jueves, 7 de julio de 2016

La Hacedora de Vida.

La hacedora de vida.

1.

El aire dentro del departamento, era siempre pesado, viciado, aunque en el resto de la ciudad no era mucho mejor, tanto que ya a nadie le importaba mayormente, pero si el aire era malo, el agua era peor, en su mayoría fabricada y descontaminada químicamente y con un persistente sabor artificial. El espacio dentro era reducido y caluroso, hacinado de objetos y artefactos de uso cotidiano algunos y otros no tanto, que ocultaban casi la totalidad de las paredes, iluminado todo con una innatural luz amarillenta, salvo por el dormitorio donde había una ventana, pequeña y enrejada. Por el cielo y por los rincones del habitáculo corrían tuberías, como venas o intestinos metálicos expuestos a la vista debido a la escasez de espacio, arrastrando y repartiendo sus fluidos o tragando ruidosamente los desechos esterilizados del edificio y sus habitantes, el suelo era de un amarillo pálido, sucio y deteriorado. El ruido de los ventiladores desaparecía en el ambiente por su incansable insistencia y solo se hacían notar cuando, por alguna falla en la energía, se detenían. Nora abrió el refrigerador y sacó una bolsa sellada, era un refrigerador compacto y abombado con unos toscos controles en frente, la exorbitante cantidad de basura había obligado a inclinarse por una tecnología más burda pero resistente, con menos brillos y colores y más ruda eficiencia, lo mismo con la alimentación, la bolsa que Nora sacó, solo tenía información en varios idiomas que nadie leía ya, sin publicidad ni atributos especiales, el alimento de su interior era aceptablemente bueno, pero totalmente sintético, la alimentación natural era simplemente insostenible, su producción era demasiado cara, lenta y dependiente de una infinidad de factores, eso sin contar el espacio que exigía. Insostenible. Las bolitas, duras y lechosas, se acumularon dentro de un pocillo donde Nora las vertió, y las metió dentro de otro aparato parecido a un horno, capaz de dotar mágicamente a esas bolitas de color, sabor y textura, todo a elección dentro de una respetable gama de opciones, distribuidas en tres perillas que giraban y un botón de encendido, bueno, mágicamente es solo un decir, en realidad se trataba de reacciones químicas. Del interior del aparato sacó una sustancia compacta y fría parecida a un flan de un atractivo color fucsia, se la llevaba sin mucho entusiasmo al sillón, arrastrando los pies a cada zancada, cuando sonó el timbre de la puerta.

            Nora era una joven delgada y desaliñada pero bonita dentro de lo normal, con una marcada falta de entusiasmo por vivir, por lo general dentro de su departamento vestía solo una playera grande y holgada sobre su ropa interior, debido al constante calor. Vivía sola, aunque ese término no era tan exacto en su caso, aun así, el espacio del lugar reducía considerablemente las posibilidades de llevar compañía permanente. Se acercó a la puerta y miró por el ojo mágico, un hombre estaba parado afuera, solo le veía una gorra deportiva vieja y que llevaba abundante barba, por lo demás, no le pareció para nada conocido. Nora abrió la puerta hasta que la cadena de seguridad de diez centímetros se tensó, y se asomó por ese espacio, el hombre tenía un niño en brazos, un niño que a todas luces parecía muerto. “¿Es usted la hacedora?” El desconocido la miró entre expectante y desilusionado, como si esperara encontrar a alguien con un aspecto diferente, Nora odiaba ese nombre, la hacía ver como si fuera capaz de hacer cualquier cosa, pero ya la habían tildado así y poco se podía hacer al respecto, “¿Qué quiere?” dijo la muchacha sin responder a la pregunta del hombre, “Necesito su ayuda… por favor… ya perdimos a uno, mi mujer no resistirá perder a otro… ella está mal… le pagaré como sea… no tenemos mucho dinero pero haré lo que quiera… por favor…” He ahí un claro ejemplo de lo engañador que podía resultar el nombre que le habían dado. El hombre rogaba, evidentemente desesperado, Nora respondió de manera agria, era la mejor manera de terminar con las vanas esperanzas de aquel tipo “Está usted equivocado, yo no puedo ayudarlo…” El desconocido insistió tratando de evitar que Nora cerrara la puerta pero al final la chica lo consiguió “¡Lo siento mucho, de verdad, pero no puedo ayudarlo!” gritó esta desde dentro, sin saber qué más decir, se restregó la cara con ambas manos y se volvió, temerosa de que el timbre volviera a sonar, pero no lo hizo. Luego de esa experiencia, prefirió un cigarrillo al espurio flan fucsia. Se dejó caer en el sillón y encendió la televisión para despejarse, la estructura de esta era tan tosca a base de tubos de hierro y rejas, que de no ser por el monitor de enfrente, parecería un motor de generador o algo parecido, el control remoto seguía la misma norma, podías aturdir fácilmente a alguien con él, además de eso, realizaba pocas funciones pero de manera eficiente. El cuarto de estar, era reducido como todos los demás, con un gran mueble cubriendo toda la pared, mitad puertas y cajones y mitad repisas llenas de libros, libros que por cierto, hace mucho tiempo que ya no se hacían con árboles. Detrás de Nora estaba el esterilizador, parecía una máquina de esas que venden gaseosas, pero en realidad su función era neutralizar los malos olores y las propiedades contaminantes de los desechos humanos antes de arrojarlos fuera del edificio, toda vivienda debía contar con uno en buen estado y también habían varios en los baños públicos repartidos por la ciudad. Nora cambió de canal, el pestañeo que hizo la televisión, la hizo notar un movimiento, algo se arrastraba saliendo de debajo del mueble frente a ella, un birrioso gato obeso de color negro, pero no un gato de verdad, sino un muñeco de tela, un muñeco vivo. Sus delgados miembros, flácidos y sin articulaciones y que además acababan en manos y pies desproporcionadamente grandes, eran lastres inútiles a la hora de mover su cuerpo gordo y su enorme cabeza sonriente, había algo de milagro y algo de espanto en ese muñeco, por un lado, la vida anidada en un objeto inerte, el movimiento de este, la voluntad y autonomía para desplazarse, aunque muy trabajosamente, de un lugar a otro, pero por otro, la horrorosa existencia de un ser vivo en un cuerpo inútil, una vida sin sentido, una cosa de la que no se podía siquiera saber hasta qué punto podía sentir su entorno o comprender su estado o su realidad, era como despertar un día convertido en una roca y sin poder saber si quiera que eres una roca. Nora lo recogió y lo miró con una mezcla de rechazo y compasión, como si uno mirara a alguien a quien quiere mucho pero que de pronto huele horrible, el gato miraba hacia un punto indeterminado del espacio con unos ojos plásticos enormes, gastados por andar arrastrando la cara por el suelo, tan inservibles para mirar como lo era su diminuta nariz adherida con pegamento para respirar y le sonreía sin sonreír, con una boca enorme de dientes imposibles. Le recordaba a Nora la versión más trágica y triste del payaso y su sonrisa falsa pintada en la cara. Pero ese esperpento tenía vida, y lo peor o más triste era que nadie sabía cómo quitársela, porque nada sustentaba esa vida, simplemente Nora se la había dado, ese era su don y a veces no era para nada genial. Había pensado muchas veces en deshacerse de él, del gato, no de su don, incluso en tirarlo dentro del esterilizador, pero al final nunca se atrevía a hacer nada y siempre terminaba abriendo la puerta de algún mueble y arrojándolo dentro, la que le parecía, la menos cruel de las opciones.

            De pronto sintió deseos de ir al baño, esa era una contrariedad, pues no podía usar el retrete aun, había sucedido un pequeño incidente, un accidente imprevisto y mientras no lo solucionara debía conseguirse el baño con los vecinos o derechamente hacer sus necesidades en un tiesto, cosa que esta vez no haría, por lo engorroso y desagradable que resultaba meter su propia caca dentro del esterilizador, por lo que se puso una falda y salió de su departamento, en el pasillo, estrecho, sucio y con rayados en las murallas, se encontró al hombre sentado en el suelo con el pequeño en brazos. Nora de verdad había pensado que este se había ido, pero ahí estaba, el hombre se puso de pie de un salto bloqueándole la pasada, el pasillo era angosto, las luces funcionaban a intervalos iluminando todo a medias y encima Nora necesitaba cada vez con más urgencia usar un baño. El hombre insistió con vehemencia, que la muchacha contrarrestó con razón “Escúcheme, lo que usted me pide, es imposible. Usted tiene un cuerpo sin vida y yo puedo darle vida, sí, pero no puedo devolverle a su hijo, su hijo ya se fue y nada hará que regrese… ¿Me está escuchando?” El hombre solo miraba a su muchacho y sollozaba “…por favor, haré lo que sea… por favor” Nora podía seguir explicándole que ella no podía devolverle la vida a nadie, que dotar de vida un cuerpo muerto no era lo mismo que resucitarlo, que la vida que ella daba era otra, diferente a la que el niño tenía antes de morir y que irremediablemente el tiempo convertiría en un monstruo al pequeño, del que luego querrían deshacerse y no sabrían cómo. Pero tenía tantas ganas de usar un baño, que se ahorró la tabarra y aceptó, “Está bien, usted gana. Pero déjeme pasar de una vez, por favor” Y de un empujón se abrió paso hasta alcanzar la escalera que bajó a toda prisa. Ni siquiera miró al niño, ni siquiera lo tocó, no pronunció conjuros misteriosos ni hizo pases mágicos, pero el niño abrió los ojos, y su padre lo estrechó llorando. Así era su don y así lo ejercía, sin aspavientos ni parafernalia.


            Con respecto a su váter, este estaba en perfecto estado, el problema era otro, en realidad se trataba de un huésped inesperado. Todo fue culpa del torpe de Yen Zardo y de su amigo Reni Rochi, quienes pensaron que sería muy gracioso ponerle un desestabilizador al androide mensajero que visitó el edificio, y en realidad ver a un robot tambaleándose como un borracho y esforzándose por hablar coherentemente es bastante gracioso, el problema es que el mensajero, de estructura tosca y tecnología bastante básica, traía un mensaje muy importante para Nora, quien al abrir su puerta, se encontró de golpe con la máquina que se le vino encima porque, en su afán por mantener el equilibrio, estaba afirmado en la puerta, solo de suerte no la aplastó, pero para recuperarse botó el dispensador de agua, luego casi se cae él por intentar recogerlo mientras se esforzaba por dar su mensaje en un lenguaje lento y sumamente enredado, cambiándole aleatoriamente las sílabas a las palabras y el orden de las mismas. Nora mantenía la distancia, porque intentar sostener una máquina así, era una locura debido a su peso, mientras trataba de entender algo del galimatías que el robot pronunciaba, sin éxito por cierto. La broma terminó, cuando un nuevo tambaleo hizo que el robot se apoyara en el panel eléctrico electrocutándose él y dejando sin luz a la mitad del edificio y deteniendo los ventiladores. Yen Zardo, parado en la puerta, se rascaba la cabeza mientras sonreía forzadamente, era apuesto y simpático, pero tan superficial como un charco, a su lado, Reni Rochi se había dado sendo frentazo en la pared por lo mal que había terminado la broma, este era un tipo gordo y grande, con personalidad, por lo general serio y sensato y más inteligente que su compañero, aunque eso no lo excluía de cometer una que otra estupidez de vez en cuando. Nora, los miraba como a un par de niños que en vez de comerse la comida, se la han aventado encima. No tuvo tiempo de regañarlos como deseaba, porque la gente del edificio comenzó a preguntarse qué había pasado con la electricidad, por lo que los muchachos se apresuraron a tomar al robot y esconderlo, y en un departamento tan pequeño solo podía hacerse aquello o en el dormitorio o en el baño, por lo que el robot quedó inconsciente sentado en su váter, desde donde Nora no había podido moverlo aun, debido a su considerable peso. Sin embargo, la cosa no había terminado ahí, pues Nora también había cometido una tontería en su afán y urgencia por oír el mensaje, en un acto desesperado le había infundido vida, aunque, al ser esta una máquina compuesta de piezas, el don se vio limitado solo a la cabeza del robot, así que el trasto sentado en su retrete, electrocutado del cuello para abajo, no dejaba de mover la cabeza y de tratar de balbucear sonidos durante todo el día y la noche.  


León Faras. 

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