sábado, 6 de diciembre de 2014

Del otro lado.

XX. 


Laura estaba apoyada en la pileta de agua con la hoja de papel y el reloj infantil en la mano mientras digería la idea de haber confirmado que estaba muerta. Lo curioso, era que había recibido la noticia bastante tranquila, tal vez eso era debido a que ya lo venía adivinado desde antes, sin embargo y como es costumbre, una certeza siempre engendra nuevas dudas: ¿Cómo había sucedido?, ¿Por qué ella de nada se había enterado?, quizá la muerte era así de imperceptible después de todo, suave y silenciosa o tal vez la muerte no existía, solo era una especie de liberación en que la carne, ya de por sí materia renovable del mundo, o polvo como dice la religión, era abandonada por el raro milagro de la vida para volver a sus orígenes y la vida quedaba en esencia, en espíritu, desnuda de su materialidad, ajena al mundo físico y sus leyes, sujeta a su propio ciclo… Laura se inclinó dentro de la pileta, su mano llegó hasta el espejo de agua sin reflejarse en este y sin perturbarlo al entrar, donde podía ver una nube grande a un lado y un gran trozo de cielo azul en el otro, en medio del cual brillaba el sol, un sol pequeño que se movía suave con el vaivén del agua sucia y estancada, de pronto algo se movió en el reflejo, un punto, oscuro y fugaz había atravesado la pileta de lado a lado, la chica se enderezó y observo el cielo, en todas direcciones, luego su rededor, no había nada, aunque sabía que había visto algo, algo efímero pero real, volvió a escudriñar la pileta pero esta no le mostraba nada más que el reflejo del cielo. Laura se quedó meditando intrigada, como quién descubre una pista importante dentro de un enigma intrincado pero interesantísimo. Un ave, había visto un pequeño pájaro pasar volando. Decidió ponerse a caminar en la dirección en que había visto pasar al ave pero pronto desistió de buscarla, su mundo seguía igual de solitario y silencioso, tal vez había sido una alucinación, pero no estaba segura de que los muertos tuvieran alucinaciones.

Era curioso ponerse a comprobar que no había una sola tumba igual a otra, tal como aquellas personas fueron en vida, sus sepulturas eran completamente diferentes entre sí, en antigüedad, tamaño o mantención. Incluso muertas, las personas seguían marcando diferencias, consciente o inconscientemente, en su milenaria obsesión por ser únicos dentro de una multitud. Hermosos mausoleos inmaculados y brillantes por un lado, con placas de mármol y argollas de bronce y por otro lado, indignos nichos del color moribundo de la pintura derrotada por la intemperie, quebrados y con trozos de madera apolillada en su interior o restos óseos  que ni siquiera olor desprenden ya, exhibidos sin decoro, como quien pone a la vista resignado y sin pudores su desnudez, sin nombre o una fecha que les diera un vestigio de identidad o de procedencia, mientras otros ni con eso contaban, apenas con un rectángulo de tierra removida ya dura y reseca, cubierta de maleza fea y rígida con apenas una cruz de madera que señala que aquel es el lugar de descanso de un cadáver. Laura recorría el cementerio distraídamente, dejando que su mente hablara sola como siempre, mientras ella observaba sin ver. Un bonito mausoleo llamó su atención, parecía nuevo y con seguridad pertenecía a alguien importante, en su interior, una virgen oraba con gran congoja en su rostro y en la fachada una gran placa de bronce con los datos del difunto brillaba intensamente. El nombre era desconocido para Laura pero algo allí la maravilló, un movimiento nuevamente la intrigó, volteó a ver tras sus espaldas pero nada había allí, sin embargo, en el reflejo de la bruñida placa, podía distinguir claramente un árbol cuyas ramas se mecían con la brisa, un árbol que en su mundo no existía, estaba allí, en el reflejo del bronce. Entonces el pájaro había sido real, pensó la muchacha, el mundo vivo que ella no podía percibir, se volvía una imagen muerta en un reflejo que ella ya comenzaba a captar, su espíritu novato de a poco comenzaba a acostumbrarse a su nueva realidad, sus sentidos maduraban lentamente aprendiendo como percibir lo que le rodeaba, con el tiempo alcanzaría la madurez suficiente para ver y oír todo tal y como lo hacía en vida, o tal vez mejor que antes, por el momento ya daba su primer paso.


Su mundo comenzaría a cambiar paulatinamente de aquí en adelante y eso la llenaba de entusiasmo.


León Faras.

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