110.
El viejo Migas conocía a Yan Vanyán desde hacía muchos años porque ya conocía a su padre desde mucho antes. Para él, la gente de Jazzabar eran las mejores personas para hacer negocios, ellos comprendían mejor que nadie el valor del trabajo y siempre buscaban que fuera recompensado con lo justo, ni más ni menos. Aun así, cuando Yan lo contactó con su pedido, el viejo no estaba dispuesto a perder su valioso tiempo preparándoles a una pareja, una comida como antesala a la fornicación, en un cita en la que seguramente el amor brotaba de los labios como una cascada impulsado solo por una necesidad básica y carnal de satisfacer un deseo. Migas creía que el amor era una emoción sublime, un privilegio reservado no para todos, porque la mayoría de la gente siempre lo ensuciaba y degradaba con su lascivia desatada y sus sucios vicios carnales de aparearse como ratas en su mugroso agujero hasta casi desfallecer, pero cuando vio que Yan comprendía la grandeza del sentimiento que tenía en su interior, y su intención sincera de protegerlo y elevarlo a la altura que merecía, pensó que lo mínimo que podía hacer era cooperar con él, a cambio de un precio justo, por supuesto; claro que cuando vio que la susodicha era una de las putas que trabajaban para Nina en su burdel, se sintió un poco estafado, sin embargo, Lorina demostró ante sus ojos una delicadeza en su forma y una altura en su ser que sorprendió a Migas; él era ya bastante viejo, y los años habían agudizado tanto sus sentidos como sus prejuicios, por lo que podía reconocer al instante y sin mayores problemas, una mujerzuela aunque se vistiera como la más pura y digna de las princesas, pero no Lorina, ella era auténtica, dulce y educada de forma innata, aunque esa fuera, quizá, la primera vez que lo exponía libremente. La chica lo encantó como no podía imaginar, pero luego oyó cantar a Nimir y sintió que el mundo se había trastocado por un segundo, poniendo ante sus ojos putas refinadas y bobos con talento, como en la más disparatada de sus pociones alucinógenas, pero no, resulta que Nimir heredó el talento de su madre, quien le cantaba de niño a diario con impecable tilde y entonación, inculcándole esa habilidad en su pequeño cerebrito desde muy pequeño, hasta que un día, su madre, quien ya cargaba con otro bebé en brazos en ese momento, se detuvo a regatear con un verdulero los precios de unos productos que no daban la talla para su valor, y Nimir, siendo muy pequeño todavía, soltó el vestido de su madre para ver de cerca una oruga gorda como un dedo, que torcía una rama bajo el peso de su cuerpo con cada paso que daba, ahí estuvo embobado quien sabe por cuánto tiempo hasta que recordó volver con su madre, pero para entonces ella ya había desaparecido en el gentío y nunca más la volvería a ver. Nimir tuvo suerte ese día, al menos no terminó en algún turbio meandro del río Jazza.
En ese nefasto día, luego de que los comensales se fueran, Migas trabajaba en los manuscritos de Mirna y avanzaba a pasos agigantados con cada nueva palabra que descifraba, pues cada una de ellas era como una llave que abría muchas otras puertas. En un principio, el documento parecía como un libro de cocina con ingredientes cuyos nombres eran muy raros y recetas con resultados aún inciertos, pero ciertamente nada comestible se cocinaba allí. Su padre lo miraba preocupado desde su rincón incapaz de pestañear o decir algo, y el perro montaba guardia en la entrada luego de haberse llenado la barriga con las sobras de la comida. Nimir aprovechaba la tarde para recorrer los alrededores revisando las trampas que tenían puestas o recolectando cualquier cosa comestible que el bosque ofreciera. Ese día su hallazgo fue asombroso y fatal. Entre la hojarasca, hábilmente camuflado por esta, había un huevo, pero no uno cualquiera, uno grande como la cabeza de una cabra. Su cáscara era de un color parduzco que hubiese sido imposible de ver de no contar con una suerte increíble para poner la atención en el momento justo y en el lugar exacto. Era casi un hallazgo milagroso, pues solo una criatura fantástica pondría huevos así y él había sido guiado justo hasta allí para encontrarlo. Nimir se acercó, pero antes miró en todas direcciones asegurándose de estar solo, en ese preciso instante, Perro empezó a ladrar a la distancia y con insistencia, tratando de advertirle de un peligro que solo los perros pueden presentir. Migas dejó su trabajo de lado para investigar, pues todos los que tienen perros saben que éstos no siempre ladran igual, no es el mismo ladrido cuando hallan el escondite de un ratón, que cuando se acerca un desconocido, y no es el mismo cuando están relajados que cuando están nerviosos, y Perro no estaba nada tranquilo en ese momento. El viejo agarró su bastón para defenderse, también tenía un cuchillo, y siguió a su amigo canino quién no se atrevía a avanzar más de dos o tres metros de una sola vez sin detenerse a escuchar y oler el aire, hasta que el chillido de Nimir le dio una dirección y un propósito claro. El perro se internó a la carrera en el bosque ladrando, como gritando: “¡Allá voy, amigo, aguanta!” Y el viejo lo siguió como pudo. No estaba tan preocupado por Nimir como lo estaba por la preocupación misma del perro, por aquello que el animal podía sentir y él no. En cuestión de segundos oyó el violento ataque del perro contra algo; el viejo sonrió y aceleró el paso, pero lo siguiente fue un disonante aullido de dolor que le congeló las piernas, para luego obligarlo a correr, preocupado. Cuando llegó, su perro, herido de un picotazo en un costado, se enfrentaba a ladridos y amenazas contra un Cizal, un ave carnívora del tamaño de un hombre adulto, con plumas erizadas en la cabeza, un pico de ave rapaz capaz de arrancar trozos de carne viva como si nada, y un par de poderosas patas acabadas en garras capaces de romper huesos con facilidad. El viejo llegó con su bastón en alto dando alaridos como un cavernícola protegiendo su comunidad, pero que junto con los insistentes ladridos de su perro lograron hacer retroceder al pájaro ese, un animal que prefería el acecho y el ataque por sorpresa al enfrentamiento directo, y con una gran habilidad para huir y desaparecer en la vegetación, además. Un maldito Cizal, un ave casi de fábula que muy pocos podían presumir de haber visto alguna vez, había llegado a su barrio y… Fue entonces cuando lo recordó y no tardó mucho en encontrarlo. Nimir estaba tirado en el suelo con el cuello destrozado de un violento picotazo y varias otras heridas más que era mejor no enumerar. Perro se acercó a olerlo para luego mirar a su jefe con la cara de un médico que no necesita de hacer exámenes para asegurar lo obvio: su amigo estaba muerto y nada se podía hacer ya. El viejo sintió de pronto una inesperada congoja que lo hizo caer de rodillas. El bobo de Nimir ya no estaba y ahora se sentía más solo que nunca.
Según los antiguos, la aparición de un Cizal precedía siempre una gran matanza, pues estos animales además de hábiles cazadores, eran también ávidos carroñeros que olían la sangre incluso antes de ser derramada, aunque historias viejas como esas, son consideradas estúpidas hoy en día.
León Faras.