XIX.
Era
casi medio día cuando Alan llegó al cementerio, había estado pensando en algún
sistema de comunicación más práctico para hablar con Laura, la nieta de Manuel,
pero aun no se decidía, papel y lápiz no era el mejor sistema para comunicarse
con los espíritus, porque para estos últimos era demasiado complejo maniobrar
objetos materiales a voluntad, aunque con el tiempo, sí eran capaces de lograrlo y ejemplos de
eso sobraban. Lo de reunirse en el cementerio fue más que todo un impulso,
debían programar juntarse en otro lugar fuera del dormitorio de la chica y el
cementerio fue lo primero que se le ocurrió en ese momento antes de salir
huyendo por la ventana, aunque con respecto a la tumba de ella y que estuviera
tan cerca del punto de reunión, esa no había sido más que una rara
coincidencia, la pileta era solo un punto de referencia y Alan no tenía idea
que esta se encontraba junto al mausoleo de la familia de Laura.
Se adentró en
el cementerio con paso tranquilo, había poca gente como era costumbre en un día
ordinario, pensando en lo que haría, pasó junto a un tipo con pinta de
vagabundo, sentado en el suelo frente a una tumba lúgubre y abandonada cavada
en la tierra, en la que solo se podía ver un par de tarros oxidados con restos
podridos y pestilentes de flores y una burda cruz de madera con la pintura
descascarada y un nombre conservado a medias escrito con una caligrafía muy desprolija,
“¿Ya me parecía extraño no haberte encontrado antes por aquí?”Alan no pensó que
le hablaran a él en primer lugar, pero luego de echar una ojeada, reconoció al
tipo que estaba ahí, a pesar de la capucha que le cubría la cabeza, era Gastón
Huerta, aquello le estropeó el humor de inmediato, “De haber sabido que tu
tumba estaba aquí, hubiese evitado acercarme” dijo Alan sin detenerse “…Esta no
es mi tumba” respondió el encapuchado, y agregó “¿creerías que es la de un
ángel?” Alan se detuvo, Huerta permanecía con la vista fija en aquella cruz
deteriorada y fea, “La Clarita era un ángel. Ella era lo único bueno, lo único
santo que teníamos. No debía morir, o tal vez nunca debió de nacer allí. También
fue culpa mía, lo sé, pero ya no está aquí, ya no puedo pedirle que me perdone…ella
no me escucha” Alan no tenía ni idea de lo que le estaba hablando, pero todo lo
que podía imaginar le dibujaba una expresión de repulsión en el rostro. No
estaba seguro de querer saber la respuesta de lo que iba a preguntar, pero
igualmente lo hizo “¿Quién era esa Clarita y qué cosa le hiciste,
miserable?”Huerta se puso de pie, pero no levantaba la vista “…Ella era mi
hermanita, una enana encantadora, que se hacía todo ella misma y encima nunca
te decía que no, cuando le pedías algo, siempre contenta a pesar del ambiente repugnante
en el que vivíamos, turbio y lleno de porquería que hacíamos todos ahí…todos, menos ella…
siempre bien peinada y lista para irse al colegio…o preparando la mesa para un
almuerzo que nunca estaba listo…” Alan escuchaba esperando lo peor, mientras
Gastón hablaba ido, con la vista húmeda, perdida en otro lugar y en otra época,
“…Yo debía encargarme de ella, de que estuviera bien, de que no le pasara nada,
se lo había prometido… Pero no estuve con ella cuando incendiaron la casa…
estaban todos más que borrachos y sin embargo solo ella murió, ella que solo
dormía… a mí me fueron a buscar, me hablaban del incendio y yo no entendía
nada, no podía ni siquiera pensar, me llevaron casi a tirones, yo no quería
ir, quería seguir en lo mío… Al día siguiente mi mamá preguntaba por la Clara
para mandarla a comprar, había presenciado todo sin enterarse de nada… solo
sabía que le dolía demasiado la cabeza… ¿sabes cómo se recupera un alcohólico después
de algo así? Solo bebiendo… mi madre no dejó de beber nunca más… y cuando no lo
hacía, solo lloraba… y yo perdí mi razón para vivir… con la mierda hasta el
cuello, ella era la razón para luchar... yo quería que la Clara estudiara,
ayudarla a conseguir una profesión, darle algo… algo bueno, algo que yo nunca
conseguiría para mí, pero de lo que también pudiera sentirme orgulloso… que
ella saliera de todo ese ambiente porque si no, al final… la terminaría
convirtiendo, contaminando como a mí… o peor… la iba a matar… y la mató.”
