XXV.
El
mundo parecía tranquilo otra vez pero Laura ya no se atrevía a mirar los
reflejos, tenía miedo y la soledad abismante no ayudaba a que se sintiera mejor.
Había algo aterrador rondándola y no sabía qué cosa era, pero sí sabía que eso,
la podía ver a través del reflejo tal como ella lo había visto y al parecer sus
intenciones eran de atacarla o devorarla. Se quedó sentada en el suelo hasta
que el silencio y la tranquilidad del mundo la calmaron un poco, pero ahora se
sentía muy desvalida, vulnerable, pues no sabía dónde esconderse, hacía dónde
huir o a quién recurrir. Laura se había allegado hasta allá porque pensaba
visitar a su familia, verlos en casa, estar con ellos, espiarlos en sus vidas
cotidianas, pero ahora esa idea se desvanecía, los reflejos que hasta hace poco
la llenaban de ilusión, ahora le asustaban terriblemente. Solo había un lugar
al que podía ir y hacía allí encaminó sus pasos, caminando rápido y con la
vista pegada al suelo, evitando la tentación de mirar los reflejos de los
escaparates o de los vehículos, pero las coincidencias pueden jugar tanto a
nuestro favor, como en nuestra contra. Un vistazo le bastó para identificar a
su amiga Loreto Erazo, con una pequeña preciosura tomada de su mano, que apenas
había comenzado a caminar, ella, su mamá y su hija, estaban paradas frente a
una enorme vitrina y hablaban y gesticulaban como en una película muda que
Laura podía ver pegada al cristal, pues ella no tenía reflejo ni bloqueaba la
luz. Aquella experiencia fue tan alucinante que por largos segundos se olvidó
del miedo y la soledad, se sintió contenta y un poco más cerca de esa lejana
cotidianeidad que tan abruptamente se la habían arrebatado. Se agachó para ver
de cerca a la pequeña hija de Loreto, con las manos pegadas al vidrio, se
preguntó cuál sería su nombre, era tan linda y le daban muchas ganas de poder
tomarla y tratar de arrancarle una sonrisa, pero fue su mamá quien la tomó y de
una forma un poco brusca, Laura se alejó para mirar, su amiga se veía
preocupada, y miraba hacia atrás. Un perro vago, grande, negro, viejo y de
aspecto humilde ladraba parado en la vereda, estaba muy cerca de la vitrina,
por lo que no era fácil de ver su reflejo para Laura, por supuesto que no lo
oía, pero el hocico del animal en forma de “o” y sus ojos grandes y lagañosos
delataban un ladrido de advertencia, no de ataque, uno de miedo o por lo menos
de desconcierto. Laura se le acercó calculando la posición del animal por su
reflejo y vio como el perro se alejaba inexplicablemente para los transeúntes
que lo observaban y seguía ladrando. Miró hacia la vitrina nuevamente, había
gente detenida, otros pasaban mirando al animal como si aquel hubiese perdido
su cordura, otros le gritaban para que se callara o se fuera, pero no
funcionaba, el animal ladraba y no sabían a qué. Laura observaba la escena y
esta le hacía gracia, como si estuviera haciendo una travesura, pero la
travesura terminó y también su gracia. Un fuerte e inesperado viento azotó a
los habitantes del escaparate, que los obligó a protegerse del polvo levantado
y a las mujeres a sujetarse los vestidos, papeles y hojas volaron y hasta el
perro dejó de ladrar, pero a Laura no se le movió ni un pelo. La Sombra
apareció allí, como una silueta en la neblina, salida, seguramente, de algún
trozo de oscuridad donde permanecía oculta observándola, estaba parada tras
ella en medio del tráfico, alta y muda, Laura se quedó de piedra frente a la
vitrina, se olvidó del mundo y el mundo se olvidó de ella, volvía a estar sola
contra la Sombra, Laura se contrajo, se endureció, se apretó todo lo que pudo,
puños, dientes, párpados, todo, pero nada sucedió. Abrió un ojo con recelo y la
vio, muy cerca, el perro ladraba con más desesperación, pero ella ya no lo veía
ni menos lo oía, solo veía esa cosa frente a ella en el reflejo, alta, difusa,
oscura, como en un espejo empañado, curvada sobre ella como un depredador
silencioso y mortal. La Sombra le lanzó un zarpazo increíblemente violento para
una cosa de estructura tan ambigua que pareció capaz de romper la vitrina en
mil pedazos de una sola vez, pero Laura no quiso ver si lo conseguía o no, solo
respondió apretando los ojos y soltando un grito agudo y estremecedor que hizo
huir despavorido al perro, el único que lo percibió, luego la muchacha corrió,
literalmente, como alma que lleva el diablo, sin detenerse hasta llegar a la
iglesia.
