sábado, 18 de junio de 2016

Del otro lado.

XXV. 


El mundo parecía tranquilo otra vez pero Laura ya no se atrevía a mirar los reflejos, tenía miedo y la soledad abismante no ayudaba a que se sintiera mejor. Había algo aterrador rondándola y no sabía qué cosa era, pero sí sabía que eso, la podía ver a través del reflejo tal como ella lo había visto y al parecer sus intenciones eran de atacarla o devorarla. Se quedó sentada en el suelo hasta que el silencio y la tranquilidad del mundo la calmaron un poco, pero ahora se sentía muy desvalida, vulnerable, pues no sabía dónde esconderse, hacía dónde huir o a quién recurrir. Laura se había allegado hasta allá porque pensaba visitar a su familia, verlos en casa, estar con ellos, espiarlos en sus vidas cotidianas, pero ahora esa idea se desvanecía, los reflejos que hasta hace poco la llenaban de ilusión, ahora le asustaban terriblemente. Solo había un lugar al que podía ir y hacía allí encaminó sus pasos, caminando rápido y con la vista pegada al suelo, evitando la tentación de mirar los reflejos de los escaparates o de los vehículos, pero las coincidencias pueden jugar tanto a nuestro favor, como en nuestra contra. Un vistazo le bastó para identificar a su amiga Loreto Erazo, con una pequeña preciosura tomada de su mano, que apenas había comenzado a caminar, ella, su mamá y su hija, estaban paradas frente a una enorme vitrina y hablaban y gesticulaban como en una película muda que Laura podía ver pegada al cristal, pues ella no tenía reflejo ni bloqueaba la luz. Aquella experiencia fue tan alucinante que por largos segundos se olvidó del miedo y la soledad, se sintió contenta y un poco más cerca de esa lejana cotidianeidad que tan abruptamente se la habían arrebatado. Se agachó para ver de cerca a la pequeña hija de Loreto, con las manos pegadas al vidrio, se preguntó cuál sería su nombre, era tan linda y le daban muchas ganas de poder tomarla y tratar de arrancarle una sonrisa, pero fue su mamá quien la tomó y de una forma un poco brusca, Laura se alejó para mirar, su amiga se veía preocupada, y miraba hacia atrás. Un perro vago, grande, negro, viejo y de aspecto humilde ladraba parado en la vereda, estaba muy cerca de la vitrina, por lo que no era fácil de ver su reflejo para Laura, por supuesto que no lo oía, pero el hocico del animal en forma de “o” y sus ojos grandes y lagañosos delataban un ladrido de advertencia, no de ataque, uno de miedo o por lo menos de desconcierto. Laura se le acercó calculando la posición del animal por su reflejo y vio como el perro se alejaba inexplicablemente para los transeúntes que lo observaban y seguía ladrando. Miró hacia la vitrina nuevamente, había gente detenida, otros pasaban mirando al animal como si aquel hubiese perdido su cordura, otros le gritaban para que se callara o se fuera, pero no funcionaba, el animal ladraba y no sabían a qué. Laura observaba la escena y esta le hacía gracia, como si estuviera haciendo una travesura, pero la travesura terminó y también su gracia. Un fuerte e inesperado viento azotó a los habitantes del escaparate, que los obligó a protegerse del polvo levantado y a las mujeres a sujetarse los vestidos, papeles y hojas volaron y hasta el perro dejó de ladrar, pero a Laura no se le movió ni un pelo. La Sombra apareció allí, como una silueta en la neblina, salida, seguramente, de algún trozo de oscuridad donde permanecía oculta observándola, estaba parada tras ella en medio del tráfico, alta y muda, Laura se quedó de piedra frente a la vitrina, se olvidó del mundo y el mundo se olvidó de ella, volvía a estar sola contra la Sombra, Laura se contrajo, se endureció, se apretó todo lo que pudo, puños, dientes, párpados, todo, pero nada sucedió. Abrió un ojo con recelo y la vio, muy cerca, el perro ladraba con más desesperación, pero ella ya no lo veía ni menos lo oía, solo veía esa cosa frente a ella en el reflejo, alta, difusa, oscura, como en un espejo empañado, curvada sobre ella como un depredador silencioso y mortal. La Sombra le lanzó un zarpazo increíblemente violento para una cosa de estructura tan ambigua que pareció capaz de romper la vitrina en mil pedazos de una sola vez, pero Laura no quiso ver si lo conseguía o no, solo respondió apretando los ojos y soltando un grito agudo y estremecedor que hizo huir despavorido al perro, el único que lo percibió, luego la muchacha corrió, literalmente, como alma que lleva el diablo, sin detenerse hasta llegar a la iglesia.

No era una mujer asidua a la religión, nunca lo había sido, y ahora se preguntaba si no sería demasiado tarde. Laura corrió a toda la velocidad que pudo y sin detenerse ni un momento, pero al llegar a la iglesia, no sentía nada de cansancio y su respiración, porque respiraba, aunque solo fuera por costumbre, no había perdido su normal y relajada cadencia, de hecho, podría haber seguido corriendo indefinidamente sin ningún problema. Sin embargo, el miedo no se le había pasado, se preguntaba si aquella sombra correría igual tras ella, pero no se la imaginaba dando zancadas, más bien la temía pegada a su cuerpo, como su propia sombra cuando tenía una, y era aterrador pensar que la propia sombra se volviera en contra de uno y encima de una forma tan violenta y atemorizante. Laura entró al templo por un acceso lateral, oyó sus pasos sin la acústica característica de las iglesias, la luz era tenue. Habían pasado muchos años desde la última vez que entraba ahí, pero nada había cambiado. José María, el cura, le caía bien desde una vez que lo oyó decir que la repetitiva tabarra de las celebraciones religiosas, inevitablemente terminaba cansando a la gente, que solo se acercaba a la iglesia al principio y al final de su vida, salvo algunas excepciones, pero no muchas tampoco, le caía bien, pero no lo suficiente como para haberse animado a visitar la iglesia más a menudo, sin embargo ahí estaba ahora, aunque no se sentía segura, demasiados reflejos la incomodaban horriblemente, hasta el suelo inmaculado, reflejaba brillos y sombras difusas que Laura no se atrevía a mirar por mucho rato, mientras que las imágenes de Cristo, la Virgen y otros santos, parecían ignorarla, preocupadas de otros asuntos mucho más importantes que sucedían en alguna parte indefinida del cielo o la tierra. Laura se preguntaba por qué, si estaba muerta, seguía ahí, por qué la habían olvidado, hasta se le ocurrió pensar que no estaba suficientemente muerta todavía, y alguien había enviado esa cosa para terminar el trabajo, sin embargo, algo tan horrible y atemorizante no podía venir desde arriba, y esa idea la angustiaba. Se arrodilló a pedir protección, una ayuda, una luz. Ella no había sido una santa, pero tampoco había sido una mala persona, sus mundanos e inocuos pecados, o por lo menos los que ella era capaz de recordar y reconocer, no podían ser suficientes para condenar a alguien o simplemente toda la humanidad estaría perdida. Al igual que cuando era niña, la oración se le volvía un monólogo sin respuesta que pronto se le acababa y no sabía cómo continuar. Se persignó, se puso de pie y se sintió al menos más tranquila, había recordado el reloj infantil encontrado en el cementerio, la hoja de papel y su cita con ese tal Alan y lo tomó como una inspiración divina, quizá, como la ayuda que pedía. Se fue sintiendo un poco más de valor, de seguridad, pero caminando rápido y procurando no posar la vista en ningún reflejo, pues temía que ese valor se evaporara rápidamente si volvía a enfrentar a la Sombra.

Al caer la noche, Laura ya llevaba buen rato en el cementerio, la oscuridad la protegía de los reflejos en buena medida y eso la apartaba de la sombra que parecía seguirla, su mundo volvía a ser silencioso y carente de vida y con el pasar de las horas, aquello le brindaba seguridad. Había notado, por supuesto, que la Sombra no podía hacerle daño estando del otro lado del reflejo, que estaba impedida de entrar en su mundo, sin embargo, no tenía idea de qué cosa era, de por qué estaba tras ella, o si en algún momento podría alcanzarla con uno de sus violentos ataques. En un momento determinado, una luminosidad que no había notado, la atrajo, al acercarse se encontró con una especie de ritual que llevaban a cabo cerca de su tumba, con varias velas encendidas, un espejo, un tiesto con algo parecido a agua, y un sospechoso círculo blanco que Laura evitó pisar. Pensó que el tal Alan no era un tipo normal como creía. Llevada por la curiosidad, se armó de valor para echar un rápido vistazo al reflejo del espejo, quería saber qué aspecto tenía el hombre que pretendía ayudarla, pero en su lugar vio a una mujer que, a la luz de las velas, parecía sostener un pocillo frente a su cara, al cual le oraba concentrada. No vio a nadie más ni quiso seguir mirando el espejo. Laura pensó en alejarse, todo aquello le daba mala espina, un ritual, a media noche en un cementerio, de seguro no era para nada algo normal, pero por otro lado, su situación tampoco era de lo más corriente y necesitaba que alguien la ayudara o la orientara, por lo que prefirió quedarse allí. Laura no sabía bien como actuar en estos casos, por lo que se sentó en el suelo a esperar. De pronto, una manta que estaba tirada en el suelo comenzó a desprender un humo denso y azulado sin motivo aparente, pues no había fuego en ella ni nada parecido, pero no era un humo común y corriente, pues no ascendía ni se dispersaba, sino que se agrupaba, se amontonaba allí como si estuviera llenando un recipiente invisible, un recipiente del tamaño de una persona. Laura se puso de pie un poco asustada, pues tenía miedo de que la Sombra hubiese encontrado la manera de entrar en su mundo y se estuviera materializando de alguna manera, pero no, dentro de esa masa de humo que se movía manteniendo su forma iluminada tenuemente por las velas, apareció una mujer, la misma que había visto antes a través del espejo, “Ya puedo verte…” dijo esta sonriendo, como si una imagen holográfica fuera, su voz sonaba más lejana de lo que se veía, pero audible para Laura que creía estar viendo un fantasma “¿Quién eres?” preguntó esta, acercando tímidamente una mano, pero sin que pudiera tocar nada, “Me llamo Olivia, quiero ayudarte, hay gente preocupada por ti… Alan está aquí también” agregó la mujer suponiendo que Laura lo conocía, “Quiero preguntarles algo, necesito saber…” Laura se apresuró para que le dijeran algo sobre esa sombra horrible que la seguía, pero Olivia la interrumpió, “Nosotros también queremos preguntarte algo, pero no puedo permanecer mucho tiempo así. Te haré visible a ti por unos minutos” Laura asintió nerviosa pero dispuesta, Olivia le ordenó que se parara en el círculo blanco que había hecho en el suelo y empezó a recitar un conjuro concentrada, el agua del pocillo que estaba sobre la manta comenzó a hervir, Laura vio como se empañaba rápidamente el espejo, eliminando su capacidad de reflejar, entonces, el círculo blanco estalló repentinamente, lo suficiente para que Laura diera un respingo, y todo su rededor se llenó de un humo blanco que comenzó a pegársele al cuerpo como si este lo atrajera. Olivia observó cómo su conjuro funcionaba, pero antes de desaparecer vio surgir de las sombras un Escolta, algo que no estaba para nada en sus planes. El Escolta atacó con furia el cuerpo de humo de Laura, rasgándolo y devorándolo en segundos, engañado al creer que su víctima ya le era alcanzable.


Cuando Laura notó lo que había sucedido ya no quedaba nada del contacto que había hecho, Olivia había desaparecido y también el humo blanco que había cubierto su cuerpo inmaterial por breves segundos, solo quedaban los bártulos de la hechicera esparcidos en el suelo y el resto era solo el silencio y la soledad acostumbrados. Comprendió, frustrada, que la sesión había terminado, pero supuso que Olivia había visto la Sombra también, y que tal vez podría ayudarla. Eso le dio una idea, se acercó al espejo empañado y dejó un escueto mensaje, de hecho, solo una palabra: Ayuda.

León Faras.

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