martes, 31 de enero de 2017

La hacedora de vida.

2.

Cuando Nora descubrió que el baño de Yen Zardo no tenía puerta, ya era demasiado tarde para recular, no era lo más cómodo al estar en la casa de otra persona, pero ya estaba allí y no dudaría en usarlo. La explicación que el muchacho le dio al rato, la sorprendió un poco pero acabó por aceptar que era de lo más lógica. El incidente con el robot mensajero y el desestabilizador, no era el primero en el que Nora terminaba perjudicada de alguna manera sin tener nada que ver. Apenas unos días antes, Zardo y Doble R, como casi todos llamaban a Reni Rochi, consiguieron unas turbinas urbanas anti-gravitatorias de segunda mano, un modelo clásico y a muy buen precio que, luego de revisar cuidadosamente, decidieron que no había nada mejor que probarlas dentro del edificio. Estas turbinas, que se ponían en la espalda como una mochila, no estaban diseñadas para salir volando a gran altura ni a altas velocidades, por lo que no era del todo desquiciado probarlas en los pasillos, su función, era transportar a una personas en vilo sujeta con un arnés a una velocidad razonable para moverse dentro de una ciudad sin necesidad de caminar. Yen Zardo se la puso, pues Rochi era físicamente enorme. El caso es que los muchachos rápidamente descubrieron un juego de lo más divertido, Reni tomaba a su compañero por encima de su cabeza, quien gracias a la máquina pesaba muy poco, y lo lanzaba tan lejos como podía, pero la caída de Yen era amortiguada por la turbina quien detenía su cuerpo antes de que tocara el piso, estabilizándolo nuevamente de forma suave y segura, resultando un truco genial e intensamente emocionante. El juego era fantástico y Rochi lo hacía cada vez con más fuerza y violencia, lanzándolo más y más lejos, hasta que las cosas, como era de esperarse, salieron mal. Rochi en un mal cálculo lanzó a su amigo demasiado alto estrellando la turbina contra las tuberías y luminarias del cielo, algo se rompió dentro del aparato y otro algo se salió de donde debía estar, con lo que la magia se acabo repentinamente en el aire y el pobre Yen se estrelló en el piso de forma violenta y dolorosa, justo en la puerta del departamento de Nora. Esta fumaba un cigarrillo mientras veía la televisión, cuando tuvo que salir a mirar alertada por el golpe. Ahí estaban los dos, Reni intentando liberar a su amigo del arnés que lo sujetaba mientras este, reía y se quejaba a la vez tirado a los pies de Nora, la chica los miraba sin enojo ni entusiasmo, como cuando lo que ves, no hace más que confirmar lo que ya sospechabas, de pronto Rochi se puso serio, algo olía raro, su amigo Yen Zardo fue apagando la risa hasta concentrarse en su olfato también, Nora no olía nada ni le interesaba, su aburrido y repetido programa de televisión la estaba esperando y por el momento no quería saber nada más sobre ninguna otra cosa, botó su cigarro ahí mismo y se dio la vuelta sin decir palabra, en ese momento los muchachos se dieron cuenta de que lo que olían, era gas inflamable que salía de la turbina. El cigarrillo cayó en cámara lenta, ambos lo miraron espantados, Nora cerraba su puerta de un empujón en el momento en que Zardo y Rochi se ponían de pie y comenzaban a correr, gritando algo sobre una explosión, Nora los escuchó y se quedó parada un segundo allí, como cuando no estás seguro y esperas a oír algo más, la puerta se cerró y eso fue una suerte para la muchacha, pues la máquina explotó ahí mismo, de una manera breve pero increíblemente violenta, tanto que si la puerta no se hubiese alcanzado a enganchar, la hubiese lanzado de vuelta golpeando a Nora de forma terrible. Sin embargo, la suerte de Nora no fue la misma para la pobre puerta, que soportó estoica, pero quedó con las bisagras de más abajo desvencijadas y su estructura de metal abollada, como si hubiese sido golpeada por un diminuto meteorito . Nora, luego de un minuto, volvió a abrir la puerta, los muchachos aun no se ponían de pie, un poco incrédulos todavía de estar ilesos, sin embargo, ninguno de los tres se salvó de la sordera temporal y el pitido sostenido en el oído. Al día siguiente, los muchachos llegaron con una puerta casi nueva y reemplazaron la de Nora, ella ni se lo imaginó en ese momento, pero esa puerta era la del baño de Yen Zardo, al fin y al cabo, él no la usaba casi nunca y además, todas las puertas de todos los departamentos, eran exactamente iguales. La turbina quedó rota irreparablemente, una lástima, hubiese sido utilísima para transportar al robot, fuera del departamento de Nora.

El departamento donde vivía Nora, no era para nada un lugar especial, de hecho, toda la ciudad seguía la misma línea de poco espacio en las viviendas y hacinamiento en las calles y lugares públicos, los edificios se elevaban a enormes alturas con ridículamente estrechas separaciones entre sí que apenas dejaban pasar la luz del sol durante el día o ver las estrellas por la noche; los carteles, anuncios y señaléticas también tenían su parte importante en esto último, esto también se podía ver en las angostas calles que solo permitían el movimiento de peatones o de medios de transporte pequeños para uno o dos personas como máximo, todo medio de transporte para un número de gente superior a ese, se hacía por aire o bajo tierra. La naturaleza era escasa, jardines o mascotas, casi inexistentes. Los sueños y los ídolos estaban obsoletos, nadie escribía canciones o pensaba que viajar por el mundo podría ser algo grandioso. Tal vez era culpa de la comida o de algo que había en el aire, pero la gente no parecía tener aspiraciones ni deseos de cambios, todos vivían el día sin ilusiones en el futuro, incluso el sexo parecía estar dominado, contenido o atrofiado de alguna manera artificial, que parecía no llamar mayormente la atención de las personas, nunca habían violaciones o abusos, pero tampoco se podían ver parejas que se dieran muestras de afecto o atracción, sino más bien desgano y pereza por el cortejo o la sexualidad. Curiosamente a nadie le llamaba la atención esto, como si sintieran que siempre ha sido así. Ni siquiera los enfermos morían como seres humanos, sino que se extinguían lentamente como una llama que se le agota el combustible o se secaban y marchitaban como si fueran plantas olvidadas que hace rato nadie riega, idiotizados, inhumanizados con sustancias que les permitían morir sin dolor ni voluntad ni esperanza alguna. Una tendencia se está haciendo frecuente, el nacimiento de jóvenes con dones extraños, habilidades que nunca han pertenecido a la raza humana, aunque nada espectaculares sino más bien estorbosas a veces e inútiles en su mayoría. Nora, y su don de dar vida, era un claro ejemplo de esto, pero no el único.


Los robots mensajeros no eran el medio más rápido para enviar mensajes importantes, pero sí el más barato y seguro, ya que estas máquinas estaban provistas de una voluntad casi heroica para cumplir con su encargo, y además, estaban muy bien equipados para comprobar sin lugar a errores la identidad de la persona indicada antes de entregar su mensaje, siempre recibido y transmitido de forma oral e irremediablemente eliminado de la memoria una vez entregado. Sin embargo, como a la usanza antigua, el mensaje moría con el mensajero, lo que dejaba a Nora sin la información que esperaba y con casi doscientos kilos de chatarra sobre su inodoro, la chica necesitaba una solución lo antes posible y se reunió con sus dos amigos fuera de su baño. Yen Zardo propuso arrojarlo por la ventana durante la noche, lo que era una idea muy tonta, no solo por el riesgo más que evidente de que mataran a alguien de un golpe fulminante, sino que también porque la ventana estaba enrejada. Rochi propuso desarmarlo y sacarlo del edificio por partes, no alcanzó a terminar su idea, cuando su amigo lo interrumpió, en una ostentación de genialidad, diciendo que la solución perfecta era lanzarlo por la ventana, pieza por pieza. “Traeré mi caja de herramientas…” dijo Rochi, pero antes de que se fuera, y en medio del susurro constante que transmitía el robot, se le escuchó a este decir “Zeipa… marretienas… Porza pei zeipa…” Todos se quedaron inmóviles, con los ojos pequeños y la boca abierta, como si eso ayudara. “Creo que es griego” comentó Zardo profundamente serio, “No, no… estoy seguro que eso de Marratienas es un lugar… una isla o algo así”  aseguró Rochi, “Pues yo creo que aun tiene puesto el desestabilizador que ustedes le pusieron” Concluyó Nora, cogiendo la nuca del robot y retirando el dichoso aparato, el androide se quedó mirando el suelo largo rato y sin levantar la cabeza dijo “Herramientas…” luego miró directo a los, desmesuradamente abiertos, ojos de Nora “…pieza por pieza” repitió “¡También quiere que lo desarmemos!” exclamó Yen Zardo sorprendido, “Está aprendiendo a hablar, idiota” replicó Rochi, también incrédulo. “Idiota…” dijo el robot mirándolo, y luego dirigiéndose a Zardo repitió “Idiota.”

León Faras.

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