miércoles, 4 de marzo de 2015

El Circo de rarezas de Cornelio Morris.

IX.

Lidia estaba preocupada, el embarazo que tanto temía ya era una realidad confirmada y hace ya bastante tiempo que no tenía ni una sola pista del padre de su criatura. Estaba sola y esperando un bebé. En cambio su hermana Beatriz, recientemente había dado a luz un hijo de un hombre que la cuidaba y se preocupaba de ella, que no escatimaba en tiempo ni dinero para todo lo que ella necesitara, que aguardó ansioso el día del parto. Para Lidia, su hermana siempre había sido la más interesante, la más osada, la más inteligente y también la más afortunada, y para colmo el destino parecía confirmarle aquello una y otra vez, pero tales sentimientos no estaban basados en envidias o rencores, sino más bien en una admiración. Lidia admiraba a su hermana y veía en ella todas las cualidades que ella misma carecía. Fue en ese momento en que Beatriz regresó por ella, venía sola, ya sabiendo lo que le ocurría y le ofreció todo el apoyo que necesitaba, tanto antes como después de que su bebé naciera, le aseguró que ambas estarían juntas para criar a sus respectivos hijos e incluso le consiguió un empleo y le llevó un contrato de trabajo que Lidia firmó confiada y agradecida, de esa manera, su puesto en la empresa que el marido de Beatriz formaba, estaría completamente asegurado, sin sospechar, claro está, que dicha empresa se trataba de un circo, y que su trabajo consistiría en ser una de sus atracciones principales.

El lugar donde la invitaron era hermoso, una cabaña pequeña pero acogedora, ubicada en un pequeño bosque de árboles desnudos por el otoño, erguidos sobre un terreno de suave pendiente alfombrado con hojas secas y amarillentas, que desembocaba en un lago manso y frío. Cornelio Morris se mostraba amable y solícito, mientras Beatriz era toda sonrisa, pero el bebé de ambos no estaba por ningún lado, Lidia aun no lo conocía y cuando preguntó por él le respondieron con un amistoso “…ten paciencia, ya le verás”. El día estaba fresco pero agradable e invitaba al paseo, el embarazo de Lidia ya era evidente y caminaba sujeta del brazo de su hermana por un lado y del de Cornelio por el otro. La plática era agradable y llena de sueños e ilusiones, llena de planes de una vida que se mostraba prometedora de aquí en adelante. Se detuvieron en el viejo muelle que se adentraba varios metros en el lago, el agua reflejaba fielmente el tono gris del cielo, Lidia agradecía una vez más todo lo que estaban haciendo por ella, sobre todo el trabajo que le habían ofrecido, “Haré todo lo mejor que pueda” decía mientras su hermana respondía sonriente “…de eso estamos seguros” “Espero que estés ansiosa por comenzar” comentó Cornelio con ese aire de superioridad que le inspiraba a los demás y Lidia sonreía asegurando que deseaba comenzar a retribuir lo antes posible todo lo que le daban, “Perfecto…” dijo Morris mientras la abrazaba por detrás y le tapaba la boca, “…porque comenzarás a hacerlo ahora mismo” y se dejó caer al lago con la mujer atenazada entre sus brazos. Lidia luchó con desesperación para liberarse pero sin éxito, no tenía fuerza y sus gritos mudos bajo el agua solo servían para robarle oxígeno, que rápidamente se le acabó. Pronto dejó de luchar, y su cuerpo lánguido quedó a merced del suave vaivén del agua. Cuando despertó  tomó una gran bocanada de un aire mucho más denso de lo normal, era agua y tardó algunos segundos en darse cuenta de que aun estaba sumergida en el lago, estaba sola e inmediatamente intentó salir a la superficie, en ese momento notó que una cadena sujeta a su tobillo la retenía bajo el agua, una cadena que a pesar del óxido aun conservaba mucha más fuerza que ella, volvió a tragar agua y pensó que moriría pero esa agua no se fue a su estómago, sino que salió de su cuerpo dejándole oxígeno, se palpó el cuello y con repugnancia sintió branquias en él, también notó unas membranas entre sus dedos, se horrorizó, se desesperó y luchó contra la cadena hasta el agotamiento, pero fue inútil. Fueron necesarios varios minutos para que se tranquilizara aunque aun no comprendía qué le habían hecho o por qué. Cerca de ella, en el fondo del lago, una cuna metálica en buen estado destellaba pálidamente, había sido arrojada allí hace muy poco tiempo.

La juventud, vitalidad e inocencia de Eloísa, eran una notable fuente de energía vivificante para mantener estable la ilusión del Circo, al igual que como sucedía con la pequeña Sofía, la presencia de Eloísa representaba la contraparte necesaria para mantener equilibrado el complejo sistema de fuerzas que sostenían el poder con el cual Morris, obraba sus fantásticos prodigios, por eso este último demostró tanto entusiasmo cuando supo que una muchacha quería formar parte de su Circo y además sin necesidad de que tuvieran que convencerla de nada. La niña entró confiada y sonriente a la oficina de Cornelio, este estaba en su escritorio y a su lado Charlie Conde se esforzaba por reflejar bondad y amabilidad en su rostro. En la puerta quedaron Von Hagen y el gigante Ángel Pardo. “Me dicen que quieres pertenecer a mi Circo, ¿es eso cierto muchacha?” Morris preguntó solo como una mera formalidad, “Sí. Quiero ser una de tus atracciones” respondió la niña resuelta, repitiendo lo que Horacio le había dicho cuando la encontró, Cornelio se mostró sorprendido, no esperaba tal grado de determinación, “Tal vez creas que no tengo mucho talento para nada…” agregó Eloísa, acostumbrada a formar a menudo esa idea en la gente que la rodeaba, “…pero aprenderé lo que sea, me esforzaré y nunca te arrepentirás de haberme aceptado” sus ojos brillaban y Morris la observaba maravillado “Ya puedo ver que no me arrepentiré de aceptarte en mi Circo… tienes todo el talento que necesitas, yo te puedo convertir en la atracción más espectacular que se haya visto, solo debes firmar un contrato y hacer lo que te diga… aunque te asuste” “Haré lo que sea” dijo la niña sin ningún asomo de duda.


Luego de que Eloísa firmó el contrato le dieron de comer y la llevaron a uno de los camiones donde había una caja de madera de un metro cuadrado de base por dos metros de alto, estaba pintada de negro por dentro y por fuera y la oscuridad en su interior era absoluta, Conde iba a ponerle un grillete en uno de los tobillos de la muchacha por precaución, sabía que la reacción de aquellos que salían de esa caja no siempre era la más pacífica, pero su jefe le dijo que no, que no sería necesario y luego se dirigió a la muchacha “Ten paciencia, pronto saldrás de aquí y te sorprenderá el resultado… tendrás todo lo que siempre has deseado.” La chica asintió y la puerta se cerró, luego de eso todo se hizo oscuridad y silencio.


León Faras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario