viernes, 21 de noviembre de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

115.



Emma estaba nerviosa, inquieta. Su hermana lo sabía, su madre lo sabía, todos lo sabían porque ella era incapaz de disimular cuando un secreto le carcomía el alma por salir mientras ella lo retenía, pero aun así se resistía a admitirlo. Su padre entonces entró en ese momento para sentarse frente a ella mirándola a los ojos con cara de preocupación. Janzo también estaba, pero se quedó en la puerta. “Tú sabes algo sobre Brelio, ¿verdad?” Preguntó Emmer. El chico, hijo de sus mejores amigos, estaba desaparecido y había alguno que aseguraba haberlo visto en el grupo de vagos que se reunía a escuchar las ideas de Musso, ese supuesto revolucionario que nomás sabía hablar y hablar y nunca hacía nada. “Janzo está preocupado porque su hijo jamás le comentó nada sobre sus planes… ¿Tú sabes algo?” Insistió Emmer. La chica asintió con cara de dolor. “¡Sólo fuimos una vez! Daba mala espina esa gente. Le dije que mejor no volviéramos… pero él sí regresó.” Confesó. Emmer la apuró para que le contara el resto de lo que sabía. Emma continuó. “Él se unió a ese grupo. ¡Le dije que no lo hiciera! Pero dijo que no era asunto mío, que ellos eran los únicos que al menos querían hacer algo por su ciudad y que él quería ayudar…” Su padre, que ya estaba preocupado, se preocupó más. “¿Ayudar a que?” Preguntó, teniendo ya una idea vaga de la respuesta. “Destruir a nuestros enemigos de Cízarin… eso dijo.” Emmer miró hacia atrás, pero su amigo Janzo ya no estaba. Por lo que habían averiguado, el grupo de Musso había dejado la ciudad aquella misma tarde.



Falena regresaba a casa en su caballo, estaba oscuro, las antorchas y lámparas no abundaban en algunas partes de la ciudad y encima, no tenía ni idea de dónde buscar a su hermana. Los rimorianos habían partido hacia Bosgos junto con el ejército cizariano y de alguna manera ahora su hermana iba de polizón en medio de ellos para sabotear sus planes desde dentro… O al menos, eso se imaginaba ella con increíble claridad. “¡Pero en qué perlas estabas pensando?” Exclamó en voz alta, frustraba, y para su sorpresa, una voz le respondió desde la oscuridad. “¿Me hablas a mí?” Falena dio un respingo, pero por más que forzó la vista, no vio a nadie. “¿Quién está ahí? Muéstrate.” Demandó la chica con firmeza, pero el hombre, porque la voz era la de un hombre, no le dio mayor importancia a su petición. “Si no me hablas a mí, entonces sigue tu camino, niña.” Le recomendó. Falena le hizo caso, pero sin apuro, y sin dejar de escudriñar la oscuridad buscando el ángulo exacto para penetrarla y ver quién se ocultaba en ella, porque lo que su hermana tenía de cabeza dura, ella lo tenía de curiosa, así le decía su madre. Efectivamente, al poco de insistir logró encontrar el correcto equilibrio entre la luz y la sombra, y distinguir a un hombre adulto sentado en el suelo con algo en las manos, seguramente una botella de licor. “¿Quién eres?” Preguntó la chica, con la voz más suave esta vez, y luego de insistir con su mirada penetrante, añadió con algo de asombro. “¿Eres un rimoriano?” “¿Eres un inquisidor?” Replicó él, de inmediato. Falena no sabía qué cosa era eso, y no tenía por qué saberlo. Aquellos eran una especie de policía inventada para mantener la disciplina y la lealtad entre los rimorianos que servían a Cízarin, ya que estos, en su mayoría, no lo hacían de buena gana. La chica negó medio ofendida, aunque no sabía bien qué estaba negando. El hombre se acercó con la mueca en el rostro del que está durmiendo cómodamente hasta que lo obligan a levantarse. “¿Te conozco?” Le dijo, alzando el mentón. “¿Deberías?” Respondió Falena, tirando la cara hacia atrás, como si algo le oliera mal de repente, pero el hombre, luego de considerarlo unos segundos, negó con gesto de hastío, como si todo aquello no hubiese sido más que una completa pérdida de tiempo. “La próxima vez que se te antoje hablar sola, asegúrate de estar sola.” Le aconsejó, antes de dar la vuelta y volver a las sombras. Falena iba a seguir su camino, pero ese era un rimoriano, probablemente el único que quedaba en todo Cízarin mientras los demás iban rumbo a Bosgos y tal vez podía saber algo sobre qué negocios estaba haciendo su hermana con ellos. Se dio la vuelta decidida a hablar con él. “Escucha, necesito encontrar a mi hermana, y sé que se ha estado juntando con ustedes…” Le espetó, bajando de su caballo y entrando en las sombras. “¿Tu hermana es prostituta?” Replicó el otro al instante. Falena se quedó en blanco por unos segundos. “No, no lo es.” Respondió al fin. El hombre hizo mueca de no tener ni idea de sobre quién estaba hablando, entonces, la chica comenzó a darle una descripción con datos bastante específicos que acabaron ganándose el interés del otro y activando su memoria. “¿Rubi es tu hermana? ¡Chis! ¡Esa mujer está loca!” “Necesito saber dónde está.” Exigió Falena, pero entonces, el rostro del hombre cambió del entusiasmo a la preocupación intensa, pegando la espalda a la pared como un fugitivo. La chica se volteó. Dos caballos oscuros se acercaban por el camino, sobre ellos, dos jinetes, uno muy viejo y el otro muy joven, vestían armaduras ridículamente pulidas, que brillaban incluso a esas horas. Aquellos soldados patrullaban las calles de Cízarin, y su amigo, claramente, era un desertor, y aunque ellos estaban convenientemente ocultos en las sombras, su caballo estaba parado en medio del camino, por lo que debería actuar. “¿Qué estás haciendo, niña?” Preguntó el soldado más viejo, cuando vio aparecer a la chica arreglándose la ropa, pretendiendo haberse detenido de urgencia para improvisar un baño. Falena, haciéndose la sorprendida, quiso justificarse con inocencia, pero el viejo no parecía ser del tipo paciente, ni amable. “Sé lo que hacías allí oculta, no soy idiota. Lo que te pregunto es qué estás haciendo sola en este lugar y a estas horas.” El viejo recibió unos murmullos de su compañero con mejor vista, y volvió hacia la chica asombrado y con un tono un poco menos altanero. “Espera, ¿eres la hija de Tibrón? ¿Qué haces aquí, niña?” Falena, no recordaba haber conocido al viejo soldado, de todas maneras dijo la verdad. “Busco a mi hermana,” “¿Tu hermana es...?” Replicó el viejo, pero sin encontrar la palabra más adecuada para acabar su frase. Falena negó “No, no es prostituta, solo no sabemos dónde está, pero ya regresaba a mi casa, mamá debe estar preocupada.” El viejo pareció simpatizar con ella. “Es lo mejor, para una madre, más vale una hija perdida que dos, además, es una noche tranquila, ya verás como tu hermana aparece por la mañana sin un rasguño.” Falena asintió y los tres se quedaron allí parados mirándose, como esperando a que el otro hiciera algo. “¿No te vas?” Preguntó el viejo al fin. La chica puso cara de circunstancia sin saber qué decir, señalando dudosa, y dando a entender que aún tenía algún asunto pendiente del que prefería no hablar, entonces, el abuelo pareció comprender que la muchacha no había acabado con lo que fuera que estaba haciendo antes, y decidió darle algo de privacidad. “Oh, ya entiendo, de todos modos estaremos por aquí cerca.”



Cuando los soldados se alejaron y Falena volvió con el rimoriano, éste la miraba como a un verdadero bicho raro potencialmente venenoso: “¿Eres la hija de Tibrón?” Preguntó. La chica asintió. “¿Y tu mamá es Teté?” Falena se tardó un poco más, pero volvió a asentir sin comprender qué estaba sucediendo. “¿Y Rubi…?” Insistió el hombre. La chica comenzaba a impacientarse. “Ella es mi hermana, ya te lo dije. ¿A qué vienen todas esas preguntas?” El hombre se cogió la frente, preocupado. “Oh, mierda. Tenemos que encontrarla.” Le dijo. Falena no entendía nada. “¿Qué está pasando? ¿Por qué de pronto actúas tan raro? ¿Quién eres tú?” El hombre en ese momento la miraba como si hubiese hecho algo muy malo. “Me llamo Yádigar, y soy tu tío.”



León Faras.

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