XXI.
En
pleno cerro había una parte de la ciudad donde la mayoría de las casas habían
sido construidas por sus propios dueños o por los padres de estos, o los padres
de sus padres, eran casas muy antiguas, precarias y todas de diseño diferente.
El pavimento de las calles así como su alumbrado eran recientes. Gastón Huerta
llegó hasta una de esas casas por la parte de atrás seguido por Alan que sólo
caminaba, sin saber hacia dónde iba, movió una lata oxidada que formaba parte
del cierre perimetral y destapó un forado pegado al piso de tierra, “Entra...”
le dijo a su acompañante y recibió de este una mirada de asombro y
desaprobación, “¿Quieres comunicarte con la chica o no?” insistió. Aquello no
le convencía para nada a Alan pero resignado se tiró al suelo y se arrastró por
el agujero no sin antes observar cuidadosamente el entorno. Era una casa de
madera con una tonelada de años encima, junto al cierre por dentro, se apilaban
numerosas osamentas metálicas de objetos largamente abandonados a la
intemperie: Bicicletas, lavadoras, cocinas y hasta un automóvil abandonado hace años bajo un precario cobertizo, entre
otros muchos desechos. La maleza era abundante y había crecido, muerto y secado
sin que nada ni nadie interrumpiera ese proceso, en una esquina había un
ciruelo y bajo este un par de gatos disfrutaban de su sombra echados sobre un
sofá arruinado, en el peldaño de la puerta de la casa había otro gato más, pero
ni sonidos ni señales de que alguien viviera allí. Huerta se fue a echar un
vistazo a la puerta principal de entrada y Alan se quedó en la del patio
observando al gato que dormitaba sin inmutarse por su presencia, los perros en
cambio siempre se mostraban esquivos o asustados ante él, algo detectaban en
él que los intranquilizaba, aunque en realidad era lo que no detectaban, su
olor, para los perros un humano sin olor era algo que no estaba para nada bien
y los fantasmas no tenían olor. En cambio para los gatos aquello no les
importaba en absoluto, para los gatos un humano era un humano sin importar si
estaba vivo o muerto, si olía o no olía, si lo podían ver o solo lo sentían. En
ese momento la puerta se abrió frente a Alan y una mujer apareció parada ahí,
debía tener más de cuarenta años de edad, era muy delgada, de pelo muy negro con un
mechón blanco, como si sus canas se hubiesen agrupado misteriosamente en un solo sitio, una condición llamada poliosis. Llevaba
un vestido sencillo y sin adornos, “¿Qué buscas aquí espíritu?” le preguntó al
hombre parado en su puerta con naturalidad, como si se tratara de un vendedor
ambulante, Alan no supo qué decir, estaba sorprendido de que le llamara
“espíritu” y además, no tenía ni la más remota idea de qué buscaban allí. “Él
viene conmigo, Oli…” dijo Huerta que llegaba en ese momento y la mujer se dio
la vuelta y entró dejando la puerta abierta “Tengo té… si quieren pasar, pero
no vuelvas a llamarme Oli.” No los olvidaba al dejar de verlos y ese era otro
motivo para que Alan se admirara, “¿Acaso está muerta también?” preguntó en un
susurro a Gastón que estaba a su lado, pero la respuesta vino desde el interior
de la casa “¡No espíritu! yo estoy a la mitad del camino todavía”
Entraron
a la cocina, al igual que afuera, todo adentro tenía un montón de años, pero
lucía limpio y ordenado. No había vajilla sucia en el lavaplatos y la poca que
había estaba ordenada en repisas, otras repisas albergaban numerosos frascos y
latas, muchos se podían identificar como alimentos, todos ellos en pocas
cantidades, otros varios no se podía asegurar qué cosas eran a simple vista. Dos
teteras, una un poco más pequeña que la otra, hervían pacíficamente sobre una
cocina a leña. Los hombres se sentaron en un sofá que lucía bien gracias a los
cojines y las mantas que tenía encima, la mujer dejó dos tazas de té sobre una
mesa de centro frente a ellos y se sentó en una silla. Encendió un cigarrillo.
“Ella es Olivia…” dijo Gastón Huerta presentándola, “…puede ayudarte con lo de
la chica que buscas.” sacó de su bolsillo dos paquetes de cigarros y los puso
sobre la mesa, luego cogió su taza de té y comenzó a beberla, Alan, ni siquiera
se había dado cuenta de dónde había sacado los cigarros, pero no dijo nada,
estaba incómodo en ese lugar, aquella mujer parecía saber todo sobre ellos
desde el primer momento. Era obvio para Olivia que si habían ido donde ella,
era porque la chica que buscaban estaba muerta, y si necesitaban ayuda para
contactarla, era porque aquella chica aun vagaba en el silencio, por lo que se
ahorró las explicaciones “¿el espíritu
que buscas, es pariente tuyo?” Alan olía desconfiado su taza de té, olía bien
aunque no era un té común y corriente “No…” respondió “…es la nieta de un viejo
amigo. Él me pidió ayuda”, “¿Tu amigo también está muerto?” replicó la mujer
interesada, “No, él no está muerto aún” Olivia apagó su cigarrillo, “Tienes suerte
espíritu, es raro un amigo así.” El té sabía fuerte y amargo pero no era
desagradable “Escucha…” dijo Alan, tratando de tomar dominio de la situación
“…estamos aquí porque Gastón dijo que podía conseguir una tabla ouija contigo,
si es así te lo agradecería mucho, y si no pues…” la mujer rió divertida “¿Una
tabla ouija? ¡Ese es un juego tonto para niños tontos! Me sorprendes espíritu,
pensé que eras más listo” Alan se sintió ofendido “¿Pero quién te has creído
que eres para tratarme como a un imbécil?” “Lo siento, no quise ofenderte…”
dijo la mujer aun sonriendo “…pero creí que tenías más experiencia, ahora
escúchame a mí: Con esa tabla puedes contactar a quien sea que esté del otro
lado, pero no puedes estar seguro de a quien, hay seres horribles allá, y
poderosos, y ustedes ya no tienen la protección de la carne, son más
vulnerables de lo que creen estando en este mundo de vivos” Alan ya lucía
calmado, Olivia continuó poniéndose de pie y cogiendo los cigarros que Huerta
le había obsequiado “Yo los ayudaré, sólo necesito llevar algunas cosas…¿Dónde
piensan contactarla?” “En el cementerio, a media noche…” respondió Alan, “…si
encontró el mensaje que le dejé estará allí” La mujer volvió a sonreír “Tú sí
que sabes escoger los lugares para tus citas”
León Faras.
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