II.
Era
una preciosa tarde de domingo, que inspiró a Edelmira a decidir sacar a jugar a su hijo
a un parque cercano y comer golosinas e invitó a Miguelito para que se
les uniera. Entonces Bernarda animó a su hija para que ambas salieran a dar un
paseo por el centro de Bostejo para disfrutar del sol y la brisa y de paso,
llevar a la pequeña Matilda a respirar un poco de aire fresco. Ulises se había
ido al negocio de Octavio por lo que las mujeres invitaron a la señora Alicia
para que no quedara sola en casa, y aprovecharan de hacerle una visita a Estela
quien no había llegado para el almuerzo.
Como
toda tarde de domingo, y especialmente cuando el clima era tan espléndido, la
plaza de Bostejo se llenaba de gente que deambulaba por ella en grupos o en
parejas buscando distracción y esparcimiento, numerosos comerciantes compartían
espacio con artistas callejeros que luego de realizar su arte, recolectaban
monedas entre su público. Las mujeres se instalaron en uno de los asientos del
nivel intermedio de la plaza para descansar, disfrutar de la fresca sombra de
los árboles y atender a Matilda, a pesar de que esta dormía pacíficamente como
siempre. Por más que observaron en todas direcciones, no fue fácil encontrar a
Estela, el lugar era un enjambre de personas y ruidos; música y conversación;
niños reían y corrían por un lado y comerciantes gritaban sus productos por
otro, solo lo consiguieron gracias a que el traje de payaso de Alberto y sus globos eran lo
suficientemente vistosos como para que llamaran la atención en la multitud, pero
cuando lograron acercarse al chico y este les señaló dónde estaba Estela,
resultó que ninguna de las mujeres la reconoció hasta enterarse de que la
muchacha llevaba peluca y pintura en la cara como parte de un disfraz de
muñeca, solo entonces pudieron dar con ella. La chica estaba contenta,
disfrutando plenamente de su trabajo, la tarea de usar disfraz y acercarse a
los niños con las invitaciones para el show de títeres o para vender sus dulces
le había encantado, y la aceptación de la gente, sobre todo los más pequeños,
había sido de lo mejor, “Cuando Matilda cumpla su primer año, te pediré que te
disfraces de nuevo para su fiesta” dijo Aurora y la idea se quedó flotando en
el aire por unos segundos, como si se tratara de una revelación colectiva, pues
todos ahí pensaron lo mismo, que aquella sería una excelente forma de que los
muchachos ganaran algún dinero.
Edelmira
estaba sentada en un asiento de piedra, observaba a los niños desde prudente
distancia mientras estos se divertían en los juegos infantiles, Miguel ya había
hecho amigos nuevos entre los otros niños, mientras Alonso se entretenía solo,
abstraído del mundo en un banco de arena que lo absorbía por completo. Aquello
era en cierta forma bueno para la mujer, ella mantenía su trabajo separado de
su hijo tanto como podía, pero no podía asegurarse de nada, por lo que la
personalidad ensimismada de su hijo era buena para ella, él nunca tendría
muchos amigos y eso lo mantendría a salvo, hasta cierto punto, de la crueldad
de los niños. Una mujer se sentó a su lado, era más joven que Edelmira pero no
más atractiva, su vestimenta y su peinado no lucían nada, traía un coche de
bebé, Edelmira la observó por debajo del ala de su ancho sombrero, le pareció
familiar el rostro pero tardó algunos segundos en reconocerlo, se veía
completamente diferente fuera del prostíbulo donde ambas trabajaban “Leticia, que
grata sorpresa. ¿Estás bien?” La mujer solo miraba hacia donde estaban los
niños jugando “Hola, ¿ese de ahí es tu hijo?; sí que ha crecido” su voz y la
expresión de su rostro no habían cambiado en nada, era triste y melancólica
como siempre, Edelmira observó el carrito, un bebé de menos de un mes dormía en
su interior “Así que, esta es la grave enfermedad de tu hermano menor, ¿no?”Leticia
también miró hacia el coche, “¿Eso fue lo que te dije a ti? no lo recordaba.
No, ni siquiera tengo hermano menor, he dicho demasiadas mentiras, a Rubén, a
ti… a mi madre. Una mentira diferente para cada cual” Edelmira no comprendía
“¿Rubén?; ¿Qué tiene que ver Rubén?” Rubén era el hombre al que recurrían las
chicas cuando algún cliente se negaba a pagar lo acordado o cuando alguno se tornaba
especialmente agresivo. Leticia miró a los ojos a su amiga, necesitaba confiar
en alguien, hablar sin tener que inventar cada palabra de lo que decía. “Él es
el padre, aunque por supuesto se lo negué, le dije que era de un cliente, sabes
que no es paternidad lo que busca en nosotras. Además, lo primero que me dijo
cuando le comenté mis sospechas fue que tenía que hacerme un remedio o irme a
la calle” Edelmira miró a los niños que jugaban. Hace años cuando apenas era
una chiquilla, había pasado por lo mismo, “remedio o la calle”, ya había
probado la calle demasiado tiempo, así que eligió el remedio, nunca más lo
volvió a hacer. “Y elegiste la calle, obviamente. ¿Dónde te estás quedando? ¿Necesitas
algo?” guardaron silencio mientras una pareja de adultos pasaba por su lado,
luego continuaron “Estoy bien, estoy con mi madre, por supuesto ella no sabe
nada, piensa que me dejé engatusar por algún sinvergüenza de la casa donde se
supone que trabajo cuidando a un enfermo por las noches…”; “Con lo de dejarte
engatusar por un sinvergüenza tiene razón” dijo Edelmira con un toque de
reproche “Sí, es cierto…” admitió Leticia “…pero ya está hecho. Ahora necesito
conseguir trabajo de nuevo” El bebé despertó y Leticia debió tomarlo y pasearlo
un poco para tranquilizarlo. Edelmira preguntó “¿Y estás segura de que Rubén es
el padre de tu bebé?” era una duda válida pero irrelevante al mismo tiempo,
Leticia respondió con una sonrisa triste “¿Y eso en qué cambia las cosas?...” ante
el silencio de Edelmira, agregó “…Me tengo que ir. Me gustó verte.”
“Estela,
¿no has comido nada? Pensé que irían a casa a almorzar” La señora Alicia, como casi
siempre, lucía muy preocupada “¿Podemos comer más tarde? Con don Jonás hemos
comprado y comido emparedados y zumo. Dice que le ha ido realmente bien con
nuestra ayuda y a nosotros también. ¡Mira, casi he vendido todos los dulces!”
La muchacha estaba entusiasmada y la miraba suplicante para que le permitiera
quedarse un rato más y terminar con el trabajo, “¿Y quién es ese don Jonás?”
preguntó la señora Alicia tomando una actitud fingidamente severa, “Es el
titiritero…” respondió Estela sin poder dejar de sonreír “…por eso estoy
vestida así. Promocionamos su espectáculo y luego vendemos nuestras cosas a los
niños, hacemos buen equipo. Solo nos queda una función más, ¿sí?” La señora
Alicia se mostró realmente sorprendida “¿Jonás?; ¿ese titiritero es Jonás del Arroyo?”
Estela no conocía a ningún otro Jonás ni tampoco a otro titiritero, por lo que
se volteó hacia su amigo payaso buscando una confirmación y este asintió con la
cabeza “El mismo… ¿Le conoce?” La mujer pareció suspendida en recuerdos por un
breve momento y luego respondió “Sí, evidentemente.”
León
Faras.
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