jueves, 11 de febrero de 2016

La Prisionera y la Reina. Capítulo cuatro.

III.

El Místico ya estaba listo para marchar, ya sabían lo que Rávaro deseaba y sabían dónde irían a buscarlo y para su fortuna, la ciudad Antigua no le era para nada desconocida. Aquella ciudad era la cuna de toda la sabiduría mágica dispersa por el mundo y la fuente de donde los místicos habían obtenido su conocimiento y poder desde tiempos remotos, cuando aquella ciudad estaba habitada, el río la bañaba humilde y pacífico y la selva la nutría y protegía. Ahora todo ese poder y conocimiento se había sublevado, y se había vuelto peligroso y letal para protegerse de los sentimientos destructivos que gobernaban al hombre, cuando este obtenía ese poder solo para someter a los demás y procurarse el beneficio propio más allá de lo necesario o razonable y en desmedro de los demás, conducta tan tristemente común en la naturaleza humana. Era por estos motivos que los místicos tenían prohibido bajo juramento el beneficio propio y vivían sólo con lo necesario, procurando usar sus conocimientos para servir y ayudar y no para beneficiarse de los demás. Ese juramento era el que, en este momento, obligaba al Místico no solo a evitar que Rávaro obtuviera lo que deseaba, por tratarse de un hombre cada vez más peligroso, sino también, intentar evitar que Gálbatar y quienes le acompañaban, perdieran más que la vida en ese lugar, ignorantes de a lo que se enfrentarían, porque de seguro estos no tenían ni idea de lo que se podían encontrar en la Ciudad Antigua. Por otro lado, Rodana decidió que lo mejor era hacerle una visita a su antiguo discípulo, Rávaro, pues, se hacía necesario saber qué estaba planeando.

Idalia cayó libremente, y su entrada al agua fue limpia, sumergiéndose de inmediato y a gran profundidad. Efectivamente allí donde había caído había un foso de enormes dimensiones cubierto por el río que pasaba sobre él, pero en cuanto entró allí, se dio cuenta de que ese no era un lugar normal, porque el río pasaba por encima sin ingresar, lo que significa que Idalia atravesó el río de lado a lado sin nunca tocar el fondo. Con la velocidad de la caída, ella había salido por debajo, llegando a un punto en medio del foso donde finalmente se detuvo, quedándose extrañamente suspendida en un ambiente muy parecido al agua pero que ciertamente no era agua, pues este no le impedía respirar. Estaba rodeada de paredes de roca sólida que descendían hasta que la oscuridad se volvía absoluta, mientras que sobre ella, a regular distancia, el agua del río corría, mansa y silenciosa bajo un cielo azul iluminado por el sol. Una vez en ese lugar, Idalia no sabía qué hacer o adonde ir, si buscar la superficie o descender hasta la oscuridad, de pronto, una pequeña luz se encendió. Un pequeño punto luminoso, adherido a la pared apareció, y comenzó a moverse, otros cuantos se veían encendidos más al fondo, pequeños y lejanos como estrellas, el primero se fue acercando, la mujer trató de hablar pero su voz salió inaudible, a pesar de que podía respirar sin problemas, su voz se apagaba antes de salir, entonces intentó moverse, aquello era fácil, desplazarse le costó un poco más, como si estuviera en el agua, algunos aleteos con pies y manos y logró un buen impulso que por poco la hace chocar cara a cara con aquella fuente de luz, esta retrocedió ágilmente para evitar el contacto y luego se volvió a acercar, curiosa. Ambos parecían totalmente incrédulos de lo que veían. Aquella fuente de luz era una especie de criatura aparentemente artificial, tenía la cabeza de cristal, esférica y con una salida superior a modo de chimenea, pues en su interior ardía una llama, no más grande que la producida por una vela, Idalia podía ver en el interior de aquel ser, a través del cristal, un complicado sistema de piezas de metal que se movían a distintas velocidades y sentidos pero todas siguiendo una única coordinación, un orden coherente, en frente, tenía una grieta por la que parecía observarla, muy similar a la de la escultura de metal que la había hecho caer allí. La mujer, curiosa, comenzó a girarse para estudiarla y la criaturita la imitó, pronto, ambos estaban invertidos pero sin ninguna diferencia, ella no sentía estar cabeza abajo y la llama seguía ardiendo con total normalidad, pero apuntando hacia el fondo del foso, como si este fuera la superficie, como si no hubiera un arriba y un abajo establecido. En ese momento, la criatura mecánica se dio la vuelta con la gracia de un bonito pez en un acuario y se alejó rumbo a la oscuridad, Idalia notó que tenía cuatro aletas que abría y cerraba para direccionarse y un pequeño tubo en la barriga que lo impulsaba como una turbina. El fondo del foso parecía un cielo estrellado y la pequeña luz de la criatura desapareció en él. La mujer maldita dio un suspiro, confundida y aún renuente, decidió seguirla a pesar de que las lucecillas estaban tan lejanas que parecían no acercarse nunca y más temprano que tarde se dio cuenta de que nunca las alcanzaría, porque aquellas luces eran efectivamente estrellas en un cielo nocturno, que Idalia contempló maravillada luego de cruzar nuevamente el río y encontrarse con que la ciudad estaba allí, hermosa, imponente e iluminada, con el puente completo e intacto, que pasaba por encima de la selva, una selva viva que se detenía contenida por el muro, el muro que ella había cruzado antes, pero que ahora estaba completo, y rodeaba a toda la ciudad.

Mientras Gíbrida y Bolo ya subían al Escorpión, Gálbatar caminaba más atrás acompañado de Rávaro, estos pasaron junto a la Bestia que aun continuaba tirada en el patio donde mismo la había visto al llegar, estaba custodiada por algunos soldados mientras un hombre muy obeso trataba, con gran esfuerzo y un poco de repugnancia, de meterle el contenido de una botella en el hocico para que lo bebiera, el alquimista preguntó que a qué clase de tortura había sido sometida para que aun estuviera tirada sin reacción alguna, ya que el “Quebranta espíritus” aparte de generar niveles de dolor espantosos, no podía producir daño físico alguno. Rávaro le explicó que el aparato de tortura había sido implantado solo como precaución para cuando despertara, porque la Bestia al liberarse, había dejado varios muertos y casi la mitad de su ejército malherido, pero que quien la había vencido hasta dejarla en ese estado, había sido un enano de rocas, Gálbatar replicó casi ofendido si es que le estaba tomando el pelo, Rávaro guardó silencio unos segundos inseguro, pues el comentario venía de un hombre totalmente lampiño, pero luego aseguró que lo que decía era cierto y los guardias allí presentes, ratificaron la historia. El Alquimista, aun incrédulo, preguntó si se trataba de un enano de rocas especialmente grande y ante la enérgica negativa de los allí presentes pidió verlo ya que aquellas criaturas le provocaban gran interés, Rávaro respondió entusiasmado que hasta podía llevárselo, si eso le complacía, pues solo podía mantenerlo encerrado, ya que ni siquiera con un “Quebranta espíritus” podría dominar a una criatura como esa y envió a algunos hombres a buscarlo, mientras él le narraba los increíbles hechos de aquel tan singular combate. Los soldados tardaron más de la cuenta, debido a que, tal como lo había hecho antes, el enano había salido de su celda pasando a través de los barrotes de una en una las piedras de su cuerpo y luego había bajado por las escaleras hasta encontrar lo que había vuelto a buscar: Su ojo, su piedra primaria, la que había perdido en su huida con Lorna y que ya se desprendía de su cuerpo, pues había llegado el momento de generar la existencia de un nuevo enano de rocas, situación que le apremiaba. Con gran alivio, lo encontraron allí mismo, hecho un pequeño cúmulo informe de rocas, que con mucha precaución y no poco esfuerzo metieron en una caja y entregaron a Gálbatar.

Mientras el Escorpión se alejaba de la ciénaga y del castillo de Rávaro, Gálbatar en su interior, escribía una pequeña nota de papel dirigida a un tal Licandro, para que llevara la Barcaza y se reuniera con ellos en el llamado “Valle de las mellizas” un bonito aunque árido paraje llamado así por la existencia de dos rocas de buen tamaño bastante similares entre sí. También le exigió que le trajera sus mapas. Terminada la nota, la puso en la pata de un ave que luego liberó. Una vez hecho esto, repitió todo el proceso. Siempre dos aves eran mejor que una.


León Faras.

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