martes, 17 de junio de 2014

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

XIV.

El ambiente dentro del palacio de Rimos era un caos absoluto, la vida se le iba inexorablemente a la princesa Delia y todos hacían lo que tenían a su alcance por tratar de salvarla, la criatura en su interior no nacía aun y sería imposible mientras la princesa estuviera inconsciente, ardiendo en una fiebre que la hacía divagar y bañada en un sudor frío y abundante, mientras Dolba y sus ayudantes trataban de hacer lo posible para estabilizarla, tratando de hidratarla, de que disminuyera la temperatura de su cuerpo para que reaccionara y al menos intentara dar a luz por sus propios medios. Pero no tenían la capacidad para eso y sabían que si seguían luchando por salvar a la madre iban a perder al bebé, el cual si no nacía por medios naturales, pronto sacrificaría la vida de ambos, lo que era una situación terriblemente complicada para la comadrona y sus ayudantes, pues se trataba de elegir entre seguir intentando salvar la vida de la princesa de Rimos o rescatar al bebé, futuro heredero al trono de Rimos, pero condenando a la madre, y esa era una elección demasiado grande para cualquiera de las que estaban allí. Sila, la hija de Dolba ponía paños fríos sobre la frente de la princesa con desesperada insistencia y trataba de limpiar las gruesas gotas de sudor que se le formaban pero era demasiado evidente que no podían contener la grave situación de la princesa, quien temblaba inconteniblemente “Hay que sacar al bebé ahora o perderemos a los dos…” dijo esta con angustia repitiendo casi las palabras que su madre había dicho hace ya rato, pero Dolba no se decidía, aquello significaba condenar a muerte a la princesa pues para sacar al bebé solo quedaba abrir el vientre de la madre, lo que era casi con seguridad la muerte para esta, pero la criatura tampoco resistiría mucho tiempo más ahí dentro. Sila volvió a mojar los paños para enjugar el rostro de la princesa cuando su brazo fue atenazado por una mano dura y húmeda. Delia había abierto los ojos enormes como platos y se aferraba a su muñeca como un náufrago a un madero en medio del océano, intentó balbucear palabras que no brotaron del todo, ya no tenía fuerzas para impulsar el aire suficiente, Sila trató de calmarla, pero Delia tenía algo que decir, volvió a intentarlo y logró modular algunas palabras audibles “salven a mí bebé…” no fue demasiado fuerte pero suficiente para que Dolba la oyera. La princesa estaba consciente y tomaba aire con un enorme esfuerzo, casi con furia, la partera trató de animarla a que intentara dar a luz por sus propios medios que era lo que todos esperaban, pero la princesa negó con la cabeza, lloraba y temblaba, “solo salven a mi bebé…” dijo con un gran esfuerzo y luego cayó, sin dejar de apretar la mano de Sila como si aquella fuera su única y última conexión con el mundo real… un “Ovardo…” en tono suplicante, fue lo último legible que salió de sus labios, luego de eso Dolba se decidió, ya había perdido demasiada sangre que no alcanzaría a recuperar y que agravaba más su situación mientras el bebé exigía nacer ya. Buscó entre sus cosas y extrajo un cuchillo de hoja corta extremadamente afilado que utilizaba para cortar los cordones umbilicales y a veces también para abrir el cuerpo de los cadáveres cuando era necesario. Teté llegaba en ese momento con una nueva dotación de paños limpios, pero la escena era demasiado evidente y fuerte para ella, Dolba limpiaba el cuchillo con un paño mientras su hija adormecía a la princesa sujeta por la ayudante, con un trapo empapado de alguna infusión soporífera. Teté soltó los paños que traía y se llevó ambas manos a la boca, pero no vio nada más, sus ojos se llenaron de lágrimas y salió del lugar atropellando a todo el que se le cruzara por delante.

Ovardo permanecía tirado exánime en el suelo rodeado de perros que lo olfateaban como si se tratara de una de sus presas, Cal Desci, observaba la escena increíblemente nervioso, casi rogando que aquellos animales no les diera por devorar al príncipe, mientras los dos tramperos que llegaban, se detenían para enterarse de qué estaba sucediendo. El más viejo de ellos, un hombre llamado Barros, sacó un machete que cargaba el asno y lo empuñó por precaución, luego quiso mover a uno de sus perros para ver con más libertad el cuerpo tirado en el suelo pero recibió un gruñido de vuelta del animal, lo que provocó un ataque de furia del viejo desembocado en un enérgico puntapié para el perro subversivo además de una larga retahíla de insultos que aparte de reponer su autoridad sobre los animales liberó por completo al príncipe Ovardo del acoso de los canes. El otro trampero llamado Preto, se acercó a Cal Desci para preguntar “¿Quién es ese hombre?” “Ese es Ovardo, príncipe de Rimos y futuro rey de todas estas tierras…” el muchacho respondió con toda la solemnidad que consideró necesaria para impresionar a los recién llegados, cosa que no consiguió en absoluto. Barros curioseaba con la punta de su machete las piezas de la armadura del príncipe que yacían acumuladas en el suelo cerca de él, y luego registró entre los ropajes del caído en busca de algo de valor, encontrándose con la pequeña botella que Ovardo había llenado de agua de la fuente, el trampero la tomó y la examinó sin encontrarle valor alguno, la iba a lanzar lejos pero el príncipe levantó la cabeza de la tierra, se tocó la ropa y ciego y mugriento, notó lo que le habían quitado, suplicante le rogó que se la devolviera estirando su mano temblorosa y débil. El anciano se la entregó pero sin ocultar la mueca de desprecio que le provocó la patética reacción de aquel hombre. Barros se acercó a su hijo Preto visiblemente conmovido, “Aquel hombre… acabo de ver su rostro… está con los ojos vendados pero es él, es el príncipe de Rimos, yo lo conozco, es un hombre formidable que todos esperábamos ver en el trono… ahora está acabado ¿Qué clase de hechicería horrible le hicieron para que terminara así?” el viejo estaba sinceramente horrorizado, por lo que escuchó toda la explicación de Cal Desci la que fue narrada en voz baja pero con emoción y lujo de detalles, luego, el viejo se dirigió a su hijo “Ata a “Cantinero” y descárgalo para que descanse…” Preto se alejó y el viejo le habló al muchacho en tono cómplice “…”Cantinero” es nuestro asno, lo llamamos así porque huele como uno.  Encenderemos un fuego y nos quedaremos aquí a acompañar al príncipe hasta que esté en condiciones de volver. Es lo menos que podemos hacer.”


El rey Nivardo y su ejército se detuvieron antes de salir de los bosques para no ser vistos desde Cízarin, ya atardecía y esperarían el ocaso para atacar. Ranta descendió de uno de los árboles más altos de los alrededores, llevaba varios minutos ahí arriba mientras esperaba al resto, observando la ciudad y sus alrededores… le llamó la atención un grupo de personas que salía de la ciudad, alejándose en el horizonte opuesto, eran tres o cuatro adultos, media docena de niños y un par de animales por lo que alcanzó a ver. Solo fue eso, no era la mejor hora para dejar el cobijo de una ciudad, pero había miles de razones por las cuales una familia podía tomar sus cosas e irse, incluso podía tratarse de forasteros de paso por la ciudad, como fuera, eran pocos y se estaban alejando, por lo que tampoco corrían el riesgo de ser delatados. Todo seguiría en marcha como estaba planeado.


León Faras.

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