sábado, 25 de junio de 2016

Alma electrónica.

La habilidad de Betty.

El caos reinaba en el pequeño refugio subterráneo, los gatos habían encontrado su escondite y las ratas se desesperaban por salir de allí con vida, dos barcazas aerostáticas les rodeaban e iluminaban todo, aguardando a la llegada de los Aplacadores, estos no tardarían en arribar y una vez que esto sucediera, las posibilidades de sobrevivir prácticamente desaparecían. El líder del grupo era un hombre maduro, experimentado pero también con mucha suerte, su decisión era arriesgada pero ya no les quedaba tiempo, usarían el vehículo para escapar, todos sabían que aquello era casi suicidio, era regalarles a las máquinas un blanco enorme, visible, explosivo y además muy atractivo, las ratas siempre evitaban usar vehículos, lo más óptimo para ellos era el sigilo y la escabullida, pero con un poco de suerte y la habilidad del chofer, tal vez, podrían salir con vida, aunque la real preocupación era otra, tenían una posesión realmente valiosa que debían proteger como fuera, Betty, una adorable robot médico. Los androides cirujanos pertenecían a una especie casi extinta por completo, las máquinas habían puesto particular énfasis en la eliminación de todos ellos, pues dada su labor, tenían una programación innegablemente afín a los humanos, además de un aspecto físico que se esmeraba en emular a la perfección la apariencia humana, una tendencia tan antigua como innecesaria, excepto en los trabajadores sexuales, pero caprichosamente empleada también en algunos otros campos, sin embargo, para las máquinas, todo aquello solo los volvía aliados naturales con las ratas y en consecuencia, enemigos de los gatos. Esta particularidad excluía a Betty de necesitar alguna vez el virus Alma, pero de esa misma manera, la convertía en una pieza de antigüedad cuyas partes estropeadas eran muy difíciles de reemplazar y no sin algunas adaptaciones, por lo tanto, cualquier daño que sufriera siempre era un desastre. El plan era sacarla por otro lado mientras ellos y el vehículo se llevaban toda la atención de las máquinas, luego se reunirían en la mina abandonada que todos conocían, pero alguien debía acompañarla y el líder había elegido a Mandril, un robot guardia infectado hace poco más de un mes con el virus Alma, el mecánico que acompañaba al líder se opuso, “…es demasiado valiosa para enviarla con un robot, ya sabes lo frágil que puede ser la lealtad de un convertido…” le dijo, cuidándose de no ser oído por el androide, pero el líder no contaba con más opciones ni tiempo para considerarlas, él era demasiado viejo, el mecánico debía manejar el vehículo y preocuparse de su hija que aun era demasiado joven y el técnico era el único que entendía el funcionamiento de las máquinas, cómo repararlas y cómo transformarlas, eso sumado a sus escasas habilidades de supervivencia. La idea era mala, desesperada e irresponsable, pero el tiempo se acabó, una nueva barcaza llegaba repleta de Aplacadores y el plan se debía poner en marcha. Se llevaron todas las armas, incluso Betty llevaba una pequeña en la mano. La camioneta cuatro por cuatro, salió a toda velocidad destruyendo una precaria pared de madera y enfrentándose a una potente luz proveniente de una barcaza que los cegó en el acto, el camino era sinuoso, en mal estado y regado de chatarra y escombros, las explosiones no tardaron en llegar, empeorándolo aun más, la primera les dio una buena sacudida que el mecánico logró controlar, dos más muy seguidas lograron sacarlos del camino hacia unos campos llenos hace muchos años solo de malezas. El vehículo y sus integrantes lograban alejarse de la barcaza y mientras eso sucediera, las armas de esta última se hacían menos eficientes, pero una nueva luz cegadora se alzó frente a ellos, de en medio de esa luz salió un disparo invisible que el mecánico solo esquivó por instinto para que no les diera de lleno, llevando su coche con el impulso de la explosión contra un árbol y luego por un pequeño barranco hasta el lecho de un canal con poca agua donde se detuvieron, solo contaban con escasos segundos antes de ser descubiertos por las barcazas o los Aplacadores, el mecánico y su hija lograron salir de inmediato, adoloridos pero enteros, el viejo líder había sacado la peor parte, el impacto contra el árbol lo había dejado malherido, mientras el técnico sangraba profusamente por una herida en la cabeza.

