lunes, 3 de noviembre de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

113.



Teté nunca había visitado a Dana en todos los años que llevaba viviendo en Cízarin por la sencilla razón de siempre proyectarse en su mente como un estorbo inoportuno que aparece sin aviso y en el peor momento; no importaba cuántas veces la importunaran a ella, ella no podía hacer lo mismo, pero le hizo caso a su hija porque quedarse sola en casa con toda esa angustia dentro era todavía peor. Lo inesperado para ella fue lo mucho que Dana se alegró de verla en aquel instante, como si ese momento fuera el más oportuno del mundo. La vieja Zaida estaba dando sus últimos suspiros de vida y solo ella y algunas empleadas la estaban acompañando, eso, hasta la llegada de un anciano con pinta de monje, tan viejo como ella o más, acompañado de otro más joven que no había dicho ni una sola palabra desde que llegó. “Parecen buenas personas, pero me dan miedo…” Confesó Dana, en un susurro, sujetando fuerte el brazo de Teté como si temiera que esta fuera a huir en cualquier momento. Y agregó: “¿Cómo sabían que la doña estaba a punto de finar hoy, eh?” Tete se olvidó de su angustia por un momento y adoptó la de su amiga. “¿Y de dónde vienen? ¿y cómo llegaron hasta aquí?” Cuchicheaban, entonces Dana llevó a su amiga a un lado a tomar un poco de té y picotear alguna cosa de la cocina. “El hombre dijo que venían de un lugar llamado Cefiralia, o algo así…” Teté nunca había escuchado tal nombre. Dana tampoco. “Ni idea, pero al parecer está bien lejos.” Explicó, abriendo grandes los ojos y chupeteando un poco de té caliente. Y continuó. “La señora no entendía nada, hasta que le dije que el hombre que la venía a ver se llamaba Gunta, entonces fue como si le estuviera hablando de un hermano o un hijo perdido hace mucho tiempo. ¡Vieras lo emocionada que se puso!… Gunta, qué nombre más raro ¿no?” Concluyó la mujer, y Teté asintió llevándose la taza a los labios. Entonces Dana quiso saber el motivo de la inesperada visita de su amiga, pero esta se sentía tan a gusto en ese momento con la conversación, y tan bien recibida, que sus angustias imaginarias le parecían de lo más inadecuadas en ese momento, por lo que solo se excusó diciendo que la habían dejado sola en casa y pensó en ir a verla.



Yan Vanyán viajaba con Lorina en su grupa abrazada a su cintura sonriente e ilusionada. Era media tarde y les faltaban solo un par de horas para llegar a Cízarin, por lo que decidieron detenerse, comer algo, estirar el cuerpo y darle un respiro a su caballo que no había parado desde el amanecer. En eso estaban, cuando Yan oyó algo, lejano, brumoso. Sus sentidos se dispararon, una corazonada ante el peligro lo hizo ponerse en alerta y entrar en modo coraza para ante todo proteger a su amada. Se ocultaron, el rumor era cada vez más fuerte hasta que una docena de caballos pasaron frente a ellos al galope, como si llevaran prisa. Al frente iba su hermana mayor, Elba, su padre, Cego y su hermano Bacho. Por alguna razón su hermano se le había adelantado y él creía saber el porqué. “Él siempre ha creído que debe asistirme y protegerme, desde niños incluso, pero esta vez el trabajo era mío y yo prometí que lo haría, sólo le pedí un día…” Pensó Yan, olvidándose por un momento de que Lorina estaba a su lado, pero cuando notó que pensaba en voz alta, una mala jugada de su mente que debía disimular cada vez que le ocurría, disimuló. “Él y nuestro padre no se llevan nada bien, debe de haber tenido una buena razón para hacerlo.” Se justificó, como si Lorina esperara o necesitara tal información. Descansaron cerca de una hora, acabaron su merienda y su bebida y cuando preparaban sus cosas para continuar su viaje, un nuevo tumulto aproximándose por el camino los puso en alerta una vez más. Esta vez eran mucho más que solo una docena de caballos, era todo el maldito ejército cizariano, con sus estúpidos trajes de metal que tanto le gustaban, seguidos de carros con sus ya famosos Tronadores y sus refuerzo rimorianos, armados con escudos y espadas marchando a paso ligero, casi trotando, a ese paso llegarían de madrugada, de seguro atacarían en las horas previas al amanecer, el momento más oscuro y silencioso de la noche, la hora en la que incluso los perros duermen profundamente, Yan lo sabía, pero cuando vio a Lorina, se dio cuenta de que ella también podía notarlo. “Musso tenía razón.” Murmuró ella, ante la mirada de inquietud de Yan.



Brelio no contaba ni con un sucio bastón para defenderse, era lejos el más joven del grupo y además, todos en la carreta en la que viajaba, parecían tener lazos ya formados desde antes, mientras que a él lo ignoraban como al perro que espera los restos mientras ellos comen. Habían tomado el sendero que iba a Confín hasta la bifurcación que los llevaría a Cízarin, era el camino más largo, pero como grupo insurgente en plena acción, debían mantenerse alejados de los caminos principales. “Toma esto y no lo pierdas…” Le dijo Ren, quien viajaba delante junto al conductor. Brelio lo tomó, era un cuchillo grande y pesado que perfectamente podía usarse tanto para despejar un campo de maleza, como para descuartizar un animal grande. “Actuaremos justo antes del amanecer, el momento más oscuro y silencioso de la noche.” Le informó el hombre, Brelio asintió. “¿Cuándo sabré lo que tengo que hacer?” Preguntó el chico, más por hacer algo de conversación que por real curiosidad, pero a Ren no le gustó nada su osadía. “¿Acaso ya te crees jefe? Los jefes saben qué se debe hacer… tú solo obedeces.” Brelio bajó la mirada, como quién prefiere no meterse en líos gratuitamente, pero entonces el otro reconsideró su postura agresiva, recordando que el chico apenas se había unido a ellos esa misma tarde y trató de sonreír. “Oye, no te lo tomes tan grave. Yo a veces habló así y pongo mala cara porque así soy yo… pero no hay nada en contra tuyo.” Brelio asintió, ya había aprendido que era mejor seguir con la boca cerrada lo más posible. Entonces, Ren se le acercó en tono confidencial, como si quisiera hacer las paces compartiendo información valiosa con él. “Tenemos unos amigos en Cízarin, rimorianos, que nos han estado dando información. Nos reuniremos con ellos esta noche y sabremos cómo actuar.” Le dijo, luego le puso mala cara a otro que le pareció que intentaba oír lo que hablaban y lo reprendió solo con el gesto. Así era él, tenía un poco de autoridad y disfrutaba de ella al máximo.



León Faras.