Alan
no estaba preparado para sentir compasión por el hombre que más desprecio le
provocaba, pero toda esa historia había logrado acercarlo a eso, a comprender,
en parte, que un mismo hombre puede ser una persona totalmente distinta y tener
un destino muy diferente, dependiendo del ambiente en el que nace y se cría. Nadie
es completamente bueno o completamente malo, solo es lo que es, porque así fue
moldeado, hasta transformarse poco a poco en el adulto que luego tomará, para
bien o para mal, las decisiones de su vida, pero eso no quita que todos
arrastremos un resto de inocencia en lo que hacemos, hasta a Gastón Huerta se
le debía conceder un mínimo de su inocencia original, porque no solo el pecado
puede ser original, cuando todos partimos de cero, dispuestos solo para recibir
aquello que el mundo tenga para nosotros, y hay veces en que el mundo no te
deja demasiadas opciones. Alan digería todo eso, mientras Huerta volvía a
agacharse frente a la tumba de su hermana, satisfecho con todo lo que había
dicho, “Siento mucho lo de tu hermana pequeña” dijo Alan con honestidad, comprendiendo
bien la envergadura de la pérdida y las infames circunstancias en las que se
había llevado a cabo, “Yo lo siento aun más…” respondió Huerta abrazándose las
rodillas, “…así como también lo que sucedió con tu hijo. No hay un solo día en
que no me arrepienta, en que no pida perdón y no sienta pánico de irme de este
mundo… la culpa y el miedo son mis cadenas y están conmigo todo el tiempo” Alan
tuvo la intención de retirarse, estaba confundido, se detuvo, se rascó la
cabeza y se volvió hacia Gastón “Mira, sé que no podemos ser amigos, y que lo
más probable es que nunca lo seamos, pero… estoy haciendo algo y tal vez puedas
ayudarme, si quieres… a lo mejor, con el tiempo podemos encontrar la forma de
aliviar toda esta porquería que no para de atormentarnos” Huerta se puso de pie
con algo de incredulidad pero luego lo aceptó con disposición “claro, ¿en qué
te puedo ayudar?” Alan le explicó lo de
Laura y lo de su intención de comunicarse con la difunta “Pues lo más simple…”
respondió Huerta de inmediato “…es usar una tabla Ouija” Alan no parecía
impresionado “lo sé, ¿pero de dónde sacaremos una?” “Sé donde conseguir una.
Ven conmigo” Gastón ya se iba pero Alan lo detuvo “Espera, dejaré un mensaje”
Alan
se dirigió hacia la pileta, en el camino se topó con un bonito ramo de calas blancas
adornando una tumba igualmente de inmaculado blanco, decorada con mármol y
bronce… una fachada pulcra y elegante pero con un detalle de bastante mal gusto
según le pareció al hombre, las flores eran plásticas, pero pensó que a él sí
le servirían, para llamar la atención de Laura quien no veía flores vivas, o
una buena imitación de ellas, desde el día de su muerte. Al llegar, la tumba de
Laura tenía una buena cantidad de flores vivas y naturales como era de esperar
en una tumba relativamente reciente, pero estas serían invisibles para la
chica, por lo que las calas resultarían perfectas. Alan acomodó las flores en
un espacio de la lápida y entre estas, puso la hoja de papel en la que la chica
había escrito con lápiz labial, para que Laura supiera que estaba en el lugar
correcto, “Bueno, espero que esté aquí para cuando regresemos…” Gastón Huerta
que esperaba a algunos metros se le ocurrió que podía dejarle su reloj detenido
en una hora específica, de esa manera no se pasarían horas tratando de
coincidir en estar en el mismo lugar y a al mismo tiempo, la idea le pareció
genial a Alan y así lo hizo, “Nada mal, eh…” dijo reconociendo la buena
ocurrencia.
León Faras.
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