No
era una mujer asidua a la religión, nunca lo había sido, y ahora se preguntaba
si no sería demasiado tarde. Laura corrió a toda la velocidad que pudo y sin
detenerse ni un momento, pero al llegar a la iglesia, no sentía nada de
cansancio y su respiración, porque respiraba, aunque solo fuera por costumbre,
no había perdido su normal y relajada cadencia, de hecho, podría haber seguido
corriendo indefinidamente sin ningún problema. Sin embargo, el miedo no se le
había pasado, se preguntaba si aquella sombra correría igual tras ella, pero no
se la imaginaba dando zancadas, más bien la temía pegada a su cuerpo, como su
propia sombra cuando tenía una, y era aterrador pensar que la propia sombra se
volviera en contra de uno y encima de una forma tan violenta y atemorizante. Laura
entró al templo por un acceso lateral, oyó sus pasos sin la acústica
característica de las iglesias, la luz era tenue. Habían pasado muchos años
desde la última vez que entraba ahí, pero nada había cambiado. José María, el
cura, le caía bien desde una vez que lo oyó decir que la repetitiva tabarra de
las celebraciones religiosas, inevitablemente terminaba cansando a la gente,
que solo se acercaba a la iglesia al principio y al final de su vida, salvo
algunas excepciones, pero no muchas tampoco, le caía bien, pero no lo
suficiente como para haberse animado a visitar la iglesia más a menudo, sin
embargo ahí estaba ahora, aunque no se sentía segura, demasiados reflejos la
incomodaban horriblemente, hasta el suelo inmaculado, reflejaba brillos y sombras
difusas que Laura no se atrevía a mirar por mucho rato, mientras que las
imágenes de Cristo, la Virgen y otros santos, parecían ignorarla, preocupadas
de otros asuntos mucho más importantes que sucedían en alguna parte indefinida
del cielo o la tierra. Laura se preguntaba por qué, si estaba muerta, seguía ahí,
por qué la habían olvidado, hasta se le ocurrió pensar que no estaba
suficientemente muerta todavía, y alguien había enviado esa cosa para terminar
el trabajo, sin embargo, algo tan horrible y atemorizante no podía venir desde
arriba, y esa idea la angustiaba. Se arrodilló a pedir protección, una ayuda, una
luz. Ella no había sido una santa, pero tampoco había sido una mala persona,
sus mundanos e inocuos pecados, o por lo menos los que ella era capaz de
recordar y reconocer, no podían ser suficientes para condenar a alguien o
simplemente toda la humanidad estaría perdida. Al igual que cuando era niña, la
oración se le volvía un monólogo sin respuesta que pronto se le acababa y no
sabía cómo continuar. Se persignó, se puso de pie y se sintió al menos más tranquila,
había recordado el reloj infantil encontrado en el cementerio, la hoja de papel
y su cita con ese tal Alan y lo tomó como una inspiración divina, quizá, como
la ayuda que pedía. Se fue sintiendo un poco más de valor, de seguridad, pero caminando
rápido y procurando no posar la vista en ningún reflejo, pues temía que ese
valor se evaporara rápidamente si volvía a enfrentar a la Sombra.
