirada de satisfacción de Migas.
A Falena no le gustó nada eso de, “no hay nada que hacer porque la muerte no tiene cura.” Si Yurba no estaba muerto aún, seguro algo se podía hacer, y Brelio estaba de acuerdo con ella. A su tía Gilda, por lo que había notado, no le sentaba nada bien que le mencionaran a esa mujer con cara de cabra, esa que al parecer, todos conocían pero de la que nadie sabía nada y nadie podía asegurar haber visto nunca, y ni él tampoco. “Escucha…” Le dijo el chico. “Si quieres, podemos ir con mamá. No sé dónde está ella, pero sé donde está papá y él debe saberlo.” Empezaron a caminar y mientras lo hacían, Brelio le recordó una verdad que no debía ser ignorada. “Esa noche cayeron sobre la ciudad todos los venenos de Bosgos, y no todos matan, ¿sabes? algunos solo enloquecen, confunden la mente de formas inimaginables… lo que quiero decir, es que la historia de tu amigo puede haber sido solo el veneno hablando.” Falena sabía eso, de hecho ya lo había considerado, pero la cicatriz no fue hecha por el veneno. “¿Y estás segura de que no existía ya desde antes?” Preguntó el chico para estar seguros. Falena no tenía dudas al respecto. Desde que conoció a Yurba en sus prácticas donde el señor Sagistán, este siempre usaba camisas abiertas que enseñaban su lampiño pecho del que se sentía orgulloso, de haber estado esa cicatriz ahí antes, ella la hubiese notado, además, las cicatrices eran siempre un asunto importante del cual presumir entre los soldados. Imposible solo pasarla por alto.
En la ciudad aledaña estaban reunidos todos los cocineros encargados de preparar los venenos; maestros, instructores, preparadores y aprendices, trabajaban para abastecer la ciudad de suficiente veneno como para contener un nuevo ataque cizariano que estaban seguros de que sucedería, a pesar de que la principal arma enemiga, los grandes Tronadores, lucían apilados en medio de la ciudad entre lanzas y yelmos, como un trofeo, un monumento, orgullo de Bosgos y de todos sus habitantes, y recordatorio de su extraordinaria victoria, artefactos, que Fagnar tenía órdenes de recuperar personalmente y para lo cual ya se estaba preparando.
El gran Tigar luchaba, esta vez contra un gran guerrero bárbaro cubierto de pieles cuya arma era un hacha enorme comparada con las dos pequeñitas que usaba Garma. La pelea prometía y Cegarra estaba entusiasmado viéndola desde su palco particular, hasta que el ejército cizariano invadió sus instalaciones con sus trajes de metal y sus espadas en mano, rodeando todo el lugar y metiéndose dentro de la Rueda incluso, donde un capitán acompañado de una docena de Tronadores, anunciaba que todos los hombres de Jazzabar estaban siendo llamados a formar parte del ejército para luchar por la grandeza de Cízarin y la de su rey. Cegarra se puso de pie, indignado, esta era una irrupción armada y hostil contra él y su gente para la que no tenían derecho, pero tras él llegaba a sus espaldas el mismísimo general Fagnar para recordarle que no había ninguna irrupción, porque tanto Jazzabar como su gente pertenecían a Cízarin y a su rey, y que era éste en persona quien les estaba ordenando a todos que formarían parte del ejército que tomaría Bosgos dentro de los próximos días. “Tengo entendido que usted es algo así como un líder aquí. Encárguese.” Anunció Fagnar sin apenas levantar la voz, Cegarra se atrevió a preguntar por la otra alternativa y a una señal del general, uno de los Tronadores estalló dentro de la Rueda perforándole la cabeza de lado a lado al bárbaro que cayó sin emitir ni un quejido siquiera ante los ojos de horror de Garma, quien solo había oído historias, pero jamás había visto algo así. “Tengo órdenes de destruir todo este puerto fluvial hasta sus cimientos si usted o sus hombres se niegan a cooperar.” Amenazó Fagnar. Y agregó. “Tienen un día.”
León Faras.
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