miércoles, 9 de mayo de 2012

Amor artificial.

Amor artificial. 

Imaginemos una máquina, no importa su función. Imaginemos que su forma es cuadrada y que está cubierta por, a lo menos, una centena de engranajes, de distintas formas, tamaños y durezas, pequeños, grandes, gruesos, delgados, unos repletos de dientes diminutos y otros con dientes escasos y enormes; unos expuestos en la superficie y otros muy cubiertos debajo. Esta máquina tiene un motor en su centro, el cual genera el movimiento de todos los engranajes. Vale considerar que a pesar de que la rotación del motor es solo una, no todos los engranajes se mueven a la misma velocidad ni en la misma dirección y que a pesar de la variedad de ellos, están distribuidos de tal forma que su funcionamiento es armonioso. Todos estos engranajes, independiente de su forma, tamaño y cadencia, se pueden agrupar en tres grupos según su función, los primeros son los de “tránsito” y simplemente traspasan el movimiento y fuerza venida del motor a otros engranajes, los segundos son los de “generación” y están encargados de provocar e impulsar las tareas que la máquina debe cumplir y el tercer grupo pertenece a los de “anclaje”. Ahora, para entender la función de este tercer grupo, imaginemos que nuestra cámara mental se aleja y podemos ver en cuadro completo, que se trata de una innumerable cantidad de máquinas puestas unas al lado de otras que, en términos generales, parecen todas similares pero con un mínimo de observación notaremos que estructuralmente son distintas como huellas dactilares. De cada una de ellas sobresalen estos engranajes de “anclaje” por sus cuatro caras, cuyo trabajo no es otro que interactuar con las máquinas próximas y así realizar tareas en conjunto. Cuales sean estas tareas, no es algo relevante. Considerando que estas máquinas son diferentes entre si, sabremos que sus engranajes de anclaje no siempre calzan y pueden diferir en su forma, resultando muchas veces penosa e incluso imposible la asociación y otras veces en su velocidad o cadencia, donde casi siempre termina imponiéndose el engranaje más fuerte lo cual tarde o temprano causará desequilibrios que se irán acumulando hasta llegar a convertirse en serios daños en la estructura del más débil. 

 Entre las máquinas existe una leyenda, bastante utópica por lo demás, que señala que para cada máquina existe otra cuya compatibilidad es perfecta, es decir, que sus engranajes de anclaje son idénticos en forma, velocidad y posición, y de esta se desprende otra leyenda, más utópica aún que la anterior, según la cual, existe una posición determinada para cada máquina en la cual el conjunto entero trabajaría en completa armonía como una sola. En muchas oportunidades ha proliferado la noticia de que dos máquinas han encontrado una comunión ideal, sin embargo, tras un riguroso análisis, se ha determinado que la compatibilidad no ha sido perfecta, si no que se trata de diferencias diminutas que han sido limadas con el tiempo, imponiendo su forma el engranaje de mejor temple y provocando deformaciones en el más débil las que terminan atrofiando en mayor o menor grado el complejo sistema al que pertenece este último, un daño que a largo plazo puede ser nefasto, en algunos casos y en otros, puede ser finalmente absorbido y asumido como natural. 

 Debido a que la leyenda se vuelve cada vez más leyenda y que cada máquina está construida y diseñada para funcionar en conjunto con otras, es que cada máquina se vea en la obligación de buscar incesantemente en la multitud a otra con la cual compatibilizar y una vez encontrada, la unión se lleva a cabo ignorando o soportando el mal funcionamiento que puede llegar a terminar con la separación inminente o la destrucción total de una de ellas. Esto a provocado que los engranajes con mayor grado de adaptación y por lo tanto, con mayor capacidad de tolerancia sean cada vez más imprescindibles. 

 León Faras.

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