Al
caer la noche, Laura ya llevaba buen rato en el cementerio, la oscuridad la
protegía de los reflejos en buena medida y eso la apartaba de la sombra que
parecía seguirla, su mundo volvía a ser silencioso y carente de vida y con el
pasar de las horas, aquello le brindaba seguridad. Había notado, por supuesto,
que la Sombra no podía hacerle daño estando del otro lado del reflejo, que
estaba impedida de entrar en su mundo, sin embargo, no tenía idea de qué cosa
era, de por qué estaba tras ella, o si en algún momento podría alcanzarla con
uno de sus violentos ataques. En un momento determinado, una luminosidad que no
había notado, la atrajo, al acercarse se encontró con una especie de ritual que
llevaban a cabo cerca de su tumba, con varias velas encendidas, un espejo, un
tiesto con algo parecido a agua, y un sospechoso círculo blanco que Laura evitó
pisar. Pensó que el tal Alan no era un tipo normal como creía. Llevada por la
curiosidad, se armó de valor para echar un rápido vistazo al reflejo del
espejo, quería saber qué aspecto tenía el hombre que pretendía ayudarla, pero
en su lugar vio a una mujer que, a la luz de las velas, parecía sostener un
pocillo frente a su cara, al cual le oraba concentrada. No vio a nadie más ni quiso
seguir mirando el espejo. Laura pensó en alejarse, todo aquello le daba mala
espina, un ritual, a media noche en un cementerio, de seguro no era para nada
algo normal, pero por otro lado, su situación tampoco era de lo más corriente y
necesitaba que alguien la ayudara o la orientara, por lo que prefirió quedarse
allí. Laura no sabía bien como actuar en estos casos, por lo que se sentó en el
suelo a esperar. De pronto, una manta que estaba tirada en el suelo comenzó a
desprender un humo denso y azulado sin motivo aparente, pues no había fuego en
ella ni nada parecido, pero no era un humo común y corriente, pues no ascendía
ni se dispersaba, sino que se agrupaba, se amontonaba allí como si estuviera
llenando un recipiente invisible, un recipiente del tamaño de una persona.
Laura se puso de pie un poco asustada, pues tenía miedo de que la Sombra
hubiese encontrado la manera de entrar en su mundo y se estuviera materializando
de alguna manera, pero no, dentro de esa masa de humo que se movía manteniendo
su forma iluminada tenuemente por las velas, apareció una mujer, la misma que había
visto antes a través del espejo, “Ya puedo verte…” dijo esta sonriendo, como si
una imagen holográfica fuera, su voz sonaba más lejana de lo que se veía, pero
audible para Laura que creía estar viendo un fantasma “¿Quién eres?” preguntó
esta, acercando tímidamente una mano, pero sin que pudiera tocar nada, “Me
llamo Olivia, quiero ayudarte, hay gente preocupada por ti… Alan está aquí también”
agregó la mujer suponiendo que Laura lo conocía, “Quiero preguntarles algo,
necesito saber…” Laura se apresuró para que le dijeran algo sobre esa sombra
horrible que la seguía, pero Olivia la interrumpió, “Nosotros también queremos
preguntarte algo, pero no puedo permanecer mucho tiempo así. Te haré visible a
ti por unos minutos” Laura asintió nerviosa pero dispuesta, Olivia le ordenó
que se parara en el círculo blanco que había hecho en el suelo y empezó a
recitar un conjuro concentrada, el agua del pocillo que estaba sobre la manta
comenzó a hervir, Laura vio como se empañaba rápidamente el espejo, eliminando
su capacidad de reflejar, entonces, el círculo blanco estalló repentinamente,
lo suficiente para que Laura diera un respingo, y todo su rededor se llenó de
un humo blanco que comenzó a pegársele al cuerpo como si este lo atrajera.
Olivia observó cómo su conjuro funcionaba, pero antes de desaparecer vio surgir
de las sombras un Escolta, algo que no estaba para nada en sus planes. El
Escolta atacó con furia el cuerpo de humo de Laura, rasgándolo y devorándolo en
segundos, engañado al creer que su víctima ya le era alcanzable.
Cuando
Laura notó lo que había sucedido ya no quedaba nada del contacto que había
hecho, Olivia había desaparecido y también el humo blanco que había cubierto su
cuerpo inmaterial por breves segundos, solo quedaban los bártulos de la
hechicera esparcidos en el suelo y el resto era solo el silencio y la soledad
acostumbrados. Comprendió, frustrada, que la sesión había terminado, pero supuso
que Olivia había visto la Sombra también, y que tal vez podría ayudarla. Eso le
dio una idea, se acercó al espejo empañado y dejó un escueto mensaje, de hecho,
solo una palabra: Ayuda.
León Faras.
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