sábado, 3 de mayo de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

95.



En Cízarin se hablaba de los dos gigantes cuya batalla había dado origen a la ciudad, por supuesto que solo era un cuento popular, pero a los niños les encantaba oírlo, sobre todo si el narrador era bueno. Uno de ellos se llamaba Jazza, la gran serpiente de agua, tan grande que era imposible ver dónde comenzaba y dónde terminaba al mismo tiempo, incluso para las aves. Gobernada sobre la tierra con holgura y sin que nadie se le interpusiera en su camino sin tener que sufrir las consecuencias de su hosco temperamento, eso, hasta que un día se le enfrentó un gigante de tierra llamado Ciza, no era tan grande como Jazza, pero sus raíces eran profundas y su determinación inquebrantable. Sería una lucha larga y agotadora, entre el asedio incansable de Jazza y la tenaz resistencia de Ciza que duraría décadas, tal vez siglos, pero el gigante de tierra nunca se doblegó a pesar del daño recibido, y la ferocidad del gigante de agua eventualmente decaería con el tiempo. “¿Y qué pasó al final? ¿un empate?” Preguntó Cherman con desánimo fingido y algo de chispa en la mirada. Su tío lo miró como el profesor mira al payaso del curso. “Se dice que Ciza ganó, por eso la ciudad lleva su nombre y no es Jázzarin, aunque ahora todos lo llaman el Decapitado.” “Ese no suena como el nombre de un ganador.” Replicó su sobrino y ambos sonrieron, mientras miraban hacia Cázarin, la ambiciosa ciudad a medio camino que se estaba construyendo en la cima del Decapitado, la cual no se estaba desarrollando a la velocidad que el rey deseaba. “Le están creciendo alas a un pájaro que antes no las tenía.” Comentó Cherman, forzando una sonrisa. “No le están creciendo, se las dieron. Rimos lo hizo.” Respondió el señor Sagistán, más bien serio.



Apenas saliendo de Bosgos, Falena se topó con un tipo cuyo aspecto era lamentable, parecía desconcertado, como perdido, con el andar inestable de alguien que ha debido caminar más de lo que podía, y con una mezcla de dolor y angustia en el rostro, como cuando se juntan los dos tipos de dolores, el físico y el otro. Le tomó un tiempo, pero en cuanto advirtió su presencia, se abalanzó con tal urgencia sobre ella y su caballo, que la chica llevó una mano al mango de una de sus espadas, solo por si acaso. Arrastraba el hombre, un bulto de tela sucio y acuoso cuyo aspecto era cuando menos sospechoso. “¡Hay una bestia en el bosque, una bestia! ¡Devoró a mi suegro!” Su hablar era raro, como si tuviera la mitad de la mandíbula adormecida, pero eso más o menos le dijo, señalando su bulto. “¡Es horrible, con dientes enormes! No te detengas por nada ni por nadie, niña… esa cosa mató y se comió a mi suegro…” Repitió angustiado. Falena agradeció el consejo con amabilidad, pero ya hasta el caballo se estaba poniendo nervioso con ese tipo, por lo que comenzó a alejarse de él como quien se aleja de un borracho empalagoso. Tal vez tenía razón, y aunque no quería ver lo que llevaba en ese bulto, podía ser que algún animal grande hubiese llegado hasta allí, uno de esos con garras y colmillos como para devorar a un hombre, no era algo común, pero tampoco era imposible.



Cípora atendía a los heridos que aún quedaban con diligencia pero con una cara de asco que era mejor no preguntar, cuando vio llegar a su amiga. ”¡Pero por el alma de Sándalo, mujer! ¿A dónde fuiste por esas hojas? ¡A Rimos?” Preguntó indignada, y agregó, recriminándola. “Y en cima, a penas trajiste una docena.” Pero Lorina arrastraba su cojera indiferente del mundo, desconectada de la realidad… perdida en sí misma, tanto que la otra se alarmó. “¿Qué te pasa, mujer? ¿Te hicieron algo? ¡Dímelo!” Le preguntó, sacudiéndola de los hombros, pero Lorina solo quiso esbozar una tenue sonrisa y desvió la mirada. Cípora se asustó entonces. Había visto esa clase de indiferencia antes, y no era nada bueno. Delegó sus tareas a una de sus compinches y arrastró a su amiga a un lado. “Dime lo que te pasó ahora mismo, o te juro que te arranco la verdad a cachetadas.” Amenazó. “¿Tú sabes qué es el amor, Cipo?” Susurró Lorina con la vista perdida. Cípora volvió a mirarla indignada. Ella toda preocupada y la otra burlándose. “¿Y tú sabes lo que es que te aflojen la mandíbula de un golpe por tonta! ¡Qué clase de pregunta es esa?” La cogió de una oreja para enderezarle la cara y vio que sus ojos eran pura nostalgia; estaba tan claro todo en ellos que ya no era necesario ni preguntar, ¡Pero cómo podía ser posible, si hace dos horas estaba bien! “¿Crees que sea amor lo que siento, Cipo?” Cípora estaba espantada, ¡Ha esta chica la han drogado! Pensó. “Sí claro, mujer, por qué no, pero dime: ¿Qué fue lo que te dieron? ¿Fue comida o bebida?” Y luego agregó mirando al cielo. “¡Pero que clase de imbécil droga a una furcia para conseguir su amor!” Lorina hablaba muy despacio y bajito, como si se hallara flotando en medio de la paz más absoluta. “No me dieron nada, Cipo, es solo que vi un sueño hacerse realidad ante mis ojos, y me asusté.” Cípora no sabía si golpearla o abrazarla. “¡Pero qué tonterías son esas! ¡Qué sueños ni que nada! ¡Nadie puede enamorarse así y menos si…” Cípora estaba dispuesta a hacer entrar en razón a su amiga a como diera lugar, pero la mano de Lorina se posó en su mejilla con tal ternura y sus ojos la miraron con tal compasión, que parecía que aquella le estaba perdonando todos sus pecados, incluido el de su infinita ignorancia, dejándola desarmada como un pollo ciego. Lorina dio un suspiro y se fue. “Nina la va a correr a la calle si la ve así.” Sentenció Cipora, frustrada, y luego, golpeándose las piernas con las palmas agregó: “Una puta enamora, ¡Lo que nos faltaba! ¡Habrase visto!”


León Faras.

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