Mandril aguardó el arranque de la camioneta y salió por el agujero que tenían preparado seguido de cerca de Betty, la oscuridad, la vegetación y una buena cantidad de escombros y cadáveres mecánicos hacían más fácil escabullirse, agazapados, avanzaron varios metros hasta apoyarse contra los restos de un autobús, la ciudad en ruinas estaba cerca, allí sería más fácil esconderse y una vez que todo se calmara, ir a reunirse con el resto del grupo. Mandril murmuró muy despacio, “Hay un aplacador enfrente, tal vez de guardia… espera aquí…” el lenguaje con sonido a la usanza orgánica, era completamente innecesario para transmitir información de un robot a otro, pero Mandril, una unidad contaminada con el virus Alma, estaba completamente convencido de su humanidad y por lo mismo era incapaz de comunicarse de otra manera, se acercó sigiloso al robot que estaba de guardia, mientras de su nudillo brotaba de forma instantánea un aguzado punzón que enterró limpiamente en el cerebro del aplacador, este cayó sin emitir más ruidos que el de los cortocircuitos y las chispas, inmediatamente el atacante se agazapó tras un árbol. Betty en ese mismo momento podía detectar las ondas de radio de varios aplacadores que intercambiaban comandos y códigos entre sí muy cerca de allí, se habían dado cuenta de que uno de sus miembros había dejado de responder y eso los alertaría, estaban rodeados en medio de una patrulla y el más mínimo movimiento en falso los delataría, era inminente que actuaran. Al principio Mandril se negó, pero pronto comprendió que no tenían más opciones, Betty conocía el número de aplacadores cercanos y su posición, gracias a las ondas de radio que detectaba, por lo que podía informar a Mandril de dónde y cómo ubicarse para sorprenderlos, este aceptó, y se retiró sigiloso, dando un amplio círculo para evitar ser detectado, Betty se quedó ahí, pero pronto notó con angustia simulada artificialmente, que los aplacadores se acercaban en busca de su camarada caído. Estos comenzaron a aparecer rápidamente, eran oscuros, altos y estilizados como guerreros africanos, Betty los enfrentó ocultando su pequeña arma, como una niña sorprendida ante las consecuencias de una travesura que ella no ha cometido, su aspecto humano y su rostro angelical podían engañar a más de alguien, pero no a los Aplacadores, ellos sabían perfectamente que era una máquina, esta se identificó con el código de un robot de compañía y satisfacción sexual, totalmente obsoleto e inofensivo, pero servía para justificar su aspecto humano. Mentir era algo que los robot por regla general no sabían ni comprendían cómo se hacía o bajo qué circunstancias, pero con el tiempo y el trato con humanos, muchos habían adquirido y perfeccionado la técnica, obteniendo convincentes resultados, una mentira que los aplacadores no tenían cómo poner en duda. Betty les ofreció información sobre lo que le había sucedido a su compañero, los Aplacadores se la exigieron, ella les dijo que quería acompañarlos, pues había humanos cerca y su aspecto serviría para engañarlos y que confiaran en ella, los Aplacadores le apuntaron con sus armas, no necesitaban su ayuda para aplastar la anodina rebelión orgánica, Betty sintió miedo, pero no un miedo humano, sino un programa en su cerebro impuesto por el fabricante, que la alertaba del peligro inminente y la movía a alejarse o protegerse para evitar sufrir daños, pero no hizo nada que lo demostrara. Entonces se escuchó un disparo y un aplacador cayó con la cabeza destrozada, Betty aprovechó la distracción y sacó su arma logrando darle a uno, los aplacadores abrieron fuego contra ella mientras Mandril los derribaba uno a uno gracias a su exquisita puntería y precisión. Cuando este la encontró, estaba tirada en el suelo totalmente exánime. La tomó y se la echó al hombro, una acción completamente imposible si Mandril hubiese sido un humano de verdad como creía, debido al considerable peso de la androide.


Cuando Mandril llegó a la mina, encontró a Mecánico vigilando afuera, estaba cubierto de lodo ya seco casi por completo. El robot narró lo sucedido explicando que no había podido salvarla, que ojala le hubiesen disparado a él y que ella estuviera bien para curarlo. Adentro, la hija del mecánico ya había hecho lo mejor posible con la herida del técnico, que se recuperaba apretándose un trapo a la cabeza para contener el sangrado. El líder en cambio, había muerto, se había quedado en la camioneta para enfrentar a los aplacadores y así darles tiempo a los demás para huir, pero los gatos ni siquiera se molestaron en aparecer, simplemente una barcaza hizo volar por los aires envuelto en llamas al vehículo de un único y potente disparo. El arroyo, lodoso y cubierto de vegetación les había sido útil para escabullirse a los demás. El técnico revisó a Betty sin encontrarle ningún daño o señal de disparo, no tenía nada, pero sin embargo, estaba totalmente inerte. Entonces se le ocurrió la idea más sencilla y obvia: Encenderla. Le abrió la mandíbula y buscó en el fondo del paladar de Betty un botón que debía ser hundido y la robot cirujano sencillamente despertó. Todos sus programas se iniciaron y actualizaron, informándole de dónde estaba y cuanto tiempo había pasado, al comprobarlo, se dio cuenta de que su plan había funcionado. Mentir era común en los humanos y eso un médico lo debía saber, con el tiempo, había aprendido a interpretar más que las palabras y hasta a fabricar sus propios engaños. Betty se había hecho la muerta, algo que los Aplacadores jamás comprenderían.


León Faras.

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