jueves, 9 de octubre de 2014

Del otro Lado.

XIX. 


Era casi medio día cuando Alan llegó al cementerio, había estado pensando en algún sistema de comunicación más práctico para hablar con Laura, la nieta de Manuel, pero aun no se decidía, papel y lápiz no era el mejor sistema para comunicarse con los espíritus, porque para estos últimos era demasiado complejo maniobrar objetos materiales a voluntad, aunque con el tiempo, sí eran capaces de lograrlo y ejemplos de eso sobraban. Lo de reunirse en el cementerio fue más que todo un impulso, debían programar juntarse en otro lugar fuera del dormitorio de la chica y el cementerio fue lo primero que se le ocurrió en ese momento antes de salir huyendo por la ventana, aunque con respecto a la tumba de ella y que estuviera tan cerca del punto de reunión, esa no había sido más que una rara coincidencia, la pileta era solo un punto de referencia y Alan no tenía idea que esta se encontraba junto al mausoleo de la familia de Laura. 

Se adentró en el cementerio con paso tranquilo, había poca gente como era costumbre en un día ordinario, pensando en lo que haría, pasó junto a un tipo con pinta de vagabundo, sentado en el suelo frente a una tumba lúgubre y abandonada cavada en la tierra, en la que solo se podía ver un par de tarros oxidados con restos podridos y pestilentes de flores y una burda cruz de madera con la pintura descascarada y un nombre conservado a medias escrito con una caligrafía muy desprolija, “¿Ya me parecía extraño no haberte encontrado antes por aquí?”Alan no pensó que le hablaran a él en primer lugar, pero luego de echar una ojeada, reconoció al tipo que estaba ahí, a pesar de la capucha que le cubría la cabeza, era Gastón Huerta, aquello le estropeó el humor de inmediato, “De haber sabido que tu tumba estaba aquí, hubiese evitado acercarme” dijo Alan sin detenerse “…Esta no es mi tumba” respondió el encapuchado, y agregó “¿creerías que es la de un ángel?” Alan se detuvo, Huerta permanecía con la vista fija en aquella cruz deteriorada y fea, “La Clarita era un ángel. Ella era lo único bueno, lo único santo que teníamos. No debía morir, o tal vez nunca debió de nacer allí. También fue culpa mía, lo sé, pero ya no está aquí, ya no puedo pedirle que me perdone…ella no me escucha” Alan no tenía ni idea de lo que le estaba hablando, pero todo lo que podía imaginar le dibujaba una expresión de repulsión en el rostro. No estaba seguro de querer saber la respuesta de lo que iba a preguntar, pero igualmente lo hizo “¿Quién era esa Clarita y qué cosa le hiciste, miserable?”Huerta se puso de pie, pero no levantaba la vista “…Ella era mi hermanita, una enana encantadora, que se hacía todo ella misma y encima nunca te decía que no, cuando le pedías algo, siempre contenta a pesar del ambiente repugnante en el que vivíamos, turbio y lleno de porquería que hacíamos todos ahí…todos, menos ella… siempre bien peinada y lista para irse al colegio…o preparando la mesa para un almuerzo que nunca estaba listo…” Alan escuchaba esperando lo peor, mientras Gastón hablaba ido, con la vista húmeda, perdida en otro lugar y en otra época, “…Yo debía encargarme de ella, de que estuviera bien, de que no le pasara nada, se lo había prometido… Pero no estuve con ella cuando incendiaron la casa… estaban todos más que borrachos y sin embargo solo ella murió, ella que solo dormía… a mí me fueron a buscar, me hablaban del incendio y yo no entendía nada, no podía ni siquiera pensar, me llevaron casi a tirones, yo no quería ir, quería seguir en lo mío… Al día siguiente mi mamá preguntaba por la Clara para mandarla a comprar, había presenciado todo sin enterarse de nada… solo sabía que le dolía demasiado la cabeza… ¿sabes cómo se recupera un alcohólico después de algo así? Solo bebiendo… mi madre no dejó de beber nunca más… y cuando no lo hacía, solo lloraba… y yo perdí mi razón para vivir… con la mierda hasta el cuello, ella era la razón para luchar... yo quería que la Clara estudiara, ayudarla a conseguir una profesión, darle algo… algo bueno, algo que yo nunca conseguiría para mí, pero de lo que también pudiera sentirme orgulloso… que ella saliera de todo ese ambiente porque si no, al final… la terminaría convirtiendo, contaminando como a mí… o peor… la iba a matar… y la mató.”

