sábado, 25 de octubre de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

112.



Oh, padre, si tan solo pudiera, si tan solo hubiera alcanzado.” Se lamentaba Migas, sin dejar de mirar el gesto de terror en los ojos del pobre Nimir que no dejaba de recriminarle por su muerte desde el suelo, pero era muy tarde y había recibido demasiado daño como para intentar retener su espíritu, igual como lo hizo con el de su padre en su momento. Lo que sentía el viejo Migas era inexplicable; había pasado demasiado tiempo desde sus últimas lágrimas y ahora estaba todo atorado, sin saber cómo aliviar una aflicción mucho más grande y más profunda de lo que podría haber imaginado. El perro se lamía sus heridas a un lado en total silencio y su padre, que tampoco tenía lágrimas desde hacía mucho tiempo, lo miraba desde la penumbra, entre lúgubre y preocupado. “No, padre, no podemos retenerlo…” Dijo Migas con amarga resignación. “Su cuerpo no es más que un cascarón vacío y lleno de agujeros ahora… pero no se lo entregaremos a la tierra para que lo absorba, ni al fuego para que lo devore, se quedará con nosotros, en nuestra casa. Curaré su carne, reemplazaré sus fluido, preservaré sus órganos con sal y resina… haré lo que tenga que hacer para honrar su memoria, padre.” Sentenció el viejo, con la convicción de un juramento sagrado. A su lado estaba el huevo, intacto. Con ese no sabía todavía qué hacer.



Por la mañana, Bacho, quien apenas había dormido un par de horas en toda la noche, se presentó frente a su padre, hermanas y demás gente cercana, con aire pedante y gesto fastidiado. “Creí que llegarían ayer…” Le dijo Cego, no tanto como un reproche, sino más bien como curiosidad legítima, pero Bacho lo tomó como un regaño. “Pero ya estoy aquí, ¿no?” Respondió éste, agrio. Cego desvió la mirada. Su hijo siempre con esa actitud desafiante y molesta que hacía tan difícil entenderse con él. “Bueno, pues habla entonces.” Respondió el padre, devolviéndole el gesto de hastío. Bacho escupió lo que tenía que decir con brevedad telegráfica y ya se iba a ir, pero Elba, su hermana mayor, lo detuvo con la autoridad que a veces le faltaba a su padre. “¿Adonde crees que vas? Debemos hacer los planes, haremos el robo esta misma noche. Los caballos ya están aquí.” Fagnar les había prestado una docena de caballos porque en Jazzabar no había más que un par de burros que se usaban para trasportar carga en el puerto, por lo demás, debido a la anatomía intrincada y estrecha del mismo, hacerte de un caballo allí era una estupidez. Bacho alegó que por lo mismo necesitaba dormir, y mientras su padre lo autorizaba a retirarse con un gesto de su mano, su hermana clamaba al cielo por la presencia de Yan, que era el que debía estar allí, porque el tipo podía estar muy chiflado, pero él sí tenía el compromiso con Jazzabar y su gente, al contrario de Bacho, que solo velaba por sí mismo sin importarle nada ni nadie más.



Esa tarde, Musso y su gente se volvió a reunir, pero esta vez no para predicar su doctrina revolucionaria, sino para organizar su primer golpe y Brelio estaba allí, solo. También estaba Cana, la mujer muda y su primo-hermano Ren, quien traducía todas sus señas. El plan era que un grupo creara una distracción tirando de los postes que sostenían el precario ascenso a la ciudadela que se estaba construyendo en la cima del Decapitado, mientras que otro grupo prendía fuego a los establos de su ejército, a sus graneros y lo que pudieran quemar antes de huir. “Ya sabes, si te unes a nosotros, luego no podrás abandonarnos…” Le recordó Ren al muchacho y éste asintió seguro de estar haciendo lo que debía. “Repito:… No podrás abandonar al grupo.” Volvió a decir el hombre, mirándolo con ojos penetrantes debajo de sus abultadas cejas. “No abandonaré al grupo.” Aseguró Brelio. Cana, que estaba por ahí cerca, y que era muda, pero no sorda, hizo unos gestos que su primo entendió pero que no tradujo, y Brelio, con una brusca palmada en la espalda, pasó a ser oficialmente miembro del grupo, el cual, para ese momento contaba solo con diecisiete miembros jurados, más dos infiltrados en Cízarin, seis caballos, dos carretas ligeras, y un número limitado de armas profesionales, complementadas con una buena cantidad de armas improvisadas. No había tiempo ya de despedidas ni de más preparativos, aquellos que le había jurado fidelidad al grupo se pondrían en marcha de inmediato rumbo a Cízarin para llevar a cabo el plan.



