domingo, 25 de mayo de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

96.



El legendario grupo de los Machacadores se reunía de nuevo, pero esta vez bajo un contexto totalmente distinto: Váspoli, los había reunido a todos en su casa para celebrar uno de los eventos más importantes de toda su vida: el cumpleaños número cuatro de su hija, Mara, el primero que podía festejar como corresponde. Allí estaban Guluz, junto a su hermano menor, Pável, ambos panaderos ahora, Cacán, el más joven de todos y que se ganaba la vida junto a su familia en los fructíferos campos de Cízarin, y Pepinillo, quien seguía igual que antes, flaco, largo y con el cabello lacio pegado al cráneo. Ahora, con su propio negocio de pescados. Otro que no había cambiado mucho era, por supuesto, Demirel, quien lucía su uniforme liviano, incluyendo una brillante pechera de metal con hombreras, y acompañando su gallarda figura estaba la siempre impecable Gindri, como no, la que no dejaba ni para ir a un cumpleaños de niños, tal como lo prometió cuando se le fue asignada. Todos seguían iguales que antes, con los mismos ademanes y colando las mismas bromas, excepto por el propio Váspoli, quien había madurado mucho, y ahora era un hombre enamorado y orgulloso de su familia; de su esposa Elsa, embarazada por segunda vez, y sobre todo de su hija, Mara, y es que la niña a su corta edad, ya era casi como una pequeña celebridad. Además de ser una niña innegablemente hermosa, bajo cualquier tipo de criterio, la pequeña poseía un encanto natural, una sonrisa fácil y contagiosa capaz de conquistar a cualquiera en un instante, una cabellera que siempre se veía perfecta, hiciera lo que hiciera, y una personalidad abierta y extrovertida, como la de alguien que no siente ni pizca de miedo por el mundo y su gente. La niña era adorada y alabada por todos y no solo parecía entenderlo, sino que también le gustaba. “No quiero estar en tus zapatos cuando esta pequeña crezca.” Era la broma más recurrente, pero Váspoli solo respondía con prudencia: “Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él.”



Con un par de yugos para el agua y dos hombres por lado, podríamos mover esos fierros de uno en uno, lo suficientemente lejos como para que una yunta de caballos los enganche y arrastre lejos de aquí sin que nadie lo note…” Propuso Bacho, mordisqueando un trozo de carne seca, demasiado seca. “Mmm.” Respondió su hermano. Comenzaba ya a irse el día y la suya era una de las varias fogatas encendidas en los alrededores de donde estaban apilados los Tronadores. “Se ven varias fogatas pero casi no hay antorchas, si elegimos una noche oscura y ponemos a algunos a vigilar… podría ser un trabajo rápido y fácil.” Continuó Bacho, asintiendo, confiado. “Mmm.” Respondió su hermano. Bacho escupió el exceso de saliva que le provocaba la carne seca y miró a su hermano impaciente. “¿Puedo saber qué es tan importante, Yambo?” Yan, sin dirigirle la mirada siquiera, señaló hacia los Tronadores con el dedo. “La forma en que están apilados, unos encima de otros, algunos están medio enterrados en la tierra, otros atascados entre sí… deberíamos prepararlos para que sea más fácil tomarlos y llevarlos.” Bacho asintió, aceptando que esa era una opción, aunque en su experiencia como bandolero y asaltante, jamás preparas nada antes de robarlo, solo lo tomas y ya, pero su hermano era nuevo en esto y él era benevolente aceptando sus ideas como legítimas. “Sí, bueno, podemos hacer algo rápido para liberarlos, no debe ser algo complicado.” Admitió con prudencia profesional. “Mmm.” Respondió su hermano, pero esta vez poniéndose de pie y yendo directamente hacia los Tronadores. Bacho abrió la boca y los brazos exigiendo una explicación, pero el loco de su hermano ya se alejaba decidido y no pudo más que tragarse una bocanada de aire y seguirlo. Yan comenzó a limpiar los Tronadores con sus propias manos y a acomodarlos con su fuerza única y sobrehumana, excavando la tierra como un perro obseso para liberarlos, al punto que algunos paseantes se detuvieran a mirarlo como se le mira a cualquier loco haciendo sus cosas de loco. “¿Qué carajos crees que estás haciendo, hijo?” Preguntó un abuelo que parecía incapaz de mantener la boca cerrada. Literalmente. Yan ni lo miró. “Miren este desastre, el trofeo de nuestra victoria, el orgullo de nuestra ciudad, no parece más que un montón de basura apilada y cubierta de mierda.” Les dijo Yan, afanado. “Es lo que yo les decía. El chico tiene razón.” Gritó uno desde un rincón, otros también asintieron. Bacho miró a su alrededor incrédulo, pero al ver que la absurda idea de su hermano tenía más apoyo del esperado, también comenzó a asentir. “Es verdad. Deberíamos ayudar todos.” Propuso con gravedad, logrando que incluso el abuelo de la mandíbula floja metiera las manos a la obra. Tardaron menos de una hora y todos se quedaron conformes con el resultado. Ahora podía verse con claridad que se trataba de siete Tronadores perfectamente limpios, apilados y listos para ser robados. Bacho tenía que admitirlo, lo que parecía una locura más de su hermanito, en realidad les iba a facilitar mucho el trabajo, e iba a bromear con él acerca de sus extravagantes ideas que luego funcionaban, pero Yan estaba distraído, apenas había hablado en todo el día o le respondía a todo con puros monosílabos o menos, pensó que solo era un episodio más de su personalidad fallida, pero ahora sospechaba que había algo más, algo que estaba perturbando la ya perturbada mente de su hermano, pero no preguntaría. Una vez preguntó, hace años atrás, y Yan le respondió que estaba desanimado porque él sabía que había toda una civilización de personas que vivía al otro lado del mundo, pero que no podía probarlo. Bacho esperaba escuchar algo sobre los inalcanzables encantos de alguna chica que lo había tocado, pero en su lugar le soltó ese disparate sin ningún sentido sobre el otro lado de algo. No. Definitivamente era mejor no preguntar.



León Faras.

sábado, 3 de mayo de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

95.



En Cízarin se hablaba de los dos gigantes cuya batalla había dado origen a la ciudad, por supuesto que solo era un cuento popular, pero a los niños les encantaba oírlo, sobre todo si el narrador era bueno. Uno de ellos se llamaba Jazza, la gran serpiente de agua, tan grande que era imposible ver dónde comenzaba y dónde terminaba al mismo tiempo, incluso para las aves. Gobernada sobre la tierra con holgura y sin que nadie se le interpusiera en su camino sin tener que sufrir las consecuencias de su hosco temperamento, eso, hasta que un día se le enfrentó un gigante de tierra llamado Ciza, no era tan grande como Jazza, pero sus raíces eran profundas y su determinación inquebrantable. Sería una lucha larga y agotadora, entre el asedio incansable de Jazza y la tenaz resistencia de Ciza que duraría décadas, tal vez siglos, pero el gigante de tierra nunca se doblegó a pesar del daño recibido, y la ferocidad del gigante de agua eventualmente decaería con el tiempo. “¿Y qué pasó al final? ¿un empate?” Preguntó Cherman con desánimo fingido y algo de chispa en la mirada. Su tío lo miró como el profesor mira al payaso del curso. “Se dice que Ciza ganó, por eso la ciudad lleva su nombre y no es Jázzarin, aunque ahora todos lo llaman el Decapitado.” “Ese no suena como el nombre de un ganador.” Replicó su sobrino y ambos sonrieron, mientras miraban hacia Cázarin, la ambiciosa ciudad a medio camino que se estaba construyendo en la cima del Decapitado, la cual no se estaba desarrollando a la velocidad que el rey deseaba. “Le están creciendo alas a un pájaro que antes no las tenía.” Comentó Cherman, forzando una sonrisa. “No le están creciendo, se las dieron. Rimos lo hizo.” Respondió el señor Sagistán, más bien serio.



