XII.
Leonardo
tenía ciertas ideas sobre la relación que había entre la belleza y el amor, pero
refiriéndose a la belleza artificial, la belleza como el sobrevalorado bien de
consumo que era, como la necesidad humana casi vital en la que se había
convertido. Desde un inocente peine hasta la cirugía plástica, la industria es
gigantesca y variada tal como la demanda que cubre. Y existe para luchar contra
una cruel realidad: Que desnudos y en estado completamente natural, somos como
animales demasiado parecidos unos a otros, y eso no es atractivo a nuestros
ojos. Y contra otra realidad tan cruel como la anterior: Que vivir, afea. Por
supuesto que esta fealdad es subjetiva por completo tal como lo es la belleza,
pero por otro lado también es cierto que la industria de la belleza lucha
contra el paso del tiempo y el maltrato de los agentes ambientales, o sea, la
vida misma y lo hace porque no ser bello está relacionado con no ser amado,
intrínsecamente relacionado si se quiere, a pesar de lo brutalmente absurdo que
suena amar algo que solo se percibe con los ojos, y pensar que aquello es
suficiente para alcanzar la relación idílica, perfecta y duradera a la que se
aspira, esto gracias a otra gran industria que nos vende la idea de que un gran
amor está relacionado con una gran belleza, tan arrolladora que es capaz de
avasallar en el acto, de una sola vez y para siempre, pero eso no puede ser así,
no debe ser así. Para Leonardo, la belleza digna de amar debía estar en la
normalidad y no en el abuso de la producción, él mismo se consideraba un
descuidado y un perezoso con su apariencia, desatendiendo su cabello, dejando
crecer su barba por días, incomodándose con el uso de perfumes, rotando las
mismas prendas de vestir de siempre, lo cual lo llevaba a moverse sin llamar demasiado
la atención, algo que por cierto, no era intencional para él, sino un rasgo más
de su personalidad. Y no solo se podía decir que rehuía de sacarle el mejor
partido a su aspecto físico, también huía de las personas cuyo atractivo era
demasiado evidente, de las que se movían gallardas e indiferentes a la gran
cantidad de miradas que atraían de todas partes, de esas bellezas que
hipnotizaban por algunos segundos y en las que más de uno caía en entregar una
vida de amor tan persistente como silencioso e inmerecido y hasta insano.
Miraba en otra dirección o continuaba su camino sin voltear, buscando que esa
visión capturada instantáneamente en su cerebro se diluyera con rapidez y
perdiera la insistencia con la que se repetía en su mente en un principio. Sin
embargo él sabía que jamás podría enamorarse de una persona con tal belleza, que
estaban fuera de su alcance porque tal nivel de belleza siempre exige algo a
cambio y el amor no exige nada a cambio, tal atractivo no era algo natural, era
una inversión que de seguro esperaba rendir frutos, que estaba bien para las portadas
de las revistas, para la fantasía, pero no para el amor. Fue entonces que se
encontró con Miranda.
Ella
era diferente, su belleza no deslumbraba como lo hace el sol, sino que podía
admirarse largamente como se contemplan las estrellas, sin prisa, sin
accesorios y lo más importante quizá, sin la necesidad de preguntarte quien era
la persona detrás de ese aspecto porque su aspecto hablaba por si solo sobre la
persona que ella era. No hubo amor a primera vista, pero si ambos supieron en
el acto que estaban ante alguien que desearían conocer más y del que esperaban
también el mismo interés, aquella mágica coincidencia con el libro y aquel
encuentro levemente rudo y hasta un poco doloroso ya había dado el primer paso,
pues con seguridad no hubiera funcionado de otra manera, muchas veces hubiesen
podido pasar uno por el lado del otro sin llamar la atención como acostumbraban,
sin que el contacto hubiese sido posible, como sucedía con las docenas de
desconocidos que se cruzaban por sus caminos diariamente, ambos sabían eso y
por consiguiente, ambos podían deducir que aquel encuentro era más que una mera
coincidencia, podían sospechar incluso, que aquello era una respuesta a lo que
habían estado deseando por mucho tiempo: “A alguien que sea para mí”
La
lluvia no defraudó a nadie, cayó tal como se esperaba, abundante, pacífica y
cálida, limpiando al pueblo del polvo y a las calles de su gente. En una
pérgola redonda de la plaza en la que se conocieron, protegidos del agua, Leonardo
y Miranda comieron emparedado, fruta y café y aprovecharon de despejar la
última duda que siempre se tiene cuando algún recién conocido nos interesa, si
ese alguien tiene algún compromiso con alguien más y por supuesto que ambos
estaban libres, pues estaban con la casualidad de su parte. Miranda tomó el
libro negro de la banca donde estaban sentados y este se abrió por sí solo en
la página en la que la flor estaba guardada, algo estaba escrito ahí
recientemente “Para que te puedan encontrar, solo deja de buscar.” La chica
frunció el ceño confundida, aquello también estaba escrito en el libro antiguo
y precisamente en la página donde estaba la flor seca, eso lo recordaba bien, a
pesar de que había sido escrito por Leonardo solo la noche anterior, este le
explicó que lo había escrito por ella y por su afortunado encuentro esperando
que fuera más que una mera anécdota. El libro antiguo se estaba reconstruyendo
y ella aportaría una cosa más. Metió la mano en su bolso y sacó una hoja de
papel doblado que le pasó a Leonardo, este la abrió y la leyó, era “El Conjuro”
al final de este, estaba escrito del puño y letra de Miranda la frase “Por tu
pronta respuesta, muchas gracias” la chica le explicó de donde había salido ese
escrito, y que por la noche, antes de dormirse, había sentido verdadera
necesidad de dar las gracias por haberse encontrado, aun no había nada entre
ellos, era cierto, pero la felicidad que le provocó haberse conocido, era
suficiente por el momento. El conjuro fue guardado con cuidado dentro del libro
formando parte de él como si siempre hubiese permanecido ahí. Luego llegó la
hora de irse, pronto se verían de nuevo. Al momento de despedirse se besaron
con soltura y normalidad, como cualquier pareja lo haría, pero inmediatamente
cayeron en la cuenta de que ese había sido el primer beso entre ellos, era raro
que hubiera sucedido de forma tan mutuamente espontánea, pero les sirvió para
algo, ambos ya podían saber que desde ese momento Leonardo y Miranda estaban
juntos.
León Faras.
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