IX.
Lidia estaba preocupada, el embarazo
que tanto temía ya era una realidad confirmada y hace ya bastante tiempo que no
tenía ni una sola pista del padre de su criatura. Estaba sola y esperando un
bebé. En cambio su hermana Beatriz, recientemente había dado a luz un hijo de
un hombre que la cuidaba y se preocupaba de ella, que no escatimaba en tiempo
ni dinero para todo lo que ella necesitara, que aguardó ansioso el día del
parto. Para Lidia, su hermana siempre había sido la más interesante, la más
osada, la más inteligente y también la más afortunada, y para colmo el destino
parecía confirmarle aquello una y otra vez, pero tales sentimientos no estaban
basados en envidias o rencores, sino más bien en una admiración. Lidia admiraba
a su hermana y veía en ella todas las cualidades que ella misma carecía. Fue en
ese momento en que Beatriz regresó por ella, venía sola, ya sabiendo lo que le
ocurría y le ofreció todo el apoyo que necesitaba, tanto antes como después de
que su bebé naciera, le aseguró que ambas estarían juntas para criar a sus
respectivos hijos e incluso le consiguió un empleo y le llevó un contrato de
trabajo que Lidia firmó confiada y agradecida, de esa manera, su puesto en la
empresa que el marido de Beatriz formaba, estaría completamente asegurado, sin
sospechar, claro está, que dicha empresa se trataba de un circo, y que su
trabajo consistiría en ser una de sus atracciones principales.
El lugar donde la invitaron era
hermoso, una cabaña pequeña pero acogedora, ubicada en un pequeño bosque de
árboles desnudos por el otoño, erguidos sobre un terreno de suave pendiente
alfombrado con hojas secas y amarillentas, que desembocaba en un lago manso y
frío. Cornelio Morris se mostraba amable y solícito, mientras Beatriz era toda
sonrisa, pero el bebé de ambos no estaba por ningún lado, Lidia aun no lo conocía
y cuando preguntó por él le respondieron con un amistoso “…ten paciencia, ya le
verás”. El día estaba fresco pero agradable e invitaba al paseo, el embarazo de
Lidia ya era evidente y caminaba sujeta del brazo de su hermana por un lado y
del de Cornelio por el otro. La plática era agradable y llena de sueños e
ilusiones, llena de planes de una vida que se mostraba prometedora de aquí en
adelante. Se detuvieron en el viejo muelle que se adentraba varios metros en el
lago, el agua reflejaba fielmente el tono gris del cielo, Lidia agradecía una
vez más todo lo que estaban haciendo por ella, sobre todo el trabajo que le
habían ofrecido, “Haré todo lo mejor que pueda” decía mientras su hermana
respondía sonriente “…de eso estamos seguros” “Espero que estés ansiosa por
comenzar” comentó Cornelio con ese aire de superioridad que le inspiraba a los
demás y Lidia sonreía asegurando que deseaba comenzar a retribuir lo antes
posible todo lo que le daban, “Perfecto…” dijo Morris mientras la abrazaba por
detrás y le tapaba la boca, “…porque comenzarás a hacerlo ahora mismo” y se
dejó caer al lago con la mujer atenazada entre sus brazos. Lidia luchó con
desesperación para liberarse pero sin éxito, no tenía fuerza y sus gritos mudos
bajo el agua solo servían para robarle oxígeno, que rápidamente se le acabó.
Pronto dejó de luchar, y su cuerpo lánguido quedó a merced del suave vaivén del
agua. Cuando despertó tomó una gran
bocanada de un aire mucho más denso de lo normal, era agua y tardó algunos
segundos en darse cuenta de que aun estaba sumergida en el lago, estaba sola e
inmediatamente intentó salir a la superficie, en ese momento notó que una
cadena sujeta a su tobillo la retenía bajo el agua, una cadena que a pesar del
óxido aun conservaba mucha más fuerza que ella, volvió a tragar agua y pensó
que moriría pero esa agua no se fue a su estómago, sino que salió de su cuerpo
dejándole oxígeno, se palpó el cuello y con repugnancia sintió branquias en él,
también notó unas membranas entre sus dedos, se horrorizó, se desesperó y luchó
contra la cadena hasta el agotamiento, pero fue inútil. Fueron necesarios
varios minutos para que se tranquilizara aunque aun no comprendía qué le habían
hecho o por qué. Cerca de ella, en el fondo del lago, una cuna metálica en buen
estado destellaba pálidamente, había sido arrojada allí hace muy poco tiempo.
La juventud, vitalidad e inocencia
de Eloísa, eran una notable fuente de energía vivificante para mantener estable
la ilusión del Circo, al igual que como sucedía con la pequeña Sofía, la
presencia de Eloísa representaba la contraparte necesaria para mantener
equilibrado el complejo sistema de fuerzas que sostenían el poder con el cual
Morris, obraba sus fantásticos prodigios, por eso este último demostró tanto entusiasmo
cuando supo que una muchacha quería formar parte de su Circo y además sin
necesidad de que tuvieran que convencerla de nada. La niña entró confiada y
sonriente a la oficina de Cornelio, este estaba en su escritorio y a su lado
Charlie Conde se esforzaba por reflejar bondad y amabilidad en su rostro. En la
puerta quedaron Von Hagen y el gigante Ángel Pardo. “Me dicen que quieres
pertenecer a mi Circo, ¿es eso cierto muchacha?” Morris preguntó solo como una
mera formalidad, “Sí. Quiero ser una de tus atracciones” respondió la niña
resuelta, repitiendo lo que Horacio le había dicho cuando la encontró, Cornelio
se mostró sorprendido, no esperaba tal grado de determinación, “Tal vez creas
que no tengo mucho talento para nada…” agregó Eloísa, acostumbrada a formar a
menudo esa idea en la gente que la rodeaba, “…pero aprenderé lo que sea, me
esforzaré y nunca te arrepentirás de haberme aceptado” sus ojos brillaban y
Morris la observaba maravillado “Ya puedo ver que no me arrepentiré de
aceptarte en mi Circo… tienes todo el talento que necesitas, yo te puedo
convertir en la atracción más espectacular que se haya visto, solo debes firmar
un contrato y hacer lo que te diga… aunque te asuste” “Haré lo que sea” dijo la
niña sin ningún asomo de duda.
Luego de que Eloísa firmó el
contrato le dieron de comer y la llevaron a uno de los camiones donde había una
caja de madera de un metro cuadrado de base por dos metros de alto, estaba
pintada de negro por dentro y por fuera y la oscuridad en su interior era
absoluta, Conde iba a ponerle un grillete en uno de los tobillos de la muchacha
por precaución, sabía que la reacción de aquellos que salían de esa caja no
siempre era la más pacífica, pero su jefe le dijo que no, que no sería
necesario y luego se dirigió a la muchacha “Ten paciencia, pronto saldrás de
aquí y te sorprenderá el resultado… tendrás todo lo que siempre has deseado.”
La chica asintió y la puerta se cerró, luego de eso todo se hizo oscuridad y
silencio.
León Faras.
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