lunes, 16 de enero de 2017

Del otro lado.

XXVI. 


Una vez terminada la plática entre Olivia y el padre José María, este vio tan desilusionada a su amiga con las prácticamente nulas posibilidades de destruir un Escolta, que le ofreció un pequeño consuelo, una pequeña hebra de la que seguir tirando. Él conocía a un hombre, un materializado. El sacerdote no tenía la habilidad de Olivia para ver, reconocer y no olvidar a estos espíritus, pero este materializado era diferente, habían pasado más de trescientos años desde su muerte y su materialización se había completado, ahora era un hombre como cualquier otro, pero incapaz de envejecer o morir, un inmortal atrapado en este mundo para siempre que intentaba llevar una vida normal, mientras su condición no se delatara. El cura lo había ayudado en más de una oportunidad debido a que el hombre era incapaz de conseguir documentos y por lo tanto, de obtener un trabajo normal y estable. Con los años, se habían hecho amigos y el hombre le había contado toda su increíble historia, historia que por supuesto, el cura guardaba en secreto. El padre José María prometió a Olivia hablar con este hombre lo antes posible, tal vez sabía algo, tal vez había oído algo, tal vez podía darle alguna pista de quién había matado a Laura.

Alan estaba sentado en uno de los bancos de una pequeña plazoleta cercana a la casa de Manuel, Gastón le acompañaba pero más bien como un apoyo moral, no tenía ni la intención ni la autorización para intervenir, estaba sentado bajo un árbol, a prudente distancia. Habían llegado hasta allá para hablar con el viejo amigo de Alan, pero la verdad es que este no sabía qué le iba a decir. Todo lo averiguado recientemente por Olivia era terrible, y más cuando esta última les explicó que no había forma de deshacerse de esa cosa y que la única solución posible era encontrar al dueño original de ese Escolta para devolvérselo, cosa que sonaba más difícil que encontrar un ángel para destruirlo. Alan fumaba un cigarrillo encontrado por casualidad en la calle, nunca había sido un buen fumador, ni siquiera en vida, pero a veces sentía que le ayudaba a pensar. En ese momento apareció Julieta, hacía mucho rato que buscaba a Alan recorriendo los lugares que frecuentaban. Se paró junto a Alan, este se veía derrotado, Gastón, un poco más lejos, no se veía mejor. Ella nunca antes había visto a Huerta, pero ya sabía de él y de lo sucedido de boca de Alan, sin embargo, se alegró de conocerlo, y de que alguna manera, estuvieran dejando el odio y el dolor de lado y dándole paso al perdón y a la reconciliación. La chica, al enterarse de todo se dio cuenta de que la información que traía ya era inútil y se sintió triste. Mientras Alan le contaba a Julieta lo que Olivia les había explicado sobre la muerte de Laura y el terrible Escolta que la perseguía, pasó por ahí Richard Cortez, el Chavo, quien miró a Alan extrañado, pues este parecía estar hablando solo e hizo un comentario para sí mismo un tanto sarcástico y sin dejar de caminar, como si aquello le hubiera parecido gracioso, sin embargo, Alan se quedó con la impresión de que aquel tipo no lo había borrado de su memoria al dejar de verlo. Julieta también tuvo la misma idea, y recordó que, en más de una oportunidad, desde que vivía en casa de Richard, ella lo había oído asegurar que a Laura la habían matado, como si él hubiese podido ver algo que nadie más vio. Lo había repetido muchas veces desde el primer momento. Eso le dejaba a Alan una idea en qué pensar, sabía por Manuel que el Chavo había estado presente en el accidente y si era cierto que Richard de algún modo tenía el don de ver a un materializado y no olvidarlo, entonces, era posible que hubiese visto al asesino de Laura y supiera quién lo hizo, tal vez pudiera entregarles alguna pista que seguir, alguna descripción o alguna seña a la que aferrarse. Aunque esa era solo una vaga esperanza.

Al llegar a la casa de Manuel se separaron, Alan debía quedarse a hablar con él y explicarle más o menos, la difícil situación en la que estaba su nieta, pero que a pesar de eso, seguiría buscando la manera de ayudarla. Por su parte, Julieta se fue acompañada de Gastón Huerta, pues quería hacer algo que no podía hacer sola, una idea que acariciaba desde hace un tiempo, algo que en su interior quería hacer por Lucas, el hijo del Chavo y la Macarena, a quien ella amaba sinceramente.

El padre José María aguardaba desde hacía rato en un paradero de buses cuando divisó que el hombre al que buscaba se acercaba caminando. Lo había ido a buscar a su casa, pero al no encontrarlo se había quedado esperando. Ya casi había perdido la esperanza de encontrarlo ese día “Qué tal Richard, ¿Cómo va todo?” El Chavo se detuvo sorprendido de encontrar al sacerdote ahí, pero en seguida lo saludó calurosamente, como quien se encuentra con un amigo de la infancia. Richard Cortez no era un hombre normal como parecía, era un muerto con demasiados años en este mundo, tantos que ya empezaba a preguntarse si algún día podría irse y si un muerto podía volver a morir. Luego de tantos años, su cuerpo espiritual ya se había adaptado completamente a la realidad terrenal, al menos en apariencia, pues ya nunca sería el hombre de carne y hueso que alguna vez fue, y lo peor, es que nadie en el mundo podía decirle qué le espera en adelante, cómo vivir una eternidad o cómo dejar este mundo algún día, cuando el paso del tiempo se hiciera insoportable. Los últimos diez años había formado una relación con una mujer y había tomado como propio al hijo de esta, aunque nunca le había dicho nada de su condición y su mujer tampoco lo sospechaba. Quién podría sospechar algo así. Sin embargo, sabía que algún día se lo tendría que decir, algún día su inmortalidad se haría evidente, algún día tendría que dejarla o ella lo dejaría a él. El cura, le planteó a Richard el motivo de su visita, la muerte de Laura no había sido un accidente y necesitaban saber quién lo había hecho. Tal vez él sabía algo o algo había oído. El Chavo se mostró incrédulo de esa preocupación tardía del sacerdote y no entendía qué había despertado su interés, “…Escúcheme Padre, Laura ya está muerta y no hay nada que hacer al respecto, sea como sea que haya sucedido, nada hará cambiar eso. Debería dejar el asunto en paz…” El cura se empujó los anteojos, “Dejar el asunto en paz significa abandonar a esa muchacha a su suerte frente a un Escolta que no le dará ninguna oportunidad” El Chavo no tenía ni idea de eso “¿Qué…? ¿Un Escolta…? ¿Cómo…? Eso no puede ser…” El padre se peinaba el bigote con nerviosismo, “Pues ni más ni menos. A Laura la mataron para endosarle esa cosa y que la persiguiera a ella, ¿Entiendes? No sé cómo lo hicieron, no sé qué clase de poder usaron pero lo lograron y ahora tal vez la única oportunidad de ayudar a esa muchacha sea encontrar al culpable y buscar la forma de revertirlo” El Chavo guardó silencio un rato, se veía consternado por la situación de Laura, él la conoció bien y aunque nunca fueron amigos, ella y su familia le caían bien. Tomó una bocanada de aire “No Padre. Yo le puedo decir quién lo hizo, pero dudo que eso le sirva de algo. Alguien más está detrás de todo.”



León Faras.

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