jueves, 12 de junio de 2014

Historia de un amor.

IX.

Miranda no comprendía lo que había sucedido, el libro negro sin título que había encontrado abandonado y con el que cargaba desde entonces había desaparecido ante sus ojos sin dejar rastros y en su lugar ahora tenía una versión exactamente igual pero nueva, sin uso, solo que esta vez con dueño. Este la observaba con curiosidad pero sin impaciencia, tal vez solo tratando de entender qué sucedía y qué tenía que ver el nada especial cuaderno de tapa dura y empaste negro que acababa de comprar sin otra intención que realizar en él algunas anotaciones personales. La chica quiso saber si él había perdido un libro igual a ese, pero más viejo y evidentemente con más uso en una librería del pueblo, pero el hombre negó con la cabeza, jamás había tenido un libro así antes, entonces Miranda hizo una mueca, mientras aun observaba a su alrededor con la esperanza de que su libro estuviera en alguna parte que no hubiese visto aún, “… ¿Estás segura de que traías ese libro que buscas? Tal vez lo dejaste en alguna otra parte…” sugirió el hombre con toda buena voluntad, pero que de todos modos provocó que Miranda se le quedara viendo como si le hubiese dicho eso para molestarla, a veces era un poco distraída y reconocía que en ocasiones podía pasar por alto ciertas cosas, pero ese tipo recién la estaba conociendo y ya le estaba insinuando que la explicación más factible para la desaparición de su libro era su condición de despistada, “por supuesto que lo traía…” aseguró la muchacha y quiso que Bruno lo corroborara pero este estaba absorto en sus pensamientos, eso hasta que un suave golpe con el pie propinado por su dueña lo volvió a la realidad, “¡Bruno!” gritó Miranda pero la expresión del gato la hizo suavizar su enfado y preguntar qué le ocurría, el gato la miró y luego extravió la vista, “pensaba en lo que decías hace rato, porque sin saber cómo, estaba escrito en varias partes por ti, pues entonces en algún momento escribiste en él, quiero decir… en algún momento cuando ese libro quizá estuvo más…nuevo” “Nuevo como este…” señaló la muchacha aun con el libro en la mano, y luego añadió “…¿acaso crees que son el mismo?” el gato dio un salto y quedó colgando del bolso de Miranda quien le ayudó a subir “Pues tal vez por eso desapareció el libro viejo que tú tenías, porque no podían estar los dos al mismo tiempo…” el felino terminó y se dio cuenta que tanto el hombre como la muchacha le miraban con cara de no estar entendiendo, “perdona… dijo el hombre, pero ese cuaderno lo acabo de comprar hace media hora…” “Sí, respondió Bruno, e inmediatamente lo trajiste hasta aquí” concluyó el felino, pero Miranda no estaba convencida, “No sé qué pasó con nuestro libro pero este no es, no puede ser el mismo…” y se lo estiró a su dueño para que lo tomara pero este no quiso apresurarse, “¿y si tu amigo tiene razón…?” dijo, y tanto la chica como el gato se quedaron mirando con sorpresa, pero el hombre continuó “…ocurre que ese cuaderno no lo compré por una necesidad específica o con un propósito claro, más que nada era una vaga intención de anotar ideas que se me ocurren, marcar sucesos importantes o dejar por escrito algunos propósitos necesarios pero que si no los anotas, con el tiempo se diluyen en la memoria y son reemplazados por otras ideas igual de fugaces e intrascendentes, el hecho es que, sin una determinación muy fortalecida, entré en la tienda para ojear algún cuaderno que quizá llamara mi atención, vi varios, pero a medida que los veía más sentía que no era el momento ni el lugar, que era una mala idea, que en realidad era algo que no necesitaba. Eso hasta que lo vi, quizá la vendedora quería hacer su venta e insistió hasta agotar las posibilidades y mostrarme sus opciones menos populares, pero en cuanto vi ese cuaderno toda la convicción volvió de golpe, no sé que tenía de especial pero sí supe que yo estaba ahí para comprar ese cuaderno. Luego llegué aquí sin que esta sea una ruta que recorra a menudo, sin que me dirija a un lugar específico o con una mínima urgencia, solo guiado por el instinto… luego nos topamos, tu libro, al parecer idéntico al mío, desaparece sin explicación… no lo sé… creo que hay algo más que una simple coincidencia en todo esto…” Bruno hace rato que había dejado de poner atención a las palabras de aquel hombre y se había quedado profundamente intrigado en la mirada de ambos, uno hablaba y la otra atendía con atención exclusiva, no despegaban los ojos como si estuvieran absorbiendo la imagen del otro en un sorbo largo, dulce y refrescante; anhelado y necesario. Cuando el hombre dejó de hablar, la comunicación entre ellos continuó muda durante varios segundos a través de la mirada, prendados, como cuando los gatos sorprendían una presa que desprevenida e inocente se pasea sin advertir la presencia de su victimario y la acechan en silencio, de igual manera los humanos podían jugar ambos roles muy a menudo pero en las lides de la atracción y la seducción, aunque en este caso, ambos eran presa y cazador al mismo tiempo, eso no era algo muy común, pensó Bruno, tal vez sí había algo más que una simple coincidencia.


Pronto salieron del encantamiento inicial que produce un encuentro como ese, en el que sin saber cómo, sientes como si tus sueños se estuvieran materializando delante de tus narices, como si el mundo entero fuera el producto de un anhelo personal e íntimo, como si el universo hubiese oído aquello que siempre deseaste pero que nunca pediste y te lo entregara de la forma más natural y cotidiana y en el momento menos esperado. Ya sabían perfectamente que algo había sucedido entre ellos, algo que los marcaría y que los acompañaría por largo tiempo, algo que recién comenzaba pero que ya estaba escrito, en un libro que acababa de desaparecer.


León Faras. 

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