Apenas saliendo de Bosgos, Falena se topó con un tipo cuyo aspecto era lamentable, parecía desconcertado, como perdido, con el andar inestable de alguien que ha debido caminar más de lo que podía, y con una mezcla de dolor y angustia en el rostro, como cuando se juntan los dos tipos de dolores, el físico y el otro. Le tomó un tiempo, pero en cuanto advirtió su presencia, se abalanzó con tal urgencia sobre ella y su caballo, que la chica llevó una mano al mango de una de sus espadas, solo por si acaso. Arrastraba el hombre, un bulto de tela sucio y acuoso cuyo aspecto era cuando menos sospechoso. “¡Hay una bestia en el bosque, una bestia! ¡Devoró a mi suegro!” Su hablar era raro, como si tuviera la mitad de la mandíbula adormecida, pero eso más o menos le dijo, señalando su bulto. “¡Es horrible, con dientes enormes! No te detengas por nada ni por nadie, niña… esa cosa mató y se comió a mi suegro…” Repitió angustiado. Falena agradeció el consejo con amabilidad, pero ya hasta el caballo se estaba poniendo nervioso con ese tipo, por lo que comenzó a alejarse de él como quien se aleja de un borracho empalagoso. Tal vez tenía razón, y aunque no quería ver lo que llevaba en ese bulto, podía ser que algún animal grande hubiese llegado hasta allí, uno de esos con garras y colmillos como para devorar a un hombre, no era algo común, pero tampoco era imposible.



Cípora atendía a los heridos que aún quedaban con diligencia pero con una cara de asco que era mejor no preguntar, cuando vio llegar a su amiga. ”¡Pero por el alma de Sándalo, mujer! ¿A dónde fuiste por esas hojas? ¡A Rimos?” Preguntó indignada, y agregó, recriminándola. “Y en cima, a penas trajiste una docena.” Pero Lorina arrastraba su cojera indiferente del mundo, desconectada de la realidad… perdida en sí misma, tanto que la otra se alarmó. “¿Qué te pasa, mujer? ¿Te hicieron algo? ¡Dímelo!” Le preguntó, sacudiéndola de los hombros, pero Lorina solo quiso esbozar una tenue sonrisa y desvió la mirada. Cípora se asustó entonces. Había visto esa clase de indiferencia antes, y no era nada bueno. Delegó sus tareas a una de sus compinches y arrastró a su amiga a un lado. “Dime lo que te pasó ahora mismo, o te juro que te arranco la verdad a cachetadas.” Amenazó. “¿Tú sabes qué es el amor, Cipo?” Susurró Lorina con la vista perdida. Cípora volvió a mirarla indignada. Ella toda preocupada y la otra burlándose. “¿Y tú sabes lo que es que te aflojen la mandíbula de un golpe por tonta! ¡Qué clase de pregunta es esa?” La cogió de una oreja para enderezarle la cara y vio que sus ojos eran pura nostalgia; estaba tan claro todo en ellos que ya no era necesario ni preguntar, ¡Pero cómo podía ser posible, si hace dos horas estaba bien! “¿Crees que sea amor lo que siento, Cipo?” Cípora estaba espantada, ¡Ha esta chica la han drogado! Pensó. “Sí claro, mujer, por qué no, pero dime: ¿Qué fue lo que te dieron? ¿Fue comida o bebida?” Y luego agregó mirando al cielo. “¡Pero que clase de imbécil droga a una furcia para conseguir su amor!” Lorina hablaba muy despacio y bajito, como si se hallara flotando en medio de la paz más absoluta. “No me dieron nada, Cipo, es solo que vi un sueño hacerse realidad ante mis ojos, y me asusté.” Cípora no sabía si golpearla o abrazarla. “¡Pero qué tonterías son esas! ¡Qué sueños ni que nada! ¡Nadie puede enamorarse así y menos si…” Cípora estaba dispuesta a hacer entrar en razón a su amiga a como diera lugar, pero la mano de Lorina se posó en su mejilla con tal ternura y sus ojos la miraron con tal compasión, que parecía que aquella le estaba perdonando todos sus pecados, incluido el de su infinita ignorancia, dejándola desarmada como un pollo ciego. Lorina dio un suspiro y se fue. “Nina la va a correr a la calle si la ve así.” Sentenció Cipora, frustrada, y luego, golpeándose las piernas con las palmas agregó: “Una puta enamora, ¡Lo que nos faltaba! ¡Habrase visto!”


León Faras.