viernes, 18 de mayo de 2012

El último día.

El bloque B del Hospital Siquiátrico de San Genaro estaba totalmente alborotado, una multitud se había reunido fuera de las rejas mientras en el interior y a los pies del edificio la policía y ambulancias se mantenían expectantes con sus motores encendidos y sus balizas funcionando, que junto a la desorganización reinante, provocaban un ambiente de nerviosismo y ansiedad. Tanto los policías como enfermeros y doctores entraban y salían, corrían de un lado a otro y se detenían a hablar por teléfono evidentemente alterados. Los bomberos y la prensa ya estaban en camino. En la cornisa del bloque B un paciente del manicomio estaba parado, no había amenazado con lanzarse y nadie tenía claro cuales eran sus intenciones, sin embargo contemplaba a toda esa gente con aparente pasividad. Era un hombre que no llegaba a los cuarenta años, alto y fuerte, y con un rostro bien proporcionado que pasaba con extrema facilidad de la ternura a una siniestra maldad. No estaba considerado como peligroso, por lo menos nunca había intentado agredir físicamente a nadie, pero dentro de su estado de locura era un hombre sumamente inteligente y con un notable poder de convicción. De hecho, las razones por las que estaba ahí, era por haber provocado un total de 43 asesinatos y 39 suicidios, sólo con sus persuasivos, aunque inadmisibles, argumentos, incluyendo a dos de estos últimos estando recluido. Una hermosa y joven doctora estaba parada a unos metros intentando dialogar con él. 

 -No me obligues a ir por ti, LeRoua, sabes que haré cualquier cosa por detenerte. 

 -¿No te parece inconteniblemente estimulante la libertad?, siente todo esta energía en movimiento, abierta a ser direccionada a antojo. 

 -Sabes que no llegarás lejos. Tú no debes estar aquí y mucho menos allá afuera, si sales de aquí me encargaré de que no regreses. 

 -Vamos…- dijo el hombre con una sonrisa incrédula -¿me vas a decir que no lo notas?, ¿no sientes ese aroma lejano, ese calor incipiente?, ¿no lo oyes acaso? 

 -Siempre ha estado esa peste presente para mí. Te lo advierto LeRoua, estarás solo, y ese será tu fin.

 -Estás nerviosa…quizá seas tú quién está sola. Será mejor que te vayas mientras puedas. Cuando los círculos se completan, nada sale de su interior… 

 -No iré a ninguna parte y no permitiré que tú lo hagas. 

El hombre rió y su risa era burlona –Me encanta esa forma que tienes de enfrentarme, tan ruda…tan ingenua…

De pronto la mujer lo notó, algo cambiaba en el aire que cobraba vida, conciencia, y se esparcía con rapidez, oyó, más allá de lo que cualquier persona puede oír la algarabía del desenfreno. Las compuertas se abrían y no eran precisamente las que ella esperaba…el hombre tenía razón, el circulo se había cerrado. 

-¿Qué sucede?- preguntó él – ¿tanto tiempo aquí ha atrofiado tus sentidos?

 -El momento a llegado LeRoua, ahora ya no seré buena contigo.

 -¿Por qué me sigues llamando así…?- dijo el hombre al tiempo que su cuerpo se encendía en llamas, avanzando por su cuerpo hasta cubrirlo por completo, calcinándolo y volviendo su piel de una tonalidad roja sangre, a plena vista de toda la multitud que contemplaba la escena, luego, de la espalda de LeRoua se desplegaron alas de enorme envergadura, para cuando las llamas se extinguieron, su fisonomía había cambiado por completo. El demonio movió su cuello como soltando sus vértebras. La gente aterrada huía despavorida. Luego miró por última vez a la mujer y se lanzó al vacío. Esta corrió tras él y le cayó en la espalda aferrándose a su cuello, uno de sus brazos se los incrustó en un costado rasgando las entrañas del demonio, que, sintiendo el intenso dolor de tener ese brazo en su interior, se lanzó contra un edificio cercano golpeando a la mujer contra la pared y atravesando el muro, rompiendo todo a su paso sin lograr desprenderse de la tormentosa carga en su espalda. La mujer, con sus uñas comenzó a desgarrarle el rostro arrancándole trozos de piel mientras le despedazaba los brotes de sus alas con los dientes, el demonio, trataba de volar golpeándose y tratando de alcanzar con sus garras a la mujer que le destrozaba su interior con el brazo cada vez más dentro suyo, desesperado, revolcándose en un incontenible suplicio, en un vano intento por sacarse a ese verdugo adherida a su cuerpo. De pronto el demonio sintió como su energía se desvanecía súbitamente, dejó de luchar al quedarse sin fuerzas, su cuerpo desgarrado languideció. Con los ojos muy abiertos, en un último intento por alargar sus últimos segundos de existencia, vio el brazo de la mujer aferrada a su espalda cubierto por viscosos y oscuros líquidos además de restos de sus interiores que se mostraba ante él, en la mano tenía su duro y oscuro corazón arrancado.

 La mujer se puso de pie y se dirigió al forado en la pared por donde habían entrado, la destrucción en la ciudad y más allá de ella era total, todo estaba en escombros y gruesas columnas de denso humo negro brotaban por todas partes, los cielos estaban convulsionados e innumerables criaturas aladas revoloteaban por todas partes. En eso un pequeño agujero se abrió en el oscuro y turbio cielo, un rayo de luz entró por él. La mujer sonrió, llegaban los refuerzos. Entonces su cuerpo se iluminó tanto como para cegar aun hombre, le brotaron un par de enormes y bellas alas blancas y luego moviendo el cuello, como soltando sus vértebras, se lanzó al vacio. 

 León Faras.

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