Mientras tanto, Teté había empezado a anidar una terrible angustia en el pecho, lo cual no era algo extraño para ella, lo raro, era que no sabía exactamente el porqué. Su esposo había salido temprano en la mañana diciendo que había cosas que organizar, y en la calle corrían nuevos rumores de ataque y sangre derramada, incluso más que de lo común. Cuando Falena llegó a su casa, encontró a su madre hecha un amasijo de nervios, y lo primero que hizo fue preguntar por su hermana, pero entonces se dio cuenta de que ese era el problema. Rubi llevaba horas desaparecida y su madre se imaginaba cosas horribles con demasiada facilidad. “Yo la buscaré, mamá, tú ve con tía Dana, ella siempre se queja de que tú nunca la visitas…” Le dijo Falena, y agregó: “Creo que sé dónde puede estar. No te preocupes.” Mentira. Rubi no le había dicho ni una sola palabra y no tenía ni idea de dónde podía estar o qué estaría haciendo. Lo que sí estaba claro era que el ataque que su tío Demirel había advertido, ya estaba a punto de comenzar.



León Faras.

domingo, 12 de octubre de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

111.



La noche para Lorina y Yan Vanyán fue de ensueño, se quedaron recostados, con sus cabezas pegadas, tomados de las manos mirando el cielo estrellado y susurrando, como si temieran interrumpir el sueño de los dioses del universo infinito. Se declararon un amor arrebatante al que no podrían renunciar jamás y por el que morirían antes de perder. Se prometieron afrontar todo juntos, soportar cualquier cosa, sostenerse el uno al otro en todo momento y no abandonar jamás ese amor espontáneo que de forma tan caprichosa, Ven Plimplín les había otorgado especialmente a ellos. Todo fue espléndido, hasta que Yan debió confesar con gravedad en la voz, que era hijo del rey de Jazzabar, y que estaba en una misión que su padre le había encargado. Lorina no lo podía creer, pero tampoco podía no creerle a él. El hombre que la amaba y que ella amaba ¡era en verdad un príncipe! No estaba muy segura de qué era Jazzabar y por qué había un rey ahí, pero si él lo decía, era verdad, porque a diferencia de lo que Nina le había aconsejado, ella sí confiaba en él y ahora estaba dispuesta más que nunca a creerle todo, entonces Yan, tomándole ambas manos, le rogó que le acompañara a Jazzabar, porque ya no podía ni quería dejarla sola allí. Lorina aceptó con lágrimas en los ojos, rebosante de alegría, pues estar con él en todo momento, era todo lo que ella quería a partir de ahora.



Lorina pasó a buscar sus pocas pertenencias apenas algunos minutos antes del alba. Cípora, como era habitual, dormía desparramada en su lecho, como si se hubiese estrellado contra él en vez de solo recostarse, roncando de una manera ruidosa y un tanto tormentosa a ratos, con unos espasmos capaces de preocupar a cualquiera que no la conociera. Le hubiese gustado hablarla, despedirse, decirle lo feliz que se sentía; a ella que siempre fue como su madre, su hermana y su amiga, todo en una, pero si lo hacía, Cípora querría saberlo todo, la retendría con un montón de preguntas e incertidumbres, y no quería que su príncipe se cansara esperándola afuera, además, tampoco se iba para siempre. Sin embargo, Nina sí la encontró organizando sus pilchas en un hatillo, ella que era una noctámbula consumada, de las que se conocía el cielo estrellado de memoria de tanto mirarlo, la vio y supo lo que ocurría. “Así que te vas y nos dejas…” Le dijo con fingido reproche en el tono. “Mi obligación ahora es estar con él.” Replicó Lorina sin siquiera pestañear. Eso había llegado demasiado lejos, demasiado rápido, pensó Nina. “No oíste ni una sola palabra de lo que te dije, ¿verdad?” Lorina se iba a justificar, diciendo que sí la había oído, pero que también debía oír a su corazón, sin embargo, Nina la abrazó de repente como nunca antes lo había hecho, para callarla y decirle que si estaba segura de lo que hacía y de lo que sentía, no debía darle explicaciones ni a ella ni a nadie… “porque siempre te dirán que no puedes, o no sabes o que eres una tonta por intentarlo, pero al final la tonta es una por escucharlos y hacerles caso.” Nina hubiese hecho cualquier cosa por disuadirla de irse tras un hombre que apenas conocía, pero en el fondo deseaba que su certeza fuese verdadera. Para cuando Cípora espabiló de su sueño entremedio de un atascadero de ronquidos, abrió los ojos y vio la robusta silueta de Nina parada en la ventana mirando hacia afuera, también vio que ya amanecía y que Lorina no estaba en su lecho. “Se ha ido.” Le informó su jefa en cuanto la mujer llegó a su lado, caminando media curca, abrazada a sí misma, arrastrando una manta con la que se cubría. Lucía incrédula y desconfiada, como si su jefa hubiese arrojado a la calle a su amiga en medio de la noche, sin compasión y a la primera. Nina leyó sus pensamientos en su mirada rencorosa. “Se fue con su príncipe poeta… él se la llevó. Solo espero que ese hombre la quiera un poco, al lado de lo que ella parece amarlo.” “Ni siquiera se despidió de mí…” Susurró Cipo, apenada. Nina ya se iba a su cuarto. No estaba dispuesta a lidiar con sentimentalismos ajenos. “Sí lo hizo. Se despidió de todas.” Le dijo.



Bacho tuvo durante toda esa tarde, entre bebida y bebida, una larga y agradable conversación con Cípora sobre el amor y la vida, sí, no era precisamente su tema favorito, pero oír a Cipo hablar así le gustaba, despertaba en él un ser humano distinto, uno más limpio y honorable, con una vida justa y una familia a sus espaldas, uno que estaba muy lejos de ser él. También escuchó la pasión con la que la mujer le hablaba sobre las virtudes de su amiga Lorina, un entusiasmo envidiable que nunca nadie usaría para defenderlo a él y que él jamás usaría para defender a nadie, excepto, quizá, por su hermano Yambo, sí, era un puto chiflado, pero era el único ser humano en todo el planeta al que él consideraba de verdad como su familia. Con el viejo Cego no tenía ninguna conexión real como padre e hijo, de joven, nada de lo que hacía le parecía bien a ese viejo, y si no hacía nada, era un inútil; lo peor de todo, era que el viejo no le decía nada, ni una palabra, ni un consejo, sin embargo sus gestos, sus miradas de desilusión, sus murmullos con los demás, lo decían todo. Y con sus hermanas, más de lo mismo, lo aceptaban y consideraban su hermano, pero no uno que ellas desearan tener, solo Rina, la menor, se mostraba a veces feliz de verlo y de llamarlo “hermano”, en vez de solo llamarlo por su nombre, pero ella era así con todos, rara, creo que estaba un poco chiflada también. El hecho, es que con eso y pese a todo, después de escuchar a Cípora, decidió que debía dejar a su hermano en paz con su chica, y que él acabaría con la misión, por lo que esa misma noche partió de vuelta a Jazzabar, solo. “Y si al viejo no le gusta, pues que se joda.” Le murmuró a su caballo, nada más partir.



León Faras.