domingo, 5 de julio de 2015

Del otro lado.

XXII. 


Esa noche, Gastón Huerta se sentía osado y decidido para convertirse en el héroe de su pandilla de vagos y drogadictos, el alcohol y la droga ya consumida, lo ayudaban a eso. Acostumbrados a conseguir dinero haciendo robos ruines dentro del mismo ambiente donde vivían y amedrentados por sus propios familiares y vecinos cansados de las constantes pérdidas de objetos y dinero, habían decidido entrar al mundo delictual desbalijando el hogar de algún desconocido en alguna de esas poblaciones nuevas de casas sólidas y bonitas, recién pintadas, con césped y entrada para vehículo. Ninguno era ladrón experimentado, y su objetivo era conseguir cualquier cosa que tuviera valor, la casa, daba lo mismo, y los dueños de esta también. Eran las dos o tres de la madrugada de un día común y corriente, todo el mundo en todas partes dormía profundamente, a excepción de Huerta, los dos amigos que le acompañaban para esperar fuera y recibir los objetos robados y el dueño de la casa elegida esa noche, Alan Sagredo, un operario recientemente ascendido a supervisor en una fábrica de alimentos, este último, no había conseguido conciliar el sueño aquella noche, a diferencia de su joven esposa, Beatriz, que dormía profunda y gratamente a su lado, su pequeño hijo que aun no cumplía el año había despertado en la habitación contigua y él se había levantado para hacerlo dormir nuevamente, luego de eso se había quedado a oscuras sentado en la cocina con una copa de vino frente a él, pues el insomnio le quitaba el atractivo a su agradable lecho.

Oyó de inmediato el ruido que hacían los torpes e inexpertos delincuentes al tratar de quitar el seguro al ventanal de la sala con un cuchillo, se asomó y pudo ver tras las cortinas, las siluetas de los desconocidos que intentaban entrar a su casa, instintivamente se agachó y se deslizó hasta el teléfono de la cocina, pensó en llamar a la policía pero finalmente marcó el número de su amigo, Manuel Verdugo, este tenía el teléfono junto a su cama, la conversación fue breve y apenas colgó el teléfono saltó de la cama para vestirse con lo primero que encontró, tenía vehículo y podía llegar rápido. Apenas salió, Silvia, su mujer, llamó a la policía. Alan volvió a echar un vistazo, el ventanal ya estaba abierto y los delincuentes dentro de la sala, en ese momento, el imbécil que robaba descolgaba de la pared un cuadro de relieve en cobre de escaso valor económico, agazapado, Alan se dirigió a su cuarto y sin hacer ruido ni encender la luz despertó a su mujer, luego buscó en la parte alta de su closet el arma que guardaba allí y que nunca había disparado. Beatriz maldijo no tener a su hijo con ella en ese momento como muchas veces antes lo había hecho e inmediatamente quiso ir a la habitación del pequeño, pero su marido la tranquilizó, irían juntos, el llanto del bebé silenciado bruscamente los llenó de angustia. Salieron de su cuarto, Alan llevaba el arma cargada, los delincuentes no se veían ni se oían en ese momento, con cuidado, pero lo más rápido que pudieron fueron en busca de su hijo, la puerta de su dormitorio estaba junta, no se oía nada y la sala se veía vacía, al empujarla suavemente vieron a un tipo que intentaba sacar por la ventana algo que sus compañeros se negaban a recibir. Alan apuntó, sintió que dispararle a un hombre no era cosa fácil, la duda ante lo irreversible, pero si se trata de su familia, de su hijo, no había nada que pensar. Disparó dos veces a la espalda del ladrón que cayó al suelo sin emitir quejido ni soltar el bulto que cargaba, sus compañeros huyeron de inmediato. Beatriz corrió a la cuna de su hijo pero la encontró vacía, su marido, lento y con la angustia dibujada en el rostro se dirigió hacia el hombre abatido, tenía un presentimiento horrible acunado en su pecho que esperaba de todo corazón que no fuera cierto. Dio vuelta el cuerpo sin vida del ladrón al tiempo que Beatriz encendía la luz, bajo este estaba su hijo, las balas también habían atravesado su cuerpo.

Huerta había entrado al cuarto buscando algo de valor sin esperarse que encontraría un bebé dentro, este comenzó a llorar y Gastón asustado e incapaz de pensar con claridad, solo se le ocurrió silenciarlo con una mano torpe y desmesurada. Sintió que si retiraba la mano era el fin de todo, que el bebé alertaría a todo el mundo con su llanto y que tendrían que huir como fuera, por lo que lo sacó de su cuna, indeciso, trataba de pensar en algo, sin dejar de cubrirle la cara con la mano, lo llevó hasta la ventana para que sus compañeros se encargaran mientras él terminaba el robo, pero sus compañeros no lo ayudaron, ninguno quería hacerse cargo de un bebé, solo debía devolverlo y largarse de ahí lo antes posible. Entonces se dieron cuenta de que la criatura no reaccionaba, Huerta no pensaba, lo había asfixiado y no lo comprendía, no sabía si aquella era una oportunidad para huir o para continuar con su robo, confundido, retrocedió un paso o dos, mirando al bebé en sus brazos, su cerebro se esforzaba en procesar lo que estaba sucediendo, pero no alcanzó a darle lucidez, dos balas atravesaron su cuerpo y la vida se le extinguió con la misma incapacidad de comprensión.


Cuando Manuel llegó, cargaba una escopeta de cacería, para, de ser necesario, dar algunos tiros al aire como medida de disuasión contra los delincuentes. Encontró a Beatriz llamando con angustia y desesperación una ambulancia que los auxiliara, su marido se había derrumbado junto a su hijo y ella solo quería derrumbarse junto a él, pero la pesadilla aun no se había terminado, un nuevo disparo los alertó y los hizo temblar, Manuel de dos zancadas llegó a la habitación del bebé y se encontró con lo peor, con la mente fría, contuvo a Beatriz para que no entrara pero no pudo evitar que ella viera el cuerpo de Alan sentado en el suelo, apoyado en la pared, con el cuerpo de su hijo en las piernas y una bala en la sien auto propinada luego del desconsuelo de haber disparado en contra de su propio hijo.


León Faras.

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