Alan no estaba preparado para sentir compasión por el hombre que más desprecio le provocaba, pero toda esa historia había logrado acercarlo a eso, a comprender, en parte, que un mismo hombre puede ser una persona totalmente distinta y tener un destino muy diferente, dependiendo del ambiente en el que nace y se cría. Nadie es completamente bueno o completamente malo, solo es lo que es, porque así fue moldeado, hasta transformarse poco a poco en el adulto que luego tomará, para bien o para mal, las decisiones de su vida, pero eso no quita que todos arrastremos un resto de inocencia en lo que hacemos, hasta a Gastón Huerta se le debía conceder un mínimo de su inocencia original, porque no solo el pecado puede ser original, cuando todos partimos de cero, dispuestos solo para recibir aquello que el mundo tenga para nosotros, y hay veces en que el mundo no te deja demasiadas opciones. Alan digería todo eso, mientras Huerta volvía a agacharse frente a la tumba de su hermana, satisfecho con todo lo que había dicho, “Siento mucho lo de tu hermana pequeña” dijo Alan con honestidad, comprendiendo bien la envergadura de la pérdida y las infames circunstancias en las que se había llevado a cabo, “Yo lo siento aun más…” respondió Huerta abrazándose las rodillas, “…así como también lo que sucedió con tu hijo. No hay un solo día en que no me arrepienta, en que no pida perdón y no sienta pánico de irme de este mundo… la culpa y el miedo son mis cadenas y están conmigo todo el tiempo” Alan tuvo la intención de retirarse, estaba confundido, se detuvo, se rascó la cabeza y se volvió hacia Gastón “Mira, sé que no podemos ser amigos, y que lo más probable es que nunca lo seamos, pero… estoy haciendo algo y tal vez puedas ayudarme, si quieres… a lo mejor, con el tiempo podemos encontrar la forma de aliviar toda esta porquería que no para de atormentarnos” Huerta se puso de pie con algo de incredulidad pero luego lo aceptó con disposición “claro, ¿en qué te puedo ayudar?”  Alan le explicó lo de Laura y lo de su intención de comunicarse con la difunta “Pues lo más simple…” respondió Huerta de inmediato “…es usar una tabla Ouija” Alan no parecía impresionado “lo sé, ¿pero de dónde sacaremos una?” “Sé donde conseguir una. Ven conmigo” Gastón ya se iba pero Alan lo detuvo “Espera, dejaré un mensaje”


Alan se dirigió hacia la pileta, en el camino se topó con un bonito ramo de calas blancas adornando una tumba igualmente de inmaculado blanco, decorada con mármol y bronce… una fachada pulcra y elegante pero con un detalle de bastante mal gusto según le pareció al hombre, las flores eran plásticas, pero pensó que a él sí le servirían, para llamar la atención de Laura quien no veía flores vivas, o una buena imitación de ellas, desde el día de su muerte. Al llegar, la tumba de Laura tenía una buena cantidad de flores vivas y naturales como era de esperar en una tumba relativamente reciente, pero estas serían invisibles para la chica, por lo que las calas resultarían perfectas. Alan acomodó las flores en un espacio de la lápida y entre estas, puso la hoja de papel en la que la chica había escrito con lápiz labial, para que Laura supiera que estaba en el lugar correcto, “Bueno, espero que esté aquí para cuando regresemos…” Gastón Huerta que esperaba a algunos metros se le ocurrió que podía dejarle su reloj detenido en una hora específica, de esa manera no se pasarían horas tratando de coincidir en estar en el mismo lugar y a al mismo tiempo, la idea le pareció genial a Alan y así lo hizo, “Nada mal, eh…” dijo reconociendo la buena ocurrencia.


León Faras.

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