XX.
Laura
estaba apoyada en la pileta de agua con la hoja de papel y el reloj infantil en
la mano mientras digería la idea de haber confirmado que estaba muerta. Lo
curioso, era que había recibido la noticia bastante tranquila, tal vez eso era
debido a que ya lo venía adivinado desde antes, sin embargo y como es
costumbre, una certeza siempre engendra nuevas dudas: ¿Cómo había sucedido?, ¿Por
qué ella de nada se había enterado?, quizá la muerte era así de imperceptible
después de todo, suave y silenciosa o tal vez la muerte no existía, solo era
una especie de liberación en que la carne, ya de por sí materia renovable del
mundo, o polvo como dice la religión, era abandonada por el raro milagro de la
vida para volver a sus orígenes y la vida quedaba en esencia, en espíritu,
desnuda de su materialidad, ajena al mundo físico y sus leyes, sujeta a su
propio ciclo… Laura se inclinó dentro de la pileta, su mano llegó hasta el
espejo de agua sin reflejarse en este y sin perturbarlo al entrar, donde podía
ver una nube grande a un lado y un gran trozo de cielo azul en el otro, en
medio del cual brillaba el sol, un sol pequeño que se movía suave con el vaivén
del agua sucia y estancada, de pronto algo se movió en el reflejo, un punto,
oscuro y fugaz había atravesado la pileta de lado a lado, la chica se enderezó
y observo el cielo, en todas direcciones, luego su rededor, no había nada,
aunque sabía que había visto algo, algo efímero pero real, volvió a escudriñar
la pileta pero esta no le mostraba nada más que el reflejo del cielo. Laura se
quedó meditando intrigada, como quién descubre una pista importante dentro de
un enigma intrincado pero interesantísimo. Un ave, había visto un pequeño
pájaro pasar volando. Decidió ponerse a caminar en la dirección en que había
visto pasar al ave pero pronto desistió de buscarla, su mundo seguía igual de
solitario y silencioso, tal vez había sido una alucinación, pero no estaba
segura de que los muertos tuvieran alucinaciones.
Era
curioso ponerse a comprobar que no había una sola tumba igual a otra, tal como
aquellas personas fueron en vida, sus sepulturas eran completamente diferentes entre
sí, en antigüedad, tamaño o mantención. Incluso muertas, las personas seguían
marcando diferencias, consciente o inconscientemente, en su milenaria obsesión
por ser únicos dentro de una multitud. Hermosos mausoleos inmaculados y
brillantes por un lado, con placas de mármol y argollas de bronce y por otro
lado, indignos nichos del color moribundo de la pintura derrotada por la
intemperie, quebrados y con trozos de madera apolillada en su interior o restos
óseos que ni siquiera olor desprenden
ya, exhibidos sin decoro, como quien pone a la vista resignado y sin pudores su
desnudez, sin nombre o una fecha que les diera un vestigio de identidad o de
procedencia, mientras otros ni con eso contaban, apenas con un rectángulo de
tierra removida ya dura y reseca, cubierta de maleza fea y rígida con apenas
una cruz de madera que señala que aquel es el lugar de descanso de un cadáver.
Laura recorría el cementerio distraídamente, dejando que su mente hablara sola
como siempre, mientras ella observaba sin ver. Un bonito mausoleo llamó su
atención, parecía nuevo y con seguridad pertenecía a alguien importante, en su
interior, una virgen oraba con gran congoja en su rostro y en la fachada una
gran placa de bronce con los datos del difunto brillaba intensamente. El nombre
era desconocido para Laura pero algo allí la maravilló, un movimiento
nuevamente la intrigó, volteó a ver tras sus espaldas pero nada había allí, sin
embargo, en el reflejo de la bruñida placa, podía distinguir claramente un
árbol cuyas ramas se mecían con la brisa, un árbol que en su mundo no existía,
estaba allí, en el reflejo del bronce. Entonces el pájaro había sido real,
pensó la muchacha, el mundo vivo que ella no podía percibir, se volvía una
imagen muerta en un reflejo que ella ya comenzaba a captar, su espíritu novato
de a poco comenzaba a acostumbrarse a su nueva realidad, sus sentidos maduraban
lentamente aprendiendo como percibir lo que le rodeaba, con el tiempo
alcanzaría la madurez suficiente para ver y oír todo tal y como lo hacía en
vida, o tal vez mejor que antes, por el momento ya daba su primer paso.
Su
mundo comenzaría a cambiar paulatinamente de aquí en adelante y eso la llenaba
de entusiasmo.
León Faras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario