lunes, 9 de mayo de 2016

Zaida

IV.

Una vez dentro del monasterio, algunos monjes se dedicaban a sus menesteres y cada uno detenía sus labores para dedicarle una respetuosa inclinación a Badú y otra a la pequeña Zadí que solo observaba agarrada con fuerza a la mano del viejo monje. Los interiores del edificio en sí, eran oscuros y más bien fríos, pero antes de llegar allí, se toparon con una llamativa presencia, un niño, ya al límite de sus fuerzas, permanecía en una posición con los pies separados, las rodillas dobladas, los brazos extendidos hacia los lados y cinco pequeños pocillos con agua distribuidos por su cuerpo, incluyendo uno sobre la cabeza, que le impedían perder la incómoda posición sin que más de uno de estos cayera, Badú lo miró con una mezcla de compasión y desilusión pero con poca sorpresa, “Gunta, ¿Qué fue lo que hiciste esta vez?” el niño tenía la misma cara de quien necesita con urgencia usar un baño, “Missa Badú… no fue mi culpa… esa rata me engañó… lo juro…” El monje lo miró severo “¿De quién estás hablando?” Gunta sudaba y le temblaban sus delgaduchos brazos y piernas “De una rata. Se metió a la despensa pero luego no estaba ahí… no fue mi culpa que Missa Yendé se la llevara a la cocina, ni tampoco que Paqui vomitara todo…” Badú intentaba juntar las piezas en su mente, pero por más que lo intentaba no lo conseguía “¿Y por qué Paqui vomitó?” preguntó el monje, pero otra voz mucho más profunda le contestó “Porque estuvo muy cerca de comerse a esa rata… realmente cerca, ¿Verdad Gunta?” este intentó mostrarse firme, pero su cuerpo lo traicionaba con elocuencia “Missa Nemir, yo no hice nada… ¡Esa rata debería estar aquí!” Missa Nemir era un hombre corpulento, severo y marcial, impartía disciplina con mano dura pero justa, “Dijiste que era tuya, por lo tanto también lo es la responsabilidad”. Luego, Nemir se inclinó profundamente para saludar a Badú, “Alabada sea tu presencia Missa Badú, ¿Has tenido un buen viaje?” Badú le narró brevemente los sucesos ocurridos incluyendo los horrores de la guerra que había presenciado y las circunstancias en que había encontrado a la niña, Nemir se mostró afectado “Son tiempos difíciles y dolorosos. Debemos orar por que sean breves” “Debo hablar con Missa Budara, debemos hacer algo por esta pequeña” “Sin duda…” respondió Nemir mientras se ponían a caminar para atravesar el monasterio y luego la pared de la montaña que lo protegía hasta el gran patio de rocas, Gunta al verlos alejarse protestó desesperado “¡Missa Nemir, por favor!...” Este se detuvo para responder “Esta bien Gunta, quítate los pocillos, pero si derramas una sola gota de agua, deberás comenzar de nuevo” Nadie se preocupó de vigilarlo, pero lo cierto es que Gunta, con sumo cuidado y a pesar del cansancio que le hacía temblar inconteniblemente los miembros, tomó los pocillos de sus brazos y se los bebió, luego los de sus muslos y también se los bebió y finalmente el de su cabeza que también se lo bebió y se arrojó al suelo agotado con una expresión en el rostro de un profundo alivio casi narcotizado y todo eso sin dejar caer una sola gota de agua al piso.


El patio de rocas, era un amplio cuadrado pavimentado con gruesos bloques esculpidos de piedra volcánica, que se utilizaba desde hacía tiempos remotos en el entrenamiento de los monjes y su preparación física. Allí se encontraban varios monjes jóvenes barriendo, uno de ellos era Driba, el más fiel ejemplo de la vocación, un muchacho que realmente había nacido para ser monje, que lo había deseado desde siempre y que se esforzaba por ser el mejor hasta el punto de ser desagradable e irritante para sus compañeros en similar situación, particularmente para Gunta, su perfecto antagonista. También estaba Paqui, un chico tímido y manipulable, con un talento natural para personarse con frecuencia en el momento y lugar equivocados. Nemir y Badú le preguntaron a éste por Budara pero resultó que el monje no estaba allí, entonces apareció Gunta, estirando los músculos de sus brazos y torciendo la espalda en busca de alivio para su cuerpo adolorido, venía a continuar con sus quehaceres cuando oyó lo que se hablaba “Uri lo vino a buscar…” dijo y los monjes lo miraron como si se tratara de un insecto que de pronto se ponía de pie y hablaba, en tanto, Gunta los miraba como si sus palabras hubiesen expresado una idea sumamente compleja que necesitaban de un tiempo para que se digirieran. “¿Y tú cómo sabes eso?” preguntó Nemir inclinándose hacia delante para mirarlo a los ojos, Gunta se curvó un poco hacia atrás, intimidado “Porque Missa Budara estaba a punto de quitarme el castigo cuando Uri llegó y se lo llevó” Nemir lo iba a regañar, porque no era correcto rogar indulgencia a otros monjes, pero se contuvo. A su lado, Driba señaló serio “¿Le habrá sucedido algo a las cabras?” “Será mejor averiguarlo…” dijo Badú y agregó dirigiéndose a Gunta, “…por favor, hazte cargo de esta pequeña un momento, ha tenido días muy difíciles pese a su corta edad…” Luego ambos monjes se fueron llevándose a Driba con ellos. Gunta se quedó pasmado, miró a la pequeña Zaida como si se tratara de algo asquerosamente sucio que debía limpiar, y luego a los monjes que se alejaban con Driba, “Yo fui el de la idea…” dijo dirigiéndose a Paqui que se aferraba a su escoba como un soldado se aferra a su fusil en una trinchera, “…pero ellos siempre prefieren llevarse al estúpido de Driba y a mí me dejan cuidando una niña” “Creo que le caes bien…” dijo Paqui con inocente honestidad, pero ante la mirada de mosqueado de Gunta se apresuró a seguir barriendo, sin embargo, la idea de Paqui no era nada errada, a la pequeña Zaida le había agradado desde el primer momento la presencia de Gunta, no había una razón específica para ello, tal vez era esa caprichosa tendencia de los niños a darse fácilmente con algunas personas y con otras no, o tal vez era simplemente que Gunta no le daba miedo. En ese momento se acercó otro de los muchachos, Ribo, un chico astuto, rara vez se metía en problemas porque sabía callar y obedecer sin rechistar, pero cuando ninguno de los monjes mayores estaba cerca, se volvía fanfarrón y haragán. Sacó de entre sus ropas un trozo de queso a medio comer y le dio una mascada, luego se lo lanzó a Paqui “No te lo acabes todo, no es una rata…” y se lanzó a reír tapándose la boca para no escupir el queso que aún masticaba, luego se lo ofrecieron a Gunta, “… ¿Y esta quién es?” preguntó mirando a la niña con el ceño exageradamente apretado, Gunta le dio una mascada al queso, “Y yo que sé…”dijo mirando a la niña que permanecía inmóvil a su lado, Paqui respondió, “Missa Badú la dejó aquí y dijo que la cuidara” “Menudo par de espantapájaros…” dijo Ribo arrebatándole el queso de las manos a Gunta, luego agregó “…Yo sólo, cuidaba de mis cinco hermanos pequeños” “¿No eran solo dos?” “Cállate Paqui” gruñó Ribo y Paqui se calló. Luego tomó un trocito de queso y se lo ofreció a la niña como si se tratara de un animalito salvaje con el que se quiere entablar amistad, llevándoselo a la boca primero, para mostrar que se trataba de un alimento y luego acercándoselo a la cara de la niña con su mejor sonrisa, Gunta le dio una palmada en la cabeza, “¡Eres un tonto Ribo!, ¿Acaso crees que se trata de un perro?”Lo regañó quitándole el queso y se lo dio a la pequeña Zaida en la mano, Ribo se enderezó sobándose la cabeza disgustado, pero luego soltó una risa de lo más boba “¡Miren, se lo está comiendo! ahora ya puede ser un miembro de nuestro grupo” “¿Y por qué crees que se va a quedar?” preguntó Gunta limpiándose la boca con el dorso de la mano, Ribo se puso repentinamente serio, “¿No han visto las humaredas que aparecen aquí y allá?... son aldeas, aldeas arrasadas completas… destruidas por los ejércitos” su rostro reflejaba una gran preocupación que contagió a los demás “…Sí se va a quedar.” Sentenció asintiendo con la cabeza. Paqui de pronto tuvo una ocurrencia “Al menos, ahora podré mandar a alguien…” “Cállate Paqui” dijo Gunta, luego escupió al suelo con fuerza y también con amargura. Y Paqui se calló. 

León Faras.

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