XIV.
El
ambiente dentro del palacio de Rimos era un caos absoluto, la vida se le iba inexorablemente
a la princesa Delia y todos hacían lo que tenían a su alcance por tratar de
salvarla, la criatura en su interior no nacía aun y sería imposible mientras la
princesa estuviera inconsciente, ardiendo en una fiebre que la hacía divagar y
bañada en un sudor frío y abundante, mientras Dolba y sus ayudantes trataban de
hacer lo posible para estabilizarla, tratando de hidratarla, de que disminuyera
la temperatura de su cuerpo para que reaccionara y al menos intentara dar a luz
por sus propios medios. Pero no tenían la capacidad para eso y sabían que si
seguían luchando por salvar a la madre iban a perder al bebé, el cual si no
nacía por medios naturales, pronto sacrificaría la vida de ambos, lo que era
una situación terriblemente complicada para la comadrona y sus ayudantes, pues
se trataba de elegir entre seguir intentando salvar la vida de la princesa de
Rimos o rescatar al bebé, futuro heredero al trono de Rimos, pero condenando a
la madre, y esa era una elección demasiado grande para cualquiera de las que
estaban allí. Sila, la hija de Dolba ponía paños fríos sobre la frente de la
princesa con desesperada insistencia y trataba de limpiar las gruesas gotas de
sudor que se le formaban pero era demasiado evidente que no podían contener la
grave situación de la princesa, quien temblaba inconteniblemente “Hay que sacar
al bebé ahora o perderemos a los dos…” dijo esta con angustia repitiendo casi
las palabras que su madre había dicho hace ya rato, pero Dolba no se decidía,
aquello significaba condenar a muerte a la princesa pues para sacar al bebé solo
quedaba abrir el vientre de la madre, lo que era casi con seguridad la muerte
para esta, pero la criatura tampoco resistiría mucho tiempo más ahí dentro. Sila
volvió a mojar los paños para enjugar el rostro de la princesa cuando su brazo
fue atenazado por una mano dura y húmeda. Delia había abierto los ojos enormes
como platos y se aferraba a su muñeca como un náufrago a un madero en medio del
océano, intentó balbucear palabras que no brotaron del todo, ya no tenía
fuerzas para impulsar el aire suficiente, Sila trató de calmarla, pero Delia
tenía algo que decir, volvió a intentarlo y logró modular algunas palabras
audibles “salven a mí bebé…” no fue demasiado fuerte pero suficiente para que
Dolba la oyera. La princesa estaba consciente y tomaba aire con un enorme
esfuerzo, casi con furia, la partera trató de animarla a que intentara dar a
luz por sus propios medios que era lo que todos esperaban, pero la princesa
negó con la cabeza, lloraba y temblaba, “solo salven a mi bebé…” dijo con un
gran esfuerzo y luego cayó, sin dejar de apretar la mano de Sila como si
aquella fuera su única y última conexión con el mundo real… un “Ovardo…” en
tono suplicante, fue lo último legible que salió de sus labios, luego de eso
Dolba se decidió, ya había perdido demasiada sangre que no alcanzaría a
recuperar y que agravaba más su situación mientras el bebé exigía nacer ya. Buscó
entre sus cosas y extrajo un cuchillo de hoja corta extremadamente afilado que
utilizaba para cortar los cordones umbilicales y a veces también para abrir el
cuerpo de los cadáveres cuando era necesario. Teté llegaba en ese momento con
una nueva dotación de paños limpios, pero la escena era demasiado evidente y
fuerte para ella, Dolba limpiaba el cuchillo con un paño mientras su hija
adormecía a la princesa sujeta por la ayudante, con un trapo empapado de
alguna infusión soporífera. Teté soltó los paños que traía y se llevó ambas
manos a la boca, pero no vio nada más, sus ojos se llenaron de lágrimas y salió
del lugar atropellando a todo el que se le cruzara por delante.
Ovardo
permanecía tirado exánime en el suelo rodeado de perros que lo olfateaban como
si se tratara de una de sus presas, Cal Desci, observaba la escena
increíblemente nervioso, casi rogando que aquellos animales no les diera por
devorar al príncipe, mientras los dos tramperos que llegaban, se detenían para
enterarse de qué estaba sucediendo. El más viejo de ellos, un hombre llamado
Barros, sacó un machete que cargaba el asno y lo empuñó por precaución, luego
quiso mover a uno de sus perros para ver con más libertad el cuerpo tirado en
el suelo pero recibió un gruñido de vuelta del animal, lo que provocó un ataque
de furia del viejo desembocado en un enérgico puntapié para el perro subversivo
además de una larga retahíla de insultos que aparte de reponer su autoridad
sobre los animales liberó por completo al príncipe Ovardo del acoso de los
canes. El otro trampero llamado Preto, se acercó a Cal Desci para preguntar
“¿Quién es ese hombre?” “Ese es Ovardo, príncipe de Rimos y futuro rey de todas
estas tierras…” el muchacho respondió con toda la solemnidad que consideró
necesaria para impresionar a los recién llegados, cosa que no consiguió en
absoluto. Barros curioseaba con la punta de su machete las piezas de la
armadura del príncipe que yacían acumuladas en el suelo cerca de él, y luego registró
entre los ropajes del caído en busca de algo de valor, encontrándose con la
pequeña botella que Ovardo había llenado de agua de la fuente, el trampero la
tomó y la examinó sin encontrarle valor alguno, la iba a lanzar lejos pero el
príncipe levantó la cabeza de la tierra, se tocó la ropa y ciego y mugriento, notó
lo que le habían quitado, suplicante le rogó que se la devolviera estirando su
mano temblorosa y débil. El anciano se la entregó pero sin ocultar la mueca de
desprecio que le provocó la patética reacción de aquel hombre. Barros se acercó
a su hijo Preto visiblemente conmovido, “Aquel hombre… acabo de ver su rostro…
está con los ojos vendados pero es él, es el príncipe de Rimos, yo lo conozco,
es un hombre formidable que todos esperábamos ver en el trono… ahora está acabado
¿Qué clase de hechicería horrible le hicieron para que terminara así?” el viejo
estaba sinceramente horrorizado, por lo que escuchó toda la explicación de Cal
Desci la que fue narrada en voz baja pero con emoción y lujo de detalles, luego,
el viejo se dirigió a su hijo “Ata a “Cantinero” y descárgalo para que descanse…”
Preto se alejó y el viejo le habló al muchacho en tono cómplice “…”Cantinero”
es nuestro asno, lo llamamos así porque huele como uno.
Encenderemos un fuego y nos quedaremos aquí a acompañar al príncipe
hasta que esté en condiciones de volver. Es lo menos que podemos hacer.”
El
rey Nivardo y su ejército se detuvieron antes de salir de los bosques para no
ser vistos desde Cízarin, ya atardecía y esperarían el ocaso para atacar. Ranta
descendió de uno de los árboles más altos de los alrededores, llevaba varios
minutos ahí arriba mientras esperaba al resto, observando la ciudad y sus
alrededores… le llamó la atención un grupo de personas que salía de la ciudad,
alejándose en el horizonte opuesto, eran tres o cuatro adultos, media docena de
niños y un par de animales por lo que alcanzó a ver. Solo fue eso, no era la
mejor hora para dejar el cobijo de una ciudad, pero había miles de razones por
las cuales una familia podía tomar sus cosas e irse, incluso podía tratarse de
forasteros de paso por la ciudad, como fuera, eran pocos y se estaban alejando,
por lo que tampoco corrían el riesgo de ser delatados. Todo seguiría en marcha
como estaba planeado.
León Faras.
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