Zombis
de metal.
Una
reducida patrulla de aplacadores corría a paso firme dibujando en la
luminosidad artificial del horizonte sus largos e imponentes doscientos doce
centímetros de altura. Alguna vez protegieron seres humanos, ahora buscaban
aplastar cualquier indicio de la revolución orgánica, y también a sus aliados
mecánicos. Estos últimos eran fáciles de reconocer, además de la primitiva
costumbre de usar un nombre, hablaban. Las máquinas se identificaban con
números de serie y se comunicaban por ondas de radio, el lento y engorroso
sistema de emitir sonidos para hablar solo se usaba para dirigirse a un humano,
pero los robots contaminados con el virus “Alma” parloteaban sin cesar como si no
supiesen transmitir información de otra manera.
La
media docena de robot estilizados como guerreros africanos, se detuvieron al
borde de la cornisa, un abismo artificial de varias decenas de metros de
altura. Ninguno de ellos se sobresalto cuando emergió de las profundidades la
gigantesca barcaza aerostática que venía por ellos, estabilizándose al alcance
de un paso de los robots aplacadores. En el interior los asientos y controles
estabas desocupados, creados originalmente por humanos y para humanos ahora no
tenían ningún sentido, los robot rápidamente formaban parte de la infraestructura
de la barcaza y se comunicaban con ella traspasando y recibiendo información de
manera instantánea y por medio de conexiones inalámbricas.
La
barcaza, una vez sellada completamente, descendió vertical y libremente hasta
que sus poderosos motores la detuvieron antes de tocar el suelo de forma
alarmante, una arriesgada maniobra que por supuesto no alteró en lo más mínimo
a ninguno de sus pasajeros. Abrió sus compuertas y de ellas emergieron al menos
una centena de aplacadores que habían
sido recolectados y reunidos por la barcaza para controlar una emergencia.
M&L,
una de las empresas más grandes en desarrollo de la robótica, tenía en frente
una de sus enormes y bien nutridas bodegas de acopio, un edificio del cual,
emergían sin parar decenas y decenas de autómatas en estado embrionario, muchos
de ellos mutilados, debido a que habían sufrido la usurpación de piezas de
recambio, como partes básicas de su carcasa o miembros. Totalmente inofensivos
si no fuera porque alguien los había despertado luego de un suministro masivo
del virus Alma, el cual se propagó a todos activando funciones básicas en
máquinas sin sistema operativo, o en palabras sencillas una multitud de robots
idiotas obedeciendo a su programación básica. Comunicarse con ellos era inútil,
podían recibir información pero eran incapaces de procesarla, eran el
equivalente a humanos sordos, con una inteligencia mínima y asustados, algunos
de ellos armados. Y su número se acercaba rápidamente a los mil.
Cuando
la joven muchacha entró a las bodegas de M&L fue solo para ocultarse de las
barcazas que patrullaban, su chaparro y fornido acompañante, un autómata
semejante a un fisicoculturista de baja estatura, bautizado con el inverosímil
nombre de Vodka, la aventó con mínimo esfuerzo por una de las ventanillas, era
un lugar que frecuentaban en busca de piezas de recambio, tenía bodegas llenas
de robot completos pero con sus memorias vacías, sin programas que le dijeran
que hacer o como comportarse, como funcionaba el mundo y cual era su función en
él, máquinas que las ratas mutilaban para completar a otras que sí funcionaban
y sí podían recibir el virus Alma. Pero en esta oportunidad no andaban en busca
de piezas, solo huían. Si aquella barcaza los había detectado, enviaría
aplacadores y no tendrían ninguna oportunidad contra ellos. Debían buscar una
salida rápido. No sintieron ningún ruido pero de pronto entró una luz poderosa
y cegadora que inundó el pasillo repleto de puertas donde estaban, la barcaza
investigaba. La muchacha y el robot se arrastraron pegados a la pared siguiendo
cada vez más pasillos y más puertas, varias iluminarias colgaban descuajadas
del cielo, todo era monótono de no ser por el mobiliario estropeado que
abundaba por todas partes y los innumerables papeles tirados. Al final solo
estaban las escaleras y su universal opción de subir o bajar, ninguna era una
salida y subir solo los alejaba del suelo, por lo que sin pensarlo demasiado comenzaron
a bajar hasta que una puerta los saco a una pasarela de metal que pasaba por
encima de un espacio subterráneo enorme repleto de centenares de autómatas que
en algún momento estuvieron listos para salir al mercado y que ahora solo
juntaban polvo y óxido siendo víctimas además, del hurto de partes de sus
cuerpos.
Al
llegar abajo, la multitud de máquinas parecía abrumadora, a simple vista eran
pocos los que estaban intactos, y muchos ni siquiera podían mantenerse en pie
debido a sus numerosas mutilaciones, otros carecían de cáscara y dejaban ver
sus interiores de cables sueltos y engranajes resecos, pero todos estaban en un
estado de hibernación que los mantenía en un funcionamiento mínimo y ajenos a
todo estímulo exterior, vivos, se podría decir, debido a su suministro de
energía de múltiple fuente e híper eficiencia que hacía que no se quedaran sin
energía prácticamente nunca.
Una
explosión alarmantemente cercana, sobresaltó a la muchacha y puso alerta a
Vodka, los aplacadores simplemente habían destruido una pared para ingresar, y
no tardarían en encontrarlos, eran muy eficientes siguiendo rastros humanos,
había que salir de ahí, otra explosión, otra pared destruida que acortaba
distancia. El círculo se cerraba, retrocedían escondiéndose como si la
oscuridad los pudiera ocultar a los sentidos de los aplacadores, pero de los
humanos desesperados pueden nacer las ideas más increíbles, las máquinas podían
transmitirse información sin conexión, y esta multitud de robots solo
necesitaban de la información necesaria para funcionar, Vodka la miró con una
emulación bastante convincente de perplejidad, “no tenemos un sistema operativo
ni un ordenador para activar las funciones, y si lo tuviéramos, no queremos que
estas máquinas se despierten, nos destruirían en el acto”, “Pero el virus Alma,
razonó la muchacha, es un sistema operativo básico en si mismo, ¿no?” otra
explosión, esta sí que estaba cerca, “Sí, respondió Vodka, muy básico pero ni
siquiera eso ten…” sus palabras se interrumpieron por una imagen que
contradecía toda lógica, la muchacha le apuntaba con su arma, él se sabía humano y era absurdo que otra humana quisiera
matarlo, la muchacha tenía los ojos llenos de lágrimas “Lo siento Vodka,
perdóname…” El primer disparo descuajo el brazo armado del robot, el segundo
perforó su pecho y le arrojo al piso, aún tenía consciencia en sus circuitos
cuando la muchacha comenzó retirar las carcasas del cráneo del robot en busca
de la placa removible con el chip contaminado con el virus Alma, Vodka dejaría
de ser su compañero, y pasaría a ser el androide de contención E767 y en el acto
comenzaría a comunicar la ubicación de la humana a sus colegas que ya estaban
cerca.
Los
aplacadores llegaron rápidamente a la bodega subterránea, la señal aunque
silenciada abruptamente, había sido fuerte y clara. Escudriñaron el lugar,
comenzaron a abrirse paso por entre la multitud de autómatas vacíos, que solo
mantenían el equilibrio sin responder a los empujones y codazos que recibían,
eso, hasta que la red interna de conexión de cada robot recibió el paquete de
datos del virus Alma y lo esparció, un procedimiento que era bloqueado por
robot funcionales, fue recibido y procesado sin objeciones por estas máquinas
vacías y sedientas de información. Ilustrativamente, el virus se encontraba
como un solitario pirata que se tomaba un barco sin tripulación, por lo que
manejarlo correctamente era imposible. Las máquinas adoptaron las funciones del
virus Alma pero sin tener la capacidad de llevarlas a cabo comenzaron a moverse
como seres idiotas, que tardaban minutos en tomar una decisión como qué hacer
frente a un obstáculo que impedía cumplir su único objetivo, avanzar. Los aplacadores
pronto fueron absorbidos por la multitud que intentaban atravesar, de inmediato
abrieron fuego derribando algunas decenas de zombis mecánicos, lo que generó un
caos en estos cuyo instinto de supervivencia era especialmente fuerte en el
sistema de emulación humano, Alma. Antes de ser despedazados, los aplacadores
lanzaron la señal de emergencia la que fue respondida en el acto.
La
muchacha ya estaba a salvo observando desde prudente distancia la calle repleta
de máquinas desorientadas que se movían sin rumbo, arrastrándose muchas de
ellas debido a las mutilaciones que habían sufrido, chocando unas con otras o
dando tumbos mientras eran acribilladas por un centenar de aplacadores que
acababan de llegar al lugar y que debían acabar con todo robot infestado del
virus Alma, incluso aquellos pobres idiotas.
León Faras.
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