jueves, 30 de octubre de 2014

Simbiosis. Una visita al Psiquiátrico.

II.

Era una preciosa tarde de domingo, que inspiró a Edelmira a decidir sacar a jugar  a su hijo a un parque cercano y comer golosinas e invitó a Miguelito para que se les uniera. Entonces Bernarda animó a su hija para que ambas salieran a dar un paseo por el centro de Bostejo para disfrutar del sol y la brisa y de paso, llevar a la pequeña Matilda a respirar un poco de aire fresco. Ulises se había ido al negocio de Octavio por lo que las mujeres invitaron a la señora Alicia para que no quedara sola en casa, y aprovecharan de hacerle una visita a Estela quien no había llegado para el almuerzo.

Como toda tarde de domingo, y especialmente cuando el clima era tan espléndido, la plaza de Bostejo se llenaba de gente que deambulaba por ella en grupos o en parejas buscando distracción y esparcimiento, numerosos comerciantes compartían espacio con artistas callejeros que luego de realizar su arte, recolectaban monedas entre su público. Las mujeres se instalaron en uno de los asientos del nivel intermedio de la plaza para descansar, disfrutar de la fresca sombra de los árboles y atender a Matilda, a pesar de que esta dormía pacíficamente como siempre. Por más que observaron en todas direcciones, no fue fácil encontrar a Estela, el lugar era un enjambre de personas y ruidos; música y conversación; niños reían y corrían por un lado y comerciantes gritaban sus productos por otro, solo lo consiguieron gracias a que el traje de payaso de Alberto y sus globos eran lo suficientemente vistosos como para que llamaran la atención en la multitud, pero cuando lograron acercarse al chico y este les señaló dónde estaba Estela, resultó que ninguna de las mujeres la reconoció hasta enterarse de que la muchacha llevaba peluca y pintura en la cara como parte de un disfraz de muñeca, solo entonces pudieron dar con ella. La chica estaba contenta, disfrutando plenamente de su trabajo, la tarea de usar disfraz y acercarse a los niños con las invitaciones para el show de títeres o para vender sus dulces le había encantado, y la aceptación de la gente, sobre todo los más pequeños, había sido de lo mejor, “Cuando Matilda cumpla su primer año, te pediré que te disfraces de nuevo para su fiesta” dijo Aurora y la idea se quedó flotando en el aire por unos segundos, como si se tratara de una revelación colectiva, pues todos ahí pensaron lo mismo, que aquella sería una excelente forma de que los muchachos ganaran algún dinero.

Edelmira estaba sentada en un asiento de piedra, observaba a los niños desde prudente distancia mientras estos se divertían en los juegos infantiles, Miguel ya había hecho amigos nuevos entre los otros niños, mientras Alonso se entretenía solo, abstraído del mundo en un banco de arena que lo absorbía por completo. Aquello era en cierta forma bueno para la mujer, ella mantenía su trabajo separado de su hijo tanto como podía, pero no podía asegurarse de nada, por lo que la personalidad ensimismada de su hijo era buena para ella, él nunca tendría muchos amigos y eso lo mantendría a salvo, hasta cierto punto, de la crueldad de los niños. Una mujer se sentó a su lado, era más joven que Edelmira pero no más atractiva, su vestimenta y su peinado no lucían nada, traía un coche de bebé, Edelmira la observó por debajo del ala de su ancho sombrero, le pareció familiar el rostro pero tardó algunos segundos en reconocerlo, se veía completamente diferente fuera del prostíbulo donde ambas trabajaban “Leticia, que grata sorpresa. ¿Estás bien?” La mujer solo miraba hacia donde estaban los niños jugando “Hola, ¿ese de ahí es tu hijo?; sí que ha crecido” su voz y la expresión de su rostro no habían cambiado en nada, era triste y melancólica como siempre, Edelmira observó el carrito, un bebé de menos de un mes dormía en su interior “Así que, esta es la grave enfermedad de tu hermano menor, ¿no?”Leticia también miró hacia el coche, “¿Eso fue lo que te dije a ti? no lo recordaba. No, ni siquiera tengo hermano menor, he dicho demasiadas mentiras, a Rubén, a ti… a mi madre. Una mentira diferente para cada cual” Edelmira no comprendía “¿Rubén?; ¿Qué tiene que ver Rubén?” Rubén era el hombre al que recurrían las chicas cuando algún cliente se negaba a pagar lo acordado o cuando alguno se tornaba especialmente agresivo. Leticia miró a los ojos a su amiga, necesitaba confiar en alguien, hablar sin tener que inventar cada palabra de lo que decía. “Él es el padre, aunque por supuesto se lo negué, le dije que era de un cliente, sabes que no es paternidad lo que busca en nosotras. Además, lo primero que me dijo cuando le comenté mis sospechas fue que tenía que hacerme un remedio o irme a la calle” Edelmira miró a los niños que jugaban. Hace años cuando apenas era una chiquilla, había pasado por lo mismo, “remedio o la calle”, ya había probado la calle demasiado tiempo, así que eligió el remedio, nunca más lo volvió a hacer. “Y elegiste la calle, obviamente. ¿Dónde te estás quedando? ¿Necesitas algo?” guardaron silencio mientras una pareja de adultos pasaba por su lado, luego continuaron “Estoy bien, estoy con mi madre, por supuesto ella no sabe nada, piensa que me dejé engatusar por algún sinvergüenza de la casa donde se supone que trabajo cuidando a un enfermo por las noches…”; “Con lo de dejarte engatusar por un sinvergüenza tiene razón” dijo Edelmira con un toque de reproche “Sí, es cierto…” admitió Leticia “…pero ya está hecho. Ahora necesito conseguir trabajo de nuevo” El bebé despertó y Leticia debió tomarlo y pasearlo un poco para tranquilizarlo. Edelmira preguntó “¿Y estás segura de que Rubén es el padre de tu bebé?” era una duda válida pero irrelevante al mismo tiempo, Leticia respondió con una sonrisa triste “¿Y eso en qué cambia las cosas?...” ante el silencio de Edelmira, agregó “…Me tengo que ir. Me gustó verte.”

“Estela, ¿no has comido nada? Pensé que irían a casa a almorzar” La señora Alicia, como casi siempre, lucía muy preocupada “¿Podemos comer más tarde? Con don Jonás hemos comprado y comido emparedados y zumo. Dice que le ha ido realmente bien con nuestra ayuda y a nosotros también. ¡Mira, casi he vendido todos los dulces!” La muchacha estaba entusiasmada y la miraba suplicante para que le permitiera quedarse un rato más y terminar con el trabajo, “¿Y quién es ese don Jonás?” preguntó la señora Alicia tomando una actitud fingidamente severa, “Es el titiritero…” respondió Estela sin poder dejar de sonreír “…por eso estoy vestida así. Promocionamos su espectáculo y luego vendemos nuestras cosas a los niños, hacemos buen equipo. Solo nos queda una función más, ¿sí?” La señora Alicia se mostró realmente sorprendida “¿Jonás?; ¿ese titiritero es Jonás del Arroyo?” Estela no conocía a ningún otro Jonás ni tampoco a otro titiritero, por lo que se volteó hacia su amigo payaso buscando una confirmación y este asintió con la cabeza “El mismo… ¿Le conoce?” La mujer pareció suspendida en recuerdos por un breve momento y luego respondió “Sí, evidentemente.”



León Faras.

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