jueves, 3 de julio de 2014

La Prisionera y la Reina. Capítulo tres.

X.

El enano de rocas había regresado al castillo del semi-demonio no porque le interesara de alguna manera seguir a Lorna, nada en especial lo ataba a ella, su razón era mucho más práctica, había perdido su piedra primaria y con ella, tal vez su única posibilidad de reproducción, de transmitir su magia única a otras rocas ordinarias para que a partir de estas un nuevo enano de rocas naciera, en un periodo de gestación que podía durar varias décadas de lento y silencioso proceso mágico. Hace bastante tiempo que su ojo ya no se sostenía adherido a él como las otras rocas de su cuerpo, sino que se desprendía, señalando que el momento de entregar una parte de sí a favor de la multiplicación de su especie había llegado. Lorna ya había visto sin entender, en el momento en que conoció al enano de rocas, cómo su ojo se caía y debía ser devuelto a su lugar por el mismo enano, cosa que probablemente no recordaba ni menos asociaba con el regreso de la extraña y rocosa criatura a las catacumbas, lugar donde la piedra primaria se había extraviado al momento de rodar por las escaleras, el enano lo notó, pero cuando la iba a buscar, Lorna cayó y él fue arrastrado en esa caída. Ahora se mantenía en la sala de guardias a la espera de poder entrar nuevamente a las catacumbas para recuperar su ojo cuando una pequeña roca lo golpeó suavemente. Observó su rededor, Lorna estaba allí, también un guardia y un espíritu que el enano podía percibir, un espíritu que estaba especialmente interesado en la pequeña joya que lo acababa de golpear, ninguno de los seres que estaban presentes le generaba mayor interés al enano de rocas, para él, las criaturas orgánicas eran raras y de costumbres incomprensible, que en general poco o nada podían afectarlo en su apacible e imperecedera existencia, no eran una amenaza pero tampoco le generaban admiración. Sin embargo la joya llamó su atención, era bella, pulida, ovalada, como una piedra de río. Para un enano de rocas, una roca hermosa era especialmente interesante, casi irresistible. La tomó con la intención de adherirla a su cuerpo, en al acto se dio cuenta de que aquella no era un piedra ordinaria, sintió una energía extraña en su interior que provenía de aquella joya, era algo extraño pero nada que afectara su siempre impávida actitud, hasta que de pronto el espíritu que los acompañaba fue absorbido por la joya y su cuerpo dejó de pertenecerle, su conciencia permaneció pero todos sus movimientos  eran dirigidos por otra entidad, el enano de rocas no lo sabía, pero Dágaro se había apropiado momentáneamente de su pequeño y sólido cuerpo con el que pretendía iniciar su venganza y recuperar su reino.

Lorna se mostraba lo más encantadora posible tratando de convencer al guardia que aquel no era el momento ni el lugar para aquello que tenía en mente, pero el guardia no quería negociar, se suponía que ella debía estar encerrada, y si había escapado, era su trabajo volverla a encerrar, pero antes, nada le impedía sacar provecho de su situación, por lo que usó su espada para desarmar a la chica, quien debió botar el puñal que había conseguido y retrocedió hasta que una pared se lo impidió, no le temía a lo que el hombre podía hacerle, estaba bastante acostumbrada a manejar a ese tipo de “clientes” pero lo que no quería, era volver a las catacumbas otra vez y no sabía bien qué hacer, solo le quedaba obedecer y tratar de ganar tiempo, luego intentar negociar de nuevo y esperar que algo sucediera, sin embargo, lo que sucedió, no era algo que esperara.

El enano de rocas se irguió en un rincón de la sala de guardias, observándose con curiosidad a sí mismo, luego comenzó a caminar hacia la pareja, lo que inmediatamente llamó la atención de Lorna que en la posición que estaba podía verlo, aquel no era el enano de rocas que ella conocía, aunque lucía idéntico, su expresión, sus movimientos, su forma de caminar, no era la criatura torpe y graciosa que conoció en las catacumbas, incluso ahora hasta se veía amenazante desprendiendo un extraño vapor negro. La expresión del rostro de la chica hizo que el guardia se volteara con cierta preocupación, pero al ver al enano se relajó, pensando que se trataba solo de la simpática criatura con la que se divertían hace un rato, solo le dijo que estaba ocupado y que no molestara y continuó en lo suyo, pero Lorna seguía interesada, ese enano era diferente, este se acercó y en un momento la mujer pudo ver la joya adherida al pecho de su pequeño compañero, entonces recordó los guardias del semi-demonio, esas armaduras inertes con oscuros espíritus aprisionados en su interior capaces de intimidar a cualquiera, el enano lucía como uno de ellos. Un solo golpe de puño fracturó de inmediato la pierna del guardia quien cayó al suelo dando alaridos de irrefrenable dolor, mientras se arrastraba por el suelo tratando de alejarse del enano de rocas al que no tenía posibilidades de dañar, pero este pasó caminando por su lado sin prestarle más atención, solo se dirigió a la salida y se fue rumbo a la superficie. Lorna se quedó boquiabierta, absolutamente sorprendida con lo que había sucedido no podía ordenar sus ideas, solo se le ocurrió una cosa, recoger su puñal, pasar alejada del guardia que le pedía ayuda y la trataba de alcanzar y correr tras el enano que ya no era el enano, sino que al parecer era la reencarnación, si es que se podía llamar así, de su medio hermano, el mismísimo semi-demonio Dágaro.


Lorna corrió por los pasillos dudosa de haber tomado la dirección correcta porque no pudo dar con el enano. A pesar de moverse rápido, la mujer lo hacía con precaución, pues no quería encontrarse con sorpresas desagradables como lo había hecho con aquel guardia en las catacumbas, pero sospechosamente encontró todos los pasadizos vacíos, lo que era muy raro, sin duda algo había sucedido, algo lo suficientemente grande como para requerir la presencia de todos los soldados del castillo. Cuando llegaba a la superficie, el escándalo que había era más que evidente, en el fondo luminoso del pasillo se podía ver una confusa escena donde un gran número de soldados gritaban y se movían frenéticos manteniendo lo que parecía una batalla épica contra una fuerza colosal, cuerpos volaban por los aires hasta estrellarse contra las paredes, mientras otros se lanzaban al ataque con gritos de furia, un aullido ensordecedor retumbó y un nuevo grupo de soldados fue esparramado por el suelo. Lorna no lo podía creer, por un momento imaginó a su pequeño compañero luchando solo contra todos los guardias del castillo, pero al asomarse a la salida lo que vio era aun peor, la bestia se había liberado y estaba destrozando al ejército de Rávaro.


León Faras. 

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