sábado, 3 de enero de 2015

Historia de un Amor.

XII.

Leonardo tenía ciertas ideas sobre la relación que había entre la belleza y el amor, pero refiriéndose a la belleza artificial, la belleza como el sobrevalorado bien de consumo que era, como la necesidad humana casi vital en la que se había convertido. Desde un inocente peine hasta la cirugía plástica, la industria es gigantesca y variada tal como la demanda que cubre. Y existe para luchar contra una cruel realidad: Que desnudos y en estado completamente natural, somos como animales demasiado parecidos unos a otros, y eso no es atractivo a nuestros ojos. Y contra otra realidad tan cruel como la anterior: Que vivir, afea. Por supuesto que esta fealdad es subjetiva por completo tal como lo es la belleza, pero por otro lado también es cierto que la industria de la belleza lucha contra el paso del tiempo y el maltrato de los agentes ambientales, o sea, la vida misma y lo hace porque no ser bello está relacionado con no ser amado, intrínsecamente relacionado si se quiere, a pesar de lo brutalmente absurdo que suena amar algo que solo se percibe con los ojos, y pensar que aquello es suficiente para alcanzar la relación idílica, perfecta y duradera a la que se aspira, esto gracias a otra gran industria que nos vende la idea de que un gran amor está relacionado con una gran belleza, tan arrolladora que es capaz de avasallar en el acto, de una sola vez y para siempre, pero eso no puede ser así, no debe ser así. Para Leonardo, la belleza digna de amar debía estar en la normalidad y no en el abuso de la producción, él mismo se consideraba un descuidado y un perezoso con su apariencia, desatendiendo su cabello, dejando crecer su barba por días, incomodándose con el uso de perfumes, rotando las mismas prendas de vestir de siempre, lo cual lo llevaba a moverse sin llamar demasiado la atención, algo que por cierto, no era intencional para él, sino un rasgo más de su personalidad. Y no solo se podía decir que rehuía de sacarle el mejor partido a su aspecto físico, también huía de las personas cuyo atractivo era demasiado evidente, de las que se movían gallardas e indiferentes a la gran cantidad de miradas que atraían de todas partes, de esas bellezas que hipnotizaban por algunos segundos y en las que más de uno caía en entregar una vida de amor tan persistente como silencioso e inmerecido y hasta insano. Miraba en otra dirección o continuaba su camino sin voltear, buscando que esa visión capturada instantáneamente en su cerebro se diluyera con rapidez y perdiera la insistencia con la que se repetía en su mente en un principio. Sin embargo él sabía que jamás podría enamorarse de una persona con tal belleza, que estaban fuera de su alcance porque tal nivel de belleza siempre exige algo a cambio y el amor no exige nada a cambio, tal atractivo no era algo natural, era una inversión que de seguro esperaba rendir frutos, que estaba bien para las portadas de las revistas, para la fantasía, pero no para el amor. Fue entonces que se encontró con Miranda.

Ella era diferente, su belleza no deslumbraba como lo hace el sol, sino que podía admirarse largamente como se contemplan las estrellas, sin prisa, sin accesorios y lo más importante quizá, sin la necesidad de preguntarte quien era la persona detrás de ese aspecto porque su aspecto hablaba por si solo sobre la persona que ella era. No hubo amor a primera vista, pero si ambos supieron en el acto que estaban ante alguien que desearían conocer más y del que esperaban también el mismo interés, aquella mágica coincidencia con el libro y aquel encuentro levemente rudo y hasta un poco doloroso ya había dado el primer paso, pues con seguridad no hubiera funcionado de otra manera, muchas veces hubiesen podido pasar uno por el lado del otro sin llamar la atención como acostumbraban, sin que el contacto hubiese sido posible, como sucedía con las docenas de desconocidos que se cruzaban por sus caminos diariamente, ambos sabían eso y por consiguiente, ambos podían deducir que aquel encuentro era más que una mera coincidencia, podían sospechar incluso, que aquello era una respuesta a lo que habían estado deseando por mucho tiempo: “A alguien que sea para mí”


La lluvia no defraudó a nadie, cayó tal como se esperaba, abundante, pacífica y cálida, limpiando al pueblo del polvo y a las calles de su gente. En una pérgola redonda de la plaza en la que se conocieron, protegidos del agua, Leonardo y Miranda comieron emparedado, fruta y café y aprovecharon de despejar la última duda que siempre se tiene cuando algún recién conocido nos interesa, si ese alguien tiene algún compromiso con alguien más y por supuesto que ambos estaban libres, pues estaban con la casualidad de su parte. Miranda tomó el libro negro de la banca donde estaban sentados y este se abrió por sí solo en la página en la que la flor estaba guardada, algo estaba escrito ahí recientemente “Para que te puedan encontrar, solo deja de buscar.” La chica frunció el ceño confundida, aquello también estaba escrito en el libro antiguo y precisamente en la página donde estaba la flor seca, eso lo recordaba bien, a pesar de que había sido escrito por Leonardo solo la noche anterior, este le explicó que lo había escrito por ella y por su afortunado encuentro esperando que fuera más que una mera anécdota. El libro antiguo se estaba reconstruyendo y ella aportaría una cosa más. Metió la mano en su bolso y sacó una hoja de papel doblado que le pasó a Leonardo, este la abrió y la leyó, era “El Conjuro” al final de este, estaba escrito del puño y letra de Miranda la frase “Por tu pronta respuesta, muchas gracias” la chica le explicó de donde había salido ese escrito, y que por la noche, antes de dormirse, había sentido verdadera necesidad de dar las gracias por haberse encontrado, aun no había nada entre ellos, era cierto, pero la felicidad que le provocó haberse conocido, era suficiente por el momento. El conjuro fue guardado con cuidado dentro del libro formando parte de él como si siempre hubiese permanecido ahí. Luego llegó la hora de irse, pronto se verían de nuevo. Al momento de despedirse se besaron con soltura y normalidad, como cualquier pareja lo haría, pero inmediatamente cayeron en la cuenta de que ese había sido el primer beso entre ellos, era raro que hubiera sucedido de forma tan mutuamente espontánea, pero les sirvió para algo, ambos ya podían saber que desde ese momento Leonardo y Miranda estaban juntos. 


León Faras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario