miércoles, 1 de enero de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

86.



La vida de los herreros era la misma sin importar quién estuviera a cargo: trabajo, trabajo y más trabajo, y eso hacía que, en algunos días, todos los carboneros del mundo no dieran abasto para alimentar todas las fraguas de Rimos, lo que los convertía en especies valoradas, aún entonces los trataban como basura, pero los herreros podían amenazarse entre sí con sus martillos en alto y sus hierros incandescentes en la mano por esa basura, y este era uno de esos días, por lo que un muchacho, que simplemente observaba, debía estar más atento y actuar más rápido que de costumbre. “Trae tus asnos aquí, muchacho, veremos qué es lo que traes…” Le dijo uno a Petro, con suficiencia, como si estuviera tratando con un niño, pero éste apenas le devolvió una mirada sin siquiera detener su andar. “¡Oye, trae eso para acá!” Le ordenó otro desde el otro lado, como si fuera su jefe o algo así, Petro, quien marchaba adelante esta vez, seguido de su padre, al que ya no dejaba solo nunca, y Gan al final, ni siquiera se inmuto ante la orden. Pero debió detenerse cuando un muchacho grande se le paró enfrente. “Necesitamos tu carbón. Ven para acá. Tráelo.” Le dijo. “¡Qué crees que haces, niño? ¡Ese carbón es mío!” Le replicó el anterior enseñándole los dientes. “Nada de eso, yo lo pedí primero.” Intervino el que estaba al principio, pero el segundo no le guardaba ningún respeto. “¡Cierra tu puta boca, anciano! Tú apenas y levantas el martillo.” El viejo levantó su martillo, pero no para pelear, sino para no verse amedrentado, pero el otro no le hizo ni caso, agarró a Petro del hombro y lo tiró hacia su negocio como si fuera su dueño, sin embargo el carbonero no se movió. “Este carbón ya está vendido.” Le dijo. El herrero se le paró delante, con el ceño apretado y mostrando los dientes. “¿Qué dijiste?” Preguntó, amenazante. También tenía su martillo en la mano, pero Petro empuñaba su machete. “Dije que este carbón ya tiene dueño.” Él no era hombre de hablar mucho ni fuerte, a menos que estuviera borracho, claro, pero tenía la mirada de los que no hablan por hablar. “Oh, mi muchacho, tú no tienes idea de con quién te estás metiendo.” Amenazó el herrero, pues no podía quedar en menos delante de un carbonero y en frente de todos. Gan observaba atrás junto a Barros, si pasaba algo, su trabajo era proteger al vejo, no al hijo. “Yo no soy tu muchacho y este no es tu carbón.” Replicó Petro, sin retroceder ni un paso. Y agregó. “Así que muévete del camino, o uno de los dos no va a ver el sol de un nuevo día.” “¿Uno de los dos?” Replicó el herrero, fingiendo incredulidad. Ahora solo faltaba que alguien hiciera el primer movimiento para desatar la tragedia y todos, para bien o para mal, lo estaban esperando, pero entonces la voz de una mujer intervino entre ambos: “¡Ese carbón es mío! ¡Aléjate de él!” El herrero se volteó a mirarla como si le estuvieran haciendo la peor broma, en el peor momento. “¿¿Tuyo??” La mujer también venía con su martillo en la mano y le apuntaba directo a la cara con él. “Ustedes siempre acaparando el carbón en la entrada y dejando pasar solo las sobras para los demás…” “Ese es solo el privilegio que da la antigüedad, mujer.” Respondió el herrero con ruda cortesía. “¡Pues puedes limpiarte el trasero con tu antigüedad, Nardo, porque ese carbón ya está pagado y no puedes apropiarte de lo que no es tuyo!” El herrero reculó, pues no estaba dispuesto a ponerse en contra de una mujer, y menos si esa mujer era la viuda de otro herrero, pero manteniendo el mentón en alto y el ceño apretado. “No puedes hablarme así, Yelena. ¿Cómo iba a saber que era tuyo?” “Te dije que no era tuyo.” Replicó Petro, aún con el machete en la mano y la mirada del que no habla por hablar. “Por qué no cierras la puta boca, holliniento, y sigues tu camino ahora que puedes.” Le respondió el herrero, mostrándole los dientes una vez más, pero en cuanto se volteó, tenía el martillo de Yelena en la cara de nuevo. “Cuando vuelvas a ver a estos señores, traerán nuestro próximo pedido de carbón, mío y de otros que necesitan el carbón tanto como tú, así que, hazme un favor y solo déjalos pasar.” Le dijo la mujer, y se dio la vuelta. Nardo se quedó mirándola un rato, aún era una mujer atractiva, pero luego otra idea le ocupó la mente. “¿¿Señores??”



A veces, los encuentros más extraños suceden en pares, eso lo sabía bien el señor Sagistán, y no dudó en recordarlo cuando se encontró frente a frente con el general Fagnar a la salida del puerto fluvial, completamente solo, sin guardias ni escoltas, como si anduviera de compras en el mercado. Éste lo saludó con cortesía militar y el otro le respondió de idéntica manera, pero sin poder evitar una larga mirada de incómodo asombro, y luego, cuando la extrañeza no se iba por completo, se encontraron de narices con el bueno de Bacho, quien afilaba un palo sentado en la entrada de Jazzabar, con el único propósito de matar el tiempo. “Ay, no puede ser…” Dijo éste, poniéndose de pie, con total desilusión en la voz y el rostro al reconocerlos. “¿Qué los trae por aquí a los señores?” Preguntó, con la sonrisa forzada de un anfitrión. “Las delicias culinarias del puerto, por supuesto. Y usted, ¿tiene negocios aquí también?” Respondió el viejo, siguiéndole el juego de la falsa cortesía. Bacho respiró hondo, forzándose aun más a mantener su sonrisa. “Asuntos familiares… “ Replicó, e iba a agregar algo sobre su estatus y rango social en Jazzabar, pero entonces una mujer uno o dos años mayor que él y de aspecto rudo, lo llamó de un grito seco, como si estuviera furiosa. “¡Bacho! Ven aquí ahora mismo, nuestro padre nos llama.” Y antes de irse, la dama suavizó el rostro al ver a Cherman y le brindó una sugerente mirada que Bacho alcanzó a percibir con indignación. “Ay, no puede ser.” Repitió, antes de irse.



Las delicias culinarias de Jazzabar eran una leyenda, todo tipo de cosas fritangueadas en grasa y untadas en distintas salsas, dulces, agrias o picantes, que no podían encontrarse en ningún otro lado y cuyas recetas no estaban escritas en ninguna parte. No se podía pasar por este mundo sin probarlas, pero ese día el puerto estaba vacío y los puestos de fritanga, abandonados, incluso la Rueda estaba en silencio. Algo estaba pasando y ellos no eran gente de meterse en los asuntos de los demás, pero una vocecita lejana y limpia, como una campanilla perfectamente afinada, los invitó a quedarse y continuar. Llegaron hasta un negocio donde sólo había lo que parecía ser una abuela con sus dos hijas y sus nietos, donde la mayor cantaba mientras pasaba un trapo sobre las mesas y la otra miraba a Cherman como si buscara a alguien más en él, pero no había nadie más. “¿Cherman?” Dijo., incrédula, pero aquel no pareció reconocerla. Mucho había cambiado desde la última vez, no solo en su modo de vestir y peinarse, hasta su forma de hablar era más jazzabariana ahora, pero su timbre y su rostro eran los mismos. “¿¿Nazli??” Dijo al fin.


León Faras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario