lunes, 15 de julio de 2013

Del otro lado.


VII.


El viejo Manuel le había explicado de la mejor forma que pudo, los pormenores de la muerte de su nieta Laura, Alan había puesto especial interés en los detalles. Este llegaba al paradero de buses donde el accidente se había producido, se dirigía rumbo a la población de la chica rumeando todos estos detalles, primero, que la chica hubiese muerto de un disparo le llamaba mucho la atención, porque, descartando al difunto dueño del arma, el que le había disparado se había encontrado con la oportunidad luego de un hecho tan imprevisto como aquel accidente, al parecer el uso del arma de fuego fue totalmente circunstancial, él no tenía ninguna duda de que se trataba de un asesinato, y por lo tanto podía hacer conjeturas sobre quien podría haber sido el asesino que se había encontrado con esa oportunidad tan bien servida que solo le tocó actuar, no podía saber aún si los planes de asesinar a la chica ya existían desde antes, pero al parecer sí las razones para hacerlo. Sabía que el novio de Laura, Gustavo, estaba allí cuando ella murió y que este había sido el primero en verla, incluso antes que los equipos de emergencia, en su declaración aseguró que había encontrado a su novia sin vida, a pesar de que hubiese hecho todo lo posible por salvarla. Además de Laura y el cabo Miranda, el otro difunto era el chofer del vehículo más pequeño, pero a pesar de esto, solo el alma de Laura continuaba vagando en aquel lugar, para Alan eso significaba que solo se había cometido un asesinato. Un bus se detuvo para dejar pasajeros y Alan subió, lo único que podía hacer por el momento era pensar, nunca había sido detective de nada ni le había interesado jamás serlo, en su condición no podía ni siquiera hacer preguntas, había formas de contactar a Laura, pero siendo un materializado, le era muy difícil actuar, además que dependía mucho de la suerte y de las circunstancias, solo una cosa podía asegurar, habían matado a esa muchacha, si era cierto que aún vagaba por ahí, entonces no se trataba de un accidente, “un accidente”, se repitió en su mente, las otras víctimas probablemente estarían todavía en este mundo, tal vez alguno de ellos no se haya ido todavía y lo podía localizar, obtener una versión preferencial y más aclaratoria sería provechoso para ayudar a su viejo amigo Manuel, había un lugar que un muerto que sabe que está muerto, siempre visita antes de irse, y ese lugar no estaba lejos. Un grupo de colegiales se puso de pie para bajarse y Alan los siguió, llegaría al cementerio a pie, tenía una amiga ahí.

Un lugar que un muerto que sabe que está muerto siempre visita antes de irse y Alan sabía muy bien lo muerto que estaba y las muchas veces que había visitado ese lugar, su tumba por supuesto, pero principalmente la de su hijo. Segundo Segura era el panteonero, había visto y saludado a Alan muchas veces pero como para todo el mundo, siempre era como verlo por primera vez, le pareció raro ver a ese completo desconoció entrar a su cementerio pero lo olvidó de inmediato y siguió con sus quehaceres. Un espíritu vivía allí hace algunos años, había decidido quedarse por razones muy claras pero no hace tanto tiempo como para materializarse como Alan, se llamaba Julieta y era un caso especial, para ella su vida comenzó el día en que murió, era una muchacha de unos quince años al momento de su muerte, ciega de nacimiento y enfermiza en un hogar pobre, el mundo se abrió ante ella cuando la tuberculosis terminó con su cuerpo material, no solo dejó de sufrir o de pasar necesidades, también comenzó a ver las maravillas del mundo, conoció por fin los colores, las flores, las nubes que nadie nunca le había podido explicar, el sol y el agua, cosas cotidianas pero que eran imposibles de imaginar sin verlas, toda esa curiosidad contenida se desató en aquel momento y la hicieron quedarse, había tanto por ver, ella continuó con su familia por un tiempo, pero cuando estos se mudaron de la ciudad, ella se vino al cementerio, desde entonces vivía allí, desde entonces que se conocían ella y Alan, “…justo a tiempo” saludó la niña cordial cuando lo vio aproximarse, se abrazaron con cariño, caminaron y conversaron, Alan le explicó lo que sabía sobre Laura y lo que quería averiguar, Julieta le dijo que sí había un hombre que había llegado hace pocos días, solo uno, como con todos los nuevos que llegaban, ella había hablado con él, por lo general estaban llenos de dudas y hablar con alguien de su misma condición, los tranquilizaba, un accidente automovilístico había sido la causa de su muerte, él viajaba en un bus según dijo, Alan quiso verlo pero Julieta no sabía nada de aquel tipo desde hace un par de días, “tal vez ya decidió irse…” dijo la chica levantando las cejas y bajando su boca en una mueca, “Sí, tal vez, respondió Alan pensativo y agregó, ¿Dónde está su tumba?”; “es esa…”, respondió Julieta apuntando al final del pasillo que cruzaban en ese momento, “…donde están esas dos mujeres”. Macarena, la mujer del Chavo estaba allí junto con su hermana, la viuda, frente a un montículo de tierra cubierto de ramos y coronas de flores aún vivas, Alan no conocía a ninguna de las dos y solo se limitó a verlas de cerca cuando pasaron por ahí, nada más se podía hacer en ese momento. El paseo continuó y también la conversación, cuando de pronto Alan tuvo un recuerdo involuntario de una duda ya pasada hace rato, un retroceso mental, “¿Por qué cuando me viste llegar me dijiste “justo a tiempo…”?; ¿acaso me esperabas o algo así?” Julieta dudó un poco pero pronto recordó, “Ah, yo no, pero alguien más sí, tenías visita”; “¿Beatriz?” preguntó Alan algo perdido, Julieta asintió.

Una mujer madura estaba sentada en una banca de cemento frente a la tumba de Alan y su hijo, una anciana que dejaba de lado a sus hijos y nietos para visitar la tumba de su primer hijo que había muerto cuando ella era joven, y la de su primer amor, el que se había suicidado luego de haber matado accidentalmente al pequeño. Alan la observó sin que ella lo notara, no era una buena idea que ella lo viera, él era un difunto desde hace mucho, además ella, aunque lo reconociera, no podría recordarlo. Era una anciana pero seguía siendo la mujer que más había amado en su vida.



León Faras. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario