IV.
“Yo soy Clarita, este es Nube…”
señaló a su perro “…y esa de allá, es mi hermana, Gracia” dijo la niña
ofreciéndole a Elena un plato de latón viejo, con un trozo de manzana, algunas
bayas silvestres, y un trozo de pan desmigado en varios trocitos, con el fin de
conseguir a fin de cuentas, dos porciones minuciosamente equitativas para las
dos comensales. “No te preocupes por ella, nunca quiere comer lo que yo le doy”
dijo, señalando un punto vacío de la habitación y rió, como si su hermana inexistente
le hubiese replicado algo. Elena no sabía bien qué estaba pasando, no sabía si
la niña le tomaba el pelo con un juego infantil o tenía algún tipo de problema
psiquiátrico que realmente la hacía creer que la acompañaba una hermana
invisible. Mientras comía, notó la mirada larga y expectante de Clarita, tanto
que debió detener el trozo de manzana que iba hacia su boca para preguntar qué
era lo que le miraba, “¿Es cierto lo que dice Gracia…?” preguntó la niña, pero
Elena no tenía ni siquiera una pálida idea de lo que la supuesta Gracia había
dicho, entonces, Clarita se vio forzada a repetir lo que su hermana había dicho,
pero con gesto de estar haciendo algo absolutamente innecesario “…que te
escapaste del convento y ahora te están buscando” Elena le echó un vistazo al
perro echado a su lado, aun sabiendo que este no le diría nada nuevo “¿Cómo
sabes que me están buscando?” preguntó preocupada, “Gracia los vio, pero no te
preocupes, ella sabe esconderse bien y no la vieron a ella…” De eso último
Elena podía estar bien segura, luego Clarita agregó “… ¿te hicieron algo malo o
tú hiciste algo malo?” Elena dejó su plato en el suelo para que Nube devorara
los últimos trocitos de pan “Yo hice algo malo, y ahora no puedo volver allí…”
Clarita sonrió con un dejo de tristeza, “Igual que nosotras, también tuvimos
que huir… era lo mejor…” la niña miró hacia un rincón y luego volvió la vista
hacia Elena “…me culparon a mí, pero no me importa yo sé que ella lo hizo por
defenderme… a ella no le gusta hablar de esto…” “¿Quién…” preguntó Elena
“¿Quién te defendió?” La niña se encogió de hombros para responder “Gracia…”
Antes de que anocheciera
completamente, Elena y la niña decidieron que no encenderían fuego esa noche,
se acurrucaron junto a Nube sobre el montón de paja y aguardaron en silencio
hasta que oscureció completamente. Las colchas olían a sudor, humo y a perro
mojado, pero eso no importaba nada en ese momento, Elena estaba mucho más a
gusto allí que en el convento y aunque podía sentirse algo insegura por el
lugar ajeno y desconocido, el amplio silencio de la noche la tranquilizaba,
“Puedes dormir tranquila, nadie viene por aquí…” susurró Clarita “…y si alguien
se acerca, Gracia y Nube nos avisarán en seguida…” luego agregó con una sonrisa
traviesa “…ella nunca duerme” Al poco rato, Clarita dormía plácidamente y Nube
también, “Solo quedamos Gracia y yo…” pensó Elena, siguiendo el juego de la
niña y luego sonrió con ternura. Elena pensaba que la soledad y abandono de
Clarita debían de ser muy extensos ya, como para haberse inventado una hermana
ficticia. Le hubiese gustado haberla conocido antes, cuando tal vez, hubiese
podido hacer algo por ella, ahora, escasamente podía ofrecerle su compañía,
pues era ella la que necesitaba la ayuda de la pequeña, y estar ahí en cierto
modo la tranquilizaba, sabía que había hecho cosas horribles de las que nunca
se hubiera imaginado siquiera capaz, pero también lo que le habían hecho a ella
había sido terrible, y estar allí, durmiendo en esa choza media derruida y
acurrucada en un lecho rústico y de mal olor, la sacaba de todo lo que había
sucedido, la alejaba incluso de lo mal que se sentía. Las monjas no recorrerían
los campos de noche buscándola, tal vez, alguna de las hermanas velaría durante
la noche a la espera de que regresara sola, pero era poco probable que alguna
se aventurara hasta allí. Tal vez, por la mañana.
Guillermina estuvo a punto de botar
al suelo la bandeja con el desayuno del padre de la pura impresión cuando vio
aparecer a este completamente vestido y en su cocina, “Deshazte de esto…” le
dijo a la mujer con su tono adusto característico, estirándole un manojo con sus
ropas rotas y ensangrentadas “…y ahórrate la tabarra sobre el reposo. Tomaré el
café en mi escritorio” luego se retiró rígido, como un general que pasa revista
a su tropa. El sacerdote había dormido poco y mal, lo que acentuaba aun más su
carácter hosco. Había actuado mal con Elena al perder la paciencia y reaccionar
violentamente, lo sabía, pero eso no le disipaba en lo más mínimo la irritación
que aun sentía al rememorar las palabras de esta en contra de Dios, eso era lo
que lo exasperaba, pues la puñalada solo la veía como una forma providencial y
justa de resarcir su bien asumido pecado de ira, una consecuencia por la cual,
no culparía a nadie ni mucho menos intentaría apaciguar la molestia física que
la herida le causaba guardando reposo ni nada parecido, sino que por el contrario,
la soportaría sin quejas y en silencio como le correspondía y realizando su
trabajo lo mejor que la herida le permitiera. Lo otro que le preocupaba
enormemente era que al momento de venirse desde el convento, Elena aun estaba
desaparecida y ella era una chica que, debido a su crianza y educación, era incapaz
de arreglárselas sola en el mundo, aunque fuera solo una noche. Confiaba en que
la oscuridad y el hambre la hubiesen llevado ya de regreso al convento, porque
si algo malo le sucedía a la muchacha, necesitaría más que una puñalada para
aliviar la culpa.
Al medio día apareció Ismael Agüero
nuevamente buscando al padre, era un hombre maduro y delgado, con la piel muy
castigada por el sol. Entró al despacho del sacerdote con el sombrero en las manos
y el rostro preocupado, Guillermina le seguía de cerca, con la intención de
cerciorarse de que le decía lo mismo al padre que le había dicho a ella el día
anterior. Benigno lo invitó a hablar. “Es la Úrsula, Padre…” dijo Ismael
mirándolo a los ojos, estaba alterado, ansioso “…tiene que ir a verla, ella no
está bien… sufre, Padre y yo ya no sé cómo ayudarla…” Benigno no entendía nada,
le echó una mirada severa a Guillermina que oía expectante, pero no le dijo
nada “¿De qué clase de sufrimiento hablas, Ismael? sé más claro” Ismael era un
hombre parco y de muy pocas palabras y ser más claro, no le resultaba de lo más
sencillo “No lo sé Padre… está rara. A veces parece que es el niño el que la
domina, no sé, no es la misma Úrsula de siempre…” Guillermina le hizo un gesto
al cura para acentuar ese punto referente al niño, Benigno se puso de pie para
aliviar la molestia de su herida, Ismael tenía casi su misma estatura “¿De qué
niño hablas?...” Guillermina casi sintió que le preguntaban a ella y no soportó
seguir en silencio “El que le contaba ayer pues Padre, el que la Úrsula se
encontró…” y luego agregó mirando a Ismael en tono persuasivo “¿No es cierto Ismael?”
este asintió vigorosamente, “Ese mismo Padre. La Úrsula se encontró a ese chiquillo
pero nadie sabe de dónde lo sacó o cómo lo encontró…” Guillermina asentía atrás
como si ella hubiese visto los hechos con sus propios ojos, Ismael continuó “…Tiene
que ayudarnos, Padre, la pobre… ahora come como un animal muerto de hambre…
ella, que siempre ha comido como un pajarito…” El sacerdote lo tranquilizó con un fuerte
apretón en el brazo, “Quédate tranquilo hombre, mañana iré a ver a tu hija y le
pediré al nuevo doctor que me acompañe… ya verás cómo todo se soluciona con la
gracia de Dios.” Ismael le estrechó la mano “Gracias Padre, lo esperamos mañana
entonces…” “Si Dios quiere” concluyó el sacerdote e Ismael se retiró
satisfecho. Luego el cura se dejó caer en su asiento llevándose una mano a la
herida y conteniendo una mueca de dolor. Ismael era un buen hombre pero más
supersticioso de lo que él creía, en vez de buscarlo, debería haber llevado a
su hija al médico directamente, era claro que la muchacha estaba enferma, y el
doctor Cifuentes se encargaría de eso. Él por su parte, tendría que averiguar el
origen de ese niño, no podía haber salido de la nada y alguien debía de saber
algo.
